En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
-----------------------------------------------------------------------------------------------------
El domingo era el único día que cenábamos juntos. Era una cena rara, con costumbres raras. Cenábamos lo que fuera, pero siempre había en el centro de la mesa una lata de pulpo en aceite. Por la radio, además, sonaba un programa de filin cubano. Cenábamos, pues, en silencio, con esa música de fondo. Bueno, mis padres hablaban de sus cosas. Cuando hablaban de las cosas de otros, cambiaban de lengua, de manera que los niños no les entendíamos. No nos quedaba otra que escuchar las piezas de filin. Yo llegué a odiar el filin. El filin es una mezcla de bolero, blues y jazz. Son boleros no bailables. Se lo inventaron en La Habana, en los 50's. En domicilios de músicos se realizaban desgargas de filin. Quedaban, tocaban el piano, cantaban y se cocían como piojos hasta las tantas. El resultado eran piezas, en cierto sentido, sin público, o con un público improbable. Eran piezas no bailables, difíciles, que reposaban en una lógica que la canción no hacía presente. La homosexualidad, lo imposible, un dolor, en fin, que quedaba fuera de la letra Y que, se supone, pertenecía al intérprete. Con el tiempo, en Miami, llegué a conocer a algunos de aquellos intérpretes, o a sus descendientes. No mentían. Lo que fuera que les hubieran hecho, les había golpeado en toda la frente y les había dolido mucho. En ocasiones, les había destrozado la frente. Pero, en aquellos momentos, para mí el filin era una sobreactuación sobre tema amoroso, incomprensible para un niño. Entendía que hablaban de vidas absurdas, que no quería vivir. No entendía por qué construir laberintos cuando se pueden construir caminos rectos. No entendía la oscuridad cuando existe la luz. No entendía todos esos problemas que consisten en, básicamente, no hablar claro. Me prometía a mí mismo que yo jamás me complicaría la vida. Que de mayor jamás me vería obligado a comprender, a verme reflejado, en aquellas letras absurdas que describían vidas absurdas.
Creo que he sido fiel a mi palabra. No es muy meritorio. En general, todos los adultos son fieles a sus palabras de niños. Crecí. Lo único que ha pasado, el único fallo, ha sido lo imprevisto para un niño. Lo imprevisto: no sólo crecen los niños, hasta adquirir vida propia. Las pasiones también tienen vida propia. Y también crecen. Crecen más que tú. Tanto que no te caben. No te llevan a ningún sitio. Son un sitio. Incomprensible y absurdo. Doloroso y que golpea tu frente.
Necesitamos tu ayuda para realizar las obras en la Redacción que nos permitan seguir creciendo. Puedes hacer una donación libre aquí
Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
Suscríbete a CTXT
Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias
Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí