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Lo tiene crudo Pedro Sánchez, en una sociedad convaleciente del quirófano franquista y manipulada por la batidora del consumismo más egoísta y devorador, con toda la prensa escrita en su contra, heredero de un partido desacreditado, sin más programa que el poder, ni más tradición inmediata que la corrupción y los paños calientes, repudiado por los barones de las puertas giratorias, a la sombra de un empleado de la Telefónica, que hizo bueno el diagnóstico de Lenin de que “la socialdemocracia es la rueda de recambio del capitalismo”, levantado al poder por una ola de buena fe, de rechazo a una situación política corrompida hasta las raíces, con frondosidad de selva virgen, calado de tormenta tropical y cuerda para rato. Lo tiene difícil. Nadie duda del entusiasmo democrático de sus votantes, de su voluntad íntegra, de sus esperanzas desesperadas. Ni nadie duda tampoco de las buenas cualidades ni de los sólidos fundamentos morales de él. Su recuperación desde la nada y el ostracismo, con todos los vientos en contra y todas las encuestas desfavorables, son un buen ejemplo de sus dotes políticas, en lo que la política tiene de aptitudes para convencer, de tenacidad para ganar y de conexión con sus seguidores. Lo tiene todo, en un contexto de la imagen, fuerza, prestancia, poder de seducción y buena labia. Es el icono del líder perfecto, que abre todas las expectativas y reaviva todas las confianzas. Sus fieles creen en él, a pies juntillas, lo que ha hecho el milagro de su elección. Más de la mitad de los votos emitidos le son favorables. Está como Adán, con todo el campo por delante ubérrimo y prometedor; toda la historia está por hacer. El paraíso virgen está abierto a todas las iniciativas. Y los ángeles esperan, asomados al vacío con el aliento contenido, sus primeras decisiones. Pero no lo tiene fácil. Adán se equivocó. Claro que Adán era un ingenuo.
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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