Domingo con Martínez
Sobre los nómadas y los sedentarios
Muchos de nosotros no tenemos nada más que nuestros cuerpos. Y hagamos lo que hagamos, nuestra vida vuelve a consistir en transportar nuestros cuerpos, en ocasiones pintados con pigmentos
Guillem Martínez 25/06/2017
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El último grupo de aborígenes australianos sin contacto con el hombre blanco fue visto en 1932. Eran menos de diez personas. Hombres, mujeres, niños. En esta ocasión, el Estado quiso actuar con tacto, conscientes de que se trataba de una última vez. Los trató con cierta deferencia. Los trasladó a unas instalaciones, en las que les vistieron, les hablaron del Dios único --sin mucha pasión, esta vez-- y les alimentaron. Los aborígenes estuvieron en todo momento dóciles, si bien escaparon a las pocas semanas, de forma imprevisible. Lo hicieron desnudos, y sin llevarse comida u objetos. Es decir, lo hicieron como lo hacían todo.
Se sabe que los aborígenes, en ese sentido, no transportaban muchas cosas. En un clima y en unas condiciones extremas, no llevar peso era básico. Como los bosquimanos, otra cultura extrema, los aborígenes nunca llevaban nada, salvo sus armas. Se sabe que, aun así, practicaban el comercio. ¿Qué comercio puede practicar alguien que no transporta objetos y que rehuye llevar peso adicional? ¿Qué se puede intercambiar que no requiera transporte o ser transportado? ¿Qué objeto, que no pese, que no ocupe, se puede comprar o vender? La respuesta a todas estas preguntas es: pigmentos. Cuando dos grupos de aborígenes se encontraban comerciaban con pigmentos. De hecho, tras la transacción, se llevaban los pigmentos puestos, sobre el cuerpo. Un misionero galés explica que se sabía que un grupo de aborígenes había contactado y comerciado con otro porque llevaban sus cuerpos pintados. No tenían, en fin, otra cosa que sus cuerpos. Básicamente, su vida consistía en transportar sus cuerpos, en ocasiones pintados con pigmentos.
Por la ciudad en ocasiones veo un nuevo tipo de persona. Son, fundamentalmente, chicas. Visten de manera precaria. No tienen muchos ingresos, o no se los gastan en ropa. Pero, en un brazo, en los dos, o en las piernas, llevan tatuajes. Son no menos de unos 8.000 euros en tatuajes. Es decir, un dinero no gastado en objetos, sino en pigmentos. Los objetos son un engorro cuando no se dispone de casa. O cuando no se sabe cuánto tiempo se dispondrá de una. Un sofá, una mesa no son nada si no se dispone de la capacidad de desgastarlos. De estabilidad. De futuro. Esos brazos y piernas, en fin, orientan en la dirección de que muchos de nosotros no tenemos nada más que nuestros cuerpos. Y que, básicamente, y hagamos lo que hagamos, nuestra vida vuelve a consistir en transportar nuestros cuerpos, en ocasiones pintados con pigmentos.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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