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En una ocasión entrevisté a un psiquiatra. Éramos amigos, por lo que nunca habíamos hablado de psiquiatría. Cuando acabó la cosa, le pregunté qué era lo más impresionante que había visto con sus ojos. Me dijo que los ojos de una persona en el momento del nacimiento de un brote psicótico. A mí, la verdad, me pareció poco. O poco truculento. No le di mucha importancia. A las pocas semanas pude ver, a escasos centímetros de mis ojos, esos ojos. Una persona, a la que conoces, de pronto tiene otra persona dentro. Y lo ves a través de sus ojos. Son los ojos de otra persona, aterrorizada, que tampoco da crédito a lo que ve. En verdad, es tal vez lo más impresionante que he visto en mi vida. Tanto que, ahora lo veo así, le di demasiada importancia. Me pasé años buscando esos ojos en los ojos de personas que conocía, para evitar volverlos a ver. Veía en esos ojos algo excepcional. Un cambio radical y no previsto, sin avisos, únicamente especificados en un cambio atroz de mirada. Hoy sé que no hay para tanto. Es decir, que eso no es tan esporádico. Siempre se produce. De pronto, alguien cercano cambia la voz y la mirada, y dentro tiene a otra persona. En ocasiones, tú mismo eres la persona con los ojos de otro.