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Cartel contra el brexit en una rotonda a la entrada de Newry, en Irlanda del Norte.
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Las montañas de Irlanda del Norte asoman detrás de los pubs que abarrotan la pequeña ciudad de Dundalk, justo a medio camino entre Belfast y Dublín. Capital del condado de Louth, el más al norte de las tierras de la República de Irlanda, esta población de cerca de 35.000 habitantes vive con miedo de tener que soportar de nuevo los controles y los puestos fronterizos. La mayoría de sus habitantes recuerda a la perfección los problemas que conllevaba cruzar a Reino Unido y la tensión habitual que acabaron hace 20 años, en abril de 1998. El mes que culminó con los Acuerdos del Viernes Santo, en los que se completó el desarme de los grupos paramilitares, se garantizó la seguridad del Ulster (provincia del norte) y se excarcelaron a los “presos políticos” norirlandeses. Gracias a esos acuerdos, se abrieron las fronteras entre ambos países y se cerró una época marcada por la violencia que comenzó en 1921 cuando Irlanda consiguió por fin su propio Estado. Un país independiente, en el que no estarían seis de los nueve condados del Ulster, y que formaron lo que hoy es Irlanda del Norte.
Esta es la historia que explica el miedo y la preocupación por una frontera que tiembla ante un futuro incierto. “Aún recuerdo los helicópteros volando encima de nosotros”, afirma Patrick Malone, mientras señala un trozo de tierra, al otro lado de la divisoria, que solía actuar de helipuerto del ejército británico. Este habitante de Dundalk fue durante cuatro años presidente de la Cámara de Comercio, de la que sigue siendo un miembro activo y desde donde aprovecha para poner en marcha campañas en contra del brexit. “Nadie sabe que va a pasar, qué tipo de frontera va a haber, suave o dura, pero seguro que tendrá que haber controles”, asegura, mientras recuerda su infancia, en la que tenía que pasar continuamente los puestos fronterizos que se levantaban encima de una simple línea. Una línea que se ha borrado con el tiempo.
La consultora PwC augura que Irlanda del Norte será la región británica que va a sufrir más el resultado del brexit, con una caída en su crecimiento de 1,2% este año y un 0,9% en 2018
Hoy no existe ningún aviso al cruzar la frontera. En la autopista que une Dublín y Belfast, la única señal visible de haber cruzado a otro país son las señales de velocidad, en millas y no en kilómetros. Por lo demás, ningún tipo de advertencia o control. Gracia a esta facilidad, Annmarie O’Kane, manager del proyecto Border People, estima que 30.000 personas traspasan el confín entre ambos países a diario. Gerard McEvoy es uno de ellos. “Cruzo a cada día para trabajar, los que vivimos aquí nos hemos acostumbrado en los últimos años a vivir de forma normal, a desplazarnos libremente”.
Este trabajador relaciona el brexit con un voto de descontento, irracional y, en gran medida, racista. “Desafortunadamente, quienes van a pagar las consecuencias no serán quien lo votaron”. Se refiere, entre otros, al 56% de ciudadanos de Irlanda del Norte que votaron a favor de permanecer en la Unión Europea y que ahora tendrán que gestionar la única frontera física que Reino Unido tendrá con ella.
Una frontera que se extiende a lo largo de 499 kilómetros y que atraviesa ciudades, pueblos, granjas, y en ocasiones casas (la puerta delantera en un Estado y la trasera en otro) y que durante los años de conflicto obligó a cerrar más de 200 carreteras.
Además del enorme impacto social, la vuelta a los customs o puestos de control tendría un fuerte impacto económico. La consultora PwC augura un futuro difícil para Irlanda del Norte. Según sus estudios, será la región británica que va a sufrir más el resultado del brexit, con una caída en su crecimiento de 1,2% este año y un 0,9% en 2018. En Irlanda, la Cámara de Comercio Nacional valora en 5.100 millones de euros los bienes que cruzaron la frontera en 2006. Además, la asociación de pequeñas y medianas empresas irlandesa estima que el 11% de las compañías buscará reubicarse fuera de Reino Unido. Con estas perspectivas, no parece extraño que la petición de pasaportes irlandeses haya aumentado un 74% durante el pasado enero respecto a ese mismo mes del año anterior. En 2016 se emitieron 733.060 pasaportes irlandeses, un 9% más que en 2015. El Ministerio de Exteriores irlandés calcula que esta cifra superará el millón tras el anuncio de Londres de la solicitud formal de salida de la UE.
Estos datos son los que se encontrará encima de la mesa el recién elegido primer ministro irlandés Leo Varadkar, tras la renuncia de Enda Kenny, que dimitió a mediados de mayo como líder del Fine Gael. El nuevo mandatario, de 38 años, afronta su legislatura con la prioridad de evitar el restablecimiento de una frontera estricta con la provincia británica de Irlanda del Norte que afecte a sus relaciones económicas y “dañe el proceso de paz en la isla”. La negociación con Westminster se presenta difícil y vital para el futuro de Irlanda.
Los resultados de las recientes elecciones británicas han añadido un nuevo elemento de incertidumbre. Tras no alcanzar la mayoría absoluta, la líder conservadora Theresa May se ha visto obligada a negociar el apoyo a su ejecutivo de la formación unionista DUP, algo que puede poner en peligro la obligada neutralidad, consignada en los Acuerdos del Viernes Santo, del gobierno británico a la hora de mediar entre unionistas y republicanos. El Sinn Fein ha acusado a May de romper el pacto. Además, la formación ultraconservadora parece apostar por un “brexit suave”, lo que implicaría que no volviese a haber una frontera física entre Irlanda e Irlanda del norte tras la salida del Reino Unido de la UE.
Los ciudadanos, por su parte, lo tienen claro. Gerard, al igual que Patrick, afirma que Inglaterra no tiene el menor interés en los problemas de Irlanda del Norte. “En Londres les da igual. Le pasa lo mismo con Escocia, solo les interesa su riqueza, su gas, su agua”, asegura. En medio de una conversación cargada de críticas hacia Inglaterra, es inevitable tratar el tema de la reunificación. Después del brexit, ha vuelto a emerger entre la opinión pública el debate, nunca olvidado entre la sociedad, acerca de si esta frontera es necesaria. ¿Lo que son ahora dos países deberían volver a ser uno? “Solo hay que mirar el mapa, somos un claro país separado de Reino Unido”, afirma tajante Gerard.
Este es un asunto delicado en la ciudad de Dundalk. Los ciudadanos, con caras de apatía y cansancio, no quieren contestar preguntas. Para Patrick, “la mayoría de los irlandeses vemos al norte como parte de nuestro país. Compartimos casi todo”. Sin embargo, asegura que el debate de unificar los dos países se ha banalizado y es necesario conocer bien la historia.
Al analizar el mapa de voto en Irlanda del Norte, se observa cómo las zonas que votaron a favor de abandonar la UE se componen mayoritariamente de ciudadanos de origen británico
Para ello, hay que hacer una larga pausa en el año 1921. Se trata de la fecha en que Irlanda consigue por fin la independencia de Reino Unido. Es el año también en el que se aprueba, en aras de mantener la paz, una partición de la isla de modo que Irlanda del Norte siga siendo territorio británico. Después, la espiral de violencia del IRA hasta los Acuerdos del Viernes Santo”. “Conocer la identidad de nuestro pueblo es muy importante para manejar los problemas a los que nos enfrentamos tras el brexit” recuerda Gerard.
Con el aliento contenido por parte de quienes vivieron esta época, las respuestas políticas han llegado de todos los lados. David Davis, ministro británico para el brexit, comentó hace apenas dos meses que “si la mayoría de los ciudadanos de Irlanda del Norte quieren votar para conformar una Irlanda Unida, y de esta manera permanecer en la UE, la obligación de Reino Unido es permitir que esto suceda”. Al mismo tiempo, Davis no aclaró el futuro de la frontera y aseguró que “hay mucho trabajo de diseño por hacer”. Desde Dublín, el taoiseach (primer ministro irlandés), Enda Kenny, aseguró entonces que “cuando las negociaciones empiecen, Irlanda estará preparada y negociará fuerte y con justicia”.
Los ciudadanos tienen claros la causa y el objetivo del brexit. “Lo principal es el dinero”, comenta una carnicera del centro de la ciudad. “El debate se centra mucho en la frontera, en la identidad, pero lo cierto es que lo más importante para los negocios de este lado y de aquel es cómo esté la libra”.
Con aquel lado, esta trabajadora se refiere a la ciudad de Newry, a solo 24 kilómetros de Dundalk, pero ya en territorio británico. En la entrada de esta población norirlandesa, varios carteles dan la bienvenida con el mensaje de: “¿De vuelta al pasado? Quedémonos en Europa. Brexit significa fronteras”.
Caminar por sus calles es sumergirse en un collage de señales en contra del brexit y del Reino Unido. También es atender a la coreografía de decenas de banderas de la República colgadas en las farolas asentadas sobre territorio británico. Su apodo Gap of the North (Brecha del Norte) se debe a su ubicación estratégica, lindante con esa arteria de la isla, la autovía M-1. Debido a su posición en el mapa, durante la crisis económica, expediciones de irlandeses han aprovechado la importante bajada del IVA en Reino Unido para cruzar a esta población y comprar alimentos. Este es solo un ejemplo del movimiento incesante de personas y mercancía de un lado a otro. Basta con acudir a uno de los dos centros comerciales del centro de Newry para observar la actividad y las tiendas vestidas con promociones y descuentos. Esta imagen, habitual en cualquier ciudad del mundo, actúa aquí como una veleta al viento que sopla la libra.
En 2016 se emitieron 733.060 pasaportes irlandeses, un 9% más que en 2015. El Ministerio de Exteriores irlandés calcula que superará el millón tras el anuncio de Londres de la solicitud formal de salida de la UE
Todo apunta a que el tránsito de mercancías, en especial de comida, va a terminar pronto. Este es el futuro que prevé Seamus Murphy, periodista de Newry y uno de los fundadores de la página web brexitborder. “Será un completo desastre para ambos”, afirma. En la página web Murphy analiza las consecuencias que tendrá para la isla la votación del brexit. “El 34% de las personas que pasan la frontera son agricultores, que ahora ven en peligro sus negocios”. Solo es necesario observar que un tercio de la leche producida en Irlanda del Norte es transportada a la República. “Go out of business” es la expresión utilizada por Mike Johnston, representante de Reino Unido en Irlanda del Norte, para referirse a los granjeros de la zona. Granjeros que, por otra parte, prefieren no contestar a preguntas.
“El cabreo es monumental y lógico, es gente que tiene que sufrir algo que no eligió”, cuenta Seamus, que se apoya en datos para explicar la gravedad de la situación. Casi un tercio de los cerdos procesados en el norte provienen de la República. “Nadie en Londres se preocupa de estos trabajadores”. La visión que ambos lados de la frontera tienen de Westminster parece idéntica: no hay un interés real del Gobierno británico por mantener la seguridad económica y el nivel de vida de estos trabajadores.
Seamus recuerda también los disturbios de hace un par de décadas. “Las colas de camiones eran interminables”. El futuro, según su opinión, no es esperanzador. “Solo hay que observar que ahora mismo hay más tráfico en la frontera que en junio (antes de la votación), así que, si nada cambia, la situación será cada vez más difícil”. No solo prevé problema económicos, sino también algunos incidentes violentos. En su opinión, si se termina instalando una hard border, los puestos fronterizos del lado del norte serán atacados por una parte de la población. Para evitarlo, aboga por un cambio en el gobierno de Gran Bretaña, no tanto de persona, sino de ideas.
Para él, la reunificación no es una solución, ni tiene sentido alguno. “Si preguntas tanto aquí como en Irlanda dudo mucho que la gente te diga que quiere volver a ser solo un país, las cosas no se solucionan así”, sostiene. Cuestión de identidad. Él, como muchos de los ciudadanos de Irlanda del Norte, no cree que para evitar sufrir de nuevos los puestos fronterizos, su país tenga que ser “absorbido” por la República.
A pesar de la gravedad y la incertidumbre, las consecuencias no se verán hasta dentro de al menos dos años, cuando se haga efectivo el brexit. “Es demasiado tiempo para arreglar las cosas, ya vamos tarde”, afirma el periodista. Entonces, la realidad chocará de golpe con la vida de trabajadores como Patrick o Gerard. Con los niños que viajan con sus colegios a actividades, festivales, congresos. Con comerciantes que sufrirán la situación de una libra inestable. Y sobre todo, con agricultores y ganaderos que verán cómo el trabajo de todo un año se queda estancado delante de controles infinitos.
Los políticos saben de la importancia de Newry, esta pequeña localidad. Por ello, hace apenas unos días, fue el escenario elegido por Gerry Adams, presidente del Sinn Fein (Partido Nacionalista), para buscar una solución: que se adjudique a Irlanda del Norte un estatus especial dentro del UE. “De esta manera, no habrá ninguna frontera en la isla”, afirmó. Estas declaraciones se produjeron meses después de que su partido, partidario de la reunificación, se quedara a solo 1.100 votos de ganar las elecciones de Irlanda del Norte. La alta participación en las urnas (a la que acudieron un 10% más de personas que 10 meses atrás) dio como resultado un gobierno de coalición entre el Sinn Féin y el Partido Unionista, contrario a conformar una sola isla. La alta participación y una división ideológica tan clara dan como resultado una Irlanda del Norte que tendrá que negociar tanto con Irlanda como con el Gobierno de Theresa May.
Al rescatar la votación del brexit del pasado junio, aparecen varios datos que son significativos y explican la situación actual. Al analizar el mapa de voto en Irlanda del Norte, se observa cómo las zonas que votaron a favor de abandonar la UE se componen mayoritariamente de ciudadanos de origen británico, no irlandés. También es clara la posición de los condados fronterizos como Newry a favor de permanecer.
Por tanto, con un futuro incierto, no sorprende las exigencias de los ciudadanos para que las cosas se aclaren lo antes posible. Por el momento, el presente de ambas regiones lo marca la estampa de los autobuses saliendo de forma incesante con destino a ciudades británicas. Conductores que solo advierten haber cambiado de país cuando la autovía más grande de la isla se convierte en una carretera algo más estrecha y sinuosa. Precisamente, esta autovía, la M-1, es uno de los puntos que están siendo estudiados para situar los controles. En plena arteria que une Dublín y Belfast. Si esto sucede, las colas se imaginan interminables.
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Autor >
Manu Pérez Matesanz
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