García en el país favorito de la divina providencia
Capítulo VIII. Siddartha. O primeros mosqueos de García con la divinidad
Guillem Martínez 10/08/2017
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RESUMEN DE LO PUBLICADO: García, por fin, sale de su despacho. Más colocado, por el cannabis que ha fumado de forma pasiva, que el del medio de los Chichos.
Salí, junto a Estadella, del club de cannabis Luxurious. Nos dimos la patita, nos separamos y empecé a evaluar la situación. Para ello utilicé la theologia naturalis, yendo de lo humano a lo divino. Primero, humano e importante, disponía de los 500 euros que le había levantado a Estadella, más 20 euros más para un taxi que, respectivamente, le había levantado a Estadella, la BURRA y la Brigada Catalana. Una morterada, si bien no era para tirar cohetes. De ahí saldría, empero, lo que le debía de alquiler a Núria, y el cenorrio de hoy. Segundo: estaba metido en un lío, que no podía evaluar en su total plenitud y consecuencia, y que me relacionaba con Dios, lo divino, y con las urnas, otro ser mítico. Tercero, e importante para no poder evaluar nada: estaba en pleno flow, más ciego que un rolling stone en sus glory days. Calculaba que aún me quedaban dos horas de viaje, por lo que decidí aplazar mi vuelta a casa. Invertí una hora en mirarme una mano. Y la otra en realizar mis compras en el Mercadona, donde me dejé fluir.
El escáner de pupilas de ojos que hay en la entrada de cada Mercadona me informó, con su voz de máquina de tabaco, que hoy sólo tenía acceso a la sección de vegetales y a la de Bromas de la Naturaleza. Compré, así, para una ensalada, y un cacho de, respectivamente, Kraken y siameses. Hoy haría, en fin, mar i muntanya. Además, y de forma inopinada, logré colarme en la sección Alimentos de Colorines, donde pillé un pack de calippos. Sería una gran noche. Es decir, otra noche.
Compré, así, para una ensalada, y un cacho de, respectivamente, Kraken y siameses. Hoy haría, en fin, mar i muntanya
Al llegar a casa estaba, colegí, completamente repuesto y en forma. Abrí la puerta, entré, la cerré. En el salón me encontré a Núria. Por lo visto, había estado todas estas horas, en las que yo había estado fuera, hablando con Pepé. Ambos dos estaban agotados, en el sofá. Me sorprendió la construcción humana en la que habían congelado su discusión. Pepé estaba dormido, sobre el regazo de Núria. Ella le acariciaba la frente. Y juntos, y en sus respectivas posturas, parecían emular La Pietà de Michelangelo. El resultado era una imagen conmovedora, que reflejaba al herido y a su cuidadora. Me pasé unos minutos observando esa arquitectura humana hasta que Núria reparó en mi.
-Hola. ¿Cómo te ha ido el día? ¿Te ha cabido?
-De aquella manera. ¿Qué tal?
-Vamos.
-¿Pepé?
-Este no vuelve a beber en su vida.
Le di a Núria la pasta que le debía y que ella se metió entre la pechuga, y me perdí hacia la cocina con mis bolsas de Mercadona, donde me encontré con dos personas. Una de ellas era Esparraguera, un tipo difícil de ver en el piso y último roommate al que me faltaba por presentarles. Aprovechando la feliz coincidencia, lo haré.
Jesús Esparraguera era una ruina humana. Era gordo y calvo como una bola de bolos dotada de perilla. Gastaba gafas con cristales gruesísimos, de ingeniero japonés que, al final de la peli, se hace el hara-kiri porque le ha salido mangui un puente. Tenía voz de pito y, aún así, se empeñaba en cantar ópera. Su especialidad eran las partituras para castratis del siglo XVIII. Nos había hecho un par de recitales en el piso, y la sensación era que, en efecto, era un castrati. Pero al que, por las prisas, no habían operado ni bien, ni del todo. Se ganaba la vida, o aplazaba la muerte, cantando piezas del siglo XVIII en el metro o en la puta calle. Por lo demás era un tanto cortito, tierno y bondadoso. Y, por otra parte, y esto no tenía nada que ver con lo anterior, gallego. Era imposible no sentir ternura hacia él. Era imposible no desear, con sólo verle, que la vida le fuera bien y otras cosas y parabienes, que nunca jamás le pasarían. Hoy, por cierto, estaba acompañado por un amigacho. Los sacaba del metro o de la calle, y siempre eran seres muy parecidos a él, si no peores. El que estaba sentado junto a él en la cocina era un señor hindú, en los huesos, pero a diferencia de los borderlines que usualmente traía de la calle para darles de cenar, a este se le veían ciertas luces y llama interior.
Era gordo y calvo como una bola de bolos dotada de perilla. Gastaba gafas con cristales gruesísimos, de ingeniero japonés que, al final de la peli, se hace el hara-kiri porque le ha salido mangui un puente
-Hombre, García -dijo Esparraguera, con su voz de pito.
-Hombre, Esparraguera. Dichosos los ojos. Y los oídos.
Siempre, en fin, le daba coba por sus dotes musicales, esperando que algún día, de tanta coba, surgieran.
-Te presento a un amigo, Siddharta.
Me dispuse a estrechar la mano del tal Siddharta. Siddharta, a tal efecto, se levantó. Pero no me dio la mano. Sino que me la impuso sobre mi cráneo.
-Encantado -dijo Siddahrta, dejándome con la mano en el aire.
Fue poner la mano en mi cabeza y volver, tras un golpe de electricidad, el flow que tan costosamente me había sacudido de mí mismo en las dos últimas horas. Volvía a estar colocado.
-Me cago en tu estampa, Siddharta -acerté a decir, segundos antes de volver a sentir un mundo en conexión.
En efecto, noté como una serpiente se desenroscaba de mi columna vertebral y mi cráneo se abría. Sentí la paz y el dolor de Núria y Pepé, en el salón, sentí la tontería cósmica que impregnaba el cráneo de Jesús Esparraguera, que ahora mismo estaba pensando en por qué en las latas de comida de gato pone comida de gato, si esa comida no está hecha con gato. Y sentí como Siddharta me contemplaba en silencio y, a la vez, me hablaba. Tenía la voz del tío del Vadulake de los Simpsons y me decía:
-Es igual si existe Dios. Da igual si existen las urnas. Disfruta del kundalini que te regalo.
Permanecí unos segundos con los ojos cerrados. Cuando los abrí, ya no estaba Siddharta.
-Rayos, ¿y Siddharta?
-Se ha ido hace una hora. Oye, García, no sé si nunca lo has pensado pero, ¿por qué le llaman comida de gatos, si no está hecha con gatos?
-Puro marketing, Esparraguera.
Decidí no darle importancia al asunto. El asunto era, posiblemente, que el flow adquirido en mi despacho no me había bajado, por lo que me había vuelto a subir. Y que el tal Siddharta no era más que otro colgado de la Escuela de Pensamiento Esparraguera. En eso llegó Giovanni y me puse a hacer la cena, mientras él ponía la mesa.
En la cena, Giovanni y yo estuvimos hablando del hecho de que mañana habíamos quedado con mi padre, es decir, también su abuelo, para ir a la playa. Esparraguera estuvo hablando de gatos, Núria de que lo que le esperaba mañana no le entraba ni cabía y Pepé, a su vez, no dijo nada. Nada más sentarse en la mesa cogió la botella de vino, se la llevó a la boca y la pimpló de una sola sesión continua.
-Vaya, todo el psicodrama de hoy, para nada -dijo Núria.
-Mucho perfecto para mi -terció Pepé.
-¿Por qué esta noche cenamos lo mismo que en las anteriores? ¿Por qué siempre comemos hierbas amargas del Mercadona? -dijo, de pronto, Giovanni.
En eso tocaron el timbre. Como a nadie le entraba abrir, fui yo. Era Mòquina. Menos cuidada y más bella que nunca.
-Hola. ¿Está Núria?
-Sí. Pasa.
-Hummm. Ha sido una mala idea venir. Me voy. Bona nit.
Mònica dio media vuelta y se fue. Cerré la puerta. La volví a abrir. Me había parecido ver algo. En efecto, mientras Mòquina bajaba las escaleras, en cada uno de sus hombros le revoloteaba un ángel diminuto, seboso y en pelota picada. Cerré los ojos. Me los froté. Volví a mirar. No vi nada.
O la divinidad me estaba mandando mensajes, o tenía que cambiar de despacho y buscar otro que tuviera menos THC.
Esperaba aclarar mis ideas con mi padre.
[Continuará...]
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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