El hacha
Atleti, maneras de vivir
No es un equipo al uso, es una misión, una especie de religión, un sentimiento inexplicable que, en noches como las de ayer, refulge sobre cualquier crisis
Rubén Uría 23/11/2017
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Antoine Griezmann, marcando el 1-0 frente a la Roma.
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Después de cometer todos los errores que un hombre de mediana edad, con sus achaques, puede cometer, uno se cura en salud cuando trata de interpretar a una afición. En mitad de un clima enrarecido, de una nueva casa que aún no se siente como tal, de una acústica que no evoca al Calderón, sino al Palacio del Hielo, quien esto escribe sentía auténtica curiosidad por testar, de primera mano, cuál era el estado de ánimo del atlético de a pie respecto al equipo y respecto a Antoine Griezmann, jugador franquicia del Atleti. ¿Habría división de opiniones? ¿Unos se acordarían de su señor padre y otros, de su señora madre? ¿Habría pitada general o aplausos a discreción? ¿Era una relación rota, una simple discusión de pareja o un ataque de cuernos derivado de un verano de declaraciones contradictorias que ponían en jaque un amor eterno, hasta que el dinero o los títulos les separen? La respuesta llegó treinta segundos antes del saque inicial. Sesenta mil almas, impulsadas por el fondo más entusiasta, elevaron un grito cerrado al viento. Uno que no pudo siquiera disimular la tela que recubre el Metropolitano, que absorbe el ruido en vez de proyectarlo, como en las añoradas entrañas del Calderón. “Antoine Griezmann, Antoine Griezmann, Antoine Griezmann”. Entre la cerrada defensa pública de Simeone entre semana y la esperanza de una activación de las mejores prestaciones del francés, el público del Metropolitano aparcó cualquier juicio sumarísimo y se entregó a la estrella del equipo. El mensaje subliminal: “Ayúdanos a ayudarte”. El explícito: “Seguimos confiando en ti, porque te necesitamos y tú nos necesitas”. Si Antoine tenía algún tipo de duda sobre el afecto que le sigue dispensando la grada, la disipó antes del comienzo de partido.
Le habían pitado cuando fue sustituido en el derbi, le habían reprochado sus declaraciones en verano y le exigían mucho más en el campo porque sabían que podía darlo. No es nuevo en el fútbol. Te pitan porque te quieren. Te piden porque lo puedes dar. Te exigen, porque antes ya has demostrado que das el nivel. Griezmann respondió donde debe. Donde habla mejor, en el campo. Anotó un golazo que fue un monumento a la plasticidad, ayudó al equipo entre líneas y con el 1-0 a buen recaudo y la Europa League en el bolsillo, volvió a ser el referente de un equipo que se liberó después del gol y que se quitó de la espalda una tonelada de presión. La noche que el Atleti hizo lo que tenía que hacer y cumplió con el mínimo que se merece su afición, una buena victoria y una noche emocionante, sirvió para que los que no creían en Antoine volvieran a hacerlo. Y para que los que siempre han creído, sacaran pecho y entonaran el famoso “ya os lo decía yo”. En el césped, incluso herido y lejos todavía de su mejor versión, el Atleti decidió que era mejor morir con una flecha en el pecho que con una en el trasero. Simeone agitó la coctelera con un triple cambió, dio un paso hacia adelante y el equipo le respondió con entereza y goles. Hacía mucha falta. En la grada y en el césped. Está por ver si el Atleti remonta el vuelo, si recupera su confianza y si el grupo se sobrepone a un primer tercio de temporada cargado de dudas, problemas y obstáculos. Estar en los octavos de final de la Champions no está en su mano, es poco menos que un milagro, pero el Atleti no irá a Londres de paseo, ni con los brazos abajo, ni para hacer turismo visitando los almacenes Harrods. Irá para demostrarse que, por muy cuesta arriba que esté todo, siempre hay que creer.
El broche de una noche de emociones encontradas lo puso, de nuevo, el único patrimonio real del Atleti, ese que no se puede vender o comprar, porque no tiene cláusula de rescisión: su gente. Nada más finalizar el partido, el público gritó “Gabi, sácalos; Gabi, sácalos; Gabi, sácalos”. Y el capitán del Atleti, el hincha número uno de ese equipo, cumplió el deseo de la afición. Sacó al equipo al centro del campo, a saludar como los buenos toreros, para agradecer el cariño y la confianza. Así es el Atleti, así es su gente. Hace falta muy poco para que los atléticos le den a su equipo todo lo que necesite. Maneras de vivir. No son del Atleti por lo que gana, sino por sus valores. Y cuando el equipo se esfuerza, cuando se supera, cuando lo pone todo en el campo, el público responde con una fidelidad y una entrega encomiables. Pura lógica. Al fin y al cabo, el Atleti no es un equipo al uso, es una misión, una especie de religión, un sentimiento inexplicable que, en noches como las de ayer, refulge sobre cualquier crisis, divorcio o pelea matrimonial, porque en el caso de los atléticos, el amor es como el esfuerzo, no se negocia.
Después de cometer todos los errores que un hombre de mediana edad, con sus achaques, puede cometer, uno se cura en salud cuando trata de interpretar a una afición. En mitad de un clima enrarecido, de una nueva casa que aún no se siente como tal, de una acústica que no evoca al Calderón, sino al...
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Rubén Uría
Periodista. Articulista de CTXT y Eurosport, colaborador en BeIN Sports y contertulio en TVE, Teledeporte y Canal 24 Horas. Autor de los libros 'Hombres que pudieron reinar' y 'Atlético: de muerto a campeón'. Su perfil en Twitter alcanza los 100.000 seguidores.
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