Democracia en propiedad
Se ha jugado con el lenguaje para hacer pasar por pureza democrática lo que era mero reduccionismo partidista: ni votar siempre es democracia, ni con cumplir las leyes basta
Miquel Seguró 26/11/2017
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Decía el filósofo judío Martin Buber que “Dios” es una de las palabras más manipuladas y mal utilizadas por el ser humano, y eso que es, sin ningún género de duda, de las más cargadas de cuantas hay. Lo mismo sucede con “democracia”, habría que añadir. Venimos de unos años donde Govern y Gobierno han hablado en nombre de la democracia: “esto va de democracia”, “pretenden liquidar la democracia”, con las consiguientes proclamas “ellos no son demócratas”, ”los golpistas no podrán con la democracia”.
En el inmediato horizonte aparecen unas elecciones con una campaña que nadie sabe por qué derroteros discurrirá. Que si se ha calculado mal, que si se ha engañado, que si son unas elecciones impuestas, que si eran desde siempre la solución, serán seguro motivos de discordia. Pero será especialmente relevante saber si alguien vuelve a tener la tentación de apropiarse de la democracia.
Hemos escuchado que votar es democracia. Y es verdad, pero no siempre. Se puede votar en dictaduras, donde también hay refrendos, por cierto. Para poder votar antes hay que delimitar quién vota. En la antigua Atenas, por ejemplo, solamente lo hacían los hombres atenienses adultos y ciudadanos, lo que dejaba fuera a la mayoría de la población autóctona, así como a esclavos y extranjeros. Hoy día el espectro de personas con derecho a voto es mucho más amplio, aunque los extranjeros continúan siendo meros espectadores en casi todas las elecciones. No tienen derecho.
Hoy día el espectro de personas con derecho a voto es mucho más amplio, aunque los extranjeros continúan siendo meros espectadores en casi todas las elecciones
Así que no es evidente quién puede votar y quién no. Hay una ley que lo establece y una autoridad que la valida y la hace prevalecer. ¿Significa entonces que democracia es cumplir con las leyes vigentes? Sí, aunque no solo. Las dictaduras tanmbién tienen leyes. De modo que un estado de derecho no puede ser solo hacer cumplir las leyes. Si hay intérpretes (magistrados) es porque las leyes no son elementos cerrados. Su evidencia no es automática, su sentido remite a un contexto y su aplicación debe ser coherente con el espíritu de lo que es un estado de derecho.
Sospechemos de cualquiera que hable en nombre de la democracia, porque no hay eslogan que la agote. Ni siquiera proclamar que la democracia es el gobierno del pueblo (demos, en griego). ¿Quién es el pueblo? ¿Acaso una categoría moral que engloba al proletariado y las clases más desfavorecidas? ¿Quizás los que defienden una determinada opción política? Se dirá que no, pero como en democracia manda la mayoría, lo que el pueblo elija en mayor número esa será la elección del pueblo. Buen argumento, pero continúa sin responder por qué se deja fuera a una parte, porque no es todo el pueblo quien opta por esa mayoría, sino una significativa parte de él. La minoría también es pueblo.
Sospechemos de cualquiera que hable en nombre de la democracia, porque no hay eslogan que la agote
Qué es democracia no es un asunto fácil, y sin embargo en estos últimos años se ha venido tratando a la ciudadanía como si fuera un menor de edad. Y en parte somos nosotros, la ciudadanía, quién así lo hemos consentido. Se ha jugado con el lenguaje para hacer pasar por pureza democrática lo que era mero reduccionismo partidista: ni votar siempre es democracia (¿acaso no hace falta que las instituciones políticas afectadas por ley acepten como tales esos comicios?), ni con cumplir las leyes basta (¿dónde queda el arte político de saber interpretar y adaptar el código legal al servicio de la resolución de los desencuentros políticos, sobre todo cuanto el proyecto de convivencia se presenta como algo que es “de todos”?).
La democracia no es el menos malo de los sistemas políticos. Al contrario, es el más revolucionario y utópico. Revolucionario porque permite integrar la autocrítica como su pulso cotidiano, y utópico porque la perfecta combinación de estos y otros elementos (el establecimiento del interés general, el respeto a la moral privada o la regulación del sistema de mercado, por mencionar algunos) es imposible de alcanzar. Así que si alguien se proclama como su genuino defensor, que al menos no lo haga en nuestro nombre. De lo contrario correríamos el riesgo de ser culpables de nuestra minoría de edad, como diría Kant.
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Miquel Seguró es Profesor de la UOC – Investigador de la Càtedra Ethos (URL)
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