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“Las mujeres simpáticas no me interesan para nada, sólo las bellas”. La frase se escuchó en mi salón. Después vinieron mis risas.
Cambiaba yo de canal el viernes por la noche, con las lentillas recién quitadas y la piel oliendo a agua micelar y a limpio. Fernando Fernán-Gómez pronunció esas palabras y otras tantas en una deliciosa conversación con la cámara y con David Trueba y Luis Alegre, padres de esa criatura hecha documental llamada La silla de Fernando (2006). Escuché a Trueba en la entrevista previa decir que ese actor extraordinario con fama de malas pulgas era el conversador más inteligente que había conocido jamás, y que con esta película pretendía que ese privilegio de escucharle no se limitara a los invitados a su casa. Fernán-Gómez hablaba desde su salón y su relato acabó ocupando el mío, chaise longue incluída.
Debo tener la piel menos fina pasados los 40 y la tolerancia muy alta con los ancianos porque en todos veo un poco a mi padre
Esas palabras, pronunciadas hace más de una década, hoy se penalizarían y generarían controversia. A mí, como digo, me hicieron reír y también pensar que lamentablemente nunca se habría fijado en mí. Para mi amigo Jorge, sin embargo, la decepción con el personaje fue enorme, al encontrarse tras la pantalla a uno de los mejores actores españoles de todos los tiempos reducido a un tipo “rancio y misógino”. Debo tener la piel menos fina pasados los 40 y la tolerancia muy alta con los ancianos porque en todos veo un poco a mi padre y porque, qué quieren que les diga, no se le pueden exigir determinadas cosas a un señor que nació en 1921 y que se crió en esa España convulsa, pobre y aislada. Como si la excelencia en su profesión tuviera que fagocitarlo todo.
Tras la alegría por haber encontrado en la televisión algo decente con lo que ocupar mi inicio de fin de semana, me vino cierta melancolía. Se nos van las voces de una generación española con dignidad y ciertos arrestos. En dos semanas y media he perdido a dos miembros más de mi familia en un año para enmarcar en cuanto a ausencias. Mi tía Concha era la mayor de los Caballero y falleció con más de 90 años. La vi sonreír pocas veces y llorar unas cuantas. Tenía tanta fama de austera que mi padre hacía siempre la broma: “Voy a llamar a mi hermana a ver cómo está, porque ésta con tal de no gastar no descuelga ni el teléfono”.
También se ha ido mi tío Juan, probablemente los ojos azules más bonitos que he visto, una de las muchas víctimas de las prejubilaciones a una edad insultantemente temprana. Ocupó los últimos años de su vida laboral echando una mano a mi padre en un trabajo en el que lo importante se discutía en la barra del bar con un café solo y concentrado mientras se sorteaban las cabezas de gambas del suelo. También se apuntó a clases de bandurria porque de joven había sido tuno (el único tuno al que he tenido y tendré respeto).
Se me achica la familia y se me van voces e historias que nunca recuperaré. De los seis hermanos de parte de padre quedan los dos pequeños, que recuerdan en cuanto pueden cómo los mayores ejercieron de progenitores mientras el de verdad se iba a trabajar hasta la noche. Yo, para hacerme la fuerte, recurro a la broma de siempre: “A ver si nos vemos en otro sitio que no sea el tanatorio, haced el favor”, siendo consciente de que miento como una bellaca porque ya no estamos en edad de bodas ni bautizos y los divorcios aún no los celebramos, porque seguimos sintiéndonos de pueblo (de 170.000 habitantes, sí, pero pueblo) y guardando las apariencias y los fantasmas en los armarios.
Mientras, mi madre se enfrenta como puede a lo que viene, las primeras Navidades sin su marido. Ayer, cuando fui a verla, la pillé tarareando Suspiros de España (no tiene nada que ver con Cataluña, lo prometo) y abrazándose a una de las terapeutas. Me sonrió cuando aparecí con un sobre de jamón ibérico envasado al vacío que escondimos convenientemente en su cuarto. “¿Sabes que no paran de decirme que soy muy guapa?”, me dijo ruborizada. Y pensé en Fernán-Gómez.
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Autor >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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