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Léon Theremin inventó el theremin, en plena revolución soviética. Era un instrumento musical nuevo, y también revolucionario. Carecía de cuerdas, teclas, arcos. Fue el primer instrumento electrónico. Era un caja con dos antenas, y se tocaba con el cuerpo ante el vacío. Lenin quedó fascinado por ese nuevo instrumento. Llegó a entrevistarse con aquel joven físico bolchevique en el Kremlin. Se dice que Theremin, incluso, dio algunas clases de theremin a Lenin. El nuevo Estado apostó por el instrumento. Ordenó fabricar unos centenares, y envió a Theremin, ese nuevo emblema de lo nuevo, de gira por el mundo, a fardar. A finales, de los años veinte estaba en los Estados Unidos. RCA adquirió los derechos de patente y lo empezó a fabricar en serie. Fue el primer instrumento del mundo fabricado en serie, que es como se fabrican los objetos de consumo. La idea era que en cada hogar americano habría un aparato de radio y un theremin, ese instrumento sencillo que se podía tocar con el cuerpo. Pero en la práctica, RCA no vendió ni una escoba. Para poder ganarse la vida, Theremin inventó otras máquinas. Inventó, así, un pionero arco detector de metales, que se introdujo en alguna cárcel. La tecnología, en fin, sirve para hacer música, pero también para hacer prisiones. En los EE.UU., al estar al otro lado del arco detector, Theremin fue libre con ambas manos. Se casó con una mujer negra, una libertad poco usual en aquella época. Una época que, para él, acabó de forma abrupta. Antes de la WWII, Theremin fue raptado por el espionaje soviético. Fue de noche. Su esposa vio cómo se lo llevaban escaleras abajo. Nunca lo volvió a ver. Todo el mundo lo dio por muerto. En realidad, fue devuelto a la URSS, donde estuvo condenado a trabajos forzados en una mina de oro. Después, mejoró su castigo. Trabajó en un gulag de científicos, inventando cosas de espías. Inventó un aparato al que llamó La Cosa. Era un transmisor, indetectable, sin hilos. El KGB lo introdujo en la embajada norteamericana en los años cuarenta. No fue detectado hasta después de una década. Un crítico musical norteamericano, en los años sesenta, fue a la URSS. Asistió a un concierto de theremin. Su sorpresa fue ver que el instrumento lo tocaba el propio Theremin. No se volvió a saber nada de ese hombre hasta la Perestroika. Tras su segunda aparición, extraordinariamente anciano, llegó a asistir a algún festival techno en Occidente. La música techno es ese objeto tocado por instrumentos inconcretos. La escuchas y te hace sentir libre. Tal vez es la herencia de Theremin, que quedó como un fósil en un circuito impreso. O, tal vez, es algo anterior. Quizás es algo propio de la revolución y de sus instrumentos.
Unos años antes, Benjamin Franklin inventó la armónica de agua, en plena revolución americana. Era un instrumento nuevo, y también revolucionario. Carecía de cuerdas, teclas, arcos. Se tocaba con los dedos humedecidos en agua. Mozart, también masón y revolucionario, quedó fascinado por el nuevo instrumento. Llegó a componer alguna pieza para él. Mozart fue libre con ambas manos. Su música te acaricia la nuca y te hace sentir libre, a pesar de la terrible violencia sufrida en vida. Mozart, un compositor moderno, sufrió la represión moderna --quizás más moderna que la que recibió Theremin-- que es la económica. En su correspondencia, llegó a verbalizar la libertad bajo fórmulas fantásticas. Dijo, por ejemplo, que la libertad, aludiendo a la música, sólo existía entre barrotes. Es decir, en los barrotes del pentagrama. Es, por tanto, algo improbable. Pero que sucede. Son pequeñas explosiones trascendentes. Nadie es el mismo tras vivirlas. Finalmente, Mozart también fue enterrado en una fosa común.
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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