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Cuando desapareció Diana Quer me interesó leer mucho sobre su querencia al lumpen. No tanto por hacer lo facilón, eso de decir que las mujeres, puestas a elegir, nos quedamos siempre con el malo. Lo hice por curiosidad, puro morbo, por verme un poco reflejada. Seguramente ustedes no hicieron lo mismo.
Luego, pasados unos días, cometí otra torpeza, ésa que me dice en algunas ocasiones que hay que criticar siempre al que es más guapo y tiene más pasta que tú. Ya saben, lo de pobre niña rica pero es que los-ricos-también-lloran-porque-no-todo-van-a-ser-mieles-en-esta-vida-mientras-nosotros-padecemos-en-este-valle-de-lágrimas. No me siento orgullosa, pero prefiero ser sincera. Complejos, inseguridades y demagogia perfectamente compatibles con desear que esa historia tuviera final feliz.
Lamentablemente el final no ha sido así. El pasado día 29 se detuvo a un presunto sospechoso del rapto y el asesinato de Diana Quer. Con la mandíbula aún por cerrar y en pleno lamento por el desenlace me puse a pensar en sus padres. En el resto de su familia. Apenas me dio tiempo a pensar algo porque ya habían salido de su sarcófago los expertos. Expertos que saben, por supuesto, cómo resolver el tema del fondo de pensiones, el once de Lopetegui, las elecciones catalanas y los cambios que hay que hacer en la Constitución y en el Código Penal. Pero esta vez, además, venían a hablar de periodismo. A señalar, a marcar con su dedo acusador (el mismo que pide cada quince minutos libertad de expresión como expresión de democracia) al que no cumplió con sus preceptos (sigo buscando el libro en el que se recogen).
No conozco personalmente a algunas de las personas que se señala. Sólo sé que el periodista no está exento de cometer errores y que hay tipos despreciables como hay periodistas despreciables. Pero no me parece que arregle nada lo de marcar a alguien y llamar a los perros para que les muerdan. Algunos de ellos, quiero pensar, lamentan no haber frenado a tiempo, cuando la audiencia, los clicks y el ego se juntan y forman un gazpacho mortal. Yo también he hecho cosas lamentables tecleando, que levante la mano quien se libre.
Esta mañana escuchaba a un periodista de El Mundo en la radio (es uno de los medios que señalan los guardianes de la galaxia del periodismo) decir que lo que se ha hecho en la televisión con este caso es lamentable. Me pregunto si ha visto alguna vez esas denominadas tertulias de actualidad; porque los que las forman suelen ser del equipo de redacción de periódicos como el suyo y la competencia. La culpa es de la tele. Ya.
También me resisto a entrar en ese otro jardín que es el que dicta que si naces hombre estás condenado a ser un miserable machista aparte de violento. Hay hombres malos como hay mujeres miserables. Si alguno de ustedes no conoce a algunos de estos especímenes que se ponga en contacto conmigo porque tiene una entrevista. Claro que después de esto ya no sé si estoy capacitada para definirme como feminista, cuando encima considero que la mejor persona que conozco es un hombre y vive conmigo --tengo un niño de siete años al que no sé si sabré educar adecuadamente--.
Tampoco sé si debería abandonar mi oficio porque esta mañana, en vez de levantarme y luchar contras las injusticias y el patriarcado que nos domina, me he ido al dentista. Y mientras esperaba a escuchar mi nombre sentada en la sala de espera, me he puesto a ver las portadas de las revistas del corazón de los miércoles y he leído un artículo que recoge los tuits de algunos famosos lamentando el triste final de una joven de 18 años que nos ha tenido más entretenidos que preocupados durante año y medio. En vez de hacer periodismo. ¿Alguien me explica cómo se hace?
Cuando desapareció Diana Quer me interesó leer mucho sobre su querencia al lumpen. No tanto por hacer lo facilón, eso de decir que las mujeres, puestas a elegir, nos quedamos siempre con el malo. Lo hice por curiosidad, puro morbo, por verme un poco reflejada. Seguramente ustedes no hicieron lo...
Autora >
Ángeles Caballero
Es periodista, especializada en economía. Ha trabajado en Actualidad Económica, Qué y El Economista. Pertenece al Consejo Editorial de CTXT. Madre conciliadora de dos criaturas, en sus ratos libres, se suelta el pelo y se convierte en Norma Brutal.
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