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Antropoceno cultural, más allá de la geología

Si queremos compararnos con las descomunales fuerzas naturales que esculpen el planeta deberemos admitir que nuestra aportación es cultural, es decir, una manera de entender y actuar

Antonio Aretxabala 22/10/2018

<p>Trinity test, primera detonación de armamento nuclear, el 16 de julio de 1945.</p>

Trinity test, primera detonación de armamento nuclear, el 16 de julio de 1945.

Berlyn Brixner

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A lo largo de este otoño se celebra en Madrid, en la Universidad Autónoma, el simposio nacional sobre Antropoceno. Desde un punto de vista multidisciplinar se analiza no sólo el enorme impacto del ser humano en la dinámica planetaria, sino si realmente dicho impacto podría ya considerarse una nueva época en lo que a tiempo geológico se refiere. Así se daría continuidad a la historia de nuestra Tierra después del Holoceno, el último episodio posglacial del Cuaternario que comenzaría tras la última glaciación.

Han sido casi 12.000 años en los que de una interfaz helada entre el cielo y el subsuelo pasamos de un páramo helado a un espacio biofísico donde el clima se suavizó, la temperatura global aumentó cerca de 6ºC y todos los patrones dinámicos externos cambiaron: los procesos de esculpido del paisaje mutaron; el majestuoso y a veces vehemente encuentro entre la atmósfera, la hidrosfera, la biosfera y la corteza, propició las condiciones tanto amables como violentas para que una especie, el homo sapiens, se expandiese por prácticamente todos los ambientes terrestres externos. Pero los cambios superficiales no fueron los únicos, los cambios globales afectaron también a las capas más profundas. 

El nivel del mar aumentó 130 metros tras fundirse la asombrosa cifra de 52 millones de kilómetros cúbicos de hielo que conformaban aquel enorme continente helado. Éste se desparramaba invadiendo valles, reequilibrando los movimientos del agua sólida, líquida y gaseosa de todo el planeta. Pero también la liberación de ese peso de hielo propició el rebote elástico de regiones enteras, un proceso que aún continúa. La Península Escandinava por ejemplo, se elevó en algunas zonas hasta 300 metros, Islandia, liberada de ese tapón de capas kilométricas de hielo explotó en una actividad volcánica desenfrenada. Enormes espacios de Norteamérica, Groenlandia o Asia continúan en su respuesta elevándose, otros lugares que perdieron ese peso siguen generando movimientos que ahora son bastante indeseados, el homo sapiens los denomina terremotos. Hoy prácticamente sabemos cómo se desencadenan y también cómo desencadenarlos, pero no sabemos pararlos.

Desde las caprichosas furias de dioses como Poseidón, el castigo divino por nuestros pecados fueron sus causas, más antropocéntrico imposible. Más tarde tras el nefasto terremoto de Lisboa de 1755 vino una nueva explicación: la electricidad. Casi al mismo tiempo el fuego interno de Julio Verne precede a la tectónica de placas que se presenta en esta recta final: aire, agua y fuego parecen ser responsables de nuestras desgracias con el cuarto elemento, la Tierra, la que nos sustenta como mundo sólido pero a veces no tan estable como quisiéramos. Aplacar la ira divina con sacrificios, oraciones o penitencias, colocando enormes paratemblores metálicos a las afueras de las villas y ciudades, o excavando pozos en los centros de las plazas para que se escapase el fuego interno, como aún podemos ver en algunos pueblos de Granada, fueron soluciones hasta hace bien poco enfocadas a intervenir en una dinámica planetaria que siempre creímos conocer. Las relaciones climáticas, telúricas, hídricas y biológicas en un planeta en el que todo está conectado, apenas las comenzamos a comprender, pero menos aún las podemos controlar. 

La obra de Anthropos

Cuando hablamos de Antropoceno imaginamos un ser humano (Anthropos) como una fuerza modificadora del planeta comparable a las descritas. Es muy probable que nuestras actividades desde la revolución neolítica, el desarrollo de la agricultura, la ganadería o las primeras actividades extractivas y manufactureras sean en cierta medida responsables de un incremento global de las temperaturas, de un cambio importante en la distribución de ciclos como el del nitrógeno y el CO2 que tuvieron un impacto favorable a nuestros deseos de estabilidad. Tampoco es descabellado reconocer nuestra responsabilidad en muchas de las catástrofes creadas tras la modificación del medio natural que tantas vidas ha costado. Presas que arrasaron enormes comarcas tras su rotura, regiones enteras contaminadas bien de metales tóxicos, productos cancerígenos o radiactividad, son efectos derivados de esa búsqueda tantas veces fallida de control. ¿Y si lo que sucede es que fallamos en nuestra actitud? Pues entonces si realmente queremos compararnos con las descomunales fuerzas naturales que esculpen el planeta deberemos admitir que nuestra aportación es cultural, es decir, una manera de entender y actuar.

Dicho de otro modo, si por tan poderosos nos tenemos asumamos que no todo el Anthropos es responsable de dichos cambios, ya que no toda la humanidad se embarcó en una desenfrenada labor de esquilmado, saqueo y extracción de recursos sin medida, quemándolos, diseminándolos por tierra mar y aire o enterrándolos o arrojándolos donde menos esfuerzo costase, normalmente a nuestro basureros favoritos: atmósfera e hidrosfera. Paradójicamente, y como es habitual, sólo uno de cada cinco humanos que habita el planeta podría incluirse verdaderamente como responsable directo de tanto derroche; y es precisamente ese, el que lo hace, el que ha inventado el término Antropoceno. Dado su bagaje cultural, podría haberlo llamado Capitaloceno, puesto que la organización social basada en la acumulación de capital es la que se aseguró el desenfrenado e insostenible consumo de recursos. Sólo hay un planeta y algunos vivimos como si dispusiéramos de media docena. Machoceno o Faloceno responden de manera muy acorde a esa actitud comparable a una violación para satisfacer el instinto. Catastrozoico, Angloceno y tantos términos en la literatura especializada miran el fenómeno desde diferentes perspectivas que la persona que lea esto intuirá con facilidad.

Pero he ahí una cuestión que no debe pasar por alto: está en la herencia y manera de actuar (su actitud) de esa persona de cada cinco, el socializar las pérdidas individualizando las ganancias; lo hace desde que inventó una organización social basada en el crecimiento continuo del capital a costa de lo que sea, su salud, la de los demás o la del planeta. Así se jacta de su progreso tecnológico a costa de las otras cuatro, pero los efectos secundarios son culpa de todas. Antropoceno le viene como anillo al dedo. Arrogancia, disimulo o ejercicio de cinismo que una nueva época facilita para diluir responsabilidades. Hemos empezado a pensarnos dos veces cuánto petróleo podemos quemar, cuántos bosques podemos talar, cuántos peces podemos pescar. Empezar a pensar en cuánto cemento podemos permitirnos no estaría de más.

Dos son los sectores por ejemplo, que han elevado la concentración de CO2 atmosférico y la temperatura global responsable del cambio climático (el consenso científico es ya del 99%) por encima de las 400 ppm y ya cerca de los 2ºC en unas decenas de años, nada parecido se ha visto en los últimos dos millones de años cuando homo sapiens aún no estaba: son la industria del hormigón y simultáneamente la energía fósil. Ambas se han expandido en el último siglo hasta el punto de que hoy tres de cada cuatro personas en este planeta habitamos espacios interiores o rodeadas de alguna estructura de hormigón que por supuesto fue elaborada, transportada y puesta en obra con fósiles. 

El aspecto más aterrador de nuestra dependencia tanto de esa roca natural arrancada, cocida, transportada y colocada como de la energía solar fosilizada (carbón, petróleo y gas) es que las grandes infraestructuras y las estructuras de nuestras viviendas no durarán un siglo, algunas ni medio. La gran mayoría están siendo o tendrán que ser reemplazadas, mantenidas a un coste terrible o demolidas, y relativamente pronto. Los avisos ya han venido del viaducto Morandi o del estado de nuestras carreteras, por no hablar de los reconocidos 56.000 puentes obsoletos en EE.UU., el cada vez mayor costo de mantenimiento de vías férreas y tuberías urbanas o el abandono y rescate de aeropuertos sin aviones, autopistas sin coches, presas que almacenan aire, hospitales sin médicos, centrales nucleares agonizantes…

Asumimos desde la euforia del control (aunque de manera errónea) que nuestro hormigón cocido con energía fósil era tan duradero como el romano, o como la misma piedra a la que imita. Nos equivocamos, el hormigón envejece, falla, se rompe y se fractura de muchas maneras. El calor, el frío, los temblores y vibraciones, muchos productos químicos, la sal, la humedad, atacan esa roca artificial aparentemente sólida, la debilitan y la descomponen, por dentro y por fuera. Se podría decir que nuestras ciudades son como fugaces castillos de arena. Pero desde el año 2010 más de la mitad de la población vivimos en ellas, una nueva experiencia para la vida en el planeta.

Una urbanosfera de roca artificial

La urbanosfera formada por unidades llamadas ciudades, es posterior a la formación de la corteza, la hidrosfera, la atmósfera, la biosfera y la noosfera (esfera del conocimiento), sería la red neuronal que dibuja un Antropoceno cultural (apenas geológico) compuesto de arena pobremente pegada con una edad limitada. El reconocimiento geológico para este momento aún no existe, todavía es virtual, pero culturalmente es real. Estas unidades estructurales planetarias son enormes vórtices devoradores de recursos y generadores de ingentes cantidades de residuos. El planeta hace tiempo que es incapaz de metabolizarlos. A una media de dos kilómetros de cualquier lugar tendríamos una carretera de asfalto o una estructura de hormigón cuyo uso pronto deberá ser repensado, puesto que tras 2006 (año del Peak Oil) con el encarecimiento y escasez de petróleo y sin sustituto a la vista, las cosas nunca serán como en el siglo XX.

Aquel despegue histórico de crecimiento económico que parecía imparable fue posible porque durante millones de años el único planeta del sistema solar con tectónica de placas (que se sepa) recogió y atesoró la labor de parte de una de sus esferas: la vida. Una pequeña parte de la energía solar que recibía la Tierra hace millones de años fue atrapada por la fotosíntesis, enterrada, cocida y devuelta como energía solar fósil a coste cero. Fue lo que apuntaló el trabajo necesario para tanto crecimiento. Arrancar rocas, cocerlas, mezclarlas con agua imitando los procesos de erosión, transporte y sedimentación, para conformar la milagrosa roca artificial que ha conquistado el planeta (el hormigón armado) ha supuesto en un siglo quemar cada año el equivalente al trabajo de dos millones de años de las otras fuerzas que esculpieron nuestra casa común. Es decir, no sólo nos hizo poderosos, además somos rápidos, muy rápidos. Eso sí, para quemar y calentar nuestra casa global, es lo que mejor sabemos hacer. El nunca mejor llamado “oro negro”, ese regalo de Gea, casi nos hace dioses, y creyéndonos serlo nos propusimos echar un pulso a las descomunales fuerzas de la Naturaleza con las que optamos a equipararnos, un pulso que desde hace más de una década nos está extenuando.

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Antonio Aretxabala es geólogo investigador en la Universidad de Zaragoza. Es Vocal de Ciencias del Ateneo Navarro. Ha sido Delegado del Colegio de Geólogos en la C. F. de Navarra y 25 años director técnico del área de hormigón armado (HA) y suelos (SE) del laboratorio de Arquitectura de la Universidad de Navarra, así como profesor en su Escuela de Arquitectura y de Ciencias. Participa en un debate científico internacional que busca explicar la sismicidad intraplaca y la de origen climático, también la antropogénica y sus consecuencias, sobre los efectos del peak oil, el agotamiento de los recursos y las nuevas tecnologías no convencionales de extracción de combustibles fósiles, el cambio climático derivado y el impacto en las ciudades, así como la adaptación de las mismas hacia un urbanismo geológico.

CTXT organiza las I Jornadas Feministas en Zaragoza el 8 y 9 noviembre. Durante dos días, más de 40 ponentes debatirán para cambiar el mundo desde el feminismo. Puedes mandar tu idea a jornadasctxt@gmail.com. Si...

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6 comentario(s)

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  1. ander

    A cayetano. Por decirlo resumido. Esa represión, imposición, y vuelta al fascismo no es más, ni nada menos, que el capitalismo por otros medios. y van ganado de calle. No es casual que sea Brasil uno de los invadidos por esa "ideología", tiene las mayores reservas forestales y está muy cerca del gringo.

    Hace 5 años 11 meses

  2. cayetano

    A Ander, fijate Bolsonaro ha sacado más de 10 puntos de diferencia, situándose en el 56%. Parece que la desorientación es general, hasta el punto que en elDiario.es se dice "confirmándose los temor internacional de las izquierdas"; y es que al parecer el temor es de las izquierdas, no de los demócratas. Y en este caso, también de todos los ecologistas del Mundo, por la agresión que supondrá para la Amazonia. Parece cómo si a las derechas se les negara en unos casos y en otros hubieran rehusado del valor democrático. Parece como si la corriente que se impone entre las derechas es esa, la imposición, la exclusión, la renuncia a gobernar para todos y hacerlo sólo para los suyos, es decir, buscar el conflicto y no el consenso. Así lo explicitaba ayer Casado, el no tiene nada que ofrecer a la mitad de los catalanes, más que la represión y continencia de sus deseos, renunciando a cualquier tipo de diálogo y consenso, dado por imposible. El problema de Casado es doble, desde el PP no puede representar la ilusión ficticia o no de cambio, y los ritmos en España no son los de Hungría o Brásil habiéndose precipitado pensando en un contexto de cultura política que no sabemos si llegará a madurar. Ya lo dijo Villalobos el PP con Casado acabaría convirtiéndose en una secta, ella es exagerada, pero que van a chupar rueda en la reconciliación de la derecha es muy probable. Un cordial saludo.

    Hace 6 años

  3. cayetano

    A Ander, es peor, no saben qué hacer y las respuestas de los pueblos alentando las ultraderechas, indica que no son los únicos desorientados. Se sabe que no debemos hacer, pero no qué hacer sin terminar acelerando el Fin. Leía días pasados un artículo en Público sobre la Tormenta Perfecta, nombre que dan algunos a la Crisis Internacional que vaticinan para 2020. Asistamos o no a este recrudecimiento de la Crisis social en 2020(la económica desvinculada de la social, la agudiza). La auténtica tormenta perfecta se da por la coincidencia de la dimensión económica y social por cambios del relieve o paisaje humano, con la crisis ecológica agotada por la huella ecológica del consumo humano que acelera los cambios climáticos. Esa doble coincidencia, no va a dejar posibilidad de bunkerización perdurable en el tiempo, podrá durar más su agonía, pero no será vida y lo será por poco tiempo. Pese a ello, no se sabe como cambiar sin acelerar el final, ese es el drama. La realidad es que o cambiamos el valor de la relación social e intercambio, el trabajo/capital, o no hay salida. Jeremy Rifkin ceo de un think thank asesor de multinacionales sobre los retos de las nuevas tecnologías, y otros muchos asesores sobre la cuestión, plantean entre las alternativas el monopolio,... Pero fundamentalmente plantean el acceso o control al Big Data, dado que el negocio no estará tanto en la producción como en la comercialización (no distribución), es decir, el valor añadido en la relación humana, vendrá ofrecido por la capacidad de conocer las personalidades e interactuar -manipular- para vender productos. Pero dicha realidad tendrá que sostenerse igualmente sobre unos nuevos valores de relación diferentes al trabajo, como medio de consumo-compra de dichos productos. Es decir, el valor de relación podría venir determinado por el Gran Ojo, o los grandes ojos, con opciones en apariencia diferenciadas que permitieran al menos la apariencia de libertad de elección. Sin embargo, como andar esos caminos, con el decrecimiento demográfico, y sin necesidad de mayor consumo de materia y energía, es la dinámica sistémica a superar. Y partiendo de la realidad actual, sólo podría ocurrir por un gran pacto o acuerdo, nuevo contrato social que rediseñara una nueva sociedad. Hacerlo con diferencias según los distintos desarrollos y culturas, favoreciendo honestamente sinergías de desarrollo en el tercer mundo y en vías de desarrollo, sería otra de las cuestiones a abordar. Lo contrario es meternos el vericueto de elevar la tensión a la ruptura que acelera el final, vamos un follón que requiere de consensos sociales,económicos, políticos y supraestatales, en un nuevo status quo internacional proactivo en dicha dirección, generador de estabilidad y no inestabilidad como está ocurriendo actualmente. Actualmente las respuestas que estan avanzando son a la aceleración del conflicto tanto social, estratégico internacional como ecosistémico; esperemos que cambie el rumbo y generemos sinergias contrarias permitiendo responder a tiempo a los cambios ecosistémicos y evitando la confrontación mundial. Un cordial saludo.

    Hace 6 años

  4. ander

    Lo que todavía no entiendo es cómo es posible que sabiéndose esto (con un "consenso científico del 99%") quienes tienen responsabilidad y poder no están tratando de, no ya revertirlo, que es imposible, pero al menos de aplazarlo o suavizarlo. Dirán que es una reflexión o pregunta inocente. Planteármelo de otra manera sería pensar que una minoría (las élites teramillonarias que acaparan la "riqueza") consciente del problema pretende construirse su burbuja dejándonos afuera a los demás, tratando de sobrevivir en la distopía, pero claro, en realidad esto último ya ESTÁ PASANDO, aunque desde esta parte del mundo no alcanzamos a verlo ¿O sí? (NO!)

    Hace 6 años

  5. Godfor Saken

    “The Cancer Stage of Capitalism”: https://www.globalresearch.ca/the-psychological-depths-of-the-cancer-stage-of-capitalism-healing-our-collective-sickness/5576765

    Hace 6 años

  6. cayetano

    El capitaloceno es un sistema y en él, aun recayendo la responsabilidad finalmente en personas, no puede considerarse a las personas individualmente responsables, culposas. Como sistema encierra una dinámica en la que hay individuos que consumen la vida y otros, que marginados, aspiran a consumirla. Las salidas o son sistémicas y responden a una realidad socio-cultural, o probablemente alimentarán alternativas más depredadoras, que acelerarán más los procesos de cambio aumentando las catástrofes. La reutilización y/o reciclado de los materiales de construcción, así como el uso de nuevos materiales de construcción menos depredadores desde la perspectiva del consumo integral y residuo. También el urbanismo que reduzca los costes ambientales, en términos de movilidad, servicios, abastecimientos de energía, agua, son trememdamente importantes. Pero el logro mayor que debemos afrontar y al que nos veremos obligados, es a acabar con el valor del trabajo como mediador predominante de la relación social. La elevación de la productividad tecnológica y automatización empujan en esa dirección. Pero es que sólo desde esa perspectiva social, podremos responder al real reto del decrecimiento, el decrecimiento demográfico que permita la regeneración del planeta. Y probablemente desde nuevos valores de relación social, cabría la posibilidad de ayudar honestamente al desarrollo del Tercer Mundo, propiciando así, el decrecimiento demográfico mundial. O somos capaces de abordar estos retos, o la vida caso de sobrevivir será distópica, extendiéndose la realidad distópica que viven hoy millones en el Tercer Mundo, por estar fuera de los circuitos del valorización internacional, valor, vaya palabra. Es un gran artículo, que se comparte desde la pe a la pa, pasando por la pepa. El relieve humano que se describe de construcciones e infraestructuras, es eso, relieve humano que en nuestra arrogancia llamamos antropoceno, olvidando que no todo el relieve es humano, y que no todo es relieve. Un cordial saludo.

    Hace 6 años

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