Rehabilitar como primer paso
‘Todo lo ocurrido en España es una insurrección contra la inteligencia’, dijo Azaña desde el exilio, en junio de 1939
Jaume Claret 25/01/2019
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La anunciada rehabilitación de siete científicos castigados por el franquismo y la creación de una comisión de trabajo para la reposición de los miembros de las diferentes Academias sancionados por la dictadura, por parte del Consejo de Ministros el pasado 21 de diciembre en Barcelona, debería ir más allá de la reparación de una flagrante injusticia. Así, la necesaria exoneración debería generalizarse a todo el profesorado depurado por razones ideológicas y, sobre todo, debería servir para impulsar una nueva historia de las ciencias y las letras españolas que, con voluntad inclusiva, recuperase para el relato y el acervo común lo que borró la represión y lo que ignoró la estupidez.
“Todas las informaciones que recojo prueban que, sin haberse retirado la ola de sangre, ya se abate sobre España la ola de la estupidez en que se traduce el pensamiento de sus salvadores.” Ya desde el exilio en junio de 1939, el presidente Manuel Azaña no se llamaba a engaño sobre las consecuencias que, sobre las ciencias, las letras y el conocimiento, iba a tener la naciente dictadura: “Todo lo ocurrido en España es una insurrección contra la inteligencia”. Bajo criterios ideológicos y políticos, cuando no directamente por envidias o venganza, laboratorios, bibliotecas y aulas fueron purgados. Las cátedras se convirtieron mayoritariamente en botín de guerra para los vencedores, mientras los vencidos eran apartados, sancionados, encarcelados o asesinados. Tan sólo en la pequeña Universidad de Granada fueron ejecutados cinco catedráticos, el rector Salvador Vila Hernández entre ellos, y un profesor auxiliar. Quien pudo escapar, tomó el camino del exilio.
A nadie se le escapaba la gravedad de la pérdida y el propio ministro franquista de Educación Nacional, Pedro Sainz Rodríguez, en un ataque de sinceridad, calificaba el éxodo de intelectuales como “uno de los más graves problemas que la Guerra Civil plantea a la cultura española”, tan sólo comparable con “la emigración de los afrancesados a raíz de la Guerra de la Independencia”. A este ‘atroz desmoche’, en definición de Pedro Laín Entralgo, se sumó la apropiación de los trabajos de colegas exiliados, sancionados o asesinados, la expoliación de bibliotecas privadas y la tergiversación de la historia. Con cuarenta años de margen, se borró con tremenda eficacia la memoria de los vencidos, se reescribió la trayectoria de los vencedores y nos quedó una universidad más hija de la universidad franquista que de la republicana. Evidentemente, en esta desgraciada herencia hubo excepciones, pero, en general, la conexión con aquella edad de plata republicana se perdió.
Con todo, el perjuicio fue sobre todo local. Buena parte de esa intelectualidad expulsada de su país pudo retomar su carrera académica, principalmente al otro lado del Atlántico. Para los países de acogida, el exilio español realizó aportaciones decisivas en la consolidación de las estructuras educativas, en el desarrollo de diversas disciplinas científicas, en el avance de la investigación en ciencias y humanidades y en la consolidación social, económica y política. La tardía recuperación de la democracia en España impidió, por pura biología, que hubiese un retorno significativo de aquel exilio (Francisco Giral y Agustín Pérez de Vitoria fueron excepción). Tampoco la Academia española parecía interesada en recuperar un pasado que necesariamente la obligaba a cuestionar su propia genealogía, no porque perviviera en ella el franquismo, sino porque la forzaba a cuestionar a sus maestros. Se perdió así la oportunidad de potenciar una historia de las ciencias y las letras inclusiva, sumando al relato a una generación más olvidada que perdida, cuya brillantez fue sepultada por razones espurias a las académico-científicas.
Sin embargo, no todo ha sido silencio y, poco a poco, se ha recuperado la memoria de profesores singulares, se han restituido retratos en algunas galerías de personas ilustres, se han rebautizado espacios con sus nombres, se han recuperado algunas de sus obras, se ha investigado sobre lo sucedido, se han celebrado actos de desagravio y memoria… Iniciativas loables y necesarias, pero no generalizadas ni coordinadas. Disponemos de una Fundació Bosch i Gimpera, de un Colegio Mayor Rector Peset o de un Centro Complutense de Interpretación de la Ciudad Universitaria, pero en general pervive la censura respecto de la historia del conocimiento, interesadamente establecida por el franquismo. En su reciente La ciencia en España 1814-2015, el profesor Luis Enrique Otero Carvajal incluye un revelador subtítulo: Exilios, retornos, recortes. Quizás convendría empezar a revertir este sesgo a través de la memoria, la planificación y la inversión. Nadie dijo que fuera fácil.
Cuentan que cuando al historiador Ramón Carande, famoso por su capacidad sintética, le pidieron que resumiera la historia del país en dos palabras, respondió sin dudarlo: “demasiados retrocesos”. Tomen nota nuestros dirigentes, sepan priorizar el interés público por encima del cortoplacismo egoísta y creamos en la capacidad transformadora del conocimiento: recuperando el del pasado, creyendo en el del presente e invirtiendo en el del futuro. De lo otro, ya hemos tenido bastante.
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Jaume Claret es profesor de la UOC, autor de El atroz desmoche. La destrucción de la Universidad española por el franquismo (Crítica, 2006).
La anunciada rehabilitación de siete científicos castigados por el franquismo y la creación de una comisión de trabajo para la reposición de los miembros de las diferentes Academias sancionados por la dictadura, por parte del Consejo de Ministros el pasado 21 de diciembre en Barcelona, debería ir más allá de la...
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