
Griezmann, en el momento de batir a Courtois y hacer el 1-1.
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Nunca acaba de narrarse la crónica de un Atleti-Madrid, ni con un 4-0 ni con un 1-2. Da igual que ganes con gloria o pierdas con honestidad, abarca tantas versiones y teorías que si empiezas a olvidar puedes buscarte la ruina y palmar el partido. Pocos partidos con más aprendizaje que el gran derbi de Madrid. No solo hay que ensayar la cara de euforia controlada, la salvaje, sino también la de tonto. Y volver a trabajar, para volver a ganar, pero es que además el Atleti hay veces que perdiendo acaba ganando; hasta los grandes clásicos de la literatura acaban así, con un grito de entusiasmo en mitad de la fatalidad. Incluso en Sevilla se acabó ganando que viene a ser perder con dignidad, o de otra manera se acabó perdiendo para ganar el Madrid (quién sabe). Respecto a la primera versión, la derrota digna ¿Han visto cuántos lloros de Simeone y sus jugadores sobre el clarísimo penalti a Morata del pasado domingo? Ninguno. Por esto también somos del Atleti.
Pero prosigamos con algo manifiesto no de manera extra-luminosa pero sí con cierta claridad: el Atlético es favorito para ganar al Real Madrid. Sé que en estos tiempos no les estoy descubriendo la pólvora pero he anhelado muchos años la escritura de esa frase que cogió mucho polvo en los ochenta y parte de los noventa y hoy día está limpia y nívea como el blanco Madrid. Y así se va contando la historia. El Atleti ganará el derbi (la profecía es la vida del fútbol, un juego de terribles probabilidades) porque la capacidad de este equipo transforma la roca en caviar en minutos y el fútbol es resistencia y calidad, y porque se lo deben a una leyenda de su historia, Isacio Calleja. Y por eso somos del Atleti, porque nos interesan los únicos tres temas universales, el amor, la muerte y el fútbol. Y porque cuando somos favoritos, perdemos, y qué bonito es perder de favorito.
Bajo el disfraz de escuadra acorazada, custodia el Atlético futbolistas colosales, algún veterano con dos millones de expectativas (Diego Costa, la arrolladora fuerza de las catástrofes naturales), Thomas (no solo rompe filas sino que conduce, tiene verticalidad y deja al equipo con diez en la extrema necesidad) cuyo cielo azul oscuro muy negro se alza más alto cada día, Godín y Giménez, figuras sigilosas, indomables y épicas, gente de otro tiempo, Oblak, redentor de la vida, Griezmann, el otro valedor de la supervivencia. Calidad excepcional y liderazgo. ¿Un equipo violento, belicoso? No, un equipo descomunal. Y por eso también somos del Atleti.
Se abrió el telón con atmósfera inmejorable, ambientazo, tifos, banderas, pasión, himno a capela, el minuto de silencio de la leyenda, Isacio Calleja, y dominio alterno que viene a ser algo parecido a la tregua de los titanes. En el camino un derbi atronador que perdió el Atleti justo por abandonarse en una de sus señas de identidad, la ferocidad. En el ocho se definió por un leve intervalo la presión del Atlético y al Madrid la pelota le quemaba en los pies. Se internó Thomas en el área y un potente disparo se fue arriba. Respondió Modric de cabeza y el balón se marchó desviado, y ahí fue cuando el Madrid se vio con cierta confianza, le duró la posesión y Casemiro abrió el marcador tras córner de Kroos cuando todos los hombres del Atleti estaban centrados en Ramos (ay, qué daño) y tuvo la opción de rematar de chilena y batir a Oblak. No se rindieron los rojiblancos: Correa luchó un balón, se lo arrebató a Vinicius y pasó en profundidad a Griezmann que batió a Courtois mano a mano por debajo de las piernas con suprema elegancia, VAR mediante. Comenzó el partido de la controversia, las faltas, el juego duro y las sucesivas reclamaciones a Estrada. Entre tanto, un Godín inconmensurable superó batallas contundentes (como todo balón en los pies del Madrid) y le ganó la contienda a Vinicius robándole un esférico mortífero antes del remate.
En el 42 se adelantó el Madrid tras un dudosísimo penalti de Giménez sobre Vinicius (en todas partes), confirmado por el VAR. Marcó Sergio Ramos con infame y admirable precisión, como maravilloso y exacto fue el gol de Morata en la segunda parte, picando a la perfección frente a Courtois un balón largo de Giménez. VAR, te amamos, te odiamos tanto. Una obra de especialísimo talento fluctuante en la nada. Y más patadas, y más penaltis. De Casemiro a Morata. Y todos los recursos perdidos porque la picaresca reemplazó a las piernas, salvando a Modric que tuvo más agudeza que malicia y abrió a Bale para guillotinar el partido, con corte de mangas incluido.
Preciosa la apatía galesa.
Gente marchándose abatida del Metropolitano en el minuto 80, ahí sí me hice una categórica demanda: y yo qué sé ya por qué razón somos del Atleti. Será que hemos vuelto a ganar perdiendo.
Precioso nuestro ensayo de la cara de tonto.
Ah. Y una propuesta al club: pidan que quiten el VAR, que los robos con VAR duelen el doble porque son dobles.
Nunca acaba de narrarse la crónica de un Atleti-Madrid, ni con un 4-0 ni con un 1-2. Da igual que ganes con gloria o pierdas con honestidad, abarca tantas versiones y teorías que si empiezas a olvidar puedes buscarte la ruina y palmar el partido. Pocos partidos con más aprendizaje que el gran derbi de Madrid. No...
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Javier Divisa
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