Amos Oz y la mentira sionista liberal
El judaísmo humanista y democrático que defiende Oz es fundamentalmente incompatible con el deseo de un Estado de mayoría judía
Nathan Goldman 13/02/2019
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Amos Oz, probablemente el novelista israelí contemporáneo más conocido, es desde hace tiempo un declarado defensor de las políticas del sionismo liberal. Los liberales sionistas, que se encuentran a medio camino entre el sionismo de derechas y el anti o post sionismo, creen que Israel tiene el derecho de existir como patria para los judíos, que ese Estado debe ser una democracia liberal, y que los palestinos, también, tienen derecho a poseer una patria nacional. Uno de los aspectos centrales de esta ideología es el apoyo a una solución de dos Estados, que es exactamente lo que Oz lleva defendiendo desde que terminó la guerra de los Seis Días en 1967, mucho antes de que tantos otros abrazaran esa causa. En la actualidad, para muchos judíos de izquierdas en Israel y en todo el mundo, el sionismo liberal lleva décadas siendo una creencia de sentido común.
Pero la crisis ha llegado. Los defensores del sionismo liberal están fuera del poder tanto en Israel como en Estados Unidos, su principal partidario y aliado. Bajo el mando de la derecha israelí, la ocupación de los territorios palestinos se ha consolidado aún más y, al mismo tiempo, el Gobierno ha reprimido la disidencia interna (y externa). En diciembre del año pasado, Trump cumplió una promesa electoral al ordenar que la embajada de Estados Unidos en Israel se trasladara a Jerusalén, ciudad que reconoció formalmente como la capital de Israel, en lo que supone una afirmación de la soberanía de Israel. Las circunstancias políticas presentes han hecho algo más que desbancar al sionismo liberal de los resortes del poder: han provocado una confrontación con los propios principios de la ideología. El sionismo liberal pretende encontrar un equilibrio entre el carácter judaico de Israel y su carácter democrático. Sin lugar a dudas, en la forma actual que adopta el Estado, ha primado aquel frente a este. Este carácter se hizo explícito cuando se aprobó en julio la “ley del Estado-nación judío”. No obstante, los sionistas liberales esperan poder recuperar el equilibrio, aunque cada vez parezca estar más claro que las dos ideas (Israel como democracia e Israel como Estado judío) son tan irreconciliablemente opuestas que cualquier intento por reconciliarlas está condenado al fracaso desde el principio.
Este es exactamente el tipo de pensamiento que el libro de Amos Oz, Estimados fanáticos: cartas desde una tierra dividida, intenta combatir. Estimados fanáticos, que se publicó originalmente en hebreo en 2017 y ahora acaba de aparecer en Estados Unidos en la traducción inglesa de Jessica Cohen, es un grito de guerra para los sionistas liberales que cada vez están más preocupados porque su visión del futuro de Israel no se ha materializado. El libro se esfuerza por dar la mejor impresión de claridad, franqueza y optimismo sensato. Es un cóctel narcótico de consuelo y filosofía superficial para aquellos moderados que esperan que pase la era del extremismo, y puedan recuperar el control de Israel para llegar a una conclusión de manera razonable.
cada vez parece más claro que las dos ideas (Israel como democracia e Israel como Estado judío) son tan opuestas que cualquier intento por reconciliarlas está condenado al fracaso
Los tres cortos ensayos que componen Estimados fanáticos están unidos por la idea de que el extremismo (de ningún tipo en particular, sino el “fanatismo en sí”) es el enemigo de la gente razonable, en Israel y en todo el mundo. Oz escribe en el ensayo que da nombre al libro que “a medida que las cuestiones se vuelven más difíciles y complicadas, la gente anhela soluciones más sencillas”. Bueno, él al menos parece quererlo así. Enfrentado a un mundo plagado de diversas formas de violencia política, Oz deja claro desde el principio que Estimados fanáticos renunciará a todo tipo de análisis material y a las cuestiones de poder, historia e ideología en pro de la reflexión sobre ese elemento retórico que sirve para todo: la naturaleza humana. “El fanatismo”, escribe, “es mucho más antiguo que el Islam. Anterior al cristianismo y al judaísmo. Anterior a todas las ideologías del mundo. Es una característica fundamental de la naturaleza humana, un ‘gen malo’. La gente que pone bombas en las clínicas abortivas, asesina inmigrantes en Europa, asesina a mujeres y niños judíos en Israel, quema casas en los territorios ocupados por Israel con familias palestinas enteras dentro, profana sinagogas e iglesias y mezquitas y cementerios, son todos distintos de Al-Qaeda e ISIS en cuanto al alcance y la gravedad de sus actos, pero no en cuanto a su naturaleza”.
Oz parece estar desmesuradamente orgulloso de su propia magnanimidad cuando admite que ese tipo de actos “se llevan a cabo casi cada día, incluso contra los musulmanes” (el subrayado es mío). Para un cierto tipo de público lector conservador, quizá uno que esté dispuesto a tolerar a Oz como posible voz de izquierdas razonable y discrepante, puede que esto suponga una sorpresa. Para cualquiera cuya visión no esté nublada por una virulenta islamofobia, esto es evidente. No obstante, esto no le impide sugerir que el fanatismo contemporáneo es ante todo un fenómeno islámico. Según explica: “Los fanáticos religiosos e ideológicos de diversos tipos cometen horribles crímenes violentos”, pero en el siguiente párrafo, el ejemplo que emplea resulta ser “un musulmán fanático”.
Oz demuestra estar muy poco preparado para comprender cualquier tipo de violencia política. Sus análisis van desde lo banal hasta lo simplemente extraño, como cuando observa que “existen formas de fanatismo a nuestro alrededor que son menos prominentes y menos visibles”, como por ejemplo “fanáticos enemigos del tabaco que actúan como si cualquiera que osase encender un cigarro cerca debería ser quemado vivo” o “fanáticos vegetarianos y veganos que en ocasiones suenan como si estuvieran listos para devorar a las personas que comen carne”. Asimismo, a esta desconcertante categoría pertenece su afirmación de que el fanatismo está en auge porque estamos demasiado alejados de la época de Stalin y Hitler, que “parecen haber imprimido en las dos o tres generaciones posteriores un profundo temor ante cualquier tipo de extremismo y un cierto comedimiento frente a los impulsos fanáticos”. Uno se pregunta aquí cómo consigue cuadrar esta absurda afirmación, que queda desmentida por toda la segunda mitad del siglo XX, con la afirmación que hace de que los primeros colonos sionistas heredaron una variedad de fanatismos europeos.
Oz demuestra estar muy poco preparado para comprender cualquier tipo de violencia política
Y luego también está el análisis banal. “La curiosidad y el poder de la imaginación”, reflexiona Oz, “puede que nos hagan parcialmente inmunes al fanatismo”. ¿Las pruebas? Una anécdota sobre el escritor israelí, Sami Michael, que, cuando el conductor de un coche en el que viajaba le comentó que los judíos deberían “matar a todos los árabes”, lo escuchó amablemente y respondió, “¿y quién, en su opinión, debería matar a todos los árabes?”. Michael apremió a su racista conductor para que detallara las consecuencias que se deducían de su afirmación hasta que el conductor, que evidentemente quedó aturdido por la lógica conclusión que entrañaba su pronunciamiento –puesto que eso supondría asesinar a niños–, le dijo a Michael, “¡Caballero, usted es un hombre muy cruel!” La lección que extrae Oz de esta historia es la siguiente: “quizá activar nuestra imaginación, y obligarnos a ver de cerca el sufrimiento de nuestras víctimas, tendría el poder, en distintos lugares, de actuar como antídoto de la crueldad simplificada que se emplea en los eslóganes del estilo ‘¡Muerte a los árabes!’ y ‘¡Muerte a los judíos!’” Dejando a un lado el hecho de que la anécdota revela una falta no solo de imaginación, sino también de curiosidad, la idea de que estas facultades puedan contener la violencia extremista, aunque sea un pensamiento agradable, también es un pensamiento embarazosamente ingenuo. En el mes de octubre pasado, un hombre irrumpió en la sinagoga de Pittsburgh, Tree of Life, al grito de: “¡Muerte a todos los judíos!”, antes de proceder a asesinar a once de ellos, aparentemente sin inmutarse al observar de cerca el sufrimiento de sus víctimas. Oz también añade el “humor” al potencial curativo de la curiosidad y la imaginación, y bromea con que: “Yo, personalmente, nunca he conocido un fanático que tenga sentido del humor”. Supongo que nunca ha visto un video en el que aparecen soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel gritando y riéndose después de que uno de ellos hubiera disparado a un palestino desarmado.
Cuando Oz describe el judaísmo tal y como él lo entiende, lo hace por oposición a las fuerzas del fanatismo. Su concepto del judaísmo no es ni religioso ni nacionalista, sino más bien textual y ético, y es, en esencia, democrático y plural. “La democracia y el pluralismo”, escribe, “son sencillamente expresiones populares de la santidad de la vida y la igualdad del valor de las personas. Son manifestaciones del verso talmúdico ‘Quien salva una vida, salva al mundo entero’. Estas ideas no son extrañas ni son importadas. La santidad de la vida humana se deriva directamente del más profundo espíritu judaico en su máxima expresión. Creo que eso procede del mismo lugar que da origen a ‘No causes dolor’ y ‘Lo que es odioso para ti, no se lo hagas a tu vecino’”.
Oz denuncia que la derecha hable de “sangre judía” y de “un monstruoso concepto” que “se ha vuelto popular entre muchos de los judíos más extremistas de Israel” (y también en Estados Unidos, donde la revista Tablet inició una campaña para examinar la genealogía de la senadora electa por el Estado de Nueva York, Julia Salazar, y rebatir la reivindicación que hizo de su carácter judaico). Oz identifica correctamente la afinidad de esta forma de pensar con el racismo biológico de los nazis: “esta horrible frase, ‘sangre judía’, no aparece por ninguna parte en las fuentes judías. Ni una sola vez. Nuestro pensamiento no contiene el concepto de ‘sangre judía’… por el contrario, ‘sangre judía’ fue un concepto central en las Leyes de Nuremberg que promulgó el Reich de Hitler”. Hasta rechaza formas evidentemente menos nefarias de nacionalismo judío para favorecer una visión más humana, humanística y filosófica. “Ciertamente, existe una nación judía”, afirma, “pero es diferente de la de muchos otros países porque su elemento vital no ha sido traspasado a través de los genes, ni a través de las victorias en el campo de batalla, sino más bien a través de los libros”. Y luego lo reviste de poética: “Los judíos no construyeron pirámides ni erigieron catedrales… Ellos creaban textos y los leían juntos en familia, durante las celebraciones y en las comidas a diario”.
Oz el humanista, Oz el sionista liberal, Oz el demócrata, es también Oz el etnonacionalista, porque el sionismo liberal es etnonacionalismo
Estas descripciones sobre un carácter judaico más allá de la sangre y la tierra son hermosas, pero no son más que una farsa. A pesar de hablar del judaísmo como una tradición polifónica y filosófica, Oz se muestra inquebrantable en su compromiso con un nacionalismo judío tan simple y brutal como el resto. En un contexto de alarmismo ante la posibilidad llegar a la solución de un solo Estado, admite que “[insiste] en el derecho de los judíos israelíes, como cualquier otro pueblo, a ser una mayoría”. Y aquí es donde el lado oscuro de la visión de Oz salta a la palestra. Cree en el gobierno de la mayoría (para los judíos mismos, supuestamente con la condición de que aquellos que vivan entre ellos y sean una minoría disfruten de los mismos derechos y salvaguardas con arreglo a la ley). Los “judíos y los árabes”, escribe, “pueden y deben vivir juntos, pero yo consideraría absolutamente inaceptable formar parte de una minoría judía bajo un gobierno árabe, porque casi todos los regímenes árabes de Oriente Próximo oprimen y humillan a sus minorías”. Desde luego, Israel sí que ha oprimido y humillado a sus minorías. Esta hipocresía revela el trasfondo racista del argumento de Oz, que también se hace evidente en la lectura que hace de los palestinos y de los otros vecinos étnicamente árabes de Israel y la sugerencia que hace de que una verdadera democracia con una mayoría no judía constituiría un “gobierno árabe”. Al contrario, una solución de un Estado no constituiría nada de eso, sino un autogobierno democrático para toda la población.
El hecho es que Oz el humanista, Oz el sionista liberal, Oz el demócrata, sea también Oz el etnonacionalista, porque el sionismo liberal es etnonacionalismo, aunque para algunos sea un anatema decirlo. Él se identifica a sí mismo como parte de “la izquierda sionista, que se opone a la ocupación y que rechaza gobernar a otra nación, aunque sigue creyendo que el pueblo judío posee un derecho natural, histórico y legal a una existencia soberana como mayoría, aunque solo sea en un Estado democrático muy pequeño”. Pero ningún Estado puede controlar su demografía, es decir, garantizar una mayoría judía, y seguir siendo “democrático” en ningún sentido que sea válido. El control demográfico significa restringir quién puede entrar en el Estado, quién puede procrear y quién puede permanecer; significa vigilar el concepto mismo de quién es y quién no es judío. El judaísmo humanista y democrático que defiende Oz es fundamentalmente incompatible con el deseo de que un Estado de mayoría judía.
la situación no es ni un “conflicto” abstracto ni una disputa conyugal, sino el sometimiento de un pueblo a otro
En la era de Trump y Netanyahu, la incoherencia de esta ideología nunca ha sido tan clara. Pero existe el peligro de que –al igual que ciertos expertos se apresuraron a descartar a Trump como una aberración en lugar de una expresión de la plenitud estadounidense, en nocivo apogeo– los sionistas liberales puedan descartar a Netanyahu por apartarse de los redimibles valores de Israel. Esta es la clase de pensamiento que propugna Oz, un pensamiento que define el fanatismo en base a su forma más que a su contenido. El fanatismo nunca se presenta a sí mismo como una opción moderada y razonable como sí lo hace, por poner un ejemplo, el llamamiento “liberal” a crear un etnoestado “democrático”.
Una de las funciones de la retórica de razonabilidad es disfrazar lo inmoral y cruel de respetable, pero otra es limitar la imaginación política. El único argumento que emplea Oz en contra de la solución de un Estado, y que aparece en Estimados fanáticos, es que es descabellada. “La idea de un Estado binacional”, afirma, “que ha recabado el apoyo de la extrema izquierda, así como de algunas figuras de la derecha delirante, la considero una broma patética. No se puede esperar que los israelíes y los palestinos, después de cien años de sangre, lágrimas y catástrofes, se metan juntos en una cama doble y comiencen una luna de miel”. Este giro hacia lo abstracto y la metáfora de la cama demuestra otra vez la reticencia de Oz a hablar de poder en términos materiales: la situación no es ni un “conflicto” abstracto ni una disputa conyugal, sino el sometimiento de un pueblo a otro. Deja claro que no le interesa argumentar desde un punto de vista moral contra la solución de un Estado, porque eso significaría tomarse las cosas en serio.
A pesar de que Oz desea permanecer en el centro, la izquierda judía sigue avanzando a medida que las contradicciones del sionismo liberal se vuelven día a día más patentes. La evidente injusticia de la ocupación y la parodia del continuo apoyo estadounidense para mantenerla, han provocado que muchos jóvenes judíos –movidos, a menudo, por valores judíos– se cuestionen no solo los actos de Israel, sino el Estado mismo. El movimiento que hace falta para alcanzar una verdadera visión democrática, en la que tanto los israelíes como los palestinos sean libres e iguales, podría parecer demasiado entusiasta a Oz y a otros moderados. Hasta podría parecerles fanático. En un mundo fracturado, los movimientos que anhelan la justicia normalmente dan esa impresión.
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Nathan Goldman es un escritor que vive en Minneapolis. Sus artículos han aparecido en The Nation, Los Angeles Review of Books, The New Inquiry y en otras publicaciones. También trabaja como editor del blog Full Stop.
Traducción de Álvaro San José.
Este artículo se publicó originalmente en inglés en The Baffler.
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