La vida desde mi sillón a rayas
Dulce condena: colosales
Atlético de Madrid 2 – Juventus de Turín 0
Javier Divisa 21/02/2019
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En Fiebre en las gradas, Nick Hornby narra anécdotas personales con el club de sus amores, el Arsenal, cómo rechaza invitaciones a bodas coincidentes con un partido de los gunners o cómo se forja alguna ruptura sentimental derivada de su pasión. He mandado al garete al presidente de la comunidad de vecinos para la reunión de esta noche y mi mujer anima y grita mucho más que yo en los estadios de fútbol. Un Atleti-Juve, salvando la muerte o la amputación de una pierna por gangrena, es un asunto irremplazable y vital, como forzosa y fundamental debería ser la eliminatoria para el Atlético de Madrid. Da igual cuatrivote (la solución al dilema: Koke, Rodri, Thomas y Saúl) o tridente, el triunfo llega por la senda de los sacrificios, y el primer sacrificado fue Morata. En consecuencia, la delantera inicial para Griezmann y Diego Costa. Simeone quedándose con todo dios en la previa del duelo europeo.
En Champions al Atleti siempre le ha ido bien con el desaire y la subestimación, si el ninguneo es manifiesto y sangriento por parte del rival nosotros solo podemos contestar con grazie mille, amico, forza Juve. El menosprecio es energía para el Atlético de Madrid porque Simeone y la propia filosofía y estoicismo del club se mueven bien en la humildad. Nosotros contra el mundo. La motivación al alza, para ser campeones hay que ganar a los mejores (incluso siendo peor), y el pasado es pura épica: Barcelona, Bayern de Múnich, Chelsea. La cortesía es en realidad la forma más eficaz del desprecio. Necesitamos que nos vayan condenando. Para ser campeones.
Las noches de fútbol de los humildes siempre son noches para derribar prejuicios, en un minuto, en media hora, el tiempo necesario para marcar goles y distancia. Porque esta noche viene la Juventus, equipo ciclópeo de la historia de Italia y Europa (apostemos nosotros por la condescendencia y los honores) y el pobre Atleti se juega casi el futuro de toda la temporada. Juguemos esta baza. Respetemos a los dioses, oh, Dybala; oh, Cristiano; oh, Chiellini; oh, viejo camarada Mandzukic.
La primera fuerza fue resultadista y ocurrió en Vallecas. El preliminar fue el destino mezclando las cartas, aunque al destino se la traen al pairo las probabilidades, y el futuro, haber llegado a futbolista profesional para jugar este tipo de partidos, y aprovechar el momento porque no hay cosa más hermosa en el fútbol que poder jugar una Copa de Europa frente a míticos rivales, y el futuro es dudoso, inquieto y caprichoso, y en cero coma te manda al carrer. La verdadera generosidad con el futuro es entregarlo todo en el presente y el primero que lo dio todo fue Diego Costa, con una presión excelente, avanzando por el centro, y dándosela a Griezmann que recibió un plantillazo dudoso, que no fue penalti, pero posiblemente sí lo fue. La presión era tan alta al principio que el Atleti no parecía un equipo sino las milicias rojiblancas. Y posiblemente lo fueron.
En el ocho, Oblak tuvo una buena noticia para la Juve, que no era un equipo de leones favoritos, tal vez de hombres arriesgados, y demostró en un libre directo a 30 metros que es el mejor portero del mundo sacando con la punta de los guantes el tiro de la Bestia, Cristiano; y en el nueve el partido fue la brusquedad de lo riguroso y no el ajedrez como anticipó el oráculo de la taberna. Llegó el minuto 23 y las ocasiones del Atleti eran mucho más relativas que evidentes, y luego el maldito 25 y CR7 hizo teatro del bueno (de Broadway) con Thomas Partey como homicida. El Atleti siguió a lo suyo, apretando los dientes y queriendo llegar al área de Szczesny, pero por alguna extraña probabilidad de las lesiones estaba Koke de nuevo en el lugar exacto y momento ideal iluminando las posibilidades de ataque mientras Costa y Godín se fajaban categóricamente con los futbolistas de la Juventus, como Pantera y Faraón. Imperativo absoluto del segundo, compromiso del primero, aunque los goles confundieron los cometidos.
De nuevo la mayor amenaza y las contingencias improbables vinieron gracias al joven y denostado VAR. Cayó Costa en el área y De Sciglio reglamentó fuera. Szczesny (la madre que lo parió, por gramática y técnica) paró la falta de Grizzi. Y así llegó el segundo tiempo, y Simeone para la vuelta en Italia ya había perdido a Costa por adelantarse en la falta del minuto ocho y a Thomas por similares circunstancias, pero aún tuvo el tiempo y la necesidad de afinar la puntería y el empeño, y Griezmann (colosal) recuperó un balón en el centro del campo, lo pasó a Costa con una pelota al hueco de 30 metros que envió (incomprensible como Lagarto y Pantera) solo y con manotazo de gladiador a Bonucci, bastante desviado. A continuación Koke dio un pase genial al francés, que envió un balón al larguero. Salió Morata por Costa, y ahora sí, la Juventus no estuvo atropellada y ultrajada (eran mucho más los detalles y los gestos de Chiellini y Ronaldo que otra cosa) sino casi descartada, y el futuro estuvo oculto detrás de los jugadores que lo hicieron. Primero fue Morata, cabeceó un balón perfecto de Filipe, pero el VAR determinó (otra vez) que no por falta en el salto a Chiellini. Fue gol. Sí, lo fue.
Entonces ocurrió que no acusó el golpe ni dios, ni el estadio, ni el bar (el bueno, no el otro donde no se puede beber, que igual deberían), ni los once del Atleti, y la entrada de Correa y Lemar no golpeó con frecuencia sino oportunamente y la Juve quedó noqueada. Primero un charrúa, luego otro charrúa. El córner lo golpeó Morata con la cabeza, la pelota rebotó en el camarada Mandzukic y después ocurrió ese tiro que ni siquiera fue con el pie derecho sino con el corazón de Giménez. Segundo, fue uno de esos de la perfección es la muerte y la imperfección es el arte. Godín, exánime, remató un balón exhausto como el partido en ese instante, casi sin ángulo y para más gloria, con roce de Cristiano, y justamente ningún camino de flores condujo a la gloria. Supongamos que la gloria es Turín, y qué buenos son. La Juve, claro, que la estrategia también dota la dignidad. Forza.
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Javier Divisa
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