La vida desde mi sillón a rayas
Devueltos a la vida: la necesidad
Rayo Vallecano 0 – Atlético de Madrid 1
Javier Divisa 16/02/2019
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El fútbol es lo más internacional del planeta, es el inglés, el chino, el español, lo habla todo dios, lo entiende todo quisqui y lo vive todo el barrio, la tierra, el patio, el césped artificial, la yerba alta, los bares y el Estadio de Vallecas (menos mal que desapareció esa fantochada de Teresa Rivero, análoga a otros esperpentos trasnochados como Estadio Ruiz de Lopera), porque el fútbol aparte de los chinos, de los horteras y de los cataríes es del barrio y en Vallecas hay más alma y médula futbolística que en todo Doha, Shanghái o un chalé rococó de Chipiona. Vallecas es el pueblo, la familia, la cercanía, el club doméstico, casi consanguíneo, pero el Atlético de Madrid es la necesidad, siempre las malditas obligaciones para seguir arriba, siempre perdiendo la oportunidad de recortar puntos al primero. El día que te acostumbras a ganar te arruinas la vida personal, partido a partido, claro y los jugadores rotos y los aficionados taquicárdicos. Ganar y volver a ganar, decía el abuelo. Maldito mercantilismo. ¿Han preguntado acaso a la afición si quiere un año de tregua luchando por una cómoda cuarta posición? Me temo que no, otra vez a seguir entre los poderosos, qué agonía. Otra vez toca ganar en Vallecas (y si podemos, machacamos, vaya tela Luis, vaya mierda de disciplina, vaya partido).
El fútbol es lo más internacional del planeta y también es una semana de sensaciones contradictorias. Elijo entre disyuntivas las flores sobre la placa de Calleja, la premonición aún viva de que el Metropolitano es un bramido salvaje y sentimental, la firmeza y la serenidad de Griezmann y Morata, el espíritu de Godín y Giménez, los cánticos desgarrados de la derrota por 1-3. Rechazo entre disyuntivas el corte de mangas de Bale y las ratas blancas (no tanto el detalle como la superabundancia, el exceso es grotesco). Echo de menos el futuro (Lemar, a ver si acaba de aterrizar en Madrid, ya no cuestión de tiempo sino de presencia), el presente (Koke) y el pasado de la bestia (Diego Costa). Y (por qué no recordarlo) a Raúl García, a Gabi, a Tiago, porque los jóvenes conocen las reglas pero los viejos saben las excepciones. Añoramos a esos viejos gritando y repartiendo broncas entre sus compañeros en los últimos diez minutos, y la coraza del Atleti, cuando era más fácil en la vida encontrar a CR7 leyendo Madame Bovary que un hueco en la defensa dirigida por Godín.
La primera ocasión la tuvo Saúl, retoño adoptado por el Rayo y devuelto al fútbol de campeones, pero su cabezazo llegando en segunda línea se marchó por encima del larguero. Luego un hijo pródigo del Atleti, Mario Suárez, cometió falta sobre Morata, la colgó Griezmann y el mismo Morata cabeceó a las manos de Dimitrievski. Entre medias Rodri recuperó balones, y Arias, afanado en proponer su banda, ofreció desmarques de relativo peligro, y en la cercanía de la banda de Vallecas con el campo aprovechó Simeone (nerviosísimo todo el partido, o sea él, sin más) cada minuto para dejar misivas y órdenes de comandante con el furor de partido importante y resolutivo para el futuro.
Hasta el minuto 25 la vida ofensiva del Rayo (aburrida en la horizontalidad) tuvo una aridez manifiesta, pero fue justo en ese instante cuando llegó el disparo raso de Embarba tras pase de De Tomás. Paró Oblak. Ahí empezó el cambio de ritmo del Rayo, su velocidad por la derecha y la espalda rota de Filipe. Oblak con un paradón soberbio despejó el tiro, otra vez de Embarba, a reventar, pero si nunca falta un roto para un descosido, Filipe enmendó paseando por el área (esa extraña calma electrificada del brasileño que lo doblega todo) y centrando a un Godín que no llegó por milímetros, en lo que fue un perdón categórico y una lectura demasiado obvia del primer tiempo: si dosificas cualquiera te puede ganar, incluso es más fácil viajar a Marte que ganar en Primera División pensando en la Juve.
El segundo tiempo se inició con dominio del Rayo Vallecano, como si el Atlético aguardara con un hipotético florete para matar el partido cuando su rival ya le había perdido el respeto. En el 59 la Pantera, Diego Costa, volvió a pisar un campo de fútbol, saliendo por Vitolo. También Lemar por Correa. La ansiada tripleta, real en Vallecas: Griezmann, Costa y Morata. Si bien fue Raúl de Tomás (pedazo de delantero llamado a cotas mayores) el que tuvo protagonismo en el 68, pero Oblak mandó a córner.
En el minuto 74 (bonito año de la derrota épica y la maldición de Schuarzenbeck) llegó el famosísimo gol de la jugada aislada de los equipos ganadores. Luchó un balón Morata en el área, lo tocó para Griezmann, el francés remató maravillosamente defectuoso y el balón se coló en la meta de Dimitrievski. Se abrió el partido tras el tedio horizontal, y hubo ocasiones para Bebé, para Morata, y la tuvo muy clara Pozo en el 91, con una parada redentora de Oblak que devolvió al Atlético a la vida de la alta competición. Y de rebote a la vida de los sueños: la Copa de Europa.
Ahora sí. A por la Juve, con los puntos de sutura y el betadine comprados en una farmacia de Vallecas. De hecho, los octavos de final de la Copa de Europa comenzaron esta tarde ganando al Rayo, sin pensar en la Juve. Así será. Qué maravilla, Grizi.
El fútbol es lo más internacional del planeta, es el inglés, el chino, el español, lo habla todo dios, lo entiende todo quisqui y lo vive todo el barrio, la tierra, el patio, el césped artificial, la yerba alta, los bares y el Estadio de Vallecas (menos mal que desapareció esa fantochada de Teresa Rivero,...
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