La mujer que conquista Japón con humor y feminismo
Sayaka Murata arrasa en ventas con la novela ‘La Dependienta’, inspirada en su trabajo en un establecimiento de 24 horas
Nacho Abad 6/03/2019
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Sayaka Murata (Prefectura de Chiba, Japón, 1979), la escritora que está arrasando en ventas en todo el mundo, nos cita en las oficinas de su editorial, en una sala de reuniones sobria y demasiado seria. El lugar se aleja mucho de una “konbini”, escenario principal de su novela La dependienta (Duomo Ediciones, 2019), ganadora del premio Akutagawa (el galardón más prestigioso de las letras niponas) con una obra sobre personas raras e inadaptadas, empleos precarios y mal pagados, y la realidad de las mujeres solteras en Japón. Su versión en castellano ha salido a la venta este mismo enero y el lunes 18 de febrero se presentó en la Casa Asia de Barcelona, con presencia de la autora, en un acto organizado por la Fundación Japón.
Pero, ¿qué es una “konbini”? Entenderlo nos ayuda a comprender por qué es tan revolucionaria la novela de Murata dentro de la tradición japonesa y por qué un libro feminista y dotado de una potente fuerza cómica, dos elementos que normalmente habrían pasado desapercibidos para los lectores japoneses, ha vendido más de 800.000 ejemplares. En la primera página de la edición española hay una nota de la traductora que dice que las “konbini” son “tiendas abiertas las veinticuatro horas al día, los siete días a la semana, donde pueden encontrarse los productos más diversos”. Es decir, para nosotros, son tiendas de 24 horas como las que hay en las ciudades grandes de todo el mundo, o en las áreas de servicio de carretera. Sin embargo, para un japonés es algo bien distinto. Sayaka Murata nos lo cuenta: “Tengo entendido que la procedencia del konbini es estadounidense, pero en Japón ha evolucionado de forma muy peculiar, tanto que se ha convertido en parte de nuestra cultura. Sus servicios se han ajustado a la vida de los japoneses. Ahora mismo, más que un establecimiento importante, es imprescindible. Por ejemplo, en las zonas de oficinas, hay gente que compra allí el almuerzo del mediodía y gente, quizás soltera, que también compra allí la cena. Allí pueden dejar sus trajes para que se los laven, pueden recoger paquetes de Amazon, pagar las facturas de luz, gas y otros suministros, pueden recoger los documentos del padrón municipal…”.
Murata, como la protagonista de su novela, trabajó durante muchos años de dependienta en un konbini, puesto que en principio está pensado para una temporada o para personas que necesiten completar su salario haciendo horas en otra empresa. Ella pasó allí varios años. Vio cómo sus compañeros iban progresando en la vida y desapareciendo. También pasaron por allí un buen número de encargados. Escribió casi una decena de novelas madrugando demasiado (se levantaba a las dos de la mañana para sacar tiempo y frente a la pantalla del ordenador trabajaba en sus argumentos, en sus personajes, hasta poco antes de las ocho, cuando comenzaba su jornada en la tienda). Un día, al terminar su turno, fue con su editora a un café a esperar la llamada del jurado del premio Akutagawa, del que era una de las finalistas. Sonó el teléfono. Le habían otorgado el galardón. Ella, que casi no se lo podía creer, llamó a su encargado para decirle que necesitaría faltar algunos días a su trabajo. “No he podido compartir esta nueva vida con mi puesto en la tienda, y eso ha cambiado el ritmo de mi escritura también. Intento que mi visión y mi posición ante la literatura sigan siendo las mismas que antes, porque si las cambio, creo que algo se podría estropear”. En su tono no hay satisfacción, sino más bien cierto lamento. Ya en otras ocasiones había comentado que ese trabajo le había salvado, que le gustaba, le daba tranquilidad, lo que hace pensar en ciertos parecidos con la protagonista de su libro. “Escribir un libro que se convierta en un éxito de ventas no es necesariamente algo feliz”, nos dice después. “Lo único milagroso es creer en tus ideas, llevarlas a cabo y encontrar a alguien que apueste por editarlas”.
Su libro cuenta la historia de una mujer que renuncia a su libertad para no herir a los demás. De niña, sus soluciones imaginativas a problemas cotidianos provocaban el estupor de los adultos: separaba peleas a palazos, bajaba las bragas de su profesoras, y un día, al encontrar un pajarito muerto en el parque, en vez de llorar como sus amigos, se lo colocó en la palma de la mano y se lo ofreció a su madre para que lo cocinara, porque “a papá le encantaba el pollo frito”. Incapaz de comprender el motivo de las caras de horror de los demás, decidió optar por el silencio y la soledad. Al terminar la carrera, encontró un puesto de trabajo a su medida: dependienta de un “konbini”. Allí no tenía que adivinar las normas del teatro humano porque todas las acciones de los empleados están minuciosamente explicadas dentro de un manual: cómo deben saludar y despedir a los clientes, cómo darles el cambio, colocar sus productos en una bolsa o incluso, cuál es la forma correcta de sonreír. Ahora nuestra heroína por fin puede actuar sin herir a los demás. “Para mi personaje, esta es una historia feliz porque ella encuentra un lugar donde estar a salvo. Los lectores que se sienten identificados con ella, ven que es una historia alegre. La gente que toma cierta distancia con la protagonista, en cambio, leen el libro como relato terrible, casi de terror. Que tuviera varias lecturas era la intención, así que estoy contenta de que en ese sentido funcione”. Pero, ¿por cuánto tiempo algo normal es normal? Van pasando los años y la protagonista de la historia se queda allí, en ese puesto de trabajo similar a los minijobs de Europa. Ella, soltera, sin familia, en un trabajo por horas, vuelve a ser un personaje raro, vuelve a estar fuera de la norma: “Ahora mismo empieza a cambiar. Pero sí existe una presión hacia las mujeres solteras en Japón. Quizás no solo hacia las mujeres, quizás también hacia los hombres. Pero no es sólo en lo relativo al matrimonio. En un ensayo sobre mi obra, el novelista Nakamura Fuminori definió esa fuerza que se ejerce sobre los personajes como ‘presión hacia la normalidad’, y desde ese concepto se puede explicar bien esta realidad. Mi verdadero yo, mi auténtica forma de ser, tal vez esté eclipsada por esa “presión hacia la normalidad”. La literatura, creo, tiene el poder de reivindicar ese yo auténtico”. Me viene a la cabeza el titular de la entrevista que le hizo el New York Times: “For Japanese Novelist Sayaka Murata, Odd Is the New Normal”, (para la novelista japonesa Sayaka Murata, lo raro es lo nuevo normal). En este país el matrimonio sigue siendo una institución muy importante, y no es nada común formar una familia fuera de él, y existe además la creencia popular de que si no te casas antes de los treinta lo más probable es que no encuentres pareja.
Le preguntamos sobre si hay ahora más mujeres escritoras que antes: “No creo que haya un desequilibrio entre el número de escritores y de escritoras en la literatura japonesa actual. Tengo muchas amigas escritoras que están trabajan muy activamente. Sí que hay un mayor interés por parte de los lectores hacia las obras escritas por mujeres”. A la cuestión de si Japón está por detrás de otros países democráticos en cuanto a la igualdad entre hombres y mujeres responde: “Sí llevamos un poco de retraso. Por supuesto hay gente que tiene una visión feminista y está indignada. Hay un buen número de personas que está intentando crear una obra feminista. Se está empezando a ver este movimiento. Ahora mismo estamos en un momento en el que feminismo se está expandiendo, ésa es mi impresión”. En ese momento, uno de sus editores japoneses, un hombre de mediana edad que viste un traje elegante y lleva un rato sentado junto a nosotros, en silencio, la interrumpe para apostillar: “Quizás estamos más retrasados en ese sentido que en Europa, pero vamos por delante que nuestros vecinos, Corea del sur”.
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