Tribuna
Reflexiones para después de una huelga
La potencia de las movilizaciones del 8M ha convertido al feminismo en un campo de disputa: ¿feminismo liberal, socialdemócrata o autónomo?
Nuria Alabao 9/03/2019
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Lo hemos vuelto a hacer. El 8M, las manifestaciones, la huelga feminista son herramientas, momentos de expresión de una fuerza social que emerge, que crece, que se configura mes a mes sin contornos claros. Es desborde y es alegría de estar juntas. Estos últimos dos años –levantados sobre las luchas de siglos que nos precedieron, y más cercanamente las de nuestras madres y abuelas– son de conquista, de creación de legitimidad masiva, de la sensación de estar construyendo algo irreversible.
Ayer vimos, entre los miles de rostros y pasos que acompañaron la protesta, caras muy jóvenes, jovencísimas. Eso nos deja una certeza: se está produciendo un cambio cultural. Existen ya nuevas generaciones de mujeres que entrevieron un abismo entre la igualdad formal y la igualdad en la vida –real, cotidiana y micropolítica– y para esa pregunta encontraron algunas respuestas en el feminismo. Nuevas generaciones que necesariamente lo reinventarán y lo harán mejor, mujeres que van a llegar a adultas con algunas certezas. Serán muchas las cosas que las jóvenes que se han subjetivado en este tsunami feminista no van a permitir en su trabajo futuro, en sus relaciones por venir, en su vida diaria. Este cambio cultural no tiene, pues, vuelta atrás.
Las manifestaciones fueron masivas en las ciudades, fueron quizás más costosas de levantar en pueblos y ciudades pequeñas, pero ahí también las compañeras nos dicen: cada año somos más. Desde esos lugares, a menudo olvidados, las mujeres que lo tienen más difícil que nosotras las urbanitas pelean un feminismo que les sirve para hacer mejor la vida en la España vacía para que pueda, quizás, algún día, volver a poblarse. Gracias ganaderas, gracias agricultoras, médicas rurales…
En las grandes capitales, los bloques de mujeres racializadas, inmigrantes –las que han tenido que arañar su espacio de legitimidad en las protestas– han tenido una presencia ineludible. Ellas, las que sufren el racismo día a día, las que son mayoría en el trabajo doméstico, las que han pasado por el CIE, las escasas refugiadas que han conseguido voz pública nos recuerdan a todas aquellas que no pueden venir a la manifestación o hacer huelga: las que siguen en los CIES, las internas, las temporeras de la agricultura sin derechos, las que si hacen huelga pueden perder su trabajo, las que perdieron su vida en el estrecho.
A medida que aumenta la precariedad en el trabajo, el derecho de huelga se torna más y más difícil. Tampoco a ellas, las que no pueden parar, las olvidamos. Como no olvidamos a las transexuales o a las que no encajan en el estrecho binarismo de género, las bolleras o las que están en tránsito. Ellas –elles– también construyen el feminismo y estaban en la manifestación, en su organización y en el día a día de la pelea por vivir mejor todas nosotras. Como están también muchas trabajadoras sexuales que son feministas y que sienten que han quedado atrapadas en el fuego cruzado de una guerra durísima. Una guerra donde las que ponen en juego sus vida son ellas, pero a ellas es a las que se les dice que no tienen derecho ni a hablar ni a organizarse.
Trabajo invisible de construir el movimiento
En las riadas de gente que colapsaba las principales calles de muchas ciudades, todas esas mujeres se encontraron. (Quizás también la trabajadora doméstica y su empleadora.) Lo que hay detrás son cientos de reuniones de preparación, asambleas, comisiones, grupos de trabajo donde construir los consensos, donde tejer las alianzas que permiten coordinar acciones como las del 8M. No olvidamos eso tampoco. Sobre todo cuando vemos a los partidos tratando de liderar el movimiento, cuando los medios hacen sus propias interpretaciones, muchas interesadas y directamente falsas –como la portada de La Razón diciendo que en la cabecera de la manifestación de Madrid estaban las ministras–. Entonces, recordamos que hay un sustrato casi invisible que son esas redes de militancia feminista que tienen que pelear día a día su autonomía para no ser instrumentalizadas. Esas redes tienen que permanecer y fortalecerse y generar mil formas de organización o cuajar en espacios de ayuda mutua y de sostenimiento colectivo. Más allá de las guerras de cifras o las peleas por la interpretación del 8M tienen que mantenerse autónomas de los partidos y sus intereses electorales. Su función será servir de contrapoder a esos mismos partidos, impulsar las demandas feministas gobierne quien gobierne y no solo resistir, sino avanzar. Como dice la militante feminista Justa Montero, “Ni un paso atrás” no nos sirve a todas, para muchas, donde están hoy ya es intolerable.
El feminismo es un poder para el cambio social, pero cuando una fuerza de esta magnitud se desata, se convierte también en un campo de disputa –una vía de promoción social, un semillero de votos, una forma de legitimación política, empresarial o incluso sistémica–. Las personas y los agentes implicados en esta lucha, tenemos objetivos diferentes e incluso opuestos, y estamos desigualmente armadas en la lucha por imponer nuestra visión. Al final, las que tienen mayor capacidad de construir el relato público son las mujeres con poder –las políticas, las banqueras, las que tienen gabinetes de comunicación o recursos– y también las periodistas que tenemos una especial responsabilidad en cómo se construyen esas interpretaciones sociales. El feminismo autónomo tiene que construirse también en lucha contra esas interpretaciones, y hacerlo no solo con discursos sino con organización, penetrando los distintos espacios sociales.
El feminismo hoy está en disputa. Lo hemos percibido estos días –ya casi en campaña electoral– con los movimientos de los partidos por cabalgar o posicionarse respecto de la movilización. PP y Vox no pueden ser feministas y antifeministas a la vez así que se han desmarcado de la convocatoria diciendo que no pueden apoyar el manifiesto “politizado y partidista” elaborado por los partidos de extrema izquierda. En una loca competición electoral el PP comparte cada vez más argumentario con Vox y dice con él, que las movilizaciones pretenden enfrentar a hombres y mujeres. Aquí el partido ultraderechista hace lo de siempre: codifica en términos culturales, polariza con un argumento superficial cuando están en juego cosas sustantivas –la igualdad material o la lucha contra la violencia machista– para no tener que hablar sobre lo que en ellas nos jugamos.
Por su parte, Cs perdió mucha intención de voto de mujeres en las encuestas tras su posicionamiento en contra de la huelga el año pasado. Este año han cambiado de estrategia y disputar el sentido de la manifestación anunciando que ellos también son parte y enarbolando su propuesta de feminismo liberal. De esta manera buscan competir por algunos de los votantes del PSOE, pero esto también les sirve para diferenciarse del PP como derecha liberal o centrista. Su feminismo es para ese “diez por ciento de mujeres que pertenecen a una clase que no tiene ningún interés en afirmar con nosotras que nuestras vidas valen más que sus beneficios”, dicen Cinzia Arruzza y Lidia Cirillo.
Mientras, el PSOE trata de aparecer como el partido feminista original, el de “toda la vida”, el que ha hecho más políticas de género. También ha aprobado una serie de decretos para evitar algunos aspectos de la brecha salarial; la ampliación de los permisos de paternidad y anuncia la recuperación de la cotización de las cuidadoras no profesionales –que se retiró de la Ley de Dependencia tras la crisis–. El Gobierno quiere dar el mensaje que con políticas públicas adecuadas se puede responder a las demandas del feminismo, canalizar el descontento hacia su solución institucional. Pero el PSOE tampoco escapa a la crisis generalizada de la socialdemocracia: sus políticas de igualdad se redactan en el contexto del 135, de la austeridad, de las batallas que han ido cediendo a los intereses del capitalismo financiero. Sí, hacen políticas de igualdad pero ¿para quién? Cuando hablan de feminismo no hablan de migrantes, ni de la situación de las trabajadoras domésticas –que esta legislatura se han quedado esperando una equiparación de derechos con el resto de los trabajadores–. Tampoco hablan a las kellys que piden la derogación de la última reforma laboral que permite las externalizaciones que han precarizado todavía más su trabajo. Ni es un feminismo que interpele a las de la PAH o del Sindicato de Inquilinas, ¿acaso tenían la intención de aprobar la regulación de alquileres que estas pedían?
Por desgracia, a veces parece, que a pesar de su historia pasada –o contra ella– el feminismo del PSOE hoy le habla a una determinada capa social privilegiada. Lo hemos visto cuando han puesto en agenda su preocupación por las cuotas en los consejos de administración de las empresas, una medida de la que han hablado mucho esta legislatura. (¿Acaso propuestas como esta de techo de cristal están tan alejadas del feminismo liberal de Cs?)
Si las condiciones laborales, de vida, caen, si los servicios públicos se siguen contrayendo, la igualdad que se propugna para la mayoría es una igualdad en la miseria, en vidas que no llegan a final de mes.
Pero el feminismo, sobre todo en su configuración más autónoma –la que está contenida en las Comisiones del 8M o los movimientos de base– es una herramienta de transformación. Frente a la meritocracia del feminismo liberal, queremos igualdad, pero no solo con los hombres, también entre nosotras. No queremos más violencia machista, ni ninguna de las violencias que operan socialmente para mantenernos vulnerables. Queremos que las tareas domésticas y los cuidados dejen de recaer mayoritariamente en nuestras manos y de permanecer en la sobra, pero ¿podría el sistema retribuirnos todo ese trabajo? ¿Podría el capitalismo continuar como hasta ahora sin la reproducción gratuita de la mano de obra? ¿Y sin la estratificación de esa misma mano de obra que aumenta la explotación en cada estrato: mujeres, inmigrantes, mujeres inmigrantes, mujeres inmigrantes sin papeles, víctimas de trata? El manifiesto que convoca a la huelga recoge de una u otra manera estas cuestiones; detrás de esa bandera marchamos.
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Nuria Alabao
Es periodista y doctora en Antropología Social. Investigadora especializada en el tratamiento de las cuestiones de género en las nuevas extremas derechas.
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