Kosovo: el precio a pagar por el reconocimiento
La solución en Kosovo, si llega, inevitablemente causará dolor a varias comunidades. Los albanokosovares rechazan las nuevas fronteras y los serbios tampoco recuperarán la soberanía de su antigua región
Miguel Fernández Ibáñez 1/05/2019
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En el centro de la Mitrovicë albanesa, si el ejemplo son Latif Huseni y Tefik Uka, dos jubilados albanokosovares que sonríen, ríen y hacen reír, nadie diría que se vive un conflicto congelado. Pero existe, desde hace dos décadas, y ellos mismos lo representan sin quererlo. Uka, como era empleado sin contrato en una empresa serbia de la antigua Yugoslavia, no cobra dinero del Estado kosovar. Huseni, que hacía el mismo trabajo de mantenimiento y reparación de tuberías, pero para una empresa de Mitrovicë, sí recibe una jubilación de 150 euros. Encajonada en uno de los muchos problemas periféricos que rodean el conflicto entre Kosovo y Serbia, esta injusticia sigue esperando una solución desde 2011, cuando comenzaron las conversaciones de Bruselas. Pero no llega. Y puede que en 2019 siga sin llegar. “El liderazgo tiene que cambiar en ambas partes”, sentencia Huseni, añadiendo que “los políticos tienen malas intenciones y por eso no hay que culpar a la gente”.
Pero la gente, que aquí son albanokosovares y serbokosovares, anda revuelta. Más todavía en Mitrovicë, símbolo de este conflicto y que podría ser moneda de cambio para lograr el ansiado reconocimiento. El año pasado, debido a las conciliadoras declaraciones de los políticos, las conversaciones en Bruselas parecían acercarse a un acuerdo final. Pero en otoño todo se volvió a enturbiar: Pristina impuso un arancel del 100% a los productos serbios, razón por la que dimitieron los alcaldes de las cuatro municipalidades del norte de Kosovo, y aprobó tres leyes para crear un ejército.Esta primavera, además, todo se torció un poco más: la presión de Berlín y París no fue suficiente para reanudar las conversaciones en Bruselas y la Junta Electoral de Kosovo rechazó la candidatura de los alcaldes serbios de las municipalidades del norte de Kosovo que celebran comicios adelantados el próximo 19 de mayo. Es el recurrente tira y afloja de Kosovo. Uno que conocen muy bien Uka y Huseni. “Kosovo está quemándose. Todos los ladrones se han hecho con el poder”, lamenta Uka, a quien mantiene las remesas que manda uno de sus hijos desde Suiza, mientras Huseni extiende los brazos y junta sus muñecas para insinuar que van a acabar encarcelados por criticar al gobierno. Pero lo hacen, sin tapujos, rechazando cada solución por desconfianza en sus políticos, al hablar de los posibles acuerdos filtrados por los presidentes serbio y kosovar.
En las negociaciones de Bruselas se parte de una premisa: Belgrado entraría en la UE a cambio de reconocer Kosovo de forma explícita o de facto, una fórmula que permita la integración internacional y que podría asemejarse a la relación que mantuvieron en Alemania la RFA y la RDA. Es así porque Bruselas no quiere cometer el error de Chipre, que entró en la UE sin solucionar su conflicto con la comunidad turca del norte de la isla. Además, el presidente serbio, Aleksandar Vucic, tiene que obtener un extra que vender a sus ciudadanos, que en su mayoría rechazan reconocer Kosovo, para no perder apoyo político. Porque es una causa impopular, aunque también necesaria si se acepta una realidad: Belgrado no recuperará su antigua región.
Siempre que Serbia o Kosovo no prefieran el actual conflicto congelado, es decir, mantener el statu quo, las opciones que se barajan son dos: la implementación de una gran autonomía conocida como Asociación de Municipalidades Serbias (AMS); y la corrección fronteriza en base a líneas étnicas por la que Belgrado obtendría los cuatro municipios kosovares al norte del río Ibar, incluida la parte norte de la ciudad de Mitrovicë, a cambio de entregar a Pristina regiones serbias de Presevo, Bujanovac y Medvedja. Un intercambio de territorios de más de 1.000 km2.
“Dependemos de Mitrovicë. Si cogen una parte, daría igual que se llevaran toda la región. Sería un error, aunque no sé qué harán nuestros políticos: todo depende del dinero que les den y del apoyo de la comunidad internacional”, arremete Uka, de 63 años. Huseni, de 66, lo corrobora, y añade que “la idea que tenían los serbios era la de colocar una frontera con el río, por lo que si se llevan Mitrovicë lo habrán conseguido”.
Más del 75% de los albanokosovares rechaza este intercambio de territorios. En Mitrovicë esta cifra parece mayor, del 100%. Los locales se quejan de la falta de inversión, pero creen que el antídoto para la dramática situación está en la unidad de la región. Mitrovicë, gracias al consorcio minero Trepca, fue una de las regiones que más contribuyó al desarrollo de la antigua Yugoslavia. Se decía “Trepca radi Beograd se gradi –Trepca trabaja, Belgrado se desarrolla–”. Hoy apenas queda nada de esa época dorada: Trepca tiene cerradas muchas de sus minas, dañadas durante el conflicto, y ya no existe una planta de fundición que optimice el beneficio de la extracción: Zveçan ha sido desmantelada y el Parque Industrial de Mitrovicë no opera. Sin embargo, con una inversión de entre 82 millones de euros, cifra mínima que estima Qazim Jashari, director de la mina Stantërg, y 200, cifra de diferentes centros de estudios, se puede poner en marcha una nueva planta de fundición. Esa y otras inversiones que necesitan estabilidad política y capital extranjero podrían comenzar a generar empleo, suficiente para que jóvenes como Saed, un albanokosovar de 28 años, rechacen dividir Mitrovicë: “Esto no es un mercadillo. Esta idea no es nueva, pero es ridículo dar el lago Gazivode (surte 1/3 del agua consumida en Kosovo) y la mina Trepca. Thaçi –presidente kosovar– no es quien para decidir, sobre todo porque este intercambio nos quitaría la única fuente de prosperidad”.
Igor Simic, diputado de Lista Srpska, el principal partido serbio en Kosovo, asegura que Serbia no tomaría represalias contra los albanokosovares: “No sé hasta dónde llegará esa corrección fronteriza. Trepca ha sido dividida en dos: en el lado serbio solo están el 5% de las minas, así que no debería de ser un problema. En cuanto a Gazivode, los serbios no llevarían a cabo acción alguna que dañe a los albaneses: el agua y la electricidad seguirían llegando. Esa presa fue construida por Serbia y se terminó de pagar la deuda al FMI hace unos años. Se pueden crear compromisos, pero las ideas que escuchamos desde la oposición en Pristina no son realistas: ellos esperan que reconozcamos Kosovo sin dar nada a cambio. Ningún representante serbio lo aceptará”.
Divisiones entre serbokosovares
Los albaneses del valle de Presevo, a diferencia de sus hermanos albanokosovares, ven con buenos ojos alterar las fronteras establecidas. No están ilusionados, tal vez porque creen improbable semejante intercambio, pero refrendan el resultado del referéndum de 1992, en el que más del 90% apoyó la unión a un futuro Kosovo independiente. Esta visión dispar del futuro también se da entre los serbokosovares: quienes viven en la cuatro municipalidades al norte del río Ibar quieren volver al control oficial serbio, mientras que los habitantes de los seis enclaves del centro y el sur de Kosovo prefieren el statu quo o la AMS. “Quiero que los serbios del norte del río Ibar sean parte de Serbia. Sería pragmático y justo, una medida que nos permitiría reconocer Kosovo”, afirma, en el norte de Mitrovicë, Milos Milidragovic, jubilado serbokosovar que bebe una cerveza en la cantina de su amigo Nikola. “Vucic está intentando un acuerdo, pero la Iglesia y la oposición no lo quieren permitir: prefieren un conflicto congelado. Los enclaves serbios en Kosovo ya están integrados, no tienen la opción de volver a Serbia, es una realidad, pero lucharemos por sus derechos e invertiremos en sus municipalidades”, añade.
Estas palabras encuentran el rechazo de sus compatriotas de Gracanica, uno de los enclaves serbios en Kosovo. “Pese a nuestras diferencias, no entiendo que piensen así en Mitrovicë. No se puede aceptar este acuerdo. Es una posición egoísta y contraria a nuestra patria: Gazimestán está aquí, en el sur, y todo serbio tiene que recordar la batalla de Kosovo. Por eso seguimos viviendo aquí”, se indigna Djordje Kostic, universitario de 21 años.
Los serbokosovares, estimados en unos 120.000, residen en diez municipalidades en las que son mayoría, cuatro situadas al norte del río Ibar y seis enclaves rodeados de albaneses. Belgrado ha mantenido su influencia en estas comunidades a través de estructuras paralelas en educación, sanidad y justicia, que no son más que los servicios básicos entregados por Belgrado. Sin embargo, debido a la posición geográfica, el estar o no rodeados de albanokosovares, la penetración de estas estructuras paralelas ha provocado una integración asimétrica entre los serbokosovares: los del norte de Kosovo apenas utilizan documentos identificativos kosovares ni sus limitados servicios sociales, mientras que los residentes en los enclaves están obligados a tener documentos como los carnés de conducir o identidad para tener una vida normal, respetando y temiendo la autoridad de Pristina.
Más allá de la integración, forzada, insiste Kostic, la realidad es que los serbokosovares de los enclaves temen ser olvidados si llega el reconocimiento de Kosovo. Una máxima que sus líderes políticos rechazan. “En el hipotético caso de que este acuerdo –de la corrección fronteriza– fuera el aprobado, no significaría que los serbios del sur de Kosovo vayan a vivir peor. Porque, si así fuera, sería el primero en votar en contra. Cualquier acuerdo tendrá en cuenta los derechos de todos los serbios”, asegura Simic.
Es más, los oficiales serbios deslizan su deseo de obtener Mitrovicë sin entregar el valle de Presevo, un región de suma importancia geoestratégica: aquí están la moderna base militar de Bujanovac y la autopista que conecta Serbia con el sur de los Balcanes. “La postura de Belgrado es que no se puede hablar sobre los territorios del centro de Serbia. Este diálogo es para resolver el problema de Kosovo, no para extenderlo a las regiones centrales de Serbia. Si este fuera el caso, se abrirían otras causas”, explica Simic. “Presevo no es parte de la negociación. La comunidad internacional nos ha asegurado que las cosas permanecerían sin cambios. Algunos líderes albaneses utilizan la anexión para sus goles políticos, pero la realidad es bien distinta”, confirma en un cuestionario Zoran Stankovic, presidente del Órgano de Coordinación del Gobierno de la República de Serbia para las municipalidades de Presevo, Bujanovac y Medvedja.
Si el intercambio de territorios no goza del apoyo albanokosovar, entregar Mitrovicë sin obtener nada a cambio se antoja inaceptable en Kosovo. Un precio excesivo por el reconocimiento que, en principio, ningún político se atrevería a plantear en el polarizado Parlamento kosovar. Por el momento, el primer ministro, Ramush Haradinaj, y la principal fuerza política y actual oposición, Vetëvendojse, se han posicionado en contra del intercambio de territorios, que podría ser un globo sonda para hacer más digerible la opción de la AMS.
La AMS y reconocimiento
La AMS es una gran autonomía para las 10 municipalidades de mayoría serbia. Kosovo, un país descentralizado debido al Plan Ahtisaari, que tiene en cuenta el peso de cada comunidad en la representación en la administración, aceptó en las conversaciones de Bruselas el desarrollo de la AMS. Sin embargo, como ocurre con muchos otros acuerdos, no se ha implementado: los albanokosovares consideran que la AMS solo persigue crear una estructura de gobierno que siga los pasos de la República Srpska de Bosnia, un Estado disfuncional por el constante veto de sus comunidades. Simic, sin embargo, lo rechaza: “Esta autonomía no se puede comparar con la República Srpska. Es una comparación que hacen los albaneses para crear una percepción negativa que afecte a los líderes europeos por la situación de Bosnia y Herzegovina. La AMS, como se acordó en Bruselas, debería tener competencias en educación, sanidad, desarrollo económico y planificación urbana. Está claro que esta autonomía es incluso menor que la catalana, en la que tienen su propia Policía”.
El cuerpo de la AMS, aún por definir y que tiene que ir en concordancia con las actuales leyes kosovares, podría ser una salida a esta crisis: el extra que Vucic necesita para no perder votos, y para los albanokosovares un trago menos amargo que el intercambio de territorios. Agim Fetahu, de 51 años y padre de 5 hijos, asegura que los albanokosovares nunca aceptarán el intercambio de territorios. Este ashkali, comunidad que presuntamente se dividió de los romaníes por el conflicto entre serbios y albaneses, es consciente de que “algo hay que sacrificar” por el reconocimiento: “Aunque no sea la mejor opción, prefiero la autonomía”. Este cambio en la percepción puede ser uno de los éxitos de la negociación, tal vez parte de la estrategia política de Bruselas.
Además de la AMS, Belgrado intentará obtener el mayor grado de autonomía para la Iglesia ortodoxa, uno de los sectores más críticos con el reconocimiento de Kosovo. Al menos eso aseguran sus políticos, conocedores de que los principales centros de culto están en los enclaves. Estos templos, además, son parte del discurso académico que intenta legitimar la relación histórica de los serbios con esta región: si bien los albaneses aseguran que son descendientes de los ilirios, que ocuparon esta región antes de la llegada de Jesucristo, los serbios consideran Kosovo el corazón de su patria, donde están los más importantes templos ortodoxos y nació la épica de la dinastía Lazarevic.
Así, muchos serbokosovares que han crecido escuchando esta versión de la Historia siguen rechazando cualquier acercamiento. Kostic, que estudia Ciencias del Deporte en Belgrado, aunque en un fin de semana de un soleado noviembre trabaja en el negocio familiar, un ultramarino, repite que no quiere que Belgrado reconozca la soberanía de Kosovo. “Podemos tener nuestras diferencias, pero como serbios no queremos que Kosovo sea reconocido ¿Cuánta gente ha muerto por esta tierra?”.
La mayoría de la sociedad serbia está a favor de las conversaciones en Bruselas, aunque también es cierto que esa mayoría no quiere reconocer Kosovo a cambio de entrar en la UE. Simic, en un restaurante cercano al Parlamento, no puede aportar luz a la evolución de la negociaciones en Bruselas. Es parte del protocolo político. Pero este hermetismo de los gobiernos y la ausencia de consultas populares no hacen más que elevar los temores a un acuerdo injusto que tenga importantes consecuencias en la sociedad. Aunque, de momento, el statu quo afecta por sí solo a ambas sociedades: los albanokosovares siguen sin poder integrarse en la comunidad internacional y los serbios, pese a todo, pierden las oportunidades laborales y los fondos económicos de la UE.
Esta lucha de intereses internacionales y honor tiene su punta de lanza en el reconocimiento. Desde la independencia, en 2008, Kosovo se ha centrado en obtener el reconocimiento de los estados. Hasta la fecha, más de un centenar de países reconocen a la exregión serbia. Sin embargo, importantes actores siguen negando la soberanía kosovar y condicionando su futuro: Rusia y China evitan su integración en entidades como la ONU o la UNESCO y cinco estados comunitarios, incluido el español, sirven de contención incluso en la liberalización de visados para la UE. Estos países han aclarado que aceptarán la soberanía kosovar siempre y cuando haya un acuerdo formal entre Serbia y Kosovo. Así, ante las enquistadas posturas, la UE acepta cualquier solución. Incluso la corrección de fronteras, una línea roja de la UE que, según las declaraciones del presidente kosovar, Hashim Thaçi, ya no existe. Solo duda Alemania, reacia a abrir la caja de Pandora de la corrección fronteriza en los Balcanes. Porque entonces no solo sería Kosovo, sino Macedonia, Bosnia...
Por lo tanto, sobre todo por las expectativas creadas el pasado verano, de mantenerse el statu quo la gran derrotada sería la UE, que está tratando de cerrar las heridas que aún supuran rencor en los Balcanes. El cambio de nombre en Macedonia, cuyo proceso de gestación e implementación demuestra la injerencia europea, ha terminado como deseaba Bruselas. En Kosovo, en cambio, el Parlamento sigue enrocado en las pugnas de poder y las realidades enfrentadas. Como síntoma de la complejidad, Bruselas anunció que no espera la liberalización de los visados kosovares para antes de 2020. Los políticos en Pristina, que han aceptado entregar tierra a Montenegro, crear una Corte Especial en La Haya para juzgar los crímenes de guerra e implementar muchas otras medidas impopulares no saben qué más pueden ofrecer para conseguir la integración. Una proceso que dura más de 10 años y que sirve como cortina de humo para ocultar todos esos problemas derivados de la corrupción y el nepotismo. Un escudo en el que se protegen los políticos y parte de la comunidad internacional, arrastrada al barrizal que es Kosovo, una encrucijada política desde que la OTAN, en nombre de humanitarismo, decidió intervenir en favor de los albaneses. Era 1999, y tras la independencia de 2008 se prometió una rápida integración. Hoy es 2019. Razón por la que tal vez Uka y Huseni prefieren reír.
En el centro de la Mitrovicë albanesa, si el ejemplo son Latif Huseni y Tefik Uka, dos jubilados albanokosovares que sonríen, ríen y hacen reír, nadie diría que se vive un conflicto congelado. Pero existe, desde hace dos décadas, y ellos mismos lo representan sin quererlo. Uka, como era empleado sin contrato en...
Autor >
Miguel Fernández Ibáñez
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