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Un amor pequeño en la costa infinita

La Costa del Sol afronta las elecciones municipales con la misma receta inventada en los años sesenta por Fraga: turismo masivo y trabajos precarios

Adriano Espinal 8/05/2019

<p>Proyecto de Intu Costa del Sol en Torremolinos.</p>

Proyecto de Intu Costa del Sol en Torremolinos.

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Es una historia de amor pequeño. De costumbres y guiños a algo íntimo, casi imperceptible. El día que José, 41 años, nombre supuesto, salió del aeropuerto después de haber trabajado por primera vez en la pista, aún sentía vibrar el cuerpo mientras volvía en el coche. Nada espectacular, sólo el recuerdo de tanta turbina cercana. La mole de hierro y hormigón refleja el atardecer por el retrovisor. Todo pasa más despacio que de costumbre, el ceda el paso de la rotonda se transforma en un túnel del tiempo, pero no hay mucho tráfico, él va lento. La experiencia ha sido impactante más allá de la asombrosa sensación de sentirse pequeño: muchos protocolos, un galimatías de datos y aspectos que chequear y no olvidar. 

Tan abrumador que el pequeño tramo de pista, con la nueva torre de control al fondo, que se ve junto a la tienda de juguetes desde la N-340 le parece una amenaza. Es más responsabilidad de la que le hicieron ver en la formación, pero no puede fallar. Segundo año de trabajo consecutivo en el aeropuerto, media jornada, un poco más de 500 euros. Fumando en el espigón de la playa de La Misericordia, el olor que hoy despide la depuradora no se nota. Puede gritar si quiere, no hay nadie cerca. Aún es primavera, hace cuentas sobre las horas que podrá trabajar al margen del aeropuerto. Insuficiente. Volver a trabajar, qué maravilla. Ahora podrá echar alguna cerveza sin culpa y acabará cambiando las ruedas del coche después del verano. Subir de horas, promocionar, 'hacer carrera' en el aeropuerto. Al fin y al cabo es el segundo trabajo que tiene en él. El sol está casi en todo lo alto. A su madre le gusta el pescado hervido.

Al aeropuerto que le da trabajo a José, el de Málaga, llegaron el año pasado 19.021.704 de personas, más del 70% de vacaciones. En la mañana del 2 de enero de 1963, a las once menos cuarto, aterrizaron el nuevo ministro de Turismo, Manuel Fraga, y su cohorte en la flamante terminal de vuelo del aeródromo. Apenas llevaba seis meses en el cargo. Lo primero que hizo fue visitar Torremolinos, y en la sede del Gobierno Civil “presidió una reunión con las autoridades y técnicos para estudiar problemas relacionados con el turismo en la Costa del Sol”, lo cuenta el ABC. Un tramo de carretera desde Torremolinos a Torrequebrada, asuntos de ordenación urbana y más información sobre nuevos accesos. Aquel miércoles, Fraga aún tuvo tiempo de visitar el Palacio Episcopal, comer en el castillo de Gibralfaro, visitar la residencia hospitalaria Carlos Haya, viajar hasta Nerja, volver a Málaga para pasar revista a la delegación del ministerio y retornar a Torremolinos para cenar. Todo en un martes de enero, hace casi 60 años. La fórmula sigue intacta. 

Desde entonces, las cifras son una bomba: más de medio siglo de turismo en masa, incapaz de arrojar cifras negativas si se habla de crecimiento, y récord de visitantes anual desde 2015. La Costa del Sol sigue siendo la locomotora económica de la comunidad autónoma con más parados del país: según la última EPA, en el primer trimestre de este año, sólo Extremadura (22,52%), Ceuta (22,31%) y Melilla (25,92%) tiene una tasa mayor de paro que Andalucía (21,08%) que es además quien más desocupados tiene en total: 829.500 de 3.354.200, casi el doble que Cataluña y la Comunidad de Madrid.

“Este desarrollo extensivo que se espera en la región de la costa, si no se vigila, ocasionará un gran número de problemas que a la larga resultarán en detrimento de los intereses de la zona”, profetizaba el Estudio para el desarrollo turístico de la Costa de Málaga-Cabo de Gata, Presidencia del Gobierno, Comisaría del Plan de desarrollo económico, 1963. El fragmento se recoge en el trabajo del doctor en Arquitectura Juan Gavilanes, especialista en el urbanismo de la Costa del Sol. La mano de obra llegaba desde los campos de algodón de muchos pueblos de Sevilla, los olivares de Jaén y Córdoba, la sierra malagueña y gaditana. Los municipios de la zona duplicaban su población en cada censo, y la tendencia al alza sigue vigente. 

Una emigración con menos épica que la que se producía en esos años a Cataluña, País Vasco, Madrid, Francia, Alemania, Suiza; pero también con menos posibilidades. Un sueldo menor, sin industria en la oferta laboral, la estacionalidad que hacía que algunos volviesen en otoño e invierno a sus pueblos si no podían enrolarse en la construcción. La mayoría llegó para quedarse y sus hijos son el grueso de los malagueños de hoy. Era la época en la que cualquier famoso –de John Lennon a Lola Flores y de Frank Sinatra a Andrés Pajares– vivía una historia en la Costa del Sol. Las suecas, el top less, la playa, la grifa, el lsd, los tablaos y las fiestas eternas. Leves alegrías, detalles, un pequeño punto negro moral en la catoliquísima España. 

En el tajo, siempre la misma cadencia: construcción, hostelería, algo de trapicheo y vuelta a empezar.

La vieja escuela de cocineros y camareros que trabajaron para la jet set, que componía 30 salsas de memoria o sabía perfectamente todos los ritos, técnicas y modales para atender una mesa, ya fuese de un alto aristócrata alemán o de la familia de un profesor de Albacete de vacaciones en la playa, ahora hace ecuaciones con variables tan comunes como su edad, los años cotizados y la pensión que le quedará. 

“Claro que no quiero la hostelería. No compensa: sueldos bajos, horarios chungos y una carga de trabajo brutal”, reconoce José. Trabajó casi 15 años en un centro comercial, ascendió, tenía un sueldo decente y una relación que le sirvió como apoyo y excusa para marcharse de casa. Llegó un ERE y con el finiquito y los ahorros de su hermana abrieron un restaurante en el barrio. Más de tres años duraron antes de traspasarlo. “Vivimos de él, teníamos empleados, pero nos pulimos los ahorros y sabíamos que necesitábamos invertir para tratar de hacer viable el negocio. No íbamos a hipotecar a nuestra madre, así que lo traspasamos. Tres años, lo comido por lo servido”. Fin de su independencia. Su relación amorosa se extinguió un par de años antes que el negocio. “Puestos a compartir piso, prefiero hacerlo con mi madre. El objetivo es ser independiente, pero ahora no veo cómo. Aunque consiga otra media jornada, no sé el tiempo que tendré trabajo y los alquileres están por las nubes”. 

Los hay que saltaron de la hostelería a algo más estable y retribuido, algunos han conseguido la estabilidad de un trabajo fijo en algún hotel o restaurante de postín, otros son expertos en los malabares de un negocio propio, y un buen puñado de ellos echan la temporada y gastan poco en invierno mientras disfrutan de su pueblo. Porque casi nadie regresó, porque son pequeñas cadenas, casi imperceptibles, casi secretas, como descubrir que se llora mejor frente al mar. Y aunque cada año les cuesta más echar el día, alguien que saque bien el trabajo y sepa hacerlo como ellos es medio negocio en el verano. Y aquí todos lo saben.

Según la última EPA, la construcción proporciona a la provincia el 9,7% de los trabajos, la industria el 6,1% y el sector primario el 2,4%. Eso le deja 81,9% de los empleados en la provincia de Málaga al sector servicios, de los cuales casi la mitad dependen de la hostelería. Si se compara con el primer trimestre de 2008, con la burbuja recién pinchada, la industria era un 2,2% más importante para el empleo entonces y la construcción subía hasta el 15,6%. Es decir, arrebataban casi uno de cuatro empleos a los servicios, el sector que, según señalan los sindicatos, peores empleos genera, con menores salarios, más estacionalidad y una brecha salarial palpable entre hombres y mujeres: ellas cobran un 20,8% menossufren un 6% más de paro en la provincia

Son casi las cinco y media y José llega al sitio convenido. Ha dejado a su madre pendiente de un café con conexión al Skype para hablar con su hermana. La cabeza de familia es funcionaria, separada después de los 40, vive con dos hijos y en los últimos meses con su madre. José es el mayor y también volvió al hogar materno hace casi cuatro años; su hija –que le dio el orgullo de acabar Psicología con sobresaliente– está cerca de cumplir un año de trabajo en Inglaterra, en una residencia de ancianos, hoy tendrá turno de noche. El menor ya ha pasado la treintena y vigila las obras de un centro comercial.

Después del restaurante, José se buscó la vida: montó escenarios para conciertos durante un par de veranos, extras, días de vigilancia, alguna mudanza... Hasta que entró como personal de ayuda a personas con movilidad reducida en el aeropuerto. “Media jornada, salen los horarios y un grupo de whatsapp de casi 200 personas empieza a cambiar turnos, la mayoría para que no interfiera en otro trabajo o en los horarios que los niños están en casa. Asombra que al final todo cuadre, la verdad”, reconoce y bromea: “El trabajo de ahora es mucho más cualificado, aunque el sueldo es parecido por el número de horas, que son menos”.

Otro malaguita que tira de la locomotora económica de Andalucía, que se agarra al sueño. Al solecito del café han llegado dos personajes más, en la terraza sólo hay una mesa de turistas. Torremolinos es uno de los sitios, junto a Fuengirola, Alhaurín de la Torre, Rincón de la Victoria o Coín, donde rebosan los malagueños que no pueden pagarse un piso en la capital, una de las ciudades del país en las que el año pasado se superó el máximo histórico del alquiler en plena burbuja. La subida de los alquileres en todo el litoral se ha notado especialmente en los dos últimos años, cuando la periferia de la ciudad y los pueblos menos cercanos también han subido sus precios. Una cadena que mantiene los distritos de la capital preferidos por los visitantes como los más caros y expande a los habitantes por la Costa del Sol y la Axarquía. 

Los inmuebles rentan más con extranjeros. La provincia malagueña es la que más extranjeros tiene censados de toda Andalucía: 252.362 personas, casi cuatro veces más de los que viven en la provincia de Sevilla. Sólo los extranjeros que viven en Málaga (15% del total de población) superan en número al total de habitantes de provincias como Zamora, Teruel, Soria, Segovia, Palencia, Huesca, Cuenca y Ávila.

Fotografía de una playa de Málaga capital. 

“Mi hermana está en Inglaterra, y ha pasado por Chicago, Copenhague, Berlín y Praga. Que recuerde”. José enumera los sitios en los que tiene conocidos viviendo. “Si me tengo que comparar, con el de Copenhague, estudiamos lo mismo [módulo de Administración y Gestión]. Si yo estuviese a jornada completa, cobraría casi cuatro veces menos que él. Se lo ha currado. Y ha tenido suerte”. Los otros dos también tienen amigos fuera y familiares, se comparan y siempre pierden en jornal y ganan en sol. Han pensado en marcharse pero acaban de acuerdo: “Pero ¿por qué tenemos que irnos? Somos de aquí, la vida aquí es maravillosa”. Y se olvidan de la letra pequeña. 

El futuro es conquistar un trabajo estable, con un sueldo bueno, vivir. Una quimera en una provincia con casi dos parados de cada diez personas y entregada al turismo.

Obras megalómanas

El futuro está escrito y no en los libros de ninguna fe pagana, sino en los planes de ordenación urbana. Un outlet de lujo, es decir ropa de marcas caras rebajada, es la apuesta para la ampliación de uno de los centros comerciales más señeros de Málaga, en la frontera de Torremolinos, y que debe ampliar los accesos actuales y la propia carretera que le rodea. No está solo: las elecciones municipales llegan con, al menos dos, obras megalómanas bajo el brazo. 

La capital espera un hotel de 135 metros de altura en el puerto que desactivará su popular Farola y que, aunque tiene a parte de la ciudad en pie de guerra y ha sido desaconsejado por los arquitectos, acabará engordando las cifras de ingresos por noche de la ciudad. La nueva Junta acaba de mover ficha para que el antiguo edificio de Correos acabe siendo otro hotel cerca del centro.

Otro es aún más innovador: un macro centro comercial –que también necesitará ampliación de carreteras– en Torremolinos. Es la apuesta de futuro de uno de los municipios más masificados de la costa, su envite para que el turista pueda comprar 100 veces la misma camiseta en 100 tiendas iguales. La enésima huida hacia delante cuenta esta vez con un tren eléctrico que conectará el complejo con el centro del pueblo. Bendecido por los cuatro principales partidos –PSOE, PP; C´S y UP– del pueblo, será una pieza para estas elecciones en las que los cuatro se enfrentarán a Vox y a una sombra aún más larga en ese pueblo: Pedro Fernández Montes.

Fundador del PP en la provincia y alcalde más polémico de la costa, ahí es nada. Obligado a echarse a un lado, ha creado un partido nuevo, Por mi pueblo. La presentación fue una carta en todos los buzones en la que arremetía contra la candidata del PP de Torremolinos (que trabajó en su equipo) y el actual consejero de la presidencia de la Junta de Andalucía, Elías Bendodo. El tipo que conectó la calle Rafael Gómez Sánchez Sandokan con el monumento al turista dejó una deuda de 197 millones de euros que ha obligado a la intervención y mantiene al Consistorio con un plan de pagos que durará varias legislaturas (aún debe 155 millones).

Cobrar en negro 

“Pues más trabajo, ¿qué me va a parecer?”, dice José, y tras una media sonrisa: “Y lo de cobrar en negro, pues claro, ¿alguien nunca ha cobrado en negro aquí? En el aeropuerto ni hablar, pero horas extra, o parte del sueldo, o días sueltos, está a la orden del día. Además, cuántas discotecas, tiendas de souvenirs, restaurantes...lo que quieras, ¿Cuántos declaran hasta la última venta o la última hora extra trabajada? Es lo que hay, ¿no lo sabes ya?”. José y los demás tienen prisa. La economía sumergida es más que una sospecha: el colectivo de técnicos del Ministerio de Hacienda (Gestha) estimó el pasado verano en 9.200 millones de euros en negro, más de lo que la Junta gastó en la Consejería de Sanidad, un 28% del PIB de la provincia. Y sin contar las drogas ni la prostitución ni el tarot ni otro tipo de intuiciones que el consumidor de novela policíaca pudiera tener, que las hay. 

Lo que no se sabe es cómo acaban encontrando siempre una combinación laboral que les salve sobre la campana y una ilusión a la que agarrarse. Cada temporada, cada periodo de corte por cierre del negocio, cada fin de contrato por obras, cada segunda renovación consecutiva, cada media jornada cotizada por diez horas de trabajo, cada “vente sólo para el mediodía”. Será aquello que escribió Manuel Alcántara y tan bien cantó Mayte Martín de “no pensar nunca en la muerte y dejar irse las tardes mirando como atardece. Ver toda la mar enfrente y no estar triste por nada mientras el sol se arrepiente. Y morirme de repente, el día menos pensado. Ése en el que pienso siempre”. Quedarse aquí es una historia de amor pequeño.

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Autor >

Adriano Espinal

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