El día de los niños buenos
A uno le queda la impresión de que Sánchez regresó a su ‘dacha’ relajado y feliz. Y que a esta hora quizá esté sesteando ante un viejo ejemplar del ‘Marca’ que encontró olvidado en algún cajón de La Moncloa
Aníbal Malvar 23/07/2019
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Tocó este martes contemplar el lado menos oscuro de la fuerza en el Congreso de los Diputados. Buen rollito. Nada que ver con la primera jornada de lanzamiento de rayos, truenos, centellas y calzones sucios. Los leones de la Carrera de San Jerónimo se arrebozaron de gatitos de angora, como el coñá de las botellas lorquianas se disfrazaba de noviembre. Solo le faltó a Pedro Sánchez terminar su réplica a Rufián confesando: “Gabriel, yo soy tu padre”. Quedó claro que la tensión sexual no resuelta en esta inves/desvestidura es la de los dos más condenados a entenderse: Pedro y Pablo (preguntarse cuál de los dos pablos es malicioso, despiadado lector).
No sé quién tuvo la ocurrencia el otro día de sugerir que Gabriel Rufián parece haberse tragado a un hombre de Estado. Qué oratoria de terciopelo, que tono más diapasonado, qué continencia y qué mesura. Estuvo mucho más gabriel que rufián, el diputado de Esquerra. A Rufián le quitas la cosa de malote, ¿y qué te queda? Aburrimiento. Previsibilidad. Tedio y plateresco, que decía el otro.
La jornada inaugural fue tan navajera que los comparecientes del martes vinieron untados en miel, y con ojeras de haber vuelto a ver La Sirenita tres veces de madrugada para reaclimatarse en la política naíf e inofensiva. El partido no se jugaba en el hemiciclo, sino en los corrillos de patio, donde Carmen Calvo seguía cacareando una vicepresidencia para Irene Montero, gratis total pero sin ninguna competencia específica. Un envoltorio de regalo sin regalo dentro. Un silloncete con lacito de cualquier color, menos el amarillo.
Pedro Sánchez pidió todo a todos (menos a Vox) sin ni siquiera hacer bailar a la cabra al son de la trompeta. El arte de la mendicidad no es virtud que adorne a este caballero. Y de abstenciones a la puerta de la iglesia no se come. Sánchez se ha comportado como el joven y fornido pedigüeño del chiste, al que un viandante le reprocha su insistencia.
--¿Y por qué no trabajas?
--Te he pedido dinero, no consejos.
Esta ha sido la estrategia de Sánchez durante la primera vuelta de la inves/desvestidura.
El portavoz del PNV, Aitor Esteban, también tiró de humor e inició su intervención contando el chiste de los dos vascos que van a buscar setas y encuentran un rólex:
--Pero a qué coño estamos, ¿a setas o a rólex?
Estaba a rólex, el presidente.
Tuvo que hacer el contrapunto al bambismo de Sánchez, a los tules de Rufián y a la amable campechanía de Esteban, la portavoz socialista en el Congreso. Adriana Lastra incendió la previa a la votación negándole el alma a Rivera y afeándole sus acusaciones sobre la presunta entente entre el PSOE y Bildu: “Tenía compañeros en Euskadi y Navarra que se jugaban la vida al salir a la calle, cuando usted lo único que se jugaba era un constipado por salir despelotado en un cartel electoral. No monten el pollo hoy, que eso ya lo hacen en las manifestaciones”.
Fue una jornada baldía, yerma, en la que el aire no movió una hoja. Ya se dio por perdido Sánchez en su última alocución. Parecía el presidenciable liberado, con esa laxitud placeba que sienten en la derrota los que están demasiado acostumbrados a ganar. Los bendecidos por la baraka.
Al final, 124 votos a favor, 170 en contra y 52 abstenciones. Misión cumplida.
La vicepresidenciable podemita Irene Montero, que había votado telemáticamente horas antes, se descolocó de la abstención generalizada de los morados con un rotundo NO llegado de Galapagar. Se interpreta que Iglesias cambió a última hora la orientación de su voto para dejar un resquicio a la esperanza.
No sé por qué, a uno le queda la impresión de que Pedro Sánchez regresó a su dacha relajado y feliz. Y que a esta hora quizá esté repantigado en su sillón, sesteando ante un viejo ejemplar del Marca que encontró olvidado en algún cajón de La Moncloa.
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