Monedas sin nación
Libra, la nueva criptomoneda de Facebook, promete una solución a la pobreza al margen de los gobiernos. Los únicos que con seguridad se beneficiarán serán la empresa de Zuckerberg y sus bien remunerados socios
Jacob Silverman (The Baffler) 24/07/2019
Logo de la criptomoneda Libra, rodeado de los de las empresas que la apoyan.
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La imagen que Facebook tiene de sí mismo como un ágora de conexión humana hace tiempo que no concuerda con su discutida reputación pública. En los últimos dos años las contradicciones no han hecho más que crecer a medida que Facebook se ha visto golpeada por los escándalos de Cambridge Analytica, la desinformación, la gestión de los datos personales y mucho más. A pesar de la adquisición con éxito de Instagram y WhatsApp, el gigante azul de las redes sociales parece un producto en declive, un lugar cuya base de usuarios, cada vez más de pelo cano, desaparecerá con el tiempo en una miasma de fake news, memes conservadores y fotos de nietos de baja resolución. Tanto importa cuánto pueda resonar esta historia, Facebook sigue contando con la bendición de los efectos de la alta conectividad que le proporcionan miles de millones de usuarios en sus productos, incluyendo su red social de cabecera. Está aquí para quedarse una buena temporada. Para Facebook, no hay otra manera de escapar de esta oleada de críticas que hacia adelante, y por ese motivo ha continuado introduciendo nuevos servicios –una pantalla de videoconferencia llamada Portal, un cambio en toda la compañía hacia una mayor privacidad, servicios de mensajería encriptados– incluso mientras se ha tenido que enfrentar al desdén público y a las crecientes investigaciones gubernamentales.
La semana pasada Facebook introdujo Libra, una criptomoneda digital/método de pago/plataforma financiera con la que espera conquistar el mundo con la misma holgura que lo hizo su red social original. Construida con las tecnologías más punteras –si las palabras “open-source block chain descentralizado” te excitan, estás de enhorabuena–, promete ser una suerte de PayPal mundial (como si PayPal no existiera ya), efectuando envíos y transacciones a lo largo y ancho del planeta con cargos minúsculos y pocos problemas. A diferencia de Bitcoin, el valor de Libra estará acoplado al de un cesto de activos en el mundo real, reduciendo su volatilidad. Seguramente no será el colosal sumidero de energía que es Bitcoin. O eso es lo que promete este cuento de hadas barnizado de relaciones públicas: Libra no entrará en vigor hasta 2020, lo que significa que hay muchas cosas que todavía no sabemos. La compañía, no obstante, ya ha empezado a desplegar una espléndida campaña mediática y ha publicado una montaña de documentos para ilustrar la estructura de gobierno de Libra (un grupo de empresas multinacionales que pagan 10 millones de dólares por cabeza por tener ese privilegio), sus especificaciones técnicas (complicadas) y sus fundamentos ideológicas (decididamente neoliberales).
Esta última cuestión merece una atención especial. El libro blanco de Libra, que presenta la inspiración, el objetivo y la gestión del proyecto, es un potaje de todas las ideas de microfinanzas y desarrollo internacional desacreditadas en la última década. Introduciéndose como un benevolente obsequio a la humanidad, el documento se dedica sobre todo al objetivo de la “inclusión financiera”, conectando a los desposeídos bancarios de este mundo al tecnocapital occidental.
Por supuesto, todo esto es presentado como algo más caritativo. “Es el momento de intentar algo nuevo para los 1.700 millones de personas que siguen sin poseer una cuenta bancaria treinta años después de la invención de la web”, tuiteó el co-creador de Libra, David Marcus. “Nuestra esperanza es facilitar el acceso a unos mejores servicios financieros, más baratos y más abiertos, sin importar quién eres, dónde vives y qué haces, o cuánto dinero tienes”.
Facebook, en pocas palabras, vino aquí para ayudar. La tamaña arrogancia que significa el punto de partida de este proyecto es, por descontado, que quienes no tienen acceso a un banco necesitan el acceso a servicios financieros, y más aún a los que proporcionan Facebook y sus socios, como Mastercard y Uber. Es más, como ocurre con las microfinanzas, que han hundido a un sinfín de personas en todo el mundo en una deuda imposible de pagar, las iniciativas de inclusión financiera han fracasado a la hora de reducir la pobreza. Como ha escrito un grupo de críticos, esto ocurre porque la inclusión financiera “se basa en la idea ingenua de que el desarrollo financiero contribuirá positivamente, siempre y en todo lugar, al crecimiento.” La pobreza y la falta de desarrollo son cuestiones complejas y que se deben a múltiples factores que “ni están causadas en primer lugar por la falta de acceso a servicios financieras ni son fundamentalmente problemas a nivel micro, locales”.
Lo que falta, pues, en las narrativas de inclusión financiera y el libro blanco de Libra son las narrativas sobre el papel que juega el Estado. A los gobiernos tradicionales no se los encuentra por ninguna parte en esta bibliografía, y en ellos tampoco se depositan muchas esperanzas de que puedan ser responsables de proporcionar servicios sociales y asistencia monetaria. En vez de eso se les presupone corruptos e incapaces, y se espera que las ONG e instituciones como el Banco Mundial llenen los huecos con sus conocimientos y perfectamente afinados programas de lucha contra la pobreza. (Uno de los pocos documentos que el libro blanco de Libra cita es el Global Findex 2017 del Banco Mundial, un informe sobre “la inclusión financiera y la revolución fintech [financiero-tecnológica]”, de la que el Banco Mundial ha sido uno de los principales promotores).
Va de suyo que el libro blanco de Libra no ofrece ninguna valoración del fracaso de los servicios financieros a la hora de facilitar el desarrollo. Críticas cruciales –como que los microcréditos financieros son con frecuencia utilizados por los pobres más para el consumo que para actividades emprendedoras– ni siquiera son tenidas en cuenta. En vez de eso, el sueño de aliviar la pobreza se actualiza de manera simplona con una nueva jerga y con nuevas tecnologías. No hace mucho los smartphones iban a encabezar la revolución digital contra la pobreza. Ahora son los smartphones y el blockchain.
Los políticos ya han tomado nota de Libra, incluso si Libra no los tiene en cuenta. Un buen número de legisladores demócratas y republicanos han expresado su oposición al proyecto. En la UE se suceden las críticas de los cargos electos. A pesar de que el equipo de gobierno de Libra tiene su sede en la neutral Suiza, un país con los brazos abiertos de par en par al capital, Facebook será objeto con toda seguridad de presiones de gobiernos de todo el mundo.
Ya han estado ahí antes. Hace unos años la compañía presentó su plan Free Basic, que proporcionaba a los usuarios una experiencia primitiva y con un consumo de datos inferior al de navegar por la web canalizando todo el tráfico a través de Facebook y unas pocas apps aprobadas por la empresa, difuminando en la práctica los límites entre Facebook e internet. El proyecto fue ridiculizado como una nueva forma de colonialismo que conducía a los usuarios a las fauces trituradoras de datos de Facebook con la promesa altruista de ofrecer servicios gratuitos. Entre otras formas de oposición, los reguladores indios bloquearon Free Basic como una violación de la neutralidad en la red. Facebook respondió a las críticas con su habitual “¿Quién, yo?”, fingiendo inocencia bajo el manto del humanitarismo digital. Como aseguró la empresa en un comunicado de aquella época, “nuestro objetivo con Free Basic es conectar a la gente con una plataforma gratuita que sea libre, abierta y no excluyente. Aunque decepcionados con sus resultados, continuaremos nuestros esfuerzos por eliminar barreras y proporcionar a quienes siguen careciendo de posibilidades una vía más sencilla a conectarse a internet y acceder a las oportunidades que proporciona”.
El lenguaje es prácticamente el mismo que en el libro blanco de Libra. Conectividad digital, apertura, beneficencia digital, todo proporcionado, extrañamente, por un monopolio estadounidense que jura y perjura que viene en son de paz. Para Facebook, la circulación de datos viene a ser lo mismo estos días que la circulación de capital, que es tanto como decir que todo lo que tiene que hacer es insertar una pajita en la corriente y sorber. Aunque la empresa promete que mantendrá separados Libra y los datos de Facebook (con algunas excepciones por motivos de seguridad, por supuesto), sin duda se beneficiará enormemente de tener acceso a un nuevo flujo de información de las finanzas globales.
Si el año que viene más o menos por estas fechas comprar, vender y enviar Libra es tan fácil como hacer clic en un botón de WhatsApp o Messenger, entonces Facebook habrá hecho desde luego algo de enorme valor. ¿Pero para quién? El sentimiento de mesianismo expresado por David Marcus y otros miembros de la cúpula de Facebook puede ser genuino, pero hay pocas dudas de qué fortunas financieras se beneficiarán de una criptomoneda sin Estado como Libra: las de Facebook y sus bien remunerados socios.
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