RETRATOS SONOROS / LAS SIN SOMBRERO (V)
Me llamo Concha Méndez, fui poeta, editora y autora de teatro
Susana Hernández 20/08/2019
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Concha Méndez (Madrid, 1898 - Ciudad de México, 1986)
Debía tener unos ochenta años y era verano cuando le empecé a dictar mi vida a Paloma, mi nieta. Ella me iba grabando y luego colocó mis palabras, una detrás de otra para construir en unas 150 páginas esas ‘Memorias habladas, memorias armadas’, que son un resumen ajustado de lo que me fue pasando. Soy Concha Méndez, una de las “modernas de Madrid”, y durante aquellas conversaciones le conté mi infancia y mi adolescencia, y los largos veraneos en San Sebastián, luego las trastadas que empezamos a hacer con Maruja Mallo cuando éramos jóvenes y rebeldes y provocadoras, le hablé de mis ganas locas de viajar para salir de los moldes de todos los días y poder así reinventarme por completo, le hablé de mi inmenso amor a la poesía, de mi matrimonio con Manuel Altolaguirre, de cómo fue el tiempo que pasé en el exilio, en Cuba y en México. Fui la mayor de once hijos, nací en una familia acomodada, me encantaban la gimnasia y la natación. Desde muy pronto no acepté las reglas de juego, y me acuerdo de un día en que un amigo de mis padres, de visita, les fue preguntando a mis hermanos qué querían ser de mayores. Como me ignoraba, me tuve que acercar para decirle. “Yo voy a ser capitán de barco”. Me miró tiernamente y me dijo: “Las niñas no son nada”. Allá él, dijera lo que dijera yo terminé gobernando mi propio barco. Fui poeta y editora y autora de teatro. Mi madre fue una aristócrata y mi padre supo hacer dinero en la construcción, aunque el suyo no hubiera sido nada más que albañil. Digamos que, por eso, yo tuve la capacidad de soltar amarras y explorar el mundo sin miedo, pero también estuve pegada a la tierra, sabía cuán duro es todo. En unos versos escribí: “Y si miro hacia la sombra / donde la luz se deshace, / temo también deshacerme / y entre la sombra quedarme / confundida para siempre / en ese misterio grande”. Me acuerdo de ellos ahora porque es verdad que la vida es un misterio grande, amas demasiado y luego las cosas se tuercen, no siempre salen como querías. Fui novia de Luis Buñuel muy joven y juntos nos volcamos en esa España de los felices años veinte y treinta: con Lorca, Alberti, Dalí, María Zambrano. Tantos. Mis versos no se tomaron tan en serio como los que hacían mis compañeros de generación. Gerardo Diego publicó en 1932 una antología poética del 27 en la que no se incluía a ninguna mujer. Se lo recriminé por injusto y por machista. En la de 1934 incluyó sólo a Josefina de la Torre y a Ernestina de Champourcin. Me caía bastante gordo Gerardo Diego. En fin... digan conmigo, como pidió Juan Ramón cuando me casé con Manuel: ¡Viva la poesía! ¡Viva el arte!
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La próxima entrega, Isabel Oyarzábal, se publicará el 25 de agosto.
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