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En aquel momento hacía chapuzas. Era un trabajo que me permitía estudiar, y que en verdad me daba dinero. Iba por las casas. Todas eran parecidas. Un cuadro de una mujer con un cántaro y una teta al aire en la entrada. Una Última Cena en el comedor. Una foto de una madre muerta en una mesita de noche. Lo que más hacíamos eran zócalos y estanterías, y arreglar enchufes, lámparas, cosas rotas. Nuestros clientes eran mujeres, amas de casa. Cuando llegaba a una casa acostumbraba a suceder lo mismo. Empezaba a trabajar solo, mientras la mujer estaba en la cocina. A media mañana la mujer venía a verme. Se sentaba en una silla, a mi lado. Evaluaba mi trabajo, y me explicaba el suyo. Conforme iba hablando, sus ojos se iban vidriando. No tardaba en llorar, con un desconsuelo absoluto. Podíamos pasar una hora así, ellas llorando en silencio y yo trabajando a sus pies, como si tal cosa. Entonces, mientras deseaba con todas mis fuerzas que todo aquello acabase, pensaba que en verdad lloraba por su marido, por una relación rota, por razones sentimentales. Hoy creo que no, que lloraban por algo más amplio.
Han arreglado mi nuevo piso. Lo han hecho unos chapuzas, como yo antaño. No funcionan todos los enchufes, y el trabajo de carpintería, no muy complicado, es un desastre. A mí me hubieran despedido por ello. Cada noche, cuando estos días volvía a casa, acostumbraba a suceder lo mismo. El chapuzas se ponía a mi lado, y me enseñaba lo que había hecho. Por lo general, una ruina absoluta. Yo, que solo voy a estar unos meses en ese piso, le decía a todo que muy bien, y le felicitaba. No obstante, la cara del chapuzas, que no sabía su oficio, que el próximo mes tendría otro, que no sabía el color del próximo mes, me recordaba a la de las mujeres que se ponían a mi lado a llorar mientras me explicaban su vida. Posiblemente, por lo tanto, en cierta manera también lloraba. Ese llanto, que antes me azoraba, ahora no me sorprende. Lo que indica que me es familiar, que se me ha hecho familiar desde que dejé de hacer chapuzas. Es el llanto propio de una vida precaria, sin sitio, rota.
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Autor >
Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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