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Tribuna

Anatomía ideológica del movimiento animalista

¿Cuál es el estatus ético y político que merecen los animales? ¿Cuáles son las estrategias más adecuadas para lograr el fin de la explotación animal?

Eze Paez 3/10/2019

<p>Granja de cerdos, en Toledo. </p>

Granja de cerdos, en Toledo. 

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¿Qué sabe usted del movimiento animalista? Seguro que sabe que hay personas veganas o que existe PACMA. Quizá incluso esté en contra de la tauromaquia o, en general, del maltrato animal, aunque no entiende por qué hay gente que se opone a consumir carne, huevos o leche.

Pero, ¿conoce los principios y objetivos de este movimiento? ¿Ha oído hablar del antiespecismo? ¿Conoce el encendido debate entre abolicionistas y neobienestaristas? ¿Los encuentros y desencuentros con el ecologismo? Si no le suena de mucho, este artículo le va a ir de perlas, porque se lo pienso explicar todo.

Una advertencia previa. Soy vegano y activista desde hace años. Además, me dedico profesionalmente a investigar sobre nuestras obligaciones éticas y políticas para con los animales. Tengo, pues, una opinión meditada sobre todas estas cuestiones. Mi objetivo en esta ocasión no es, sin embargo, convencerle de nada. Sólo ofrecerle una anatomía ideológica de este movimiento social.

¿Qué es el antiespecismo?

Lo primero que debe saber es que muchas personas dentro del movimiento prefieren que se lo califique como antiespecista, en vez de animalista. Se llama especismo a la discriminación por razón de especie. Esto es, dar menos peso moral o político a los intereses de un individuo por el simple hecho de no pertenecer a una especie determinada. Todas las sociedades humanas son, y han sido siempre, especistas. Esto se refleja en nuestras actitudes y prácticas personales. En general, no nos parece tan mal hacer sufrir a un perro como causar un sufrimiento semejante a un ser humano. No digamos a un cerdo o a una oveja. Hasta fechas muy recientes pocas personas veían algo problemático en criar animales en condiciones terribles para hacer con ellos ropa o comida.

El especismo también se refleja en las instituciones sociales que hemos diseñado. Los animales no tienen representantes políticos que defiendan sus intereses. De hecho, sus intereses apenas están protegidos en nuestros sistemas jurídicos. El régimen que se les aplica es similar al de las cosas. Son objetos sobre los que los demás pueden tener derechos, no sujetos con derechos propios.

Desde el movimiento antiespecista se sostiene que todo ello es injusto. El especismo es denunciado como una discriminación injustificada más, semejante al sexismo o al racismo. Se argumenta que la pertenencia a una cierta especie (la humana o la que sea) es algo tan irrelevante desde un punto de vista ético o político como el género o el color de la piel. También se señala que no hay ninguna otra característica a la que podamos apelar para justificar un estatus superior de todos humanos y que coincida exactamente con la delimitación por especies. Por ejemplo, suele decirse que los humanos son más inteligentes, o racionales o autónomos. Pero hay seres humanos que por edad, por enfermedad o por accidente no tienen, han perdido o nunca poseerán tales atributos. Si creemos que eso no les hace menos merecedores de nuestro respeto ético y político, tampoco podemos, por coherencia, creerlo de los animales no humanos.

El antiespecismo señala que lo que un punto de vista ético exige es tener en cuenta el impacto de nuestras acciones sobre todos los que serán afectados por ellas. Para que un individuo pueda ser afectado para bien o para mal basta que tenga la capacidad de sentir dolor y placer –capacidad usualmente llamada sintiencia. Si un individuo es sintiente, tiene intereses en no sufrir, no morir y en disfrutar de su vida que debemos tener en cuenta.

Sabemos que todos los vertebrados, y algunos invertebrados, son sintientes. Es probable que muchos otros invertebrados también lo sean. Desde el antiespecismo se concluye que todos esos individuos importan. Esto no supone afirmar que humanos y no humanos tienen intereses idénticos. Obviamente no es así. Tenemos capacidades cognitivas distintas y las cosas que nos dan placer o nos hacen sufrir son diferentes. Sí supone afirmar que debemos relacionarnos con los animales de maneras que respeten sus intereses, sin discriminación alguna.

Una disputa estratégica: abolicionismo versus todo lo demás

La explotación animal en la industria alimentaria es, para una posición antiespecista, una de las prácticas sociales más profundamente injustas que existen. Según datos de la FAO y de otros expertos, cada año se mata a más de un billón –un billón de verdad, no mil millones– de animales para producir comida. Recordemos, para comparar, que los humanos somos sólo 7.500 millones. La amplia mayoría son animales criados en granjas industriales y en piscifactorías, donde tienen vidas llenas de sufrimiento hasta que finalmente se les mata. Como una dieta vegana es perfectamente saludable, es difícil evitar la conclusión de que no comemos animales por necesidad, sino por placer.

Si rechazamos el especismo, esto es una catástrofe moral de enormes proporciones. La cuestión ahora es, ¿cómo logramos acabar con ella? Este problema genera discusiones encendidas en el seno del movimiento antiespecista.

Intentemos reconstruir el debate en los términos en que lo comprenden sus participantes. Por una parte, encontramos a los partidarios del abolicionismo. El lío es que, pese a lo que pueda parecer, no es que estos tengan como fin abolir la explotación animal y el estatus de propiedad de los animales, mientras que los otros no. En realidad todos comparten este fin. Como dije, la discrepancia es sólo estratégica. Los abolicionistas insisten en que el único medio a emplear es concienciar a la gente de que el especismo es injusto y que debe hacerse vegana. Algunos admiten que también debemos aprovechar oportunidades de abolición parcial de la explotación animal. Como ocurrió, por ejemplo, con la prohibición de las corridas de toros en Cataluña.

Sin embargo, rechazan promover reformas legislativas que reduzcan el sufrimiento que los animales padecen bajo explotación. Este rechazo no es compartido por una gran parte de integrantes del movimiento, incluidas las organizaciones de defensa de los animales más importantes a nivel internacional. En este caso, la apuesta estratégica incluye también presionar a empresas y gobiernos para que aprueben regulaciones menos lesivas de los intereses de los animales explotados. Todo ello a la espera de los momentos políticos que permitan hacer desaparecer progresivamente las diferentes formas de explotación animal.

Entre abolicionistas es común llamar a esta posición neobienestarismo. Se llama bienestaristas a quienes no persiguen el fin del especismo y la explotación, sino sólo mejorar en alguna medida el bienestar de los animales. Se sugiere así, que las estrategias no abolicionistas, aunque bienintencionadas, en la práctica sólo pueden conseguir que los animales sufran menos, pero no lograr el cambio deseado en su estatus político.

A veces, unos califican de traidores a los otros, y éstos de dogmáticos a los primeros. Si todo esto a usted le suena a las sempiternas batallas de la izquierda entre rupturistas y reformistas,  es que lo va entendiendo. 

Relación con el ecologismo: encuentros y desencuentros

No todos los animales están bajo explotación. De hecho, la amplia mayoría (se calcula que un trillón) vive en estado salvaje. Parecería que, sencillamente, debemos protegerlos de los daños que los humanos les causamos mediante la caza deportiva o la contaminación, con lo que en este punto el movimiento antiespecista y el movimiento ecologista serían aliados naturales. La realidad, sin embargo, es más complicada.

Se ha hecho evidente la existencia de importantes desencuentros entre uno y otro movimiento, toda vez que una posición ecologista puede ser especista. Un ejemplo clásico es la promoción de la caza como medida de control poblacional, en vez de proponer métodos alternativos de gestión ambiental como las vacunas o piensos anticonceptivos. Otro ejemplo es la matanza de individuos pertenecientes a especies llamadas ‘invasoras’, o introducidas por los humanos en un territorio, por oposición a las autóctonas. Desde una perspectiva antiespecista, la especie a la que un individuo pertenece no puede hacer que sus intereses cuenten menos. Individuos de especies autóctonas y foráneas de un territorio importan lo mismo. Una gestión adecuada de la situación deberá tener en cuenta todos los intereses en juego.

Existe otro punto de desencuentro que, en mi opinión, es mucho más importante. Hay dos formas de entender el ecologismo. Una es considerar que la naturaleza tiene valor meramente instrumental. Valoramos nuestras casas, nuestras ciudades, nuestras comunidades, porque sirven para satisfacer nuestros intereses y permitir que tengamos una vida digna. Del mismo modo debemos valorar la naturaleza, teniendo en cuenta que las generaciones futuras y los demás animales también son nuestros compañeros de piso. Otra es considerar que, además, la naturaleza tiene valor en sí misma. Los ecosistemas, la biodiversidad, las especies, no sólo deben ser preservadas por nuestro bien. También porque poseen un valor inherente.

Alguien podría pensar ahora, “¿qué más da si la naturaleza tiene valor de una u otra clase? Sea como fuere, se sigue que hemos de preservarla.” La cosa se complica cuando atendemos a las evidencias que señalan que, probablemente, la naturaleza, tal y como es sin intervención humana, hace que la mayoría de animales tengan vidas llenas de sufrimiento.

¿Debemos entonces reducir el sufrimiento natural de los animales salvajes? Si creemos que la naturaleza tiene valor en sí misma, tenemos razones para oponernos a ayudarles. Al fin y al cabo, se trataría de una intervención humana que interferiría en el devenir de los procesos naturales. Pero si creemos que la naturaleza tiene sólo valor instrumental, parece que la respuesta sería afirmativa. Hay que ayudar. La naturaleza es la casa de todos. En lo que promueve nuestros intereses, debe ser conservada. En lo que es contraria a ellos, debe ser reformada.

¿Cuál es el estatus ético y político que merecen los animales? ¿Cuáles son las estrategias más adecuadas para lograr el fin de la explotación animal? ¿Qué obligaciones de ayuda tenemos respecto de los animales salvajes? Estas no son cuestiones triviales. No son problemas que vayan a desaparecer. Deberían concernir, creo, a cualquier ciudadano. El movimiento animalista lleva cuatro décadas debatiendo al respecto. Vale la pena escucharle.

¿Qué sabe usted del movimiento animalista? Seguro que sabe que hay personas veganas o que existe PACMA. Quizá...

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Autor >

Eze Paez

Es investigador Beatriu de Pinós en el grupo Law & Philosophy de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona).

 

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2 comentario(s)

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  1. Segismundo

    Por si pudiera interesar. Un libro de relatos que trata sobre el tema del maltrato a los animales El invento de la profundidad. https://www.casadellibro.com/ebook-el-invento-de-la-profundidad-ebook/9788418090103/10067574

    Hace 5 años

  2. ANA LARRE

    Saludos desde México Eze ! Considero que el problema se ha generado por suponer en forma equivocada que tanto el planeta como sus habitantes nos pertenecen. Supremacía humana totalmente equivocada. Pensar en que deben prevalecer los intereses humanos que muchas veces ni siquiera son significativos es un error. Y claro los mismos animales humanos no escapan de ese "aprovechamiento", no solo me refiero a la esclavitud que aunque ha sido abolida, aún existe, también me refiero a tantos humanos que desarrollan actividades incluso peligrosas por unas cuantas monedas no para vivir, sino para sobrevivir. Por supuesto yo abolicionista y antiespecista.

    Hace 5 años 1 mes

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