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Tras los triunfos cosechados en Cannes y San Sebastián, Óliver Laxe (París, 1982) quiso regresar a sus orígenes para estrenar O que arde in situ, en una pequeña localidad de la sierra de Os Ancares (Lugo). “Venimos aquí porque la hemos hecho juntos”, afirma compartiendo su éxito con todas las personas implicadas en esta cinta que aborda el abandono del rural y que, trascendiendo sus causas, resulta certera.
Un subidón de autoestima es lo que más se repite entre el millar de asistentes al estreno de O que arde en Navia de Suarna. En la plaza central del pueblo, como si de un cine de verano se tratara pero ya entrado el otoño, está todo listo para el acto. Antes de recibir el calor y el aplauso de toda su familia de Os Ancares, Óliver Laxe atiende a CTXT en un reservado del bar Xegunde.
En una entrevista en Luzes, rodando O que Arde, aseguraba que “querías que el espectador experimente la venganza del rural”.
Parece que se ha conseguido.
¿Se refiere al éxito de la película y a todo el despliegue que se ha montado aquí en Navia para verla?
A veces, las películas más políticas son las que abren el corazón del espectador. No sé si mi peli lo hace, pero tiene esa intención
No recuerdo en qué contexto lo dije, tendría que leer la entrevista, pero sí que hay un gemido de orfandad, y un grito desesperado también, un grito rabioso. Creo que el grito rabioso es mío, sí, bastante mío.
Hay mucha rabia en esta película.
Sí, pero ojo, la rabia está en la película tal cual y a veces está destilada. Hay más amor, más dulzura… De hecho, es una película tangencialmente política. Lo es, sin serlo. Si no hubiera estilizado mi rabia, no habría hecho una película política en el sentido más literal del término, lo cual no quiere decir más trascendente. A veces, las películas más políticas son las que abren el corazón del espectador. No sé si mi peli lo hace, pero tiene esa intención. Y muchas veces, cuando estás todo el rato en la dialéctica, en el lenguaje político, que es de dividir, te quedas fuera de ese objetivo.
Esto se aprecia en esa manera de amar que tienen madre e hijo, Benedicta y Amador, un incendiario exconvicto que regresa a casa tras cumplir condena. ¿Por qué estos personajes?
Por motivos muy similares y muy lejanos. Una madre, porque el amor de una madre es el amor que me parece de los más puros, de los más bellos, porque es un amor a pesar de todo, por encima de todo, un amor que no juzga. Es una casa. Y Amador por lo contrario, porque es alguien fácil de juzgar. Es un personaje un poco vilipendiado por la sociedad. Y esto es normal, yo mismo… Nos ponen un pirómano mañana delante y podemos llegar a apedrearlo. Estoy exagerando, pero de alguna manera es así. Me apetecía ejercitar y poner en práctica lo que es el amor. Qué es amar, incluso a aquel que es tu opuesto o que te hace daño.
Desde luego, coger el camino fácil no es algo que practique con su cine. Pero la recompensa está ahí: película que hace, éxito que consigue.
Coger el camino fácil es el camino difícil. Entender esto es lo que me ha hecho estar en el centro del cine. Ahora puedo hacer lo que quiera. Porque yo sabía, desde el principio, que coger el camino difícil era el camino fácil y pragmático. Es de un egoísmo total. El árbol nunca tiene frutos a la altura de la mano, siempre digo lo mismo.
Al menos, no los buenos.
Claro, hay que subir a por ellos. Al hacerlo también te puedes caer, pero tienes buenos frutos y además buenas vistas. Esto me gusta mucho.
Para desechar ese signo de fatalidad que parece cernirse sobre el rural y que opera a menudo como disculpa de su situación, ¿son necesarias este tipo de películas?
soy urbanita, pero tengo la fortuna y la mala suerte de ser un hombre que está entre dos mundos: la tradición y la modernidad, el pasado y el futuro, y eso es lo que me hace artista
Efectivamente, no sé muy bien cómo se va a interpretar, porque hay cierto espectador que puede creer que la vida de Amador y Benedicta es una vida triste, y que no quieran una vida así. Precisamente, esto requiere un descentre ontológico, cambiar la mirada. Me parece que yo los veo soberanos, dignos, libres… A mí me gustaría ser como ellos. De lo que más contento estoy es de que toda la gente me ha dicho que no hay una mirada urbanita en la peli. Y el espectador, en España, que está muy pegado a su esencia, va a conectar con la película. Aún por mucho que esté velado su ser y su esencia.
¿Se incluye en esa categoría de “trauma nacional” referida a una ruptura abrupta en el modo de vivir con respecto al mundo rural que está aflorando en numerosas obras?
Opino que hay que volver a casa, en el sentido amplio del ser, dentro de uno. Opera a muchos niveles dentro de mí. Sé que el espacio tiene las características idóneas para que mi ser se desarrolle y para llegar a esa parte esencial que hay en mí, y que muchas veces el ruido no me permite escuchar y sentir. A mí me gusta la tradición. Y soy de una generación que tiene que desandar caminos errados, mirando al futuro. Yo estoy poniendo en marcha una suerte de granja-pedagógica o centro de terapias rurales.
¿Para rehabilitar urbanitas?
Sí creo que los que más lo necesitamos somos los urbanitas, los que estamos integralmente enfermos, desarraigados, neuróticos, desesperados, perdidos… Esto sucede en las ciudades. Es un sufrimiento más enmascarado, pero estructural.
Usted lo es y no lo es. Nació en París pero cuenta que venía aquí a menudo.
Sí que soy urbanita, pero yo tengo la fortuna y la mala suerte de ser un hombre que está entre dos mundos: la tradición y la modernidad, el pasado y el futuro, y eso es lo que me hace artista, porque a través de esta colisión que hay en mi interior y de este dolor que tengo se destilan obras que lo recogen, pero es jodido. Me refiero a que yo quiero hacer esta escuela principalmente para mí.
¿Qué le gustaría aprender?
Salir de esta cultura del proyecto, y estar más en la del ser. Porque esa es una de las grandes mentiras de la modernidad. Este mito del progreso, al que ya no se le defiende tanto, ¿no? Se nos dice, o está establecido en nuestra sociedad, que el saber da el ser. Si tú sabes, si acumulas conocimientos, eres, y todos hemos estudiado carreras y demás y no nos han servido para nada.
El saber y el tener también.
Exactamente, como es un saber que es puramente exterior, basado en el conocimiento externo que no viene acompañada de uno interno, pues finalmente es el saber el que da el tener, y da el miedo. Pero es precisamente al contrario de lo que sucede en el rural, donde el ser da el saber. Sí que hay que hacerlo innovando, no vamos a volver al burro, pero a lo mejor sí que puedo decidir no tener internet en casa.
Viene de hacer cientos de kilómetros para presentar la película. ¿No es agotador?
Estoy exhausto, si. Ahora voy a Curtocircuíto [festival internacional de cine de Santiago de Compostela], Nueva York, Londres, después el estreno gallego, tenemos la suerte de estar en salas pequeñas: Carballo, Viveiro, Monforte, Vilagarcía… Sitios en donde no se enseña nunca este cine, y queremos acompañarlos. Gracias a que está mi madre en casa, y cuando le digo, cuando empiezo a laiarme, a lamentarme, me dice: “Mira, tienes problemas de rico, deja de quejarte” [se ríe].
¿Pero le gusta toda esta tournée?
En parte sí, porque estás con la gente, con vosotros, y eso me hace destilar también mi pensamiento, mi manera de ver las cosas, pero en fin… tengo que tener cuidado de no estar mucho en la cultura del proyecto, de la carrera… Hay que equilibrar un poco eso. No sé. Hay que servir, y mi cabeza me dice que la decadencia es irreversible a todos los niveles, pero mi corazón me dice lo contrario y me guío más por el corazón. Creo que en cada pase que yo puedo hablar de mi peli, supongo que como toda la gente en nuestra sociedad que intenta hacer su trabajo con el máximo amor, tiene consecuencias positivas. Hay por ejemplo dos chicos, que conocí hace dos años dando una charla en su instituto, después de Todos vós sodes capitáns (2010) y que decidieron trabajar en el cine. Uno es Andrés, lo he vuelto a encontrar después de haber hecho un máster de cine y ahora trabajamos juntos. No me estoy poniendo la medalla, hay que sembrar y regar poco a poco.
¿Algún proyecto en mente además de la granja?
De momento en ese es en el que quiero poner toda mi energía. Creo que me va a ayudar a equilibrar, será benéfico para mi y ahí creo que puedo hacer un buen servicio. Todos venimos a servir y yo siempre me estoy recuestionando si el cine es mi misión o no. Porque al final la única misión que tenemos es ser felices, autorrealizarnos, porque si logramos eso es cómo podemos cambiar el mundo.
Hoy Navia se siente orgullosa de tenerle aquí.
Estoy emocionado. Pero es que, precisamente, antes que yo estaban mis abuelos y mis vecinos… Su esencia es la mía. Aquí hay unas mujeres increíbles que están con proyectos, el Ampa del colegio de Cervantes, los profesores… Hay unos seres increíbles. ¿Qué pasa? Que se ve menos que lo que hago yo, tiene menos repercusión. Yo esto lo he podido hacer porque lo paga la Administración. Estoy un poco ahí en la cultura del espectáculo e intento que revierta positivamente. Pero yo lo único que hago es hacer las cosas como se han hecho siempre.
De acuerdo, pero nunca antes se había estrenado una película como esta aquí.
Mi abuela cuando estaba alguien enfermo lo iba allí a cuidar, o hacía un pastel, incluso si no estaba enfermo. Había una conciencia. Venimos aquí porque la hemos hecho juntos. En mi equipo hay cinco realizadores, hay muchísimo talento, y hay veces que yo no decido, que simplemente les pregunto y pillo la mejor idea. Aquí estamos al servicio, ser un autor es una consecuencia.
Es el director de orquesta.
Soy el director de orquesta. O alguien que empuja a la gente en un río y después ya es la corriente la que nos lleva. Pero a mí también me han empujado.
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Valeria Pereiras es periodista.
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Valeria Pereiras
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