Flores azules y quilates
Refutación de un texto de Adrián Trapiello sobre Rosalía y el triunfo del neoliberalismo
Carlos García de la Vega 28/11/2019
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Según el diccionario de la RAE, paráfrasis es, en su primera acepción, una “explicación o interpretación amplificativa de un texto para ilustrarlo o hacerlo más claro e inteligible”. Adrián Trapiello, en su artículo Rosalía o el insoportable triunfo del neoliberalismo, dice que parafrasea uno de los primeros parlamentos de Patrick Bateman (American Psycho) cuando dice que “existe una idea de Rosalía. Una especie de abstracción. Pero no hay una verdadera Rosalía. Solo una entidad, algo ilusorio”. El personaje de Christian Bale no dice eso, Adrián. En realidad, lo que dice es: “Hay una idea de un tal Patrick Bateman, una especie de abstracción, pero no es mi yo real, solo una entidad, algo ilusorio.” Patrick Bateman se atribuye un yo real y una imagen proyectada. Trapiello le arrebata ese yo real a Rosalía, y afirma que solo es una entelequia. Quiero pensar que no ha utilizado mal a sabiendas esta cita para hacer una bastante perversa asociación de ideas entre el personaje de Bret Easton Ellis, como trasunto hiperbólico y casi farsesco del capitalismo de Wall Street, con Rosalía, como producto “de un laboratorio de ideas de Massachusetts”. Creo que Trapiello se refiere al Massachusetts Institute of Technology (MIT). Pero dudo mucho que los mejores científicos aplicados del mundo estén para pensar en “tacones, lunares para matar (bájale)/ los flecos, las trenzas para matar (bájale)/ eyeliner, leopardo para matar (bájale)”, madre mía, Adrián Trapiello (bájale).
Sus coqueteos con el reguetón comercial, la rumba catalana y el techno tienen una calidad tal que el sonido, la producción, las letras y el producto final son magistrales musical y audiovisualmente
Soy musicólogo, no economista. Así que no me siento autorizado a comentar el uso, que me parece un tanto frívolo, de los términos capitalismo, liberalismo y neoliberalismo. Me parece que no son intercambiables. Todo lo que opinaba a nivel musicológico sobre Rosalía hace ya casi un año sigue vigente. No es “una insólita revolucionaria del flamenco”, es simplemente la única tonadillera que ha dado el siglo XXI. Sus coqueteos con el reguetón comercial, la rumba catalana y el techno, posteriores a mi primer artículo, tienen una calidad tal que el sonido, la producción, las letras y el producto final son magistrales musical y audiovisualmente. ¡Oh, he dicho producto! Como si Usual supects, Soleá Morente, Triana, Camarón, Pink Floyd, y las versiones noveladas y audiovisuales de American Psycho no lo fueran. Productos, sí. Maléficos, capitalistas, liberales, neoliberales y que, además, alimentan una industria que da de comer a miles y miles de familias. ¿Ha advertido Trapiello que el sonido del final de Con altura remite directamente al minimalismo norteamericano de los setenta, siendo además parte de un reguetón clásico de principios de los noventa que hacen personas que nacieron en esa década? Seguramente no, pero es brillante musicalmente, aunque a él le parezca una trampa capitalista y los usuarios de Youtube de todo el mundo la hayan convertido en la artista femenina más visualizada de 2019 con más de mil millones de reproducciones.
El momento estelar del texto de Trapiello es cuando afirma que “ante todo Rosalía es una mujer caucásica de clase media. Reside ahí su triunfo y nuestro fracaso”. Yo no me siento fracasado por esto. Porque seguramente lo que sea un fracaso es que todas las referencias culturales en el texto de Trapiello sean de hombres cis, menos Soleá Morente y las guionistas de American Psycho. Eso sí que es un fracaso en el uso de las referencias y la contextualización de un fenómeno como el de Rosalía. A pesar de que el feminismo del 99%, que propuso hace un par de años Nancy Fraser, recoge la reivindicación a las cuestiones de género, raza, estrato social y otras variables limítrofes, no se puede pretender que la mujer blanca y de clase media, sujeto histórico de la lucha de la primera y segunda ola del feminismo, tenga que abandonarla o quede desautorizada. Precisamente su papel hegemónico dentro del colectivo le permite presentarse ante el resto de la sociedad como una figura llena de fortaleza, y abanderada de estéticas en que lo masculino es meramente accesorio. Seguramente, la posición privilegiada dentro del colectivo oprimido le permita tener un altavoz más fuerte. Pero es que, además, con su estética post-urbana, Rosalía no se presenta casi nunca como una niña modosa de clase media, sino que, cada vez más, con la uñas imposibles, las plataformas, los tejidos técnicos y las fundas de oro en los dientes de A palé, y su móvil en la mano –sobre todo su móvil en la mano– , se está presentando a sí misma ante el mundo como una especie de cyborg, en la tradición feminista de la imprescindible Donna Haraway. “A ningún hombre consiento que dicte mi sentencia”.
No voy a obviar la encendida polémica que mantienen Noelia Cortés y la asociación de Gitanas Feministas con la tonadillera. Leyendo ambas posturas todas parecen razonables, no obstante. Estamos en un clima de opinión donde la academia y sus planteamientos teóricos han saltado a la opinión pública, no precisamente con gran capacidad de adaptación. Partiendo de reivindicaciones legítimas y justas, se aplican literalmente teorías académicas que vuelven intransitable la vida social y el pensamiento. No se puede examinar a un referente iconográfico mediante postulados teóricos. Lo que debería hacerse es interpretarlo, contextualizarlo y explicar qué representa y qué dice del mundo y la sociedad en la que vivimos. En cualquier caso, por más bronco que nos parezca, el asalto de lo académico a la vida cotidiana, además de hacernos sentir en un campo de minas, nos está mejorando la autopercepción y haciéndonos conscientes de lo que implica lo que culturalmente generamos, por lo que siempre es bienvenido. Por otro lado, el tema de la apropiación cultural ya lo traté en mi primer artículo sobre Rosalía y, como a Trapiello no parece interesarle, siendo lo verdaderamente nuclear del fenómeno, vamos a pasar.
Pero hay otros gitanos, como los Chunguitos, las Azúcar Moreno, los Mellis, las Negri o la veintena de bailaores, bailaoras, cantaoras, muchos de ellos de Jerez de la Frontera (Estefanía Zarzana, Sandra Zarzana, Rocío Valencia, Sandra Rincón, Manuela Soto y Dolores Carrasco y el percusionista Ané Carrasco) que acompañaron a Rosalía en un tablao flamenco apocalíptico en la actuación de los EMAS de MTV el pasado 3 de noviembre en Sevilla, que no solo aplauden su música y sus versiones, si no que además se prestan a colaborar y girar con ella, legitimándola y reconociéndola como portavoz.
No se puede examinar a un referente iconográfico mediante postulados teóricos. Lo que debería hacerse es interpretarlo, contextualizarlo y explicar qué representa y qué dice del mundo y la sociedad en la que vivimos
El fenómeno de Rosalía ha pasado por estadios de odio muy interesantes sociológicamente. Cuando apareció Los Ángeles, un disco de flamenco bastante ortodoxo, casi nadie la conocía, pero esos pocos la adorábamos sin fisuras. Pero llegó Malamente, parece que hace un siglo, y a todo el mundo le gustó, aunque enseguida empezaron a buscarle las cosquillas tanto los andaluces por no ser andaluza, algunos gitanos por no ser gitana, etc. Cuando salió El Mal Querer, se dijo que se había vendido a la mercadotecnia, cuando todo el mundo que se haya informado puede saber que es un álbum de estudio que se había pagado ella para presentar como TFM y que solo después de haber estrenado también Di mi nombre se vendió el fonograma a Sony. Aparecieron Con Altura y Yo x ti, Tu x mi, y Rosalía se había vendido al reguetón, dejando claro que no era flamenca. Cuando sacó Millonària nadie se fijó en que era una rumba catalana divertidísima y casi perfecta, sino en que no iba a ser un hit como Con altura y que la artista perdía, por fin, fuelle. Trapiello dice que en realidad está siendo cínica metiéndose con el dinero cuando ella va a acabar siendo rica. Que la mixtape es un ejercicio clásico de tesis y refutación en la que no hay verdades éticas, sino contraposición de ideas, estilos musicales y estéticas audiovisuales creo que se le escapa. Cuando María Isabel (ganadora española de Eurovisión Junior en 2004) hizo un story de Instagram versionando Malamente los andaluces ofendidos dijeron que así sí, que qué bonita la canción. ¿No se acuerdan que cuando salió dijeron que era un engendro? A palé creo que la ha entendido poca gente, y es que nos lleva directos a la cultura clubbing, que al ser tan minoritaria y esencialmente integradora con todo tipo de criaturas, a nadie ha parecido molestar ni nadie se ha quejado especialmente.
Lo que parece querer decir Trapiello es que Rosalía no es una teórica ni ideóloga anticapitalista como se le presupone, por supuesto, a todo artista internacional que se precie. Es más, afirma que está vendida al negocio, que su ambición personal le lleva a querer engatusarnos con versiones light y edulcoradas de las posiciones ideológicas que el sistema considera como cool, y que por eso “añade máscaras a su personaje”. Pero resulta que hay un marco teórico mucho mejor que el de esta especie de marxismo diletante, nostálgico, heteronormativo y redicho de Trapiello y que explica lo que intuyo que quiere decirnos. Se trata de una disputa teórica que ya planteó en 1964 el genial Umberto Eco a propósito de las recepciones en clave semiótica de la producción cultural, y que establecía la dicotomía entre dos corrientes de posicionamiento ante la cultura popular y de masas: apocalípticos e integrados.
Los apocalípticos consideran el arte como algo elevado, con trasfondo social, carga ideológica y cultivador del espíritu. El único propósito de la creación, pues, es justificar y ensalzar un sistema de valores, prefabricado de antemano, para refocilarse en la autosatisfacción. Aquí es donde claramente se posiciona Trapiello. Por otro lado estamos los integrados, que disfrutamos mucho viendo, como un entomólogo a sus insectos, la manera en que la cultura se manifiesta, cómo las masas responden y disfrutan de la creación. A partir de la observación de todos esos fenómenos, sacamos conclusiones y aprendemos críticamente de lo que emana del espíritu de los tiempos, o Zeitgeist como dice Adrián. El problema es que los que son victorianos no somos los integrados. Los victorianos son los apocalípticos con su constante recurso a la nostalgia. La cosa no va de pureza ideológica, la cosa va localizar redes de significados, valor semiótico y capacidad de representación.
Para mí sí hay una cosa que reprochar a Rosalía, en este año y medio meteórico, que no “mesiánico”, es que se haya vendido, para sus conciertos de fin de gira de Madrid y Barcelona, a la mafia de Live Nation y Ticketmaster. Que las niñas y niños adolescentes hayan tenido que pasar a la reventa para conseguir ver a su ídolo español. Si se está reinventando los géneros musicales y su propia representatividad de género, si está haciendo que el mundo y la opinión pública compre lo que ella tiene que vender, también debería haber sido valiente, y salirse del monopolio de estas empresas radicalmente inicuas.
Nota al margen: Si Adrián Trapiello tiene el arrojo de llamar “genial mercachifle manchego” a Pedro Almodóvar, lo valiente, en un medio como el que nos da espacio, sería referirse a él con nombre y apellido. Aunque creo que esta sarta de epítetos, que solo dedica a este cineasta entre todas las personas a las que se refiere, es más homofobia de baja intensidad que desprecio artístico. Por otro lado, como ya espeté al crítico de La Razón Gonzalo Alonso en mi artículo sobre Plácido Domingo, que las personas LGTBIQ+ seamos capaces de luchar por nuestros derechos divirtiéndonos –nada victorianamente– no nos convierte en artículo de escaparate, Adrián, sino en gente lista a la vez que concienciada. A palé.
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Carlos García de la Vega
Carlos García de la Vega (Málaga, 1977) es gestor cultural y musicólogo. Desde siempre se ha dedicado a hacer posible que la música suceda y a repensar la forma de contar su historia. En CTXT también le interesan los temas LGTBI+ y de la gestión cultural de lo común.
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