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Cuando yo era joven, hace doscientos o trescientos años, no me acuerdo muy bien, corría, entre la gente leída y escribida, un dicho gracioso, que nos encantaba a los muchachos de entonces, por su rebeldía implícita y su cachondeo verbal, que sustituían a la falta de libertad, bajo la bota del sucio franquismo eterno de aquellos años oscuros. “Cuando oigas hablar de Dios, saca la pistola, porque te van a engañar”. Tal y como se están sucediendo los acontecimientos políticos ahora, habrá que recordar aquella frase feliz, cambiando algún término, sin renunciar a su fondo de agreste protesta significativa, y decir: “Cuando oigas hablar de España, saca la pistola, porque te van a engañar”. La palabra España, pero no su contenido semántico, su concepto latente y sugestivo, se está convirtiendo en la coartada, en la tapadera vergonzosa, en la disculpa agresiva, telón de humo de todas las imposturas, de todas las injusticias, abusos, mentiras y despropósitos, nacionales. La derecha tradicional, heredera de una larga secuencia de errores y de equívocos, de odios y de exclusivismos, con matanzas de seres humanos incluidas por medio, se viene apoderando, para su uso particular y su provecho electoral, como si tuviera la exclusiva y como otro medio de sus habituales engaños, del nombre de España, como banderín de enganche, para seguir en el machito, expoliando los recursos del país y degradando la convivencia entre españoles, con derechos de admisión. La belleza geográfica de nuestro suelo, variado y atractivo, multiforme y espléndido, la densa nómina centenaria de nuestros notorios hombres ilustres, su glorioso y triste pasado, todo hay que decirlo, que nos enorgullece y nos abochorna, a partes iguales, y en el que se alternan triunfos y fracasos, orgullos y vergüenzas, como en todas partes, incluso esa imagen tópica del español enardecido, valiente y generoso, “echao palante”, no es monopolio de nadie y no puede sustituir a ningún programa político explícito y racional. Es, por así decirlo, patrimonio de todos, al alcance de cualquiera y no solo de las derechas, que asumen la peor tajada de nuestro pasado, puesta al día, para fortalecerla, perfeccionarla y expandirla. “¡Viva España!” no es un grito de guerra, sino un grito de paz, que, en cualquier caso, habría que matizar, con un “¡Viva España, con honra!”. ¡Que dejen tranquila a España, que no necesita de su ayuda y que en sus labios se degrada, y se preocupen más de los millones de españoles de a pie y que están a verlas venir, in albis ! Porque nadie quiere la revolución, pero España no contribuye mucho a llegar a fin de mes.
Cuando yo era joven, hace doscientos o trescientos años, no me acuerdo muy bien, corría, entre la gente leída y escribida, un dicho gracioso, que nos encantaba a los muchachos de entonces, por su rebeldía implícita y su cachondeo verbal, que sustituían a la falta de libertad, bajo la bota del sucio franquismo...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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