Masculinidad
Egon Schiele: el cartílago
Reivindicar hoy al pintor austriaco es preguntarse si hay algo salvable en la idea de la dureza intrínseca del hombre. Es preguntarse si esa dureza puede ser entendida de algún modo que no sea, por sí misma, agresiva
Pau Luque 12/02/2020
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1. Al pasear por el tercer piso del Leopold Museum de Viena, se bifurca en la imaginación el sendero que reivindica la contemporaneidad de la obra de Egon Schiele.
2. El primer desvío pasa por considerarlo como un precursor de la cultura del yo de nuestros tiempos. Sus autorretratos, muchas veces de perfil, y a menudo desnudos, nos son familiares porque conectan con la impúdica cultura del selfie. Son manipulaciones de su propia imagen especular: los contornos de su propia figura están alargados, los colores alterados y saturados y algunas de sus extremidades están exageradas. Son selfies pasados por muchos filtros, es el yo sometido al juego de las formas. Los ojos de los visitantes del Leopold Museum de Viena se atrincheran en esos autorretratos como lo hacen cuando devoran la exhibición visual del yo que pulula por la gran telaraña virtual.
3. Un autorretrato congela una imagen especular de un yo. Entendido así, no hay nada más caduco que un autorretrato porque no hay nada más caduco que un yo congelado. Por ello, el selfie que deforma, altera o embellece la imagen especular es un mejor reflejo diacrónico del yo mutante e imaginable que el yo que nos devuelve un espejo límpido. Las autorretratos de Schiele serían yoes posibles.
Las mutilaciones de Schiele no funcionan como símbolos de la realidad, sino de la ficción
4. Algunos de los cuerpos pintados en los autorretratos de Schiele están mutilados. No interpretaría esta circunstancia como una metáfora de un yo incompleto, o como un lamento por no ser uno mismo, menos aún como una denuncia porque hay terceros –¿la sociedad?, ¿el sistema?, ¿el visitante del museo?– que no dejan expresar el verdadero yo. Tampoco lo leería como un intento de reportar lo más esencial de una persona, como si lo que quedara en el lienzo fuera lo auténtico y las extremidades mutiladas lo sobrante, lo fingido. No. Los autorretratos mutilados no son confesionales, no son ni quieren ser portadores de sinceridad. Las mutilaciones de Schiele no funcionan como símbolos de la realidad, sino de la ficción. Autorretratarse mutilado no es un ejercicio introspectivo; más bien expresa el deseo de ser personaje, como ocurre con los más adulterados y degradados selfies que podemos encontrar en la gran nebulosa de las tres uves dobles.
5. La otra vía de reivindicación es la siguiente: a Schiele, en realidad, el yo le importaba un carajo. A Schiele le interesaba el cuerpo. Singularmente, el cuerpo masculino. En esos autorretratos la carne del cuerpo es esquiva, hasta el punto de ser apenas más gruesa que la fina capa de la piel. La escasa carne parece tener una única función: separar piel y huesos. Pero hay algo disonante en esa manera de hacer desaparecer casi toda la carne: los autorretratos no son cadavéricos, los cuerpos no evocan la imagen del vivo que está a punto de dejar de serlo. La ausencia de carne no está en ellos asociada al moribundo o al famélico. Schiele prescinde de la carne, particularmente de la carne musculada y trabajada pero, al mismo tiempo, se muestra renuente, en esos autorretratos, a visibilizar los huesos. ¿Qué queda, entonces, del cuerpo del hombre? El cartílago. Con ello no quiero decir que sólo quede a la vista el cartílago intercostal, o el de las orejas o el de la tráquea. No. Lo que sugiero es que, desprovisto de casi toda la carne y con los huesos aún en la penumbra, Schiele pinta el cuerpo entero como si fuera un cartílago flotante.
6. Es posible que en lo primero que pensemos al ver los autorretratos escuálidos de Schiele sea en vulnerabilidad. Tiene sentido: sin carne musculada perdemos la agilidad para acometer ataques. Pero esto es engañoso. El cuerpo de Schiele es cartilaginoso. Esto quiere decir que el tejido con el cual el hombre lidia con el mundo es fijo, tenso, resistente. A la vez, lo cartilaginoso es más flexible y más voluble que la estructura ósea. Para Schiele, el cuerpo del hombre es vulnerable y a la vez resistente.
7. ¿Qué tiene de contemporáneo esa manera de concebir el cuerpo del hombre? Me aventuro a formular la siguiente hipótesis: si hay alguna dureza en lo masculino no proviene de la aparatosidad y exuberancia de los músculos desarrollados, sino de la persistencia que otorga la mezcla de vulnerabilidad y tensión de lo cartilaginoso. Schiele es un avanzado a su tiempo porque intenta redefinir el contorno conceptual de lo que acaso podría significar el hombre fuerte. No es en el volumen de fuerza física, no es en la contundencia de la definición de músculos, no es en las protuberancias descomunales, no es, en suma, en la acumulación de poder corpóreo para doblegar voluntades, donde descansaría la eventual dureza del hombre, sino en la frágil perdurabilidad del cartílago. Tal vez Schiele iluminó una nueva forma de lo masculino que, parafraseando con libertad un destello de Belén Gopegui, rompía algo, aunque no lo rompía todo. Y la razón por la que no lo rompía todo es que había algo a conservar: la idea de que hay algo intrínsecamente fuerte o duro en lo masculino. Sólo que la dureza no tenía que ver con la intimidatoria y bruta capacidad de un cuerpo para imponerse por la vía de los hechos, sino con la tensión resistente del cartílago.
Schiele es un avanzado a su tiempo porque intenta redefinir el contorno conceptual de lo que acaso podría significar el hombre fuerte
8. Así, reivindicar a Schiele hoy es preguntarse si hay algo salvable en la idea de la dureza intrínseca del hombre. Es preguntarse si esa dureza puede ser entendida de algún modo que no sea, por sí misma, agresiva. Schiele pergeña una respuesta. Un cuerpo masculino trabajado en un gimnasio para mimetizar la rotundidad de una mandíbula de boxeador es un cuerpo que puede tanto atacar como defender. Un cuerpo masculino cartilaginoso sólo puede ser usado para cobijar, para defender, para proteger.
9. La dureza no sería una cualidad orientada a la competición, sino un paraguas contra las inclemencias de la vida.
10. Si uno sigue el recorrido propuesto por el Leopold Museum, primero se encuentra con los autorretratos cartilaginosos de Schiele y, según va avanzando, descubre otros intereses de Schiele, como paisajes urbanos y también no-urbanos. Como el recorrido es cronológico, no es difícil descodificar la idea de que, a medida que fue cumpliendo años, Schiele fue ampliando sus inquietudes (o al menos esa parece ser la idea que quiere que descodifiquemos el Leopold). A partir de 1915, regresan los cuerpos. Ya no son autorretratos, aunque sí son desnudos. Son mujeres, casi siempre acostadas. Y la carne está mucho más presente: no son voluptuosas, aunque tampoco delgadas. La exageración de los rasgos, en esta fase, prácticamente desaparece. El cartílago deja de ser visible. ¿Quiere ello decir que Schiele perdió interés en la idea de dureza o que pensara que no había algo de dureza en el cuerpo femenino? No. Sólo quiere decir que se negaba a ser un erizo. Sin embargo, malogrado a sus escuálidos veintiocho años, no alcanzó a ser un zorro.
1. Al pasear por el tercer piso del Leopold Museum de Viena, se bifurca en la imaginación el sendero que reivindica la contemporaneidad de la obra de Egon Schiele.
2. El primer desvío pasa por considerarlo como un precursor de la cultura del yo de nuestros tiempos. Sus autorretratos, muchas veces de...
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Pau Luque
Es ensayista e investigador en Filosofía del Derecho en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
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