El flamenco según Silverio (III)
Greta Thunberg contra Rosalía
La artista catalana podría sortear cualquier alusión a etiquetas o géneros y defender que hace divinamente lo que le da la real gana. Sería más exacto, de hecho, pero el negocio no marcharía tan bien
Pedro Lópeh 18/02/2020
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Envidio a Rosalía, lo reconozco. No porque sea rica, guapa y famosa (si es que lo es), como se autodefinió Cristiano Ronaldo para explicar la inquina de sus detractores, sino porque tiene un talento descomunal. También se intuye una personalidad especialísima y una extraordinaria capacidad de trabajo, lo que la hace acreedora de mis mejores y más sinceros deseos.
Y, sin embargo, no me entusiasma lo que hace ni me parece que haya revolucionado el flamenco. Lo lógico sería que nadie se molestara por mi opinión, que no es más que eso, pero llegados a este punto en las múltiples conversaciones sobre Rosalía que he mantenido en el último año, lo habitual es recibir una colección de calificativos que van desde purista, ortodoxo y ¡flamencólogo! hasta rancio y, en algún caso, facha. Es entonces cuando saco del zurrón una botella de aguardiente y le doy un lingotazo barbitúrico. A veces mi interlocutor quiere guerrear con argumentos técnicos, puesto que ahora todo el mundo sabe distinguir el polo de la caña, y si me dice que Rosalía tiene compás, me pimplo dos chupitos para expresar con calma que ha habido fantásticos cantaores sin compás, así que no hace falta contar milongas. Es común también escuchar defensas apasionadas de un I+D+i en el cante que estaría en las antípodas de una suerte de cultura museística, ocasión que aprovecho para empinar aún más el codo por la memoria de todos los que hacen flamenco a su manera sin merecer atención mediática y, de paso, por esos carcas reaccionarios que siguen tocando el violín como Paganini, cortando el pelo a tijera o sirviendo comidas en plato redondo: la vida y el arte no son nada sin revoluciones pirotécnicas.
–¿Y la cantidad de público que va a entrar en el flamenco gracias a Rosalía?
Aquí ya me meto media botella entre pecho y espalda a la salud de todos los que empezaron con el Himno a la alegría de Miguel Ríos y acabaron en los madrigales de Monteverdi. Los argumentos de la grada rosalística, como los caminos del Señor, son inescrutables.
–¿Y la cantidad de veganos que van a acabar comiendo casquería de cerdo tras probar las hamburguesas de tofu? –respondo yo.
–Pero Rosalía canta flamenco, así que la gente hará el camino de forma natural.
–Sucede lo mismo con el tofu ibérico, que te hace más fácil el paso a la panceta.
A uno le tiene que encantar Rosalía porque no se trata de una cuestión de gustos, según la opinión de las nuevas legiones de expertos en cante, sino de evidencias científicas: millones de reproducciones, éxitos internacionales, premios relumbrantes. De nada importa que algunos recelemos de los shows espectaculares y prefiramos el flamenco que los hermanos Caba definieron como secuela lírica del hambre, ese cante que invita más a la introspección emocional que a la exhibición de perreo. Ante datos tan aplastantes no hay códigos que valgan. El flamenco es lo que se quiere que sea, un significante flotante que, como todo lo que flota, se mueve con las inocentes olas del mercado. ¿O es casualidad todo el bombardeo mediático? ¿Responde a una demanda, digamos, preexistente? La marea surge bajo una apariencia de fenómeno natural y acaba con una docena de corporaciones de radiotelevisión públicas abriendo informativos con el nuevo videoclip de una artista sin carrera, con los libros de texto hablando de Rosalía como la cantaora del siglo XXI… Me da pudor decirlo, pero yo querría el pin parental para vetar estas imposiciones del capital.
El canon flamenco ha mutado mil veces desde finales del siglo XIX. A pesar de lo que puedan pensar los neófitos, el cante se ha transformado continuamente al son de veleidades artísticas, proyectos empresariales, modas e incluso rudimentarias campañas de marketing y comunicación de marca: ¿qué fue, si no, aquello de la Llave de Oro y la Razón Incorpórea de Mairena? Con todo, cada artista, cada innovación ha intentado apelar siempre a los aficionados de toda la vida, al resto de profesionales del sector y a los estudiosos, que conforman una nación sentimental para la cual el flamenco es el lenguaje del alma. Ahora todo se reduce a producto, consumo y entretenimiento; a un engranaje legítimo –por supuesto– que promueve una revolución sin pueblo, pero con mercado.
Rosalía y su equipo, como otros lenguaraces que van de antiflamencos, podrían sortear cualquier alusión a etiquetas o géneros y defender que hacen divinamente lo que les da la real gana. Sería más exacto, de hecho, pero el negocio no marcharía tan bien. De cara al exterior, donde están los millones, el cliché (aunque sea sólo un poquito de cliché) es necesario para vender un producto diferente. De cara al interior, la iconoclastia de plastilina sigue funcionando como una entrada al palco del Bernabéu, sobre todo en un ámbito que la gente intuye ligado a costumbres rituales. El caso es generar bulla, polémica y, si se tercia, una imagen de mártir castigado por la sinrazón flamenca. Sólo así se explica, por ejemplo, aquel desvarío delirante en el que Rosalía se quejaba de que en el cante lo tienes muy difícil si eres mujer, paya y catalana. ¡Ay, Dios! Yo diría, y a la realidad me remito, que lo tienes mucho peor si eres mujer, gitana y andaluza. Y si tienes más de 40 años o un cuerpo no apto para el erotismo publicitario, ya ni te cuento, Rosalía.
–Déjalo, Perico, déjalo –me dice Silverio cuando me ve dándole al aguardiente–. No puedes ir con argumentos flamencos porque les importa un carajo el cante. Te arrugan el hocico a la primera. Tú a Noé tienes que hablarle de la lluvia, macho.
Y me pone el ejemplo del vino de pitarra o de la casa de toda la vida, que cayó en desgracia ante el envite del refinamiento enológico popular hasta que a algunos emprendedores les ha dado por rescatarlo bajo la denominación de “vino ecológico”.
–¿Y qué quieres que haga yo, Silverio?
–Pues que digas que a ti te gusta el flamenco ecológico, natural, sin aditivos, kilómetro cero. ¿Me entiendes?
–Malamente.
Y el gachón me responde, golpeando con la garrota en el suelo:
–¡Tra, tra!
Envidio a Rosalía, lo reconozco. No porque sea rica, guapa y famosa (si es que lo es), como se autodefinió Cristiano Ronaldo para explicar la inquina de sus detractores, sino porque tiene un talento descomunal. También se intuye una personalidad especialísima y una extraordinaria capacidad de trabajo, lo que la...
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Pedro Lópeh
Musicólogo especializado en folclore, cultura popular y flamenco. Hombre del campo que escribe y toca el acordeón.
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