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En estos tiempos, proclives a la bronca y a la irritación más que al sosiego y a la sonrisa, con Díaz Ayuso tengo aseguradas, todos los días, la sorpresa y la diversión. Porque está sembrada. No quiero entrar ni en las raíces del problema, ni en el tema serio de sus decisiones equivocadas, como su propuesta medieval de dar a los chicos de la enseñanza media más educación física y deportes y menos lenguas, que, como dice el catecismo, doctores tiene la santa madre Iglesia, que le sabrán responder. Lo que quiero comentar son sus anécdotas cotidianas, que no tienen desperdicio, como su afirmación del otro día de que el mejor equipo de fútbol del mundo es el Real Madrid. Su nivel de imprudencia institucional no tiene límites y raya la imaginación, si no fuera lamentable. A su declaración, de hace unos meses, de que el gobierno de Pedro Sánchez acabará proponiendo a sus fieles la quema de las iglesias madrileñas, siguiendo el ejemplo de la República, a diez años vista de su centenario, en otro tiempo, en otras circunstancias y con otros protagonistas, se ha venido a añadir su extemporánea y significativa fe en el Real Madrid, que, para desmentirla, hace tan solo unos días, perdió en su campo frente al Manchester City, que para más inri está entrenado por un catalán independentista. Como cualquier fanático merengue, forofo y sectario, intransigente e irritable, al igual que los ultras de cualquier equipo, su singular proclamación le hará ganar votos y fidelidades rentables, pero también rechazos, enfados, críticas y descalificaciones, pues los hinchas del Atlético, del Getafe y del Rayo Vallecano, sin salirnos de la comunidad madrileña, también tienen su corazoncito, tan respetable como el de cualquiera, y sus preferencias futbolística y su derecho a voto. ¿O es que piensa cambiar las normas democráticas para que solo puedan votar los que tengan el carnet de socios del Real Madrid? Porque pedirle a Díaz Ayuso, en vista de cómo está el patio, respeto por sus rivales sería como pedirle peras al olmo, lo lleva en su sangre política, como una determinación de clase, como una herencia genética de partido. Ese olímpico desdén por los otros grandes del fútbol, como la Juve, el PSG, el Manchester City y tantos otros, incluido el Barça, que tampoco es moco de pavo, la retrata y la califica, como un sambenito. Estoy ya esperando su próxima metedura de pata, que, según parece, es irremediable, como una inagotable fluencia de divertidos despropósitos.
En estos tiempos, proclives a la bronca y a la irritación más que al sosiego y a la sonrisa, con Díaz Ayuso tengo aseguradas, todos los días, la sorpresa y la diversión. Porque está sembrada. No quiero entrar ni en las raíces del problema, ni en el tema serio de sus decisiones equivocadas, como su propuesta...
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Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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