Decrecimiento
El incremento del PIB per cápita solo aumenta un 30% la longevidad de la población
Un estudio de la Universidad de Leeds cuestiona la correlación entre crecimiento económico, uso de energía, y mejor salud y esperanza de vida
ctxt 31/03/2020
En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí
Espacio realizado con la colaboración del |
|
Durante las últimas cuatro décadas, el consumo de energía primaria y la quema de combustibles fósiles han estado estrechamente vinculados con el crecimiento de la riqueza, pero apenas han tenido influencia en el aumento de la esperanza de vida. Esta es la principal conclusión de un estudio realizado en la Universidad de Leeds y que se ha publicado en un contexto, el de la crisis del coronavirus, donde se están registrando caídas drásticas tanto en los niveles de polución como en los precios del petróleo a consecuencia del confinamiento forzado de millones de personas.
Los hallazgos de la investigación, publicada bajo el sugerente título ¿Tu dinero o tu vida? La paradoja del desarrollo del carbono, rompen con uno de los mantras más extendidos durante los últimos años en materia de desarrollo: el crecimiento paralelo que han registrado, desde los años setenta, el uso energético, la quema de combustibles fósiles y la mejoría de los indicadores de calidad de vida. Un extremo que han defendido las compañías de combustibles fósiles, vinculando sus productos con el aumento del bienestar.
La cobertura de las necesidades humanas básicas y la equidad en el reparto de recursos son los factores que se han demostrado más eficientes para mejorar la esperanza de vida
Frente a ello, el estudio de varios factores desvela la falta de causalidad en esta correlación, demostrando que no es necesario un crecimiento económico exacerbado e infinito para mejorar la salud de las poblaciones. Los datos son elocuentes: entre 1971 y 2014, un 90% del aumento en los ingresos personales –PIB per cápita– se puede asociar al uso de energía primaria. En el caso del aumento en la esperanza de vida, sin embargo, la relación apenas llega al 25%.
Las cifras también son muy ilustrativas si se cruzan solo los datos económicos con los de la salud poblacional: mientras que el aumento en el PIB per cápita apenas fue responsable del 30% del aumento de la longevidad durante los últimos 45 años, el peso de la paridad de poder adquisitivo en la mejoría de la salud ascendió hasta el 55%. Otros factores con mucha trascendencia en el aumento de la calidad de vida son el suministro alimenticio (45%) y la electricidad en el hogar (60%).
Es decir, la cobertura de las necesidades humanas básicas y la equidad en el reparto de recursos son los factores que se han demostrado más eficientes para mejorar la esperanza de vida en los últimos años, lo que sugiere la necesidad de un cambio radical en las prioridades de crecimiento. Sirva como ejemplo que, desde 1971, el suministro de alimentos solo ha crecido un 18%, por el 36% de las emisiones de carbono.
Los resultados de esta investigación no solo resultan relevantes en un contexto de crisis climática y calentamiento global. Los efectos de la contaminación y el estrés medioambiental también están siendo vinculados por diversos estudios con la expansión y la virulencia de las pandemias.
Así lo advertía, por ejemplo, un estudio realizado por investigadores de las universidades de Nanjing y Florida, donde se señalaba que los cambios bruscos de temperatura que están empujando a que los otoños cada vez sean más cálidos supondrán que, a finales de siglo, el riesgo de sufrir epidemias de gripe haya aumentado entre un 20% y un 50% en las regiones más altamente pobladas.
En el caso concreto del coronavirus, los altos niveles de polución de grandes centros urbanos también han sido relacionados con la incidencia de la actual pandemia, tal y como advirtió la European Public Health Alliance (APHA) el pasado 16 de marzo. Según la plataforma europea, la contaminación tiene una incidencia muy importante en la diabetes, la hipertensión y las enfermedades respiratorias, patologías todas ellas que presentan mayores riesgos ante el Covid-19.
Las advertencias de la EPHA se basan además en estudios sobre pandemias anteriores, como aquellos sobre el SARS de 2002 que ponían de manifiesto que los pacientes de este virus en regiones contaminadas tenían un 84% más de posibilidades de fallecer que aquellos que vivían en zonas con una polución moderada.
En este sentido, durante los últimos días la Agencia Espacial Europea ha registrado un descenso significativo en las concentraciones de dióxido de grandes ciudades europeas, como París, Milán o Madrid. En esta última, los niveles medios de dióxido de nitrógeno bajaron hasta un 57% entre el 14 y 23 de marzo. En el caso de Barcelona, la contaminación asociada al tráfico ha caído todavía más, con un descenso del 75%, según datos de la Generalitat.
Solo en la Unión Europea, 400.000 personas mueren de forma prematura todos los años por patologías derivadas o provocadas por las emisiones de partículas nocivas. Se calcula que la contaminación del aire provoca una reducción media de 2,9 años en la esperanza de vida a nivel global.