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Si de algo está sirviendo la tragedia histórica del coronavirus (¡qué sugestiva síntesis verbal!), aparte de darle una vez más la razón a Albert Camus y su afirmación de que en el hombre hay más motivos de alabanza que de desprecio, y de sacar a relucir las grandes virtudes de la humanidad, el profundo sentido del deber social y la inagotable fuerza de la solidaridad, ha sido, como un test de contraste, para demostrar una vez más la tajante división, por desgracia, de los seres humanos en dos bloques diferentes, antagónicos, irreconciliables, lo que, en lenguaje de folletín, serían los buenos y los malos, en el de la teología, los hijos de Dios y los hijos del Diablo y, en política, la izquierda y la derecha, que se debaten por llevar el gato al agua, mirando al futuro y previniéndolo, en esta encrucijada de la Historia, cuando el gato todavía está en el tejado. Todos los días, a las ocho en punto de la tarde, miles de españoles, que podemos subir a millones, desde sus balcones y ventanas, se asoman al espacio comunitario, a las calles y a las plazas de la convivencia ciudadana, y aplauden fervorosamente durante unos minutos, en agradecimiento y homenaje a los sanitarios, médicos, enfermeras y enfermeros y auxiliares, que están luchando contra la pandemia, que nos amenaza y que ya se ha cobrado y sigue cobrándose muchos miles de víctimas. Es un bonito gesto de reconocimiento de la labor de un colectivo, que está haciendo esfuerzos diarios, con graves riesgos, por salvarnos a todos. Como si el aire fuera más transparente, la luz más luminosa y el horizonte más abierto. Probablemente, como corresponde a nuestro universo global, sea la primera vez que el planeta tierra esté sometido a una prueba de semejante tamaño, que ha obligado a utilizar, por encima de fronteras, continentes, naciones, culturas y regímenes políticos, las inagotables reservas del Bien, como un don de la humanidad, contra la nefasta invasión de la enfermedad mortal, con sus desoladoras consecuencias. Frente a esta demostración diaria de razón y sentimiento, de inteligencia y generosidad, a los pocos minutos, balcones y ventanas se vuelven a abrir (aunque hay que reconocer que en muy menor número), para dar paso a otra demostración del complejo ser humano, la cacerolada de protesta contra Pablo Iglesias y su significado político. La cosa está clara y viene a sumarse a las críticas del PP a las decisiones del Gobierno, para atajar la pandemia. Por bochornoso que nos parezca es cierto. En estos momentos trágicos el PP sigue haciendo electoralismo, de baja estofa, olvidándose de la unidad que necesita la salvación de la comunidad. No quiero pensar las consecuencias que, en nuestra situación, hubiera tenido la política del PP, de acabar con la sanidad pública, mermando el número de camas en los centros de salud pública, prolongando el tiempo de las lista de espera, reduciendo el personal, disminuyendo los medios de trabajo y desviando hacia la sanidad privada a los enfermos de la pública, Y ya tenemos planteada la eterna cuestión entre el Sí y el No, entre el aplauso y la cacerolada. Entre los que viven de la esperanza, la tolerancia, la ayuda mutua, la comprensión, y los que no perdonan, intransigentes y tercos, desesperados, rencorosos y egoístas. Ni siquiera el coronavirus, como una advertencia, los hace callar. Una vez más viene a confirmarse la tesis del profesor Sánchez Cuenca de “la superioridad moral de la izquierda sobre la derecha”.
Si de algo está sirviendo la tragedia histórica del coronavirus (¡qué sugestiva síntesis verbal!), aparte de darle una vez más la razón a Albert Camus y su afirmación de que en el hombre hay más motivos de alabanza que de desprecio, y de sacar a relucir las grandes virtudes de la humanidad, el profundo sentido...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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