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Es lamentable el acoso sin cuartel, con razón y sin razón, a las bravas, de la derecha española contra el reciente gobierno de la izquierda, negándole el pan y la sal, inventándose los motivos para una crítica feroz, como en una cacería cruel, y desde el primer día, sin la mínima cortesía política, en bien de esa España, que no se le cae de la boca ni un segundo. Utilizan una violencia dialéctica desatada, con constantes recursos al castigo, a la cárcel, al 155, para cortar de raíz cualquier disidencia, cualquier problema, cualquier falta que ellos convierten inmediatamente en delito, como un lejano eco, o no tan lejano, de “la dialéctica de las pistolas” de José Antonio, que parece estar entre sus ancestros. Casado está sembrado. La influencia de Vox ha radicalizado el discurso de toda la derecha, que compite entre sí por ir más lejos, por ser más dura, por olvidar las más elementales reglas del juego democrático. El fantasma del franquismo y sus técnicas de coacción se ciernen sobre toda la derecha, que resucita a los muertos y reclama su herencia. Díaz Ayuso (¿Qué han hecho los madrileños para merecer eso?) ha vuelto a hablar de uno de los puntos fuertes de la dictadura, la quema de las iglesias, en el Madrid republicano, para expresar sus temores de que el gobierno de Pedro Sánchez repita el ejemplo. Hay que ser insensata. Las graves cuestiones pendientes no se arreglan gritando, ni amenazando, ni despreciando al enemigo ¿Se ha adelantado algo, frente al independentismo catalán, con la prisión de algunos líderes? La política de derechas de Rajoy, de tierra quemada, ha hecho aumentar el número de independentistas, enrabietarlos aún más, y alejar el día de un posible entendimiento, que solo se conseguirá con diálogo, con prácticas democráticas, en las que las derechas españolas no creen. Porque esa es otra de las grandes diferencias entre las derechas y las izquierdas de nuestro país. La izquierda es racional, más adecuada a los tiempos actuales, más dialogante. Pedro Sánchez, a pesar de todo, intenta, una y otra vez, el acuerdo, aunque de momento sin resultados, entre otras causas, porque Torrá es de derechas y cumple el tópico de su irracionalidad. La izquierda trata de salir del atolladero, pone los medios, pero rechaza la cárcel, que propone la derecha, como única salida. Y, por supuesto, no insulta. Esa es la gran diferencia.
Es lamentable el acoso sin cuartel, con razón y sin razón, a las bravas, de la derecha española contra el reciente gobierno de la izquierda, negándole el pan y la sal, inventándose los motivos para una crítica feroz, como en una cacería cruel, y desde el primer día, sin la mínima cortesía política, en bien de esa...
Autor >
Luciano G. Egido
Es escritor y periodista. Autor de numerosas novelas y ensayos por los que ha obtenido diversos premios.
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