la escuela tras la crisis
Los deberes atrasados del sistema educativo: digitalización, segregación y conciliación
La escuela en España tiene un gran problema: no sabemos para qué sirve. Y como no sabemos para qué sirve, no sabemos qué hacer con ella
Ismael Peña-López 19/06/2020
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El motor del sistema educativo se ha gripado.
Las piezas son buenas, pero se ha sometido a sobreesfuerzo y se ha gripado.
El confinamiento –la pérdida de contacto físico entre profesores y alumnos– ha supuesto un cambio tan radical para él que no ha bastado el sobreesfuerzo que muchos están haciendo por superarlo. La sensación de trimestre perdido sólo es superada por el temor –el pánico– a perder el próximo curso. Entero.
No obstante, y aunque la crisis de la covid-19 es razón suficiente para el colapso del sistema, lo cierto es que este tampoco tenía ya mucho margen de maniobra. Iba apurado y el “súbito cambio de tercio” ha sido fatal. El sistema ha caído.
¿Por qué no tenía margen? ¿Por qué iba tan apurado?
El sistema educativo español tiene un gran problema: no sabemos para qué sirve
Hasta ahora el sistema había funcionado bastante bien. La enmienda a la totalidad no se aguanta con datos en la mano. En general, el sistema educativo español sale bien parado tanto en indicadores absolutos como relativos –los famosos ránkings. Y muy especialmente bien parado si comparamos no con otros países, sino con otros tiempos: el salto cualitativo y cuantitativo de los resultados educativos en España ha sido abismal en dos generaciones, porque ha sido un abismo lo que se ha saltado.
Para qué sirve la escuela
Pero el sistema educativo español tiene un gran problema: no sabemos para qué sirve. Y como no sabemos para qué sirve, no sabemos qué hacer con él. Especialmente estos meses de excepcionalidad, donde cada uno arrima el ascua de la escuela a su sardina particular.
Si uno busca qué dicen los pensadores sobre cuáles son las funciones de la escuela, ni siquiera en el plano teórico hay consenso. Desde emancipar a los (¿futuros?) ciudadanos hasta reproducir las relaciones de dominación entre el poder y las personas, el abanico de funciones es amplio y variado.
Hago mía y adapto –con menores o mayores variaciones– la propuesta de grandes grupos de funciones que hace años realizaba el profesor y educador Boris Mir:
- Aprendizaje: la escuela como lugar donde se adquieren conocimientos para ser persona, para ser ciudadano y para incorporarse a la economía productiva.
- Socialización: la escuela como lugar que vela por la salud psicológica y la incorporación a la sociedad de la persona.
- Custodia: la escuela como lugar que trabaja por la justicia social, no solamente del escolarizado, sino de su entorno familiar próximo.
El primer frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de aprendizaje por excelencia o bien puede y debe abrirse el aprendizaje a los entornos virtuales
Estas tres funciones pueden definirse de mil formas y otorgar a cada una de ellas distintas amplitudes. La función de aprendizaje incluye un amplio rango de cuestiones y acepciones de qué es educación y qué es instrucción; la función de socialización se solapa, en parte, con el aprendizaje de ser ciudadano, así como la transmisión (y reproducción) de la cultura y valores de una sociedad; la función de integración tiene, a su vez, sus puntos de intersección con algunos ámbitos de la socialización. No es el objetivo de esta reflexión hablar de pedagogía, sino de política educativa: valgan estas (in)definiciones para ilustrar, precisamente, la falta de consenso sobre para qué sirve la escuela.
Aunque el debate de estas funciones tiene (la fecha es totalmente arbitraria) 250 años, en España no empieza a tomarse en serio hasta la primera década del s.XX, para verse interrumpido por la Guerra Civil y la dictadura y no retomarse hasta pasada la Transición.
Con los deberes todavía por hacer a nivel de política de país (a nivel de centros ha habido cientos de iniciativas interesantes), varios terremotos socioeconómicos han tenido lugar, entre otros: la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, las crecientes migraciones internas y externas desde el segundo tercio del s.XX, la cronificación de las desigualdades a partir de la segregación social y la precariedad laboral y la revolución digital.
Con ello, se añade al debate pendiente sobre las funciones de la escuela dos debates más:
- Cómo transitamos de un paradigma centrado en la enseñanza a otro paradigma centrado en el aprendizaje. Aquí se gestan los dos grandes lemas educativos del s.XXI –aprender a aprender; aprender a lo largo de la vida– posibilitados y a la vez espoleados por la revolución digital, que permite el aprendizaje en cualquier sitio y en cualquier momento.
- Cómo transitamos de un paradigma centrado en el centro educativo (valga la redundancia) a un paradigma de organización del aprendizaje en un sistema educativo. Este debate tiene, además, dos frentes diferenciados: por una parte, la apertura del aprendizaje a espacios y actores no formales e informales (bibliotecas, museos, clubes y asociaciones… la familia); por otra parte, la interseccionalidad del aprendizaje junto con los factores de inclusión social y emancipación personal tanto de los menores como de sus familias (especialmente la mujer), entroncando con políticas de servicios sociales, de acceso al mercado de trabajo o de vivienda, por mencionar sólo unos pocos.
¿Recapitulamos? La crisis de la covid-19, y muy especialmente lo que vendrá después de ella, ha pillado a los sistemas educativos de todo el mundo sin haberse repensado. Hay avances aquí y allá. Pero no nos engañemos: no ha habido una transformación a fondo en ninguna parte del mundo. A lo sumo, ha habido transformaciones parciales –las más llamativas en el ámbito de la digitalización de las aulas, algunas en el apartado organizativo– pero nada a nivel de sistema. Mientras la inercia duraba, se ha podido ir capeando el temporal. Cuando ha habido que cambiar las cuatro ruedas del coche en marcha, el pánico a descarrilar ha colapsado el incipiente debate que había sobre la cuestión.
Los frentes abiertos del sistema educativo
Este debate no es otro que cómo habrá que volver a la escuela. Y a qué escuela. O escuelas. Y qué parte deberá suceder en casa. Y qué parte en la biblioteca, el centro cívico, el museo, el fab lab, el campus virtual, el móvil.
El problema es que este debate es una guerra. Una guerra que, como la de Afganistán, la de Irak, la de Siria o la crisis de Ucrania, es subsidiaria: con la excusa de la escuela, se enfrentan contendientes que poco o nada tienen que ver con la educación. Y lo hacen en tres frentes que, –esperemos que sin forzarlo demasiado–, vamos a hacer coincidir con las tres funciones de la educación que apuntábamos más arriba.
El segundo frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de socialización por excelencia o bien puede y debe abrirse a los entornos de aprendizaje informal
El primer frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de aprendizaje por excelencia o bien puede y debe abrirse el aprendizaje a los entornos virtuales. La digitalización ha cambiado para siempre tanto nuestro acceso a la información –uno de los pilares básicos del aprendizaje– como quién puede acompañarnos en nuestro desarrollo personal –el otro gran pilar del aprendizaje. No cabe ninguna duda, absolutamente ninguna, de que el aprendizaje (empezando por la enseñanza) tiene que apoyarse fuertemente en el acceso a la información digital y en la creación de comunidades (tácitas o explícitas) de aprendizaje (muchas de ellas virtuales, todas ellas facilitadas digitalmente). Sin embargo, la digitalización viene con tres condiciones: tener acceso a los dispositivos conectados, tener capacidad para usarlos y saber cómo y para qué vamos a utilizar la información que consigamos. Estas tres condiciones van estrechamente ligadas al desarrollo socioeconómico del individuo. Y sabemos, también, que la digitalización no suma: multiplica. Si el punto de partida es positivo, multiplica los resultados para bien. Si el punto de partida es negativo, multiplica la situación a peor. El dilema está servido: digitalizar, sin más, ahonda las desigualdades; no digitalizar es igualar por abajo.
El segundo frente es si la escuela debe seguir siendo el lugar de socialización por excelencia o bien puede y debe abrirse a los entornos de aprendizaje informal. La creciente segregación y desigualdad en la sociedad española se acentúa en la escuela. El debate de la escuela como socializadora está moviéndose hacia el concepto de entorno educativo. Como sucede con la digitalización, todo lo que sucede en la periferia del centro educativo acaba no sumando sino multiplicando los activos (y pasivos) que uno trae de casa. Extraescolares, asociaciones deportivas, educación en el tiempo libre, bibliotecas, museos, padres con altos niveles de formación, padres con ganas y tiempo de ser padres. De nuevo, es abrumadora la evidencia de que la socialización debe extenderse fuera del centro. Extender la socialización del centro educativo al entorno de aprendizaje tiene impactos positivos en el desempeño académico, en la salud (física, psicológica, emocional) y en los diversos vectores de inclusión/exclusión social y económica. El monopolio de la escuela como lugar de socialización se acabó. Lo contrario es acentuar la segregación, la que se da de forma creciente tanto entre los diferentes modelos de escolarización (pública, concertada, privada) como la que se da dentro de esos mismos modelos (entre escuelas públicas, por ejemplo). Lo que nos trae un nuevo dilema, aquí ya paradoja: la escolarización aumenta la justicia social y, al mismo tiempo, acentúa la segregación social.
Extender la socialización del centro al entorno tiene impactos positivos en el desempeño académico, en la salud y en los vectores de inclusión/exclusión social y económica
La última batalla se libra es en el ámbito de la custodia y no es otro que si los niños tienen que estar con sus familias o bien “aparcados” en la escuela. La función de la escuela de custodia no es nueva (no hay que ser experto en etimología para saber de dónde viene guardería), pero su importancia ha crecido en las últimas décadas y se ha colocado en el mismísimo ojo del huracán con la cuestión del confinamiento y el teletrabajo, factores que han marcado claramente el impacto diferencial que ha tenido (y tendrá) la crisis. Más allá de quién se queda con los niños si tenemos que ir a trabajar está la cuestión de sobre quién recaen los cuidados en nuestra sociedad, la conciliación familiar, el encogimiento del tamaño de las familias (antes compuestas por familiares de hasta tercer y cuarto grado). Esta cuestión, que tiene en la educación gratuita de los 0 a 3 años su mascarón de proa, tiene múltiples ramificaciones en la lucha por los derechos de la mujer, en la mejora del desempeño académico, en el funcionamiento del ascensor social a través del impacto en las futuras rentas y, en consecuencia, en la recaudación de impuestos.
Retomar la escuela o transformar el sistema educativo
El debate de las últimas semanas se ha centrado en cómo retomar la escuela, cómo retomar la normalidad o la nueva normalidad.
No obstante, en el debate de cómo retomar la escuela se han colado los frentes que permanecen abiertos por no haber hecho los deberes a tiempo. Deberes que no ha hecho la sociedad en su conjunto –no solamente las instituciones políticas, no solamente las instituciones educativas– y que llevan como mínimo dos décadas sin prácticamente plantearse en serio y de forma sistémica.
Porque de esto, de sistemas, va el asunto: el “problema de la escuela” no es sobre qué deben o pueden hacer los centros, o los equipos de docentes dentro de su centro. Sino si hay que pensar en términos de sistema educativo y de si este sistema educativo puede seguir limitándose a unas escuelas vagamente coordinadas por una ley, un currículum y una serie de recursos mejor o peor articulados por el territorio.
La educación requiere una visión interseccional, como ocurre con la cuestión del género. De lo contrario, las soluciones propuestas son parciales y rápidamente se deslizan por la pendiente de los ejes del privilegio, la dominación y la opresión, como bien se ha demostrado al considerar el enorme potencial emancipador o de exclusión (según la posición de quien lo mire) de la digitalización, la socialización o la segregación y la conciliación o el problema de la custodia.
Cómo debe ser la escuela tras la crisis es una mala pregunta. Mala porque no va a la raíz de los problemas, a las causas, al por qué. Por qué, o para qué, una escuela, por qué, o para qué, un sistema educativo, por qué, o para qué, un instrumento de política pública (y la educación pública lo es, por antonomasia) son las preguntas que debemos hacernos. Ahora y siempre.
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Ismael Peña-López es director general de Participació Ciutadana i Processos Electorals, Generalitat de Catalunya. Profesor de Ciencias Políticas en excedencia de la Universitat Oberta de Catalunya. Exdirector del programa de innovación social de la Fundació Jaume Bofill.
El motor del sistema educativo se ha gripado.
Las piezas son buenas, pero se ha sometido a sobreesfuerzo y se ha gripado.
El confinamiento –la pérdida de contacto físico entre profesores y alumnos– ha supuesto un cambio tan radical para él que no ha bastado el sobreesfuerzo que muchos están...
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