Tamara Kamenszain / Escritora
“Lo abyecto se puede pensar como un modo de lo sublime”
Esther Peñas 18/07/2020
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Libros chiquitos (Ampersand) es un rosario de nombres convocados desde la gratitud de quien se siente no solo discípula sino libre, plena, ensanchada gracias a ellos. Pizarnik, Fogwill, Vallejo, Lezama Lima, Celan, Gombrowicz, Parra… Algunos de los apellidos que sustentan la vocación vital de Tamara Kamenszain (Buenos Aires, 1947), poeta, escritora, crítica literaria, ensayista, antes bibliotecaria, por momentos periodista y docente.
Los libros, ¿nos hablan o nos escuchan?
Yo diría que nos hablan y nos escuchan porque mientras nos hacen partícipes de sus vicisitudes soportan todo lo que nosotros les proyectamos a ellos. Cada lector lee como quiere, entiende lo que quiere, imagina lo que quiere, y el libro es capaz de absorber esas diferentes interpretaciones. Justamente un libro es bueno cuando permite diferentes lecturas (es decir, cuando escucha al lector) y no cuando admite una dirección unívoca para ser leído; ahí ni nos habla ni nos escucha.
Cada lector lee como quiere, entiende lo que quiere, imagina lo que quiere, y el libro es capaz de absorber esas diferentes interpretaciones
Cuando se desconoce todo sobre un libro, ¿qué decide su lectura, el título, el autor, la editorial, la sinopsis?
Depende de la experiencia que cada uno tenga como lector. Diría que el título, aunque es importantísimo, sirve para pescar lectores muy neófitos si estamos hablando de ficción, claro. Para la no ficción un título que venda el contenido del libro ayuda y mucho (o por lo menos, si el título es metafórico, hay que apelar sí o sí a un subtítulo que apunte al lector interesado en el asunto del libro). El autor es un número puesto si pensamos en lectores más experimentados, los fans de un autor son un público cautivo que no tiene precio, seguidores a muerte y exigentes, sobre todo en poesía. La editorial ayuda, hay lectores de colecciones a los que les da cierta tranquilidad si un libro pertenece a tal o cual colección y, en el caso de que desconozcan la editorial, sospechan de la calidad del libro. La sinopsis dejémosla para las series de Netflix.
El género por el que uno sienta querencia (poesía, ensayo, narrativa…) ¿define más que otra cosa la identidad del lector?
Creo que sí, el lector de poesía es minoritario pero de una fidelidad extrema, hasta se siente traicionado si el poeta incursiona en otro género. El lector de ensayo es un poco más ecléctico porque está buscando algún asunto en el que está pensando o investigando y necesita respuestas. El de narrativa en general quiere que lo entretengan pero, cuando ya se trata de un lector más formado, exige otras cosas, quiere que lo sorprendan, que el autor no se repita y acepta incluso con placer no entretenerse…
Hay libros que requieren, para entrar en ellos, un noviciado entregadísimo, como El museo de la novela de la eterna, de Macedonio Fernández, que usted menciona en su ensayo. ¿Cómo saber si merecerá la pena hacer ese esfuerzo en ocasiones extenuante que requieren algunos títulos o autores?
Son lo que yo llamo textos de culto. Cargan un aura que depende de muchas cosas: recomendaciones boca a boca, entrada en el canon académico, posiciones programáticas respecto de la literatura (como los textos vanguardistas), etc. Si esos textos nos los imponen por obligación, son una pesadilla, pero para los que encuentran ahí un placer extra narrativo, diría que un placer casi conceptual, como es el caso de los lectores macedonianos, la dicha es total.
Idea Vilariño decía que cuando coincidió con Borges decidió no conocer a ningún otro autor cuya obra le hubiera fascinado. ¿Tiene usted esa misma visión?
Sí, suele pasar. Es que entre el autor y la persona puede haber un desfase peligroso. Tendemos a idealizar a nuestros autores preferidos y en realidad son gente como cualquiera de nosotros, no les pidamos que también nos fascinen como personas. De todos modos, si vamos al encuentro de ellos –por ejemplo, en una entrevista periodística, como me ha pasado muchas veces-, sin grandes expectativas de que nos caigan bien, suelen darse sorpresas maravillosas donde autor y persona ya se confunden.
El que la poesía acompañe el duelo, nos asista en la muerte, ¿tiene que ver con su parte de inefable, de misterio?
El exceso que fastidiaba a Gombrowicz cuando se burlaba de los poetas era sobre todo un exceso de engolamiento y yo eso no es otra cosa que un exceso de ego
Así parece, se dice que en el repertorio de un poeta sus momentos más altos suelen tener que ver con poemas relacionados con muertes cercanas, con grandes pérdidas, tal vez porque la poesía tiene más recursos para dar cuenta de las ausencias, de la falta, en fin, está más cerca del silencio. No por nada se dice que los adolescentes escriben poesía amorosa después de que cortaron una relación y perdieron al objeto amado. La poesía se lleva bien con el amor y con la muerte, ¡qué dúo!
Cita usted los versos de Aragon (“Los dos escupamos los dos / sobre aquello que hemos amado”). Si escupir puede ser un acto estético, ¿todo es susceptible de serlo?
Ah, claro, eso seguro, todo es susceptible de serlo, y esto se ve todavía más en las artes visuales. Desde la irrupción del movimiento surrealista, del que Aragon era parte, a un siglo de la irrupción del surrealismo, los materiales que se dan en llamar “abyectos” tienen hoy un lugar cada vez más destacado en las obras de arte. Pero bueno, ya Kant diferenciaba entre lo bello y lo sublime y lo abyecto se puede pensar como un modo de lo sublime.
Habla en su ensayo de lo que Gombrowicz calificó de “exceso”. No sé si allá está sucediendo algo similar a lo que ocurre en España con la poesía, que además de ese ‘exceso’, se ha ‘colado’ en la poesía una suerte de mediocridad absoluta (una manera de escribir entre adocenada, cursi, previsible, hueca…) que además vende muchísimo. ¿Cómo detectar a un intruso en la poesía, que era de los pocos terrenos que el capitalismo no había conseguido rentabilizar?
La verdad es que no sé bien a qué tipo de poesía se refiere usted, pero qué bueno que esa poesía por lo menos venda muchísimo, porque esa suerte en Argentina no la tenemos con nada de lo que se publica en ese género… Me parece que el exceso que fastidiaba a Gombrowicz cuando se burlaba de los poetas era sobre todo un exceso de engolamiento y yo agregaría que eso no es otra cosa que un exceso de ego.
Cuando un escritor “se vuelve poderoso”, ¿su obra se resiente?
No sé, tal vez ese afán de poder patriarcal, lo llamaría yo, es decir, de creer que lo que se escribe es la verdad revelada y viene de la cabeza de un genio que no duda de nada, que no tiene fisuras, que no se pregunta nada, ya se vea de entrada en su obra. Aunque a veces hay primeros libros donde todavía la fama no se solidificó y conservan la capacidad de ser “chiquitos”, es decir, de ser vulnerables, de no querer convencer a nadie de nada.
¿Qué nos dicen de una obra y un autor los premios?
Creo que no nos dicen nada en especial, son un golpe de suerte más que un reconocimiento al mérito. Sabemos que dependen de los jurados, de intereses varios muchas veces aliados a instituciones y/o a editoriales. Además, me llama la atención la escasez de escritoras que acceden a esos premios, sobre todo aquellos que suponen un desembolso grande de dinero. Sin ir más lejos, de los 116 que obtuvieron el Nobel de Literatura, sólo quince fueron para mujeres.
Leer por placer o hacerlo de manera retribuida, ¿en qué modifica nuestra mirada sobre las líneas?
Las dos cosas me gustan pero obviamente leer por placer permite el encuentro sorpresivo, la felicidad de encontrar algo inesperado. Leer por dinero (que así se llama la segunda parte de mi libro) tiene lo suyo pero es más arduo. Ser asesora editorial, ser jurado de concursos o coordinar clínicas de obra y hasta dirigir tesis académicas, son actividades que, además de ayudarnos a vivir de algo, requieren de una torsión de lectura donde tenemos que alejarnos lo más posible de nuestros gustos personales, y eso suele ser útil.
¿De qué sana la lectura?
En esta época de cuarentena diría que sana del encierro, nos hace volar un poco por fuera de las cuatro paredes de nuestras casas. Y eso no es poco.
Libros chiquitos (Ampersand) es un rosario de nombres convocados desde la gratitud de quien se siente no solo discípula sino libre, plena, ensanchada gracias a ellos. Pizarnik, Fogwill, Vallejo, Lezama Lima, Celan, Gombrowicz, Parra… Algunos de los apellidos que sustentan la vocación vital de Tamara...
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