El rey Juan Carlos se ha ido de España. Soy consciente de que es una respuesta a las revelaciones sobre la corrupción del que fuera jefe del Estado, un asunto público de mucha gravedad, pero mi cerebro no puede evitar ubicarlo en la misma carpeta que el baile de Enrique Ponce en Tik Tok (jaja) o las disputas entre las Kardashian. Será porque es agosto, será por la pandemia, será esta línea argumental que se me hace larga.

“¡Indignaos!”, dijo Stepháne Hessel, exdiplomático y excombatiente de la resistencia francesa. “Escandalizarse es de personas poco evolucionadas”, dijo Paolo Vasile, presidente de Mediaset. Yo intento practicar una conciliación virtuosa de ambos conceptos, pero no es fácil.

No viví la Transición. Estas son algunas de las ideas que se me han hecho llegar en relación a ella: “Les devolvieron las propiedades a los sindicatos y a los partidos, al resto, nada, ni un recuerdo. ¿Te he contado la historia de esta casa?”. “Había terrorismo, violencia, todas las semanas pasaba algo”. “Llegó la libertad, había mucha ilusión por la política, por hacer cosas nuevas”. “Y su primo se fue a Francia el 23-F y le dijo que quemara los libros”. “Las pensiones, la seguridad social... le dieron algo a gente que no tenía nada”. “Hubo continuidad, siguieron los de siempre”. “El hijo estaba en un partido, el hermano en el otro…”. “¿Y sabes quién empezó todo esto de las ETTs? Felipe González”. “Le teníamos manía a Ana Belén porque era demasiado perfecta”.

Cuando mis padres hablan de los ochenta siempre mencionan el Tránsito, un bar muy novedoso y bien ventilado (entonces se fumaba mucho) donde el DJ ponía desde house hasta ritmos africanos y la clientela habitual lucía una elegancia extravagante. “¡Huesca es tan moderna que hasta tiene un bar de maricones!”, se ve que comentó algún militar. 

En ese mismo local, que lleva años vacío, yo conocí un bar distinto, de música comercial y copas baratas. La entrada estaba forrada con fotos del dueño en el interior con chicas de la ESO. No sé qué fue de él, lo recuerdo paseando con la música a tope en un descapotable amarillo.

Mi infancia son recuerdos de Hyundais con alerones, mi madre jurando en arameo por el ruido de las motos. Galáctico Beckham con pendientes de brillantes. Murmullos de rencor, insultos nuevos. Zapatillas Nike de muelles que ahora llevan los modernos, nostálgicos de lo que nunca fueron. 

Llegar al instituto con las piernas sin depilar era la premisa de mi peor pesadilla. Un chaval que ahora es ingeniero le preguntaba a una chica negra que todavía no dominaba el idioma si en su tribu iban en taparrabos. Los trastornos de la conducta alimentaria eran normales en las chicas de mi entorno. “Está de moda lo Playboy y rajarse los brazos / para llamar la atención / la anorexia es para que te hagan caso”, rapeaba Porta, cuyos temas nos descargábamos en los Nokias. 

Después, la crisis.  

Esto del rey muestra la inoportunidad de ponerle a las universidades nombres de personas vivas. Los muertos, visto lo visto, tampoco ofrecen garantías. Me imagino un universo paralelo donde la universidad madrileña se llama X-AE-A12 y el hijo de Grimes y Elon Musk, Juan Carlos.

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La próxima entrega de este dietario se publicará el 12 de agosto.

Dietario (I): La historia que no emocionó a nadie.

Dietario (II): De repente, un gatito.