CRISIS DE CONCENTRACIÓN
Lo que se pudo hacer (y lo que no se hizo) entre confinamientos
Dar un paso atrás significa reforzar –y en muchos casos reconstruir– los pequeños teatros, los cines de barrio, los lugares, en general, de cultura de proximidad
Enric Puig Punyet 18/09/2020
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Estas líneas se gestan el viernes 17 de julio, pocas horas después de publicarse la noticia que en la capital catalana llevamos días esperando: la multiplicación de nuevos brotes concentrados de la covid-19 provocan el primer paso hacia un segundo confinamiento. Se evidencia, tal como habíamos previsto, que las semanas de encierro en las que poco pudimos hacer no fueron un paréntesis entre dos estados distintos de “normalidad”. Al contrario, han sido los veintiocho días de mal llamada “nueva normalidad” los que han operado como una brevísima interrupción durante la que algunas cosas se han podido hacer a marchas forzadas y siempre con el miedo de la indeterminación sobrevolando nuestras cabezas. Cabe ahora recordar este corto lapso de tiempo y todo lo que entonces hemos podido hacer, pero urge mucho más cuestionarnos acerca de lo que no hemos sabido hacer en una situación que, por su propio carácter de emergencia –un estado anómalo, desconocido, que emerge de repente–, debió entenderse como el momento propicio, el momento oportuno para llevar a cabo un parricidio de las políticas heredadas.
Escribo hoy desde el sentimiento de haber podido hacer algo anómalo a lo largo de estos veintiocho días de paréntesis: junto a ocho artistas momentáneamente desconfinados, armamos una exposición que no se visitaría mediante una aproximación virtual de 360º sino que funcionaría como enclave de cohabitación de cuerpos circulando alrededor de otros cuerpos inertes llamados obras de arte. Llevamos a cabo un montaje relativamente complejo a toda velocidad, con la valiosísima asistencia de otros cuerpos expuestos, y finalmente inauguramos en un acto en el que sus asistentes pudieron conversar, tocar, respirar, improvisar.
La emergencia del SARS-CoV-2 no es el síntoma de una crisis del cuerpo humano, sino el indicio de que se ha rebasado un límite peligroso de circulación
¿Fue ese un ejercicio de imprudencia, un episodio entre tantos otros que provocó la vuelta a un estado que nadie deseaba, que ocasionó la resolución publicada este 17 de julio en una triste noticia sobre rebrotes en Barcelona? Quizá. Es realmente difícil, como se está viendo repetidamente, tratar de medir o calcular la proliferación naturalmente indeterminada de un cuerpo que hace muy poco que nos ha sido presentado. Pero en cualquier caso hubo ahí y entonces la aplicación metodológica de unos idearios que aquí y ahora se quieren reivindicar: la exposición sirvió de lugar para poner en contacto a un grupo reducido de artistas locales –residentes y en su mayoría no nacidos en Barcelona– con diversos grupos también reducidos de visitantes. Se evitó, por razones sanitarias pero también políticas, cualquier concentración, tratando de devolver la relación entre cuerpos a un estado previo de nuestra evolución tecnológica, tratando de volver a un momento anterior a cuando cruzamos un peligroso lindar en el crecimiento exponencial de desregulación, globalización y digitalización.
El posicionamiento que convertimos entonces en protocolos, cuando algo se pudo hacer, y que ahora estas líneas reivindican es, dicho brevemente, el de devolver la relación entre cuerpos al menos treinta años atrás, antes de que la aceleración de la movilidad y la concentración de los cuerpos, repercusiones de la extrema desregulación de las políticas neoliberales, estallaran como un gravísimo problema de orden demográfico, ecológico y psicológico. Se puede decir más claro todavía: se trata de dar un paso atrás, asumiendo que todo crecimiento tiene sus límites y sabiendo analizar de forma transversal y excéntrica –algo que raramente se practica– de qué terrenos limítrofes es síntoma la emergencia sanitaria a la que hoy estamos reaccionando con torpeza.
En mi libro Los cuerpos rotos, escrito durante el (primer) confinamiento, argumento en detalle por qué creo necesario reivindicar la carga inherente de indeterminación del cuerpo –natural y técnico– cuando todos los dedos le apuntan como culpable de lo que ahora está sucediendo. El cuerpo, principalmente el humano, es hoy señalado como un comprometido agente patógeno con quien debe evitarse el contacto directo, no mediado. La solución comúnmente propuesta ha sido la mediación digital de la experiencia, que ha operado como un sustituto efectivo, sabiendo ofrecer la seguridad aséptica a la que ningún contacto biológico directo puede aspirar. Sin embargo, conviene insistir en que la emergencia del SARS-CoV-2 no es el síntoma de una crisis del cuerpo humano, sino el indicio de que se ha rebasado un límite peligroso de circulación y de concentración de sujetos, de objetos, de mercancías, de públicos, de capital simbólico y económico, de recursos naturales. Es síntoma, en suma, de la saturación de la concentración de poder.
Al contrario de lo que opinan ciertas políticas públicas que dejan la cultura como apéndice, como ese terreno eludible de ociosidad que empieza cuando termina la vida esencial, la cuestión cultural es fundamental en la autoexplicación simbólica de una sociedad, y por lo tanto en sus hábitos comportamentales. Por este motivo es de utilidad plantear la pregunta de qué pudo hacerse durante veintiocho días dentro del sector cultural para derivar luego las mismas consideraciones a otros ámbitos sociales.
Esta estrategia debe ir necesariamente acompañada de un fortalecimiento de esos pequeños espacios que potencian relaciones inmediatas entre cuerpos a pequeña escala
Para las políticas culturales progresistas que se materializaron en grandes instituciones a lo largo de nuestra transición democrática, la estrategia que se propone en estas líneas –dar un paso atrás, hacia la descentralización y la hiperlocalidad– se habría tachado rápidamente de barbaridad o temeridad. La multiculturalidad que se perseguía entonces como parte de una estrategia coherente de progreso social requería en cierta forma de la concentración y la globalización para evitar el temido provincianismo y, a la larga, sociedades cerradas sobre sí mismas. Por este motivo era precisa la circulación de grandes personajes con conocidos nombres provenientes de entornos más prolíficos –contando entonces de la presunción nunca verbalizada de una mayor calidad en sus propuestas artísticas o críticas– o de territorios más castigados e invisibilizados que convenía reivindicar desde una recién estrenada óptica poscolonial.
Este deseo provocaba una situación en la que las grandes instituciones culturales se disputaban las agendas de personajes con una gran concentración de visibilidad y de peso simbólico –y, por qué no decirlo, económico– que repercutía en una proliferación de vuelos transatlánticos, de grandes dispendios en cachés astronómicos y de habitaciones en hoteles de muchas estrellas. La venida de estos artistas e intelectuales, colectivos y compañías activaba inevitablemente un gran aparato institucional de visibilidad para lograr la máxima concentración de público. Cabe recordar que los objetivos tras estos aparatosos mecanismos no eran solo económicos o que, al menos, no obedecían exclusivamente a una voluntad de rédito inmediato: tras ellos asomaba la voluntad política de posicionamiento simbólico en el ranking de las potencias “avanzadas”, “críticas” o “interculturales” y la nada desdeñable cuestión, ya mencionada, de evitar el ostracismo dentro de este club.
Sin embargo, a quien insiste todavía hoy en utilizar este mismo argumento para justificar políticas culturales con programaciones megalómanas, plagadas de grandes figuras internacionales dirigidas a audiencias abarrotadas, hay que recordar que llevamos más de treinta años de internet, y que este mecanismo, a pesar de las transformaciones que le ocasionó la inyección del gran capital a finales de los noventa, que le llevó por muy otros derroteros, en su origen estuvo ideado para propiciar la descentralización –y no la concentración, de la que ha devenido tristemente su máximo agente. Internet es, ya en su propia estructura original, un dispositivo de mediación descentralizada (y no un dispositivo de inmediatez como muchos nos hacen creer) globalmente accesible; y una de sus repercusiones es que impregna a todo ámbito local, para bien y para mal, de acceso ilimitado a innumerables manifestaciones de orden global.
En la red compleja que hoy habitamos entre cuerpos de muy distintas naturalezas, seguimos pensando exclusivamente en el cuerpo técnico como transmisor de las acciones que ejerce el humano desde una posición central, utilizando entonces, especialmente en situaciones extremas como la que hoy vivimos, el contacto aséptico que nos brinda este cuerpo técnico como transmisor sustitutivo de las acciones humanas que encierra. Sin embargo, urge empezar a repensar la jerarquía que implica esta relación y, como respuesta, reivindicar también los cuerpos humanos como transductores de la información que adquieren a través del contacto constante con otros cuerpos (técnicos). Hoy, la necesidad institucional de la visita de grandes nombres internacionales debe ponerse en entredicho porque existe una multitud creciente de cuerpos humanos, en contacto con una también multitud creciente de cuerpos técnicos mediadores de acontecimientos globales, que tienen la capacidad de transducir sus contenidos, sus metodologías, sus procesos y reproducirlos localmente desde la inmediatez que permite la transmisión comunitaria en pequeños aforos.
Dicho de forma más sencilla, ¿de qué sirve hoy concentrar a una gran audiencia por la venida de una figura totémica, propiciando una concentración de contacto entre cuerpos que, por la propia escala que ocasiona su llegada, carece de todo sentido? ¿Logra hoy instituir socialmente algo la esperada visita de un vistoso cuerpo deificado por parte de una multitud que solo podrá aspirar a tener con él, a lo sumo, un contacto mediado por toda clase de aparatos: micrófonos, pantallas, disposición técnica del público en gradas, etc.? ¿Acaso no sería más propio de una época de creciente accesibilidad apostar por la replicabilidad de los contenidos a través de una multiplicidad de agentes locales, dirigida entonces a audiencias de ámbito reducido, apostando por entornos de inmediatez en los que el contacto entre cuerpos adquiere verdaderamente su valor?
El multiculturalismo debe dejar de ser actualmente una excusa para evitar aplicar políticas de proximidad y de descentralización económica y simbólica
La apuesta por la mediación digital de los contenidos culturales como respuesta a la crisis sanitaria que estamos viviendo toma sentido precisamente cuando es sustitutiva de lo que otras tecnologías ya mediaban previamente, habiendo alcanzado límites de movilidad y de concentración corporal y simbólica que nunca debieron rebasarse. Pero esta estrategia debe ir necesariamente acompañada, en el ámbito cultural, de un fortalecimiento de esos pequeños espacios que potencian relaciones inmediatas entre cuerpos a pequeña escala, relaciones en las que lo realmente irremplazable del contacto entre cuerpos (la indeterminación, el azar, el diálogo, la improvisación, los fallos y las roturas) puede tener lugar. Dar un paso atrás significa reforzar –y en muchos casos reconstruir– los pequeños teatros, los cines de barrio, los lugares, en general, de cultura de proximidad en los que públicos reducidos adquieren una relación no mediada con los acontecimientos. Este refuerzo no es solamente deseable en sí mismo, sino que también lo es para lograr la efectividad de la estrategia propuesta en conjunto: es a través de estas acciones en las que el contacto entre cuerpos adquiere su máximo sentido que se puede lograr aplacar la sed de proximidad, de comunidad, canalizada a través de lo inmediato y lo local. Solo entonces podrá cumplir la ciudadanía con la “responsabilidad social” de evitar otras formas de contacto, especialmente aquellas que implican cualquier modalidad de concentración, desaparecidas de las agendas culturales.
Principios similares pueden aplicarse hoy a muchos otros ámbitos, empezando por las concentraciones turísticas, pasando por las concentraciones urbanas y terminando por las concentraciones empresariales y comerciales, incluyendo los locales de ocio, deporte y restauración. El multiculturalismo, que fue durante mucho tiempo la única razón por la que se podía defender la globalización desregulada, debe dejar de ser actualmente una excusa para evitar aplicar políticas de proximidad y de descentralización económica y simbólica. Los cuerpos de cercanía, diseminados por todo el territorio, pueden y deben ser transductores de la multiculturalidad que viene ya mediada por las relaciones técnicas digitales, devolviendo de nuevo el contacto humano a una dimensión estrictamente inmediata y comunitaria, dando un paso atrás. La redistribución de la concentración acarreará problemas políticos, económicos y sociales que deberán compensarse con una rápida reconcepción del empleo y con una inédita expresión de la confianza en que cualquier cuerpo puede reproducir y traducir a pequeña escala lo que en internet se distribuye de forma global –y también de forma alarmantemente centralizada, por lo que uno de los nuevos roles fundamentales hoy de la institución debe ser tratar de redistribuir las concentraciones de la red. Comprender que la covid-19 no es una crisis de los cuerpos sino de la movilidad y la concentración, una crisis del acrecentamiento tecnológico de la escala, debe ser el primer paso para aplicar políticas verdaderamente disruptivas que asuman que quizá es esta la mejor oportunidad para aplicarlas.
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Enric Puig Punyet es doctor en filosofía, escritor y comisario. Su último libro es el ensayo Los cuerpos rotos (Clave intelectual, 2020), donde explora la digitalización de las relaciones humanas y la transformación del cuerpo.
Estas líneas se gestan el viernes 17 de julio, pocas horas después de publicarse la noticia que en la capital catalana llevamos días esperando: la multiplicación de nuevos brotes concentrados de la covid-19 provocan el primer paso hacia un segundo confinamiento. Se evidencia, tal como habíamos previsto, que las...
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