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Estoy en un sitio en el que hay aulagas pero no tengo acceso a internet, así que no puedo comprobar si es o no en el Ab urbe condita de Tito Livio donde se inaugura la ucronía imaginando qué habría sido de Alejandro de Macedonia si en vez de cabalgar hacia el este hubiera navegado hacia el oeste.
La imaginación es la mayor bendición de nuestra especie, creo, y no hace falta que un signo de los tiempos la desencadene, pero sí me parece que hay determinados momentos, como cuando quiebran los grandes consensos, en los que glosar lo que no ha ocurrido, escribir el futuro en pasado y ensayar ucronías, o distopías, se nos hace especialmente necesario. O atractivo.
No creo que sea muy preciso llamar “consenso” a fenómenos como el de la Transición, porque implica obviar que mucha gente tuvo poca o ninguna agencia en el proceso, solo votar la Constitución. El consenso se produjo en un ámbito reducidísimo de la sociedad e implicó transacciones y cesiones que probablemente nunca conozcamos, y la mayoría asintió lanarmente igual que te lanzas en plena noche al agua friísima de un lago glaciar solo porque detrás de ti el bosque arde.
Puede que sí, que haya momentos en los que la imaginación sea necesaria para revisar qué falló, por qué cayó Lehman Brothers, por qué triunfó el brexit (en las urnas, todavía está por ver en qué condiciones se van y las negociaciones no avanzan), por qué un tipo como Donald Trump es presidente no ya de Estados Unidos, sino de cosa alguna.
Por las mañanas, antes de que el sol queme mucho, subo a una montaña en la que han restaurado una torre de vigilancia del antiguo reino nazarí. Desde ahí puedo acceder a la prensa digital y leer lo que se publica y lo que se discute –aunque descarto que fuera erigida con ese propósito–, y me llama la atención la cantidad inusual que encuentro de ejercicios de historia ficción bienintencionada que tratan de siluetear una gran verdad a través de muchas pequeñas mentiras.
Intento, en estos días de tregua, el ejercicio de borrar en lo posible los marcos de pensamiento en los que una va colocando por inercia los hechos y los datos para mirarlos con extrañeza, inventando entre ellos nuevas conexiones, nuevos sistemas para comprenderlos. Por supuesto que fallo una y otra vez porque es tarea imposible mirar con ojos infantiles cuando se tienen tantas canas en las cejas.
Desde hace cuarenta años, como mínimo, hay una ofensiva neoconservadora bien organizada en marcha. Muchas veces hacemos bromas con que “nos quieren llevar a la Edad Media”, sin especificar bien quiénes ni de qué manera. La Edad Media no sé, pero creo que lo que llamamos Antiguo Régimen, el orden aristocrático de la Edad Moderna, el instante previo a las revoluciones francesa y norteamericana, sí que inspira el estado de cosas al que hay quienes quieren regresar. Y este orden se basa en la jerarquía y la subordinación. A mí son conceptos que nunca me han seducido, pero sus valedores saben venderlos como algo rebelde y moderno. Y moderno es, por lo menos desde un punto de vista de división de la Historia en periodos.
Hubo un jurista en la Universidad de Navarra, Álvaro d’Ors, que resumió muy bien en su pensamiento político esta deriva. Como fundamentalista católico, carlista, y autodeclarado tradicionalista, responde a la trinomia revolucionaria Libertad, Igualdad y Fraternidad con una trinomia tradicionalista y anti-revolucionaria: Responsabilidad, Legitimidad y Paternidad.
Edmund Burke advirtió al Parlamento británico en febrero de 1790 de que “el verdadero objeto de la Revolución Francesa es romper todas las conexiones, ya sean naturales o civiles, que regulan y unen la comunidad por medio de una cadena de subordinación para alzar a los soldados contra su oficiales; a los criados contra los amos; a los artesanos contra sus clientes; a los empleados contra sus empleadores; a los inquilinos contra los caseros; a los curas contra los obispos; y a los hijos contra los padres”.
La Ilustración, donde hubo suerte, nos legó una visión del mundo libre de magia y supercherías, las bases de un enfoque racional y científico que borrara las brumas de la superstición. Pero el misterio y la irracionalidad enganchan y enseguida surgió el Romanticismo para reivindicar la fe y la nación.
Y en eso siguen.
Estoy en un sitio en el que hay aulagas pero no tengo acceso a internet, así que no puedo comprobar si es o no en el Ab urbe condita de Tito Livio donde se inaugura la ucronía imaginando qué habría sido de Alejandro de Macedonia si en vez de cabalgar hacia el este hubiera navegado hacia el oeste.
...Autora >
Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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