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Esta historia me la explicaban de pequeño. Tras explicarla se producía siempre un silencio y, después, se hablaba de otro tema apresuradamente, como para olvidar ese silencio. Sucedió poco antes de que yo naciera. Supongo que se explicaba de vez en cuando porque me afectaba a mí, al menos más de lo que afectaba, como verás, a las personas que me lo explicaban. Hablaba de otra época, anterior a la mía, que finalizó de alguna manera con mi nacimiento, que nada tuvo que ver con todo ello. Hablaba, por tanto, y mucho, de otra época posterior. Mi época. Empezaba con una persona llamando a la puerta de una casa de fachada verde, a pocos kilómetros de la gran ciudad. En breve aquella casa sería la mía, y en su patio jugaría eternamente. Quien llamaba a la puerta no lo sabía. Era un pobre pidiendo limosna. La limosna que se daba entonces, y eso me sorprendía, ya era radicalmente diferente a la que se empezó a dar después, en mi época. Se daban naranjas, pan. O, como fue el caso, un plato de lo que se comía aquel día. Aquel hombre lo comió en la puerta, en una silla, mientras recibía conversación, esa región del respeto. Era un hombre muy mayor, desanimado, sin fuerzas. Y esta fue su conversación. Explicó que era de otra ciudad. A unos 200 kilómetros. Había venido a la gran ciudad a ver a su hija. Pero, durante su periplo, su hija había vuelto a su ciudad de origen, de manera definitiva. Desprovisto de un número de teléfono o de dinero, sin forma de contactar con su hija, estaba haciendo el camino de vuelta a pie, pidiendo limosna, durmiendo al raso. En la casa verde se decidió pagarle el viaje en tren. No era mucho, pero era una cantidad llamativa. El tren, además, pasaba justo al lado de la casa verde. De noche, el tren nocturno, inacabable, repleto de vagones, arrullaba a los niños de la casa verde. El hombre que pedía limosna aceptó la oferta, pero la amplió. Se comprometió a devolver el dinero del billete cuando llegara a su destino, y fuera tutelado y cuidado, como estaba previsto, por su hija. Se aceptó el trato, con cierto escepticismo. Escepticismo, incluso, en la existencia de la hija. Al mes llegó una carta, con faltas, repleta de fórmulas de cortesía de otra época, redactada por la hija de aquel hombre. Y un billete de una moneda que se llamaba peseta, que satisfacía la deuda contraída, en su día, con un apretón de manos. “Hoy”, decía el adulto que explicaba la historia, para concluirla, “todo eso sería imposible”. En la cabeza de todos se ordenaba todo aquello que ya era imposible. Y, con ello, mi época. Una época en la que era imposible dar de comer a un extraño, hablar con él y, además, escucharle. Apostar por él. Que el extraño pagara su deuda. Y, por encima de todo, y eso es lo que creaba el silencio, ese escalofrío tras explicar esta historia, resultaría imposible confiar en alguien sumamente parecido a ti, pero con otra suerte, y que se llama extraño.
Se dice que en el siglo XX el paisaje del planeta cambió más que en todos los siglos anteriores juntos. Y, en efecto, no existe aquella casa verde, o el cañizal que la separaba de la vía, o la acequia que pasaba por el cañizal, desde la que cantaban las ranas, sobre el sonido del tren nocturno. Pero tampoco existen las personas que llamaban a su puerta, o sus propios habitantes, que la abrían. La historia que se me explicaba en la casa verde hablaba de un árbol, en el que habíamos vivido milenios, y del que nos bajamos para caminar por una suerte de sabana. La historia era la melancolía del animal que no fuimos, que nunca fuimos. Hasta ahora. Ese animal salvaje, que no aparece en la historia, es mi época, mi silencio, mi escalofrío.
Esta historia me la explicaban de pequeño. Tras explicarla se producía siempre un silencio y, después, se hablaba de otro tema apresuradamente, como para olvidar ese silencio. Sucedió poco antes de que yo naciera. Supongo que se explicaba de vez en cuando porque me afectaba a mí, al menos más de lo que afectaba,...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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