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Hace casi treinta años era profesora voluntaria de música en un módulo especial de rehabilitación de toxicómanos en el centro penitenciario Tenerife II. Solo iba los sábados. O los domingos, no me acuerdo ya. Cogía la guagüita en la Avenida Trinidad, una guagua chiquita que iba a la cárcel y al cementerio. Iba a los sitios a los que nadie en principio querría tener que ir. Los primeros meses solo conocía la realidad de mi módulo, gente que era consciente de cómo las adicciones habían condicionado sus vidas hasta convertirlas en un desastre del que querían de verdad salir. La condena más corriente era la de cuatro años dos meses y un día, le decían la yeyé. Me explicaron por qué, pero ya no me acuerdo. Se les condenaba por delitos contra la salud pública, generalmente por menudeo de hachís. Pero un primer vistazo al patio nos haría pensar que se les condenaba por ser pobres.
Con el tiempo hice amistad con otra compañera educadora que trabajaba en el módulo III, un módulo que albergaba, al doble de su capacidad, a internos en prisión preventiva, gente muy joven. No se puede mantener a una persona privada de libertad más de dos años sin una condena. Parece un plazo razonable para que el juicio se produzca. Sin embargo, la administración de justicia estaba tan saturada que muchas de estas personas volvían a las calles sin haber sido juzgadas, lo que favorecía una falsa sensación de impunidad que les hacía percibirse como intocables.
Como solo iba los fines de semana, mi único contacto con el equipo era un coordinador que llevaba muchos años tratando con gente con problemas de adicción. Fue él quien me explicó este fenómeno. Y que luego venían las condenas todas seguidas y se iban sumando años y años. Yo hablaba con internos que de alguna manera consideraban que se les estaba haciendo trampa al acumular tantas condenas. Sentían que se les estaba reteniendo en prisión injustamente.
Se les condenaba por delitos contra la salud pública, generalmente por menudeo de hachís. Pero un primer vistazo al patio nos haría pensar que se les condenaba por ser pobres
Luego he ido viendo esto mismo en otros ámbitos de la vida: “¿Por qué de repente me condenan por violar a una chica en grupo con mis amigotes si lo hemos hecho siempre y nunca nos ha pasado nada?” “¿Por qué me quieren multar por aparcar en una zona prohibida a mí, que he sido presidenta de la comunidad hasta el año pasado?” “Es mi mujer, no me puedo creer que por darle dos patadas me vayáis a detener”. La impunidad, o la sensación de impunidad, acaba por hacerle creer a la gente que tiene derecho a delinquir.
Y esto se traduce en una dificultad real para comprender cuáles son las responsabilidades que se te están pidiendo. Martín Villa declara por los crímenes que cometieron las fuerzas de seguridad bajo su mandato, es responsable directo de las órdenes que se dieron. No se le toma declaración por ser mala persona, por su orientación política, ni siquiera por haber colaborado con una dictadura ominosa. Y por eso da como vergüencita que la jueza le tenga que aclarar que no se está juzgando una época, sino unos hechos delictivos concretos. La gente que firma la carta de apoyo al exministro de repente no parece entender el significado concreto de la acción de la justicia. Como los que firmaron la carta de apoyo al rey emérito. ¿Qué necesidad hay de exponerse así?
El argumento de que “los servicios prestados por el monarca a la sociedad española justifican cualquier perjuicio que haya podido causar a la hacienda pública” es una caca de argumento. Todo indica que ha defraudado al fisco y ya está. No tiene más vueltas. La irresponsabilidad ante la ley acaba generando comportamientos irresponsables que, en ocasiones, acaban revistiéndose de un carácter delictivo. Y el emérito pasó demasiado tiempo sin juicio. No pudo desarrollar la conciencia de que los actos tienen consecuencias porque nunca las tuvieron. Y siguen sin tenerlas.
De repente, al Partido Popular le empiezan a llegar los señalamientos para afrontar responsabilidades de las que se creía exento por exceso de impunidad prolongada. Pero no importa porque, a diferencia del resto, sabe que estos jueces consideran una casualidad que un martillo caiga varias veces sobre el mismo disco duro. Yo en su caso también bloquearía la renovación del Consejo General del Poder Judicial, ya te digo.
Hace casi treinta años era profesora voluntaria de música en un módulo especial de rehabilitación de toxicómanos en el centro penitenciario Tenerife II. Solo iba los sábados. O los domingos, no me acuerdo ya. Cogía la guagüita en la Avenida Trinidad, una guagua chiquita que iba a la cárcel y al cementerio. Iba a...
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Alicia Ramos
Alicia Ramos (Canarias, 1969) es una cantautora de carácter eminentemente político. Tras Ganas de quemar cosas acaba de editar 'Lumpenprekariat'. Su propuesta es bastante ácida, directa y demoledora, pero la gente lo interpreta como humor y se ríe mucho. Todavía no ha tenido ningún problema con la Audiencia Nacional ni con la Asociación Española de Abogados Cristianos. Todo bien.
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