LA VITA NUOVA
Indulto o muerte. Literalmente
Después de lo de Trapero ya no hay una argumentación saludable para no proceder al indulto. Se deben acometer los indultos a los presos del procés. Por varias razones ya de índole jurídica y democrática
Guillem Martínez 27/10/2020
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Cuando pasan tantas cosas a la vez suele ser a) un sueño –hoy, brrrr, he vuelto a soñar que tenía examen de Derecho Internacional; un no parar; en un momento dado, yo mismo hubiera hundido el buque SS. Lotus–, o b) un cambio de época. Sobre el cambio de época. Hace horas que hay estado de alarma y toque de queda. Lo aplican CC.AA. que no se encuentran el culo con ambas manos, mayormente, en el trance de realizar sus funciones en pandemia –rastreos, sueldos dignos en sanidad, contratos de nuevos sanitarios, estadísticas no creativas, correcto funcionamiento de los CAPs, inteligencia social, empatía–. Lo que habla de un Estado –las CC.AA. son Estado; más concretamente, una región del Estado que aplicaba, cuando existía, el Bienestar– afuncional, que aún no sabe su cometido en la nueva época. Por lo que experimenta con su cometido y dibuja la nueva época. El resultado es teatral, una búsqueda feroz de funciones, tal vez poco ajustadas a una cultura democrática.
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Más cosas/cambios/época. Hace unas horas se ha reunido Von der Leyen –en su cabello hay tanta laca que podría haberse lacado 3.456 guerreros de Xian– con Sánchez y los presis de CC.AA. La plástica es federal. Pero tal vez sea su negación. En esas reuniones aparece, en efecto, el Estado y la territorialidad. Pero no el federalismo. Es decir, la posibilidad de defenderte de ambos objetos. El federalismo, snif, es también defensa ante el Estado federal y el federado. Algo que parece no contemplar la época.
Por otra parte, hace pocas horas que, con los Presupuestos Generales, se ha presentado otro intento de recauchutar, hasta que sea funcional, el IMV (Ingreso Mínimo Vital), así como hacer algo sobre los alquileres, esas cosas que no tienen toque de queda, ni se le espera. Lo que dibuja un Estado que no funciona a la primera, lento, con serios inconvenientes para emitir políticas sociales. Un indicio de que la rapidez y la corrección dejó de ser función del Estado hace ya un rato. Hay algo en el Estado que no puede, o no quiere, o no le dejan. Lo que vuelve a ser la época. Preocupante ante la llegada de los 75.000 millones de euros para refundar todo esto que se está refundando. Hace aún más horas, la semana pasada, en el Congreso se vivió una votación masiva contra el fascismo. Tranquiliza mucho. Si bien intranquiliza que al posfasismo –lo que hay, lo que no se irá, lo que vendrá, más si 2021 es poco democrático, afederal, teatral, lento y sin correcciones– no se le intuye. Nadie sabe nada de la época. Todos los políticos que participan en ella, por otra parte y para acabarla de liar, no son iguales. Como decía Leopardi –genial, al punto que murió por indigestión de babbà, ese genial pastelito napolitano–, no sólo existe el bien y el mal, sino el complicado lo-mejor y lo-peor. Lo único que sabemos de las épocas es que, hasta que llegan a puerto, son un SS. Lotus a la deriva.
El presente artículo habla de algo sucedido aún hace más horas. La semana pasada, antes de la moción. Apareció la sentencia absolutoria del major Trapero. Importante. Una vez perdida la unidad de la causa del procés, la causa se ha traducido en sentencias distintas y distantes. No se contradicen, pues cada una responde a delitos distintos. Hasta cierto punto, todo ello ilustra –además de lo que ilustra, que es inquietante– la contradicción del Derecho Penal, esa cosa en la que, en un juicio por atraco pueden acabar, por el genio de la defensa, o por otras mariposas agitando sus alas en el otro extremo del mundo, dos miembros de la banda exonerados y cinco en el penal de Ceuta –disculpen que no me detenga más en esa contradicción del Derecho Penal; hoy estoy más de Derecho Internacional; XXXX SS Lotus–.
Por la misma actividad, si bien con diferentes cargos, la disciplina ha emitido, a saber, un pack de sentencias por sedición –para lo que, glups, fue necesario reformular el concepto de sedición, al punto que ahora, que me estoy friendo un huevo, no sé si la estoy practicando–, otro pack con la inhabilitación de todos los miembros de la Mesa, salvo la juzgada en el TS, y un tercer pack con la absolución de Trapero y el staff de los Mossos. No habiendo, lo dicho, contradicción –la Justicia no se contradice; como el del chiste, no se cae, se tira–, el dibujo que se hace es contradictorio. En su análisis de la sentencia Trapero, José Luis Martí, profesor de Filosofía del Derecho, señala la brevedad de la sentencia –menos de 100 folios–, y la compara con los más de 300 del voto particular anti absolutorio, y con su calidad. En su análisis, es perceptible la aplicación de la ley –esa cosa que, en caso de duda, debe beneficiar al reo– en la sentencia, mientras que en el voto particular aparece una legalidad sustentada en apriorismos, antes que en pruebas. En la sentencia se aprecia que informes y atestados de la Guardia Civil carecían de valor de prueba –lo que no es una catástrofe policial, sino algo más bestia–, y que testimonios de mandos –fueron fundamentales en el TS– no pasan de ser opiniones sesgadas e inverificables. El compendio de sentencias y el voto particular de la última, su adscripción a una escuela exitosa en el TS, obligan a evaluar el conjunto. Y en el conjunto prima el exceso en el TS. Sin existir contradicción, hay contradicción ambiental –por utilizar un término del TS–, que invita a pensar que la aplicación de la ley no dio un resultado satisfactorio. Y, para esas cosas está la figura del indulto, esa corrección cuando la justicia, aplicada en su lógica, crea lógicas injustas.
Después de lo de Trapero ya no hay una argumentación saludable para no proceder al indulto. Se deben acometer los indultos a los presos del procés. Por varias razones ya de índole jurídica y democrática. Por razones jurídicas y democráticas, que ya es decir. Y por otras razones de índole política. Deben salir porque su condena es un abuso, un exceso, y los excesos en la justicia son injusticias. Deben salir porque su condena implica algo que no ocurrió: no hicieron nada salvo –como reconocieron en el juicio en el TS, de manera directa, en el caso de Forn, de manera barroca, en el resto– mentir, y mucho, a su sociedad. No prepararon nada, no hicieron nada, salvo mentiras y salvo defender su honor tras perderlo en la mentira. Deben salir para que cese una mentira mayor y continuada desde su injusto encarcelamiento, que ha devorado la política Cat incluso en pandemia, y ha convertido en inútiles herramientas de autogobierno, que no les pertenecen por definición. Deben salir porque se cargaron cualquier posibilidad, valor y respeto a un proyecto indepe en Europa, por lo que esa puerta está cerrada, por sus mentiras. Deben salir para que finalice la degradación de los medios públicos y concertados en Cat, para que finalice, o al menos se dificulte, el proceso de posdemocratización en Cat, con tecnología local, en la política y en la sociedad cat.
Deben salir para que –si bien no creo que suceda eso ni hartos de garnacha– den explicaciones a su sociedad, dimitan de sus cargos, abandonen la política, por su deshonestidad absoluta, amparada por la libertad de expresión y no condenable por Código Penal, pero sí por la cultura democrática y por la ética. Deben salir para que la sociedad en Cat pueda evaluar, tras años de mentiras, su decadencia social, política y económica, la decadencia de sus medios, de sus intelectuales, de sus políticos. E intentar sobrevivir sin lo que ha creado aprovechando el abuso del Estado y el abuso de la mentira: otra ultraderecha identitaria europea, que sólo emite mitos. La sociedad debe tener alguna oportunidad de elegir su época. Y abandonar, si puede, el SS. Lotus Cat.
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Cuando pasan tantas cosas a la vez suele ser a) un sueño –hoy, brrrr, he vuelto a soñar que tenía examen de Derecho Internacional; un no parar; en un momento dado, yo mismo hubiera hundido el buque SS. Lotus–, o b) un cambio de época. Sobre el cambio de época. Hace horas que hay estado de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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