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Márgenes

Penumbras desde Pamplona

Una revisión de la literatura en euskera del 2020

Beñat Sarasola 23/01/2021

<p>Casco viejo de Iruña.</p>

Casco viejo de Iruña.

Vladimer Shioshvili

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En los tiempos que corren, un nuevo año no comienza hasta que estalla la primera polémica en redes sociales, y este año, para qué esperar más, ya había estallado cuando estaban dando las campanadas: el programa Cachitos de Nochevieja, en Televisión Española, no puso ni una sola canción, durante tres horas de programación, en alguna de las lenguas minorizadas de la cacareada España plurinacional. Cosa no muy extraña, para qué engañarnos; pero no deja de ser significativo que uno de los programas más políticamente heterodoxos de la televisión pública sea tan ortodoxo en relación a la cuestión nacional. Para muchos ahí seguimos, en penumbra, en un país que olvida las lenguas y culturas distintas del español como ese libro perdido que aparece entre el polvo, años después, detrás de la mesilla.

En el año 2020, la penumbra literaria vasca ha irradiado más intensamente desde Pamplona. No es casualidad, ya que, pese a situarse un tanto lejos de los centros de la literatura en euskera, Navarra es uno de los lugares más prolíficos literariamente, también en lengua vasca (en español  tenemos, entre otros, a Ramón Eder, Fernando Chivite, Margarita Leoz o Miguel Sánchez Ostiz). Entre las publicaciones en euskera de 2020, algunas de las más interesantes están escritas por autores que son o viven en Pamplona como Eneko Aizpurua, Jon Alonso, Amaia Apaolaza (traductora de Olga Tokarczuk) y Pello Lizarralde; una de las óperas primas más interesantes, Odolekoak, de Antxiñe Mendizabal, cuenta la historia de una familia pamplonesa; y la investigación realizada por Alonso también tiene como protagonista una víctima de la violencia originaria de Pamplona que todavía sigue desaparecida: Naparra. 

Literatura pequeña y mercado

A lo largo de muchos años, fue un lugar común, dentro de la literatura en euskera, defender que el hecho de ser una literatura pequeña ofrecía magníficas ventajas respecto a las grandes literaturas colindantes (la española y la francesa). El argumento, que fue desarrollado por Ramón Saizarbitoria –el gran novelista de la literatura vasca, si tuviéramos que elegir solo uno– y defendido posteriormente también por Eider Rodriguez et alii, decía algo así: ser una literatura pequeña te permite escribir al margen de las leyes del mercado, sin la urgencia de tener que conseguir unas ventas determinadas y sin depender de los avatares a menudo agotadores que te exige un gran sistema literario. 

Fue, ciertamente, una idea potente que permitió explicar algunas formas literarias y escrituras radicales y libres del posfranquismo, además de que ayudó a empoderar a una literatura que seguía (sigue) considerándose no solo pequeña, sino menor. Sin embargo, a partir de los años 90 y, muy especialmente, a lo largo de los primeros 2000, se configuró un campo literario vasco que difícilmente puede entenderse bajo ese marco. El establecimiento de unas instituciones literarias más o menos sólidas, un número de lectores nada desdeñables y de un “consumidor cultural” (más allá de lo literario) aún mayor,  permiten pensar que la literatura en euskera como necesariamente no-mercantil haya dejado de tener sentido. Para dar un dato revelador: la novela más vendida en euskera puede llegar a los 10.000 ejemplares en un año (sin contar las traducciones a otras lenguas). Según datos de El País, la novela Pequeñas mujeres rojas de Marta Sanz, situada entre los 10 libros “independientes” más vendidos, había vendido 6.520 ejemplares entre marzo y agosto de 2020. Más allá de los números, es igualmente palpable la progresiva estandarización de los modelos literarios imperantes en la literatura en euskera de los últimos años. La precaria normalización lingüística empuja hacia modelos literarios más bien accesibles; no en vano, el sistema educativo y los euskaltegis (escuelas para aprender euskera) son uno de los principales caladeros de ventas de libros en dicha lengua. Las políticas culturales institucionales y de la mayoría de la euskalgintza (el campo cultural vasco) abogan por formar una “gran” industria cultural. 

Esta situación ha llevado a la literatura en euskera a un lugar comprometido: las lógicas del campo literario son cada vez más mercantiles, pero, debido a su tamaño, solo obtiene unas pequeñas ventajas de ellas, y, por el contrario, muchas desventajas. Mientras tanto, han sido desechadas la mayoría de las virtudes que proporciona ser una literatura pequeña (libertad creativa, libertad crítica, mirada al exterior). La literatura en euskera parece luchar más por conservar las instituciones que ha establecido (editoriales, medios de comunicación) a lo largo de los 90 y los 2000 y proyectarlas hacia un futuro cada vez más mercantil, que por desplegar un campo literario realmente despierto que dialogue con la literatura del mundo. No hay más que mirar el panorama editorial: la mayoría de las editoriales existentes hoy fueron creadas en los 80 y los 90, y solo unas pocas entre ellas han empezado a renovarse tímidamente (Igela, Susa, Txalaparta). En el País Vasco no hemos tenido nada que se parezca, por ejemplo, al boom español de editoriales pequeñas e independientes. Más bien al contrario, la producción literaria ha ido concentrándose cada vez en menos editoriales, salvo algunas honrosas excepciones que no han cuajado (Edo) o que acaban de despegar, como la editorial de poesía Balea Zuria.

A lo largo de muchos años, fue un lugar común la idea de que ser una literatura pequeña te permite escribir al margen de las leyes del mercado, sin la urgencia de unas ventas determinadas

Este es el contexto en el que llega el campo literario vasco al catastrófico año 2020, y que abre unos interrogantes fundamentales: ¿será posible seguir con este modelo concentrado tras esta crisis? ¿En qué quedarán algunas desmesuradas estructuras del campo cultural vasco? ¿Dejará de ser prioritaria, como lo es ahora, la lucha política para la hegemonía cultural? ¿Acaso servirá para reforzar discursos propiamente literarios?

Ciertamente, haciendo el balance del 2020, lo primero de lo que se percata uno es de la debilidad del sistema arriba esbozado. En otoño, algunas editoriales parece que han apostado por limitar las publicaciones, y han proliferado autores ya consagrados o títulos más o menos asegurados vía becas, premios, etc. Ello ha motivado una rareza dentro del campo literario vasco: las publicaciones de primavera y las de otoño se han equilibrado, cuando, usualmente, la mayor parte de la producción se suele concentrar para finales de año, con vistas a la Feria de Durango de principios de diciembre (otra muestra de debilidad, por cierto).  

En principio, el 2020 no ha destacado por libros especialmente afamados. No ha habido casos como los de Aitaren etxea de Karmele Jaio (La casa del padre, Destino) y Miñan de Ibrahima Balde y Amets Arzallus (que pronto será publicado en español por Blackie Books), publicados en 2019, que son dos de los libros de mayor éxito de los últimos años. No en vano, aún hoy, más de un año después de su publicación, siguen estando entre los libros más vendidos semana tras semana. Tres autores canónicos como Bernardo Atxaga, Anjel Lertxundi y Joseba Sarrionandia han publicado nuevo libro, pero no son obras destinadas a ser cumbres de sus trayectorias literarias. En el caso de Sarrionandia, Gauzak direnak balira (“Si las cosas fueran lo que son”) cierra la trilogía de diarios-ensayos escritos desde La Habana. Lertxundi recupera en Gilles de Rais un cuento antiguo y lo convierte en novela corta. Atxaga, por su parte, ha recopilado en Kilker bat autopistan (“Un grillo en la autopista”) sus más recientes colaboraciones en la radio pública vasca. Con todo, conviene no olvidar que el género en el que más espontáneamente aparece el genio de Atxaga es el fragmento y la narración corta y, ciertamente, en este libro también se encuentran piezas singularmente atxaguianas.

A falta de grandes fenómenos literarios, una mirada “industrial” podría concluir que ha sido un mal año; un análisis estrictamente literario hace emerger algunos libros realmente destacables, de un valor mucho mayor que la discreta resonancia que han tenido. Son libros que, como cuando uno entra a oscuras en una sala de cine, son casi indistinguibles en la penumbra, pero que un mirar más pausado hace resurgir los destellos que esconden.

Pero hablemos de literatura

Si distinguiésemos el año por autores, podríamos decir que ha sido el año de Xabier Lete y de Uxue Alberdi. El décimo aniversario de la muerte de Lete ha dado lugar a múltiples publicaciones y eventos literarios. Cantante y poeta, Lete fue, por encima de esas dos cosas, un icono de la cultura vasca, un referente indiscutible de la generación del Ez dok amairu (movimiento cultural de vanguardia de finales de los 60 y principios de los 70). No obstante, la recuperación de su figura ha sido desigual, a veces más ligada a las urgencias editoriales y a cierta asimilación política que a una reconfiguración de su valor poético, que es ciertamente menor que la magnitud de su figura. En ese terreno, las referencias más importantes han sido Xabier Lete. Aberriaren poeta kantaria (“Xabier Lete. Poeta cantor de la patria”) de Alex Gurrutxaga, que tiene su origen en la exhaustiva primera tesis doctoral sobre el autor; Zerbitzuko lanean. Lete kazetari, Lete prosagile (“Trabajo de servicio. Lete periodista, Lete prosista”) firmado por Elixabete Perez, Haizea Sáez de Eguilaz y Anjel Lertxundi, que recupera ciertas facetas bastante desconocidas del autor, a saber, su trabajo como periodista y su prosa;  y Poesia, zaurien ukendu (“Poesía, ungüento para las heridas”) de Ainhoa Urien, la más personal de todas, ópera prima que rastrea la cuestión de la enfermedad y la creación poética, siempre con la obra de Lete como referencia. Es un libro que supone un reto para los lectores como yo que leemos la poesía con un ojo en la muerte del autor y el otro en la falacia intencional, ya que plantea, bajo una poética inequívocamente romántico-decadentista, la relación entre la enfermedad, el sufrimiento y la inspiración poética. Sin embargo, Urien solventa con creces esos escollos impulsada por una elegante escritura y un serio trabajo de documentación.

Lo que es una lástima, y signo del clima conformista del panorama editorial, es que no se haya aprovechado la ocasión para editar la obra de Lete de una forma ordenada y sistemática. Algunas de sus primeras obras poéticas, que son las más intensas de su trayectoria, no se encuentran fácilmente o están agotadas. Por ejemplo, era una magnífica ocasión para editar sus obras completas, acompañadas del trabajo crítico de algún especialista. Por otro lado, es motivo de reflexión la indulgencia con la que se ha tratado en esta recuperación, una vez más, la cuestión del plagio de Lete (llegó a plagiar más de quince poemas de Carles Riba y Rainer Maria Rilke en un libro de 1992). Solo un país más preocupado por crear y mantener iconos nacionales que por la calidad y la ética literaria se permite tal indolencia.

La literatura en euskera parece luchar más por conservar las instituciones que ha establecido que por desplegar un campo literario realmente despierto que dialogue con la literatura del mundo

Alberdi ha destacado por partida triple. Su libro Kontrako eztarritik (“Atragantarse”) de 2019, una lectura de género y de las relaciones de poder (valga la redundancia) del versolarismo (aunque fácilmente trasladable a otros campos culturales) basada en quince entrevistas a mujeres versolaris, ha recibido el Premio Euskadi de Ensayo 2020. Además, su libro Jenisjoplin (2017), una de las novelas en euskera más leídas de los últimos años, ha sido traducida al castellano y publicada a finales del 2020 por la editorial Consonni, y en pocas semanas ya ha encontrado también la estima de numerosos lectores en dicha lengua. Esta publicación es el primer ejemplar de una nueva e interesante línea editorial, que traducirá al castellano las obras de autoras que escriben en euskera. Finalmente, Alberdi ha publicado un nuevo libro en 2020, Dendaostekoak (“Desde la trastienda”), un ejercicio de memoria a través de la trastienda de una mercería-librería en Elgoibar regentada por su madre y su tía. Una crónica (literaria) social y política desde los años 70 hasta la actualidad, guiada por la voz de dos narradoras. Un libro estimulante en su planteamiento, aunque el resultado sea algo irregular debido a que se desliza hacia una suerte de idealismo invertido.

Amalgama de memorias

En efecto, siguiendo la tendencia de los últimos años, la memoria ha sido unos de los temas más recurrentes de este 2020. Memoria en sentido estricto, porque algunas de las publicaciones, como Dendaostekoak, trazan una línea de forma explícita que va del pasado hasta la actualidad. Además, se están abriendo paso nuevos itinerarios que ponen el foco en las memorias silenciadas, particularmente en las voces de las mujeres dejadas al margen de la gran Historia.  Ahí se podrían situar también las novelas Haize-lekuak (“Ventisqueros”) de Amaia Telleria, Ene baitan bizi da (“Vive en mí”) de Maddi Ane Txoperena, la ya citada Odolekoak (“Consanguíneos”) de Antxiñe Mendizabal y, en menor medida, Turista klasea (“Clase turista”) de Kattalin Miner. Odolekoak es un notable debut (Mendizabal hasta ahora había publicado literatura infantil y juvenil, además de desempeñar su trabajo como editora en Elkar), laborioso y ambicioso, aunque algo lastrado por unos modelos literarios y de escritura un tanto añejos, entre la novela histórica y la saga familiar, y, por momentos, con una tendencia demasiado acusada al resumen y al telling explicativo. Narra la historia de una familia franquista de Pamplona desde la inmediata posguerra hasta la actualidad, con un notorio dominio narrativo, que da como resultado un interesante análisis de las relaciones familiares cruzadas por la memoria y el género.  

También se inscribe en la línea de la memoria la nueva novela de Joxean Agirre, Nobela errealista bat (“Una novela realista”), en la que es, sin duda, la novela cómica por excelencia del año. El protagonista, un taxista que cuenta todo tipo de anécdotas y sucesos de la intrahistoria del conflicto vasco a sus clientes, se ve envuelto en una trama policial bufa que trata de averiguar quién es el causante de la muerte de un escritor vasco. Una historia un tanto delirante y constructivamente un poco tosca, que nos hace mirar a la trillada idea de la “lucha por el relato” a través de una distancia irónica, casi sardónica, y de un personaje masculino que roza la vergüenza ajena, marca de la casa de la narrativa de Agirre. 

Un análisis estrictamente literario hace emerger algunos libros realmente destacables, de un valor mucho mayor que su discreta resonancia

Naparra, de Jon Alonso, tiene un tono y un propósito muy diferentes. Se trata del trabajo de investigación más sólido del año, donde se relata el caso de Jose Miguel Etxeberria “Naparra”, miembro de los Comandos Autónomos Anticapitalistas que “desapareció” en plena Transición, el 11 de junio de 1980, y sigue desaparecido, pese a que nadie duda de que fue secuestrado y asesinado. El libro presenta el caso abierto, con una gran panorámica del contexto de la época, que funciona también como sincero y autocrítico relato generacional (Alonso nació el mismo año que Naparra; ambos en Pamplona, a pocas calles de distancia). Gracias al trabajo de la familia, el caso sigue abierto por distintas vías (la vía judicial y la ONU) y no se ha esfumado aún la esperanza de encontrar el cuerpo y de esclarecer el caso. 

Pese a no ser estrictamente un libro sobre la memoria, sí está atravesada por ella Bidasoan gora (“Remontando el Bidasoa”) de Eneko Aizpurua. Sin duda, uno de los libros más destacados de la temporada y uno de los más brillantes ensayos literarios de los últimos años. Una especie de Danubio de Claudio Magris llevado al río Bidasoa pero a la inversa: Aizpurua comienza su camino en la desembocadura, en el Cantábrico, y camina hacia el origen (también un tanto incierto, como en el Danubio) de la cascada de Xorroxin en el Baztán. Erudito pero sin llegar a abrumar como puede llegar a hacerlo el libro de Magris, Aizpurua teje una hermosa crónica histórica, geográfica y literaria, deteniendo la mirada especialmente en las víctimas que ha visto perecer el río a lo largo de las décadas: migrantes portugueses, exiliados y todo tipo de expatriados, Mikel Zabalza, Eduardo López Moreno, etc. Uno de los logros más reseñables del libro es la calidad de la escritura, refinada y preciosa, en armonía con su viaje, que consigue que el profundo y extenso trabajo documental (con referencias históricas, pero también literarias) no ahogue el ritmo de la marcha a pie del narrador. Un libro imprescindible para los barojianos, claro, ya que perfila delicadamente el entorno predilecto de Pío Baroja; pero más allá, para cualquiera que aprecie ese bien tan escaso últimamente como es el ensayo literario. 

Propuestas más arriesgadas

Ha habido otras obras que se escapan de las formas literarias más convencionales y toman riesgos dentro de un campo literario que, por lo general, no tiende a refrendar ejercicios de este tipo.  

Zendabalitz, ópera prima de Erika Elizari, es una novela coral narrada desde los puntos de vista de diversos pasajeros de un avión que recorre la ruta Charles de Gaulle (Paris) – Loiu (Bilbao). Es la novela que más ha intentado acercarse a lo que es la experiencia individual contemporánea (mundo digital, redes sociales, etc.) y rezuma una frescura infrecuente en la literatura vasca. No obstante, los diversos puntos de vista quedan un tanto homogeneizados por un tono común ligero, que no permite sacar partido del todo a la audaz propuesta de la novela.   

Oihane Amantegi ha publicado también su primera obra, Ibaiertzeko ipuina (“El cuento de la ribera”), que es, junto con Odolekoak, la ópera prima más relevante del 2020. En realidad, no es una obra que adopte tantos riesgos como el resto de las obras de esta sección, pero se aleja del realismo asociado a la memoria que predomina últimamente en la narrativa en euskera. Es una novela corta con tintes de realismo mágico, armada con unos pocos elementos, pero en la que sobresale la voz de la narradora-protagonista, una niña a la que se le murió su hermana gemela en el parto. Situada en Georgia (EE.UU.), al borde del río Ochlockonee, está escrita con una destreza y sensibilidad dignas de mención.

Siguiendo la tendencia de los últimos años, la memoria ha sido unos de los temas más recurrentes de este 2020

Si la novela nace como género eminentemente abierto, capaz de incluir todos los géneros literarios en él, pocos explotan como Oier Guillán ese potencial híbrido del género. Hasta ahora, Guillán ha publicado fundamentalmente poesía y teatro, y es miembro del grupo de teatro Metrokoadroka, uno de los grupos que más se alejan en el País Vasco del teatro realista-convencional. En VHS, aparecen algunos aspectos recurrentes de la obra previa del autor, pero trae también a colación las vicisitudes del mundo artístico alternativo y sus precariedades (no sin cierta distancia irónica), revestidas de una trama pseudopolicíaca. Guillán entrelaza diversas formas de escritura (teatro, monólogo, poesía, collage) con saltos metaficcionales que rompen constantemente con la ilusión realista en lo que es, hasta la fecha, su apuesta narrativa más contundente.

Unisonoa (“Unísono”) es el nuevo proyecto (no se limita a un libro, como veremos) de Ixiar Rozas, autora de grandes libros como Beltzuria (en castellano editado por Enclave). Siguiendo la línea de los últimos años, que indaga en la materialidad de los significantes, Unisonoa es un poema de un único verso que se extiende página a página, además de unas piezas sonoras publicadas en Bandcamp. Es un poema que se acerca a las manifestaciones poéticas de tradición dadaísta-surrealista, pero que contiene también elementos recurrentes que dan unidad al todo: imágenes repetidas, parataxis, aliteraciones radicales, etc. Es una pieza que quizás funciona mejor en los momentos no orgánicos y se vuelve un tanto mecánica cuando sobresale la técnica de composición. 

Renovación 

A menudo es en el género poético donde se observan antes los cambios literarios, y en 2020 hemos encontrado signos de posibles cambios futuros. La preocupación por el relevo generacional ha sido en la literatura vasca una constante –signo de la angustia por la supervivencia cultural–, y según algunos críticos, a partir de los años 90, los escritores jóvenes han disfrutado de una atención y una estima desmesurada respecto a otros escritores. Es una crítica que no habría que desestimar, pero es igualmente cierto que en los últimos diez años han escaseado, respecto a decenios anteriores, los escritores noveles. Pues bien, 2020 también ha sido el de la eclosión de óperas primas bien apreciables; además de las ya mencionadas en el terreno de la novela, en poesía hay que subrayar la publicación del libro Izotzetan islatuak (“Reflejados en el hielo”), editado por la plataforma Liberoamerika. En él, se pueden encontrar poemas de 24 jóvenes poetas, casi en su totalidad escritores que no habían publicado hasta la fecha. Se trata de un ejemplo más de la necesidad de renovación del panorama editorial vasco, y específicamente, de la dificultad que tienen las editoriales establecidas para llegar a esos espacios creativos. 

Lizar Begoña con Aro beilegia (“Era amarilla”) y Eva Pérez Pons con Zaharkitze programatua (“Obsolescencia programada”) también han publicado interesantes primeros poemarios, ambos fruto de sendos premios literarios. En Aro beilegia es llamativa la pericia con la que entrelaza Begoña las cuestiones sociales con la experiencia individual, de tal forma que el yo poético tampoco queda indemne. Plantea con inteligencia el problema de cómo llevar lo contemporáneo a un poema, y ofrece al lector una lectura sumamente sugestiva.

Según algunos críticos, a partir de los años 90, los escritores jóvenes han disfrutado de una atención y una estima desmesurada respecto a otros escritores

También se han publicado nuevos libros de poesía de autores consagrados como Igor Estankona, Itxaro Borda, Jon Gerediaga, Jose Angel Irigarai, Leire Bilbao y Miren Agur Meabe. Destacaría Natura hilak (“Naturaleza muerta”) de Gerediaga y Nola gorde errautsa kolkoan (“Cómo guardar la ceniza en el seno”) de Meabe, apuestas contundentes que ofrecen una suerte de compendio de sus respectivas poéticas ya maduras. Si 2020 fue el año de Louise Glück por la concesión del Premio Nobel de Literatura, la poesía de Gerediaga se podría situar en esa tradición lírica que rehúye los grandes aspavientos y, por el contrario, se preocupa por la precisión poética y la austeridad formal. En Natura hilak nos encontramos con uno de los grandes temas de la poesía y más allá, a saber, la cuestión del paso del tiempo, representado simultáneamente por las cuatro estaciones y los diferentes periodos del día. 

Sin ser un poemario tan compacto como el de Gerediaga, Nola gorde errautsa kolkoan contiene estupendos fogonazos capaces de sorprender incluso al más avezado seguidor de la obra de Meabe. Es una poesía anclada en un yo desgarrado pero con la distancia irónica y un simbolismo particular que conforma una voz ágil y convincente. Cualquier tema o forma puede ser el motivo de arranque de la poesía de Meabe y este libro da buena cuenta de ello, lo que resulta en una heterogeneidad casi excesiva.  

Frente a las destacables obras poéticas, 2020 no ha sido un buen año para el relato corto. Si bien es uno de los géneros más interesantes y de mayor calidad de los últimos años, en este año pasado han sido muy escasos los libros de relatos. Hotz industriala (“Frío industrial”) de Julen Belamuno reúne cinco cuentos escritos con un estilo refinado que es, al mismo tiempo, uno de sus puntos fuertes y una limitación. Además de deleitar, hace fluir la narración, pero hay cuentos que agradecerían un estilo más dúctil, no tan sujeto a una manera prefijada. En cualquier caso, el relato “Amaren errautsak” (“Las cenizas de la madre”), por ejemplo, es una pieza magnífica, perfectamente antologable en cualquier antología del cuento vasco contemporáneo. Presenta la relación entre una mujer y un joven veinte años menor que ella, y Belamuno consigue entrelazar entre ellos un espacio de ambigüedad y equívocos de una sutileza extraordinaria. 

Renovación II

Dentro de la literatura en euskera, uno de los elementos renovadores más importantes de los últimos años ha sido, sin duda, la traducción. Basta hacer un rápido repaso para darse cuenta de que la traducción no constituye un espacio aparte y que, muy al contrario, dialoga directamente con la literatura escrita originalmente en euskera. La literatura feminista ha crecido a la vez como literatura traducida al euskera y como literatura originariamente en euskera. Ahí están las colecciones Lisipe de Susa y Eskafandra de Jakin/Elkar, que han publicado libros fundamentales en los últimos años. En 2020, la editorial Txalaparta se ha sumado a esta línea publicando Emakumeagandik jaioak (Nacemos de mujer) de Adrienne Rich, traducido espléndidamente por Maialen Berasategi, libro importante no solo por su valor intrínseco, sino porque dialoga directamente con otros libros recientes, muy especialmente con Amek ez dute de Katixa Agirre (Las madres no, Editorial Tránsito), libro que pese a ser del 2018 sigue bien vivo entre los lectores. 

En el ámbito de la narrativa, las obras más traducidas han sido los clásicos modernos. A ello contribuyen la colección Literatura Unibertsala, que este año ha publicado el libro de relatos Erle langileen amodioak (El amor de las abejas obreras) de Alexandra Kollontai (trad. Aroa Uharte), y las becas Ilbeltza y Jokin Zaitegi. La primera, que publica tanto creaciones en euskera como traducciones (alternándose cada año), esta vez ha publicado Lardaska (El cuchillo) de Patricia Highsmith (trad. Josu Barambones). La beca Jokin Zaitegi, por su parte, publica un libro del Nobel de Literatura del año anterior, y esta vez, como el Nobel del 2019 fue doble, han visto la luz Erabili goldea hilen hezurren gainetik (Sobre los huesos de los muertos) de Olga Tokarczuk (trad. Amaia Apaulaza y Sonia Kolaczekek) y Atezainaren larria penalti-jaurtiketetan (El miedo del portero ante el penalti) de Peter Handke (trad. Joxe Mari Berasategi). Además, también se han publicado Neskamearen ipuina (El cuento de la criada) de Margaret Atwood (trad. Zigor Garro) y Kafe tristearen balada (La balada del café triste) de Carson MacCullers (trad. Asun Garikano). Este último, que estaba traducido desde hace décadas pero no publicado por un problema con los derechos de traducción, ha sido recuperado por la editorial Pasazaite, uno de los pocos proyectos editoriales que han traído aire nuevo al panorama literario vasco desde su creación en 2012. 

No suelen ser tan habituales las traducciones de clásicos grecolatinos al euskera, y es por eso admirable la labor de la editorial Balea Zuria, que ha publicado la poesía completa de Safo, traducida por Maite Lopez las Heras. Caben mencionar también la renovación de la veterana y fundamental editorial Igela, que a partir del 2020 tendrá nuevo editor, y el trabajo incansable de la editorial Katakrak (además de ser librería-cantina en Pamplona), que es referente especialmente en el ensayo, pero que en el 2020 ha publicado también dos novelas: Kontu pribatu bat (Un asunto privado) de Beppe Fenoglio (trad. Josu Zabaleta) y Bost egun, bost gau (Cinco dias, cinco noites) de Manuel Tiago (trad. Iñigo Roque). Este último, una historia de frontera, migraciones y pasos clandestinos, se podría leer junto con Bidasoan gora donde, como ya se ha dicho, aparecen historias de migrantes portugueses que dialogan perfectamente con la novela de Tiago. 

Penumbra

Cuando Jesús Carrasco deslumbró a tantos lectores con su novela Intemperies, en las letras vascas más de una persona comentó, con el orgullo un poco herido, algo así como “aquí ya teníamos desde hace años a Pello Lizarralde”. Más allá de las comparaciones y clasificaciones pueriles, daba cuenta de un hecho frustrante: lo poco traducidos o mal editados que están algunos autores vascos de primer orden fuera del País Vasco, especialmente los escritores de lo que se ha denominado la generación del “pelotón”, es decir, autores nacidos más o menos en los años 60. Lizarralde, que es un escritor de una trayectoria larga, con un reconocimiento crítico en el País Vasco difícilmente cuestionable, lleva apostando por un tipo de literatura que rechaza todo tipo de efectismos, limita la trama a la mínima expresión e hila historias donde la sutileza y el dominio narrativo dominan sobre cualquier otro elemento. Tanto su trayectoria como sus historias pueden representarse no como un iceberg sino como un glaciar que se desplaza poco a poco: bajo una idea literaria muy determinada, cada obra ofrece nuevos destellos que surgen sin premura. Gran maestro del showing, a menudo se le ha comparado con Cormac McCarthy, aunque conviene no olvidar que sus primeras novelas son anteriores a la llegada de las traducciones al castellano de la obra del estadounidense. 

En 2020 ha publicado su última novela, Argiantza (“Penumbra”), y es, a mi parecer, la novela más redonda del año. Situada en la época del advenimiento del vídeo en los años 80, tiene como protagonista al gerente de una empresa de salas de cine, que se desplaza de cine en cine a comprobar in situ cómo está afectando la crisis al sector. Es una de las cumbres de su obra, que incorpora muchos puntos fuertes de obras pretéritas y da una lección de técnica literaria; por ejemplo, es capaz de escribir preciosas páginas focalizadas desde múltiples puntos de vista sin que el lector ni siquiera se de cuenta del movimiento. 

P.D: Mención aparte para el ensayo Sed quia sua de Iñaki Segurola. Un libro inclasificable, delirante a la vez que sugestivo. Sigue la estela del Quosque Tandem…! de Jorge Oteiza tratando de encontrar una suerte de expresión genuina de la lengua vasca que se estaría perdiendo en las últimas décadas. Paradójicamente, está escrita en un euskera que es casi un idiolecto retórico que poco tiene que ver con ningún euskera que le rodea (tampoco con el supuesto euskera genuino, claro está). Con todo, es un libro único en el que, si se logra leer desapasionadamente, uno encontrará preciosas joyas en sus inesperados (y no pocas veces graciosos) fogonazos de ideas y de palabras. 

11 libros destacados del 2020 (en orden alfabético)

- Bidasoan gora, Eneko Aizpurua. Editorial Elkar.

- Ibaertzeko ipuina, Oihane Amantegi. Editorial Elkar.

- Natura hilak, Jon Gerediaga. Editorial Pamiela.

- Aro beilegia, Lizar Begoña. Editorial Balea Zuria.

- Hotz industriala, Julen Belamuno. Editorial Susa.

- Argiantza, Pello Lizarralde. Editorial Erein.

- Nola gorde errautsa golkoan, Miren Agur Meabe. Editorial Susa.

- Odolekoak, Antxiñe Mendizabal. Editorial Elkar.

- Emakumeagandik jaioak. Amatasuna esperientzia eta instituzio gisa, Adrienne Rich (trad. Maialen Berasategi). Editorial Txalaparta. 

- Poesia guztia, Safo (trad. Maite López de la Heras). Editorial Balea Zuria.

- Erabili goldea hilen hezurren gainetik , Olga Tokarczuk. Editorial Elkar.

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Beñat Sarasola (Donostia, 1984) es profesor de la Universidad del País Vasco y editor de la colección de poesía Munduko poesia kaierak de la editorial Susa. Ha publicado los libros de poesía Kaxa huts bat (Susa, 2007) y Alea (Susa, 2009) y el ensayo Bainaren belaunaldia (Labayru, 2015). Su último libro es la novela Deklaratzekorik ez (Susa, 2019).

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Beñat Sarasola

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