DIVERSIÓN CON BANDERAS
Trumps per Catalunya
El pacto anti PSC normaliza la extrema derecha cat y la hace hegemónica en el pack. Margina, por tanto, a una socialdemocracia moderada –ultraliberal, como el grueso de los firmantes del pacto–, pero no a Vox ni a PxC. Lo que es de película
Guillem Martínez Barcelona , 13/02/2021
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ET IN ARCADIA EGO. Aquí, esperando el debate de la Sexta, mientras mi hijo le está dando para el pelo a los malos en la play. El interés del debate es que es el último, una despedida. Según el gran autor cubano Antón Arrufat, la despedida es, junto al saludo, uno de los pocos momentos de sinceridad en un desconocido. Por otra parte, una campaña, ese falso saludo y despedida, es un objeto comunicativo creado por directores de campaña, esos desconocidos que fabrican comunicación. La comunicación, así, lo impregna todo y tanto en una campaña, que hoy a Kennedy, si eso supusiera un 0,2% de voto conservador en el medio oeste, lo mataría su propio director de campaña. En otro orden de cosas, no sé cómo edificar la, propiamente, primera frase de este artículo, por lo que le pido a mi hijo que me dicte una frase chorras polivalente. Aprovechando que los malos se están reagrupando, me suelta una tormenta de propuestas comunicativas. Es, en fin, mi director de campaña. Ahí van algunas: “No me arrepiento de nada”, “valió la pena”, “no corráis, hijos de la gran XXXX”. Y, finalmente, la mejor. Ahí va. Denota un conocimiento exhaustivo de los clásicos por parte de las generaciones que suben. O, al menos, del Equipo A.
ME ENCANTA QUE LOS PLANES SALGAN BIEN. El factor campo parece determinar los debates. Así, en el debate de TVE la cosa estuvo identitaria, en el de TV3, noucentista-tranqui-carolingia, y en el de la Sexta arrancan escupiéndose por el colmillo. De lo que se deduce que en un debate en Disney Channel los candidatos hablarían como Mickey. Mientras mi hijo y el grueso de candidatos juegan a la play, aprovecharé para explicarles el debate desde otra teoría del espacio-tiempo. Todo empezó en 1989. No nos dimos cuenta –nuestras izquierdas ya no tenían nada que ver con la URSS–, pero ese fue el momento en el que las banderas empezaron a explicar, cada vez, más cosas. La Historia no murió, pero cambió de vocabulario. En los USA brillaba entonces un vocabulario –nunca es espontáneo; a los republicanos, Lakoff dixit, les costó unos 200 millones de dólares crearlo, a lo largo de la travesía del desierto que va de Nixon a Reagan– libertario, ultrademocrático, que aprovechaba que una gran tensión histórica desde 1917 había, zas, desaparecido. Ese lenguaje, radical y radicalizado, invalida la discusión. Y llega a Esp y Polonia en los 90, donde impregna sus derechas. A Italia, unos genios del lenguaje, llega también, desde otro sitio. Del Este. En el Este ese lenguaje reformula una nueva extrema derecha, completamente diferente a los fascismos de los 30. Los jalones pueden ser Rusia, las ex-URSS y –más próxima a nosotros, en la propia UE– Hungría. Ese lenguaje del Este limpió, desnazificó, las ultraderechas occidentales. Las tabuló en democracia. El siguiente mojón es en 2008 con el colapso del capitalismo –seguimos en ello–. Y, con él, el miedo, el terror de la clase media a, efectivamente, desaparecer. La tecnocracia, la antigua socialdemocracia y el antiguo conservadurismo, no podía ofrecer nada nuevo fuera del neoliberalismo. Las nuevas derechas sí. Lenguaje. Un lenguaje que ahora se orienta a la creación de confusión, en una realidad barroca, solamente comprensible en la conjura y en el enemigo que la lleva a cabo. El enemigo es el culpable y está detrás de todo. Las instituciones, la democracia, no funcionan por el enemigo. El enemigo ya no es el judío –salvo en Hungría–, como en los años 30 y 40. Es más amplio y plástico. Es la mitad de la sociedad. No encaja en una idea de nación, nueva, pero asumida como milenaria. En USA es el inmigrante, el oscuro, el liberal, el degenerado, la mujer estridente. En el resto del mundo, variaciones de lo mismo. No es fascismo, que es posible y deseable que no vuelva nunca jamás. Es el postfasismo. La confusión. El enemigo. La identidad. La pureza. El trumpismo, ese actual estadio de algo que no para de moverse y que va más rápido que las izquierdas o que el liberalismo.
LA CONFUSIÓN, EL ENEMIGO, LA IDENTIDAD. El debate de la Sexta viene precedido por dos jalones que lo modulan hasta, tal vez, hacerlo innecesario. Los medios públicos y concertados han hecho público que, antes del debate de TV3, Illa se negó a practicarse una PCR. Los líderes procesistas han ido más lejos y han afirmado que, en realidad, saltándose el protocolo, Illa se ha vacunado, por lo que no quiere que eso sea confirmado por una PCR aleatoria. Algo que, por cierto, no puede confirmar una PCR. Para negar esas informaciones, Illa ha hecho pública su ficha sanitaria, o como se diga. En el debate, no obstante, JxC –el que más–, ERC, PDeCAT, PP, C’s y Vox arremeten contra Illa. Illa podría argumentar que una PCR es un acto médico y, por lo tanto, protocolizado. No puedes ir a un bar, a una tienda, a una tele y que, en la entrada, te tomen la temperatura, te endiñen una PCR, o te hagan una rectoscopia. Se trata de tu libertad personal frente al arbitrio. Se trata, por otra parte, de algo constante en esta pandemia, en la que los Gobiernos –los autónomos, mucho– han suplido ciencia por métodos aparatosos para confirmar su autoridad, más que su competencia. Pero Illa no dice eso, sino que se va por peteneras. En lo que es una metáfora de la época, la socialdemocracia no puede hablar de libertad, y deja ese discurso a los otros, que crean confusión y un enemigo público: Illa, ese transportador insolidario de anticuerpos. El segundo momento confusión-enemigo es más sofisticado. Se trata de la firma del pacto anti PSC por parte del procesismo. Que facilita que los candidatos procesistas no tengan que formularse mucho.
LA CONFUSIÓN, EL ENEMIGO, ETC. En la tradición aragonesa, todo consta por escrito. Fernando el Católico, un día, ejerciendo de capo de Castilla, pidió un papel. Al no recibirlo, ordenó, aterrorizado, la creación de un archivo. Que dio lugar a la tradición archivística esp, celosa de transcribirlo todo, al punto de documentar, incluso, los crímenes en América. En Cat, el precedente, el epicentro de esa tradición, se documentan hasta las cuentas B, que ya es decir. El precedente documentado del pacto anti PSC fue a inicios del siglo XXI, en el momento fundacional del Tripartit. PSC, ERC e ICV se comprometieron por escrito a no pactar con PP. Algo innecesario. Era imposible pactar con PP. Y, más aún, que el PP pactara con ellos. Aquel error –es un error hacer algo que no sirve para nada; salvo, tal vez, rascarse la espalda– fue seguido de la confirmación de la disciplina. CiU firmó al poco otro pacto que le impedía pactar con el PP. Inútil, en tanto no se respetó ni un ápice. Este mes se firmó otro pacto mono y también inútil. ERC, CUP y Comuns –supongo, para que no le dieran la brasa, el principal argumento para estos pactos– se comprometían a no pactar con Vox. Que tiene guasa. Ese pacto explica, en todo caso, el manierismo de la política cat, topos simbólico en el que da igual lo que haga la mujer del César mientras no firme lo contrario. El procés, de hecho, no es más que papeles firmados que nunca jamás se llevaron a cabo. Algo, por lo visto, excitante en el país que vio nacer la notaría y la archivística. El pacto anti PSC es más de lo mismo. Pero con matices. Es otro documento procesista. Es decir, algo 200 casillas anterior en validez y efectividad al pacto Ribbentrop-Molotov. No es comprensible, por tanto, en su significado literal, sino únicamente en su valor simbólico. Así, el pacto garantiza la victoria del procesismo, incluso, como puede ser el caso, con una victoria PSC. Garantiza que no habrá gobierno ERC-PSC-Comuns. Es decir, que la victoria y el monto puede ser para JxC. Invisibiliza la extrema derecha cat –JxC; un partido trumpista más en su discurso, cosmovisión y métodos, y en el carácter de los integrantes de su lista, desaparecidos, salvo sus líderes, en esta campaña–, hasta el punto de ser el sujeto que se atribuye la capacidad de fijar lo que es ultraderecha y lo que no. Eso es importante en un país en el que los medios están dominados por JxC. Por lo mismo, normaliza la extrema derecha cat y la hace hegemónica en el pack. Margina, por tanto –y por primera vez en Europa, glups–, a una socialdemocracia moderada –ultraliberal, como el grueso de los firmantes del pacto–, pero no a Vox ni a PxC. Lo que es de película. Una película para consumo interno, inexportable. Como todo y siempre. Y, last, but not least, el pacto margina de la política cat el voto de una franja social que no se considera nación, una parte de la sociedad que sobra e impide con su presencia la Revolución Pendiente. Ese pacto es, vamos, la creación de un Frente Nacional, que no necesita explicitarse.
USTED SE ENCUENTRA AQUÍ. La buena noticia es que ese pacto puede durar, como todos en Cat, menos que un perro, poco piadoso, en misa. La mala es que es una pieza del puzzle. Otra pieza es la fundación de Catalonia Global Institute, que se presenta oficialmente el mes que viene. Chiringuito relacionado con Waterloo e integrado, por lo que veo en las firmas de su manifiesto, por JxC, Primàries –grupo extraparlamentario, que se define como indepe no procesista, y que se relaciona con Alt-right, ese lenguaje–, y la CUP. ERC queda fuera. Lo que es más importante que su firma en el pacto JxC-no-me-pegues-por-los-clavos-de-Cristo, firmado esta semana. Por lo que se intuye en el manifiesto, es un intento –fuera del Govern, por si las flies– de una política exterior cat a la búsqueda de Rusia. Que no se traducirá en nada, salvo en el nuevo ruido, la nueva estética y la nueva posibilidad imparable. Esta vez asumiendo su improbabilidad –es una pirueta difícil–, el mal rollo en la UE, y una de las joyas implícitas en las nuevas extremas derechas europeas: Putin. Los cuerpos caen hacia el lado que se inclinan, decía Gramsci. Lo que indica, en todo caso, que el procesismo no caerá del lado de Gramsci. Sería, el propuesto, un tramo interno y –no hay ultraderecha en Cat, salvo Vox, PSC y todo aquel que no firme haciendo el pino-puente un pacto propuesto por JxC–, de implantación sencilla, y con estética democrática –como todo en el trumpismo–. Zzzzz.
DEBATE, SPOILER. El debate concluye. ERC, esa máquina de perder finales –el Atlético de Madrid no será la esencia de sí mismo hasta que no lo entrene Junqueras–, utiliza, por primera vez, el palabro trumpismo. Para referirse a formaciones no trumpistas. Lo que puede ser una metáfora del trumpismo. CUP, una izquierda del Primer Mundo, sentimentalizada, como las nuevas derechas, trae chica nueva, con empaque y discurso sustentado en puntos seguidos, lo que es de agradecer. PDeCAT, firmante del pacto, se presenta como el fin del procesismoZzzzz. JxC vuelve a no ser libre. Se contiene. Evita ser explícito. Aún así, en lo que es una metáfora de la libertad del discurso de la confusión, es la única que llama fascista a Vox. PP, C’s, y Vox hoy van más a la desesperada en su duelo. Illa ofrece el fin de un lenguaje, pero no el fin de las dinámicas económicas sustentadas en él. Comuns ofrece el discurso más constante en todos los debates habidos. Y los momentos en los que habla de racismo, la desaparición del 50% de la sociedad frente a una idea de nación, ese mercado político.
ORACIÓN Y CIERRE. Las elecciones, el dominguete. Participació Electoral ha trabajado seriamente en ellas. Más que los líderes procesistas –hoy ha sido el primer debate en el que no han emitido sospechas ante ellas; el trumpismo es, también, la incapacidad para abandonar el poder–. La duda es la abstención y los indecisos. Puede que les afecte el pacto anti PSC. Y en la línea contraria a la pretendida. O no. Finaliza el debate y, a la vez, la tunda de play de mi hijo. Por el altavoz suenan a toda leche canciones italianas chorras, como el Ti amo, de Tozzi, que cantamos a grito pelado. “E chiedo perdono / Ricordi chi sono / Apri la porta a un guerriero de carta igienica”. Se trata de una letra ilógica, confusa, ordenada únicamente por la música, y que pese a ello explica el amor, esa confusión. Y el odio, ese discurso confuso trasladado a la política.
ET IN ARCADIA EGO. Aquí, esperando el debate de la Sexta, mientras mi hijo le está dando para el pelo a los malos en la play. El interés del debate es que es el último, una despedida. Según el gran autor cubano Antón Arrufat, la despedida es, junto al saludo, uno de los pocos momentos de...
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Guillem Martínez
Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo), de 'Caja de brujas', de la misma colección y de 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama). Su último libro es 'Como los griegos' (Escritos contextatarios).
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