Tele. Documental. Se trata de un documental sobre babuinos del desierto. Explica un año en la vida de un grupo de babuinos del desierto. Los machos se organizan a través de la violencia. El babuino más fuerte y hábil es el alfa. Manda. Lo que no resulta muy original. Las hembras, y aquí empieza lo sorprendente, se organizan con otro tipo de violencia. Es invisible, pero más constante y sofisticada. La aristocracia. Poseer o no poseer esa calidad aristócrata es algo perceptible para todos los miembros del grupo. Se hereda de madres a hijas y ocupa todo el tiempo de sus vidas. Las aristócratas mandan sobre el resto de hembras. Son las primeras en comer y beber, son las primeras en aparearse con el macho alfa. Machos, hembras, aristócratas y crías invierten el año en caminar un círculo completo por el desierto, buscando agua, lluvia y frutos. El año que describe el documental es especialmente duro. No llueve. No hay agua. No hay frutos. De un grupo inicial de un centenar de babuinos, a mediados de año la sequía ha eliminado a la mitad. Las madres, por otra parte, van perdiendo la leche, por lo que sus crías mueren de hambre. Eso, mezclado con el fenómeno de la aristocracia, genera más muertes aún. Cuando la madre de una cría muerta es aristócrata, rapta inmediatamente una cría viva a una madre inferior, y la alimenta con su seno vacío. La madre inferior no lucha por su cría. Se resigna. Sabe que la aristócrata puede hacerlo, y que ella debe admitirlo. Al cabo del día, la cría raptada por la madre aristócrata y seca muere. Por lo que rapta otra. Al final del documental, el grupo de babuinos es de una quincena. El documental finaliza con un fundido en negro, sobre el que aparecen unas letras que explican que los científicos volvieron al verano siguiente para seguir grabando y estudiando al grupo. Pero no encontraron ningún babuino. El grupo se había extinguido. 

El gran descubrimiento cultural del siglo XX fue tal vez en la primatología, cuando se descubrió que especies y grupos de primates poseen cultura, con todas sus letras. La cultura ya no era nuestro monopolio. Otras especies tenían acuerdos arbitrarios, no sustentados en el instinto o la necesidad, pautas rigurosas y comportamientos que confirmaban sociedades e individuos. Son explicaciones ocultas, pero sólidas. Reglas absurdas, como el mismísimo concepto de aristocracia hereditaria, pero tan severas e incuestionables que pueden hacer preferible la muerte a su violación. El otro gran descubrimiento es también del siglo XX. Consiste en ver que nuestra idea de cultura no difiere de la de los primates, salvo en su mayor brutalidad. Nuestras culturas, montes de espuma que impiden ver lo que ocultan, no son más que instrumentos de dominio. Cualquier objeto cultural suele ser una manifestación de poder. Ver un documental, de madrugada, después del trabajo, es eso. Lo es el resto de la programación. Tal vez más, incluso, cuando la programación habla de cultura. Libros, películas, obras que impiden ver cómo se nos arrebata una cría para aplastarla contra un seno hueco, y que esa cría fuimos nosotros. Normativas densas, pero gaseosas, impiden ver nuestra extinción, en ocasiones en nuestra propia cocina.