LITERATURA
La noche de plomo de Hans Henny Jahnn
‘La noche de plomo’ (Tresmolins), obra de referencia de la literatura homosexual, es el primer libro que se publica en castellano de uno de los grandes autores de culto del siglo XX, un escritor de portentosa y enigmática personalidad
Ibon Zubiaur 22/05/2021
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La noche de plomo es un relato de inusitada potencia expresiva y condensa en poco más de medio centenar de páginas a uno de los grandes autores de culto del siglo XX. En su marco de pesadilla reina una noche cerrada y el protagonista Matthieu no termina nunca de vencer el aislamiento, pero cada uno de sus encuentros y emociones se plasma con la nitidez sensorial de la mejor literatura. El tono viene a ser una especie de cruce entre el Kafka más perturbador y el Lorca de El público: tiene la concisión del genio de Praga y el vigor y la homosexualidad atormentada del granadino. Sus ejes temáticos son eternos y desasosegantes: la incomprensión y la dificultad de consumar el erotismo, la figura del doble, las heridas no ya anímicas sino truculentamente físicas.
Hans Henny Jahnn (1894-1959) fue ciertamente un autor a contracorriente. Sus dos principales obras narrativas disuaden a muchos por sus dimensiones: Perrudja tiene 800 páginas y Fluß ohne Ufer, su obra maestra, más de 2000. Pero aunque vivió mucho tiempo en la pobreza, no fue ni mucho menos un desconocido. Para el germanista suizo Walter Muschg, Jahnn era nada menos que el mayor autor alemán desde Kleist. Bertolt Brecht y Alfred Döblin lo admiraban, y Arno Schmidt se avenía a juzgarlo el segundo mejor escritor vivo (después de sí mismo, se entiende). Alguien tan ajeno a su estética y proverbialmente comedido como Peter Huchel veía en Jahnn a “uno de los más grandes narradores, muy por encima de Thomas Mann u otros autores contemporáneos, de una relación insólita con la naturaleza y una densidad en su prosa que a fin de cuentas no ha alcanzado nadie en los últimos cincuenta años”.
A los veinte años rechazó sumarse al fervor patriótico con que los intelectuales alemanes contribuyeron a la Primera Guerra Mundial y se autoexilió en Noruega
Sus líneas de fuerza y la recepción de su obra estuvieron estrechamente ligados a su singular biografía, y es que Hans Henny Jahnn fue todo un personaje. A los veinte años rechazó sumarse al fervor patriótico con que los intelectuales alemanes contribuyeron a la Primera Guerra Mundial y se autoexilió en Noruega con su novio Gottlieb Harms. Al volver, fundaron una secta, la Comunidad de Fe Ugrino, que aspiraba nada menos que a regenerar el mundo desde el arte: llegó a contar con 70 contribuyentes de cuota, pero no materializó ninguno de sus anacrónicos proyectos de catedrales y mausoleos. Aunque inicialmente estaba concebida como espacio homoerótico, cuando un miembro fundador se echó novia, Jahnn cambió de táctica e incorporó al grupo a otra mujer, Ellinor Philips (una bohemia muy sensual y algo psicótica), que compartió con Harms y con la que se acabó casando; luego Harms se casaría con la hermana de Ellinor, ambos tuvieron hijos, y vivieron en cuarteto con notable lealtad. El fruto más perdurable de Ugrino fueron las ediciones de compositores barrocos anteriores a Bach que rescataron del olvido (como Buxtehude o Lübeck), y la música, el otro ámbito preferente de este creador polifacético: Jahnn tenía oído absoluto, y solía deleitar a sus adeptos con improvisaciones al piano y pastiches de los grandes maestros. Desde 1923 logró hacerse cargo de la restauración del órgano de St.-Jacobi en Hamburgo y contribuyó a revolucionar el abordaje frente a la oposición feroz de la industria del ramo (su recurso a materiales históricos encarecía enormemente los costes). Pese a que su fama de pornógrafo pagano disuadió a numerosos párrocos, a lo largo de su vida construyó o restauró más de cien órganos en diferentes países, y hoy sus méritos en ese campo se consideran indiscutibles.
Los años del nazismo y la Segunda Guerra Mundial los pasó en una granja en Dinamarca. Aunque con su pacifismo, su liberalismo sexual y su espiritualidad no encarnaba el perfecto opuesto de la ideología nazi –propugnaba además el mestizaje de razas–, nunca quiso romper del todo con el régimen: soñaba con poder seguir publicando en su país y le obsesionaba ser enterrado en Hamburgo junto a Harms (que había fallecido en 1931). Gustav Gründgens obtuvo para él la protección de Göring (Jahnn, que era muy dado a la leyenda, aseguraba que a éste le encantó Perrudja: con Göring todo es posible), pero lo cierto es que aunque no fue perseguido, ni una sola de sus obras se publicaría ya en Alemania hasta la posguerra.
Durante esa fase como granjero, inició sus experimentos con hormonas, por entonces un ámbito pionero. Jahnn elaboraba pócimas a partir de orina de yegua que daba a beber a todo el que se prestara y, desde su regreso a Hamburgo en 1950, pasó a una variante aún más escabrosa: convencido de que la creatividad se sustenta en un equilibrio entre hormonas masculinas y femeninas, bebía orina de adolescentes varones. No faltaron quienes encontraban plausibles sus teorías: para el estado de conocimiento de la época no resultaban descabelladas, aunque Jahnn, que no era ningún loco, se cuidó muy bien de reclamar estatus científico alguno para sus experimentos. En un colegio en que le permitieron seleccionar chavales de catorce años, se quedó prendado del entonces jovencísimo Hubert Fichte, al que pasó a proteger y que llegó a ser uno de los escritores alemanes más originales de su tiempo y un referente gay. Pero el gran amor del Jahnn maduro, platónico y en gran medida desinteresado (a fin de cuentas buscaba inspiración, y contó con la incondicional lealtad de su esposa y su hija), fue su ahijado Yngve Jan Trede. En el talentoso hijo de un musicólogo amigo quiso reconocer al “nuevo Mozart”, como no se cansó de proclamar por donde pudo; invirtió el dinero que no tenía en financiarle estudios e instrumentos al muchacho y se empeñó en sacarlo de su ambiente familiar, muy religioso. Y el hecho es que, frente a las reticencias de su madre, Yngve eligió irse a vivir con Jahnn en condiciones casi de indigencia, puso música a sus obras, y se acabó casando con su hija.
La heterodoxa vida familiar de Jahnn y su independencia política lastraron hasta el final el reconocimiento a su figura. Fue siempre un pacifista radical y un temprano y tenaz opositor a la energía atómica; también se empeñó en mantener los lazos con la literatura de la otra Alemania, la RDA, un auténtico tabú en aquellos años de la Guerra Fría. Pero, pese a la antipatía que suscitaban en algunos sus extravagancias, la ciudad de Hamburgo lo nombró académico y le otorgó el prestigioso premio Lessing. Murió de un ataque al corazón en noviembre de 1959; sus restos reposan hoy entre su amado Harms y su esposa Ellinor, en la blindadísima tumba que él mismo diseñara.
Su obra en prosa choca todavía a muchos con su acumulación de escenas homosexuales e incestuosas, crímenes y mutilaciones, sugerencias masoquistas
Las ideas de Jahnn sobre la estructura “armonical” del universo y su detallada estipulación de su propio entierro suenan hoy tan excéntricas como sus experimentos con hormonas; si bien muchas de sus tomas de postura resultan casi proféticas (en favor de los derechos animales o alertando contra la amenaza del cambio climático), no puede ignorarse que obedecían a intuiciones de tipo esotérico (“Creo entender algo, ya que no de agricultura, de su espíritu. [...] Me niego a reconocer sólo burdos procesos químicos en el suelo y los cuerpos animales”). Quizá no deba interesarnos tanto su congruencia como la radicalidad de lo que Hans Mayer denominó su triple negación: negación del cristianismo, del helenismo (en el sentido apolíneo que desenmascarara Nietzsche) y de la Ilustración burguesa. Lo que disuelven provocativamente sus dramas y novelas es la idea de responsabilidad individual: como en la tragedia griega o en tantas obras contemporáneas, los actos de sus personajes responden más bien a fuerzas que los preceden, sea la estructura “armonical” del universo, su bagaje hormonal, o la intromisión de ángeles y demonios. También hay algo de contradictorio en sus ideales estéticos: si en arquitectura ensalzaba las construcciones funerarias egipcias y babilónicas, en pintura su cima eran Grünewald y Rembrandt; despreciaba la música romántica, pero en su programa literario reclamaba (según la Constitución de Ugrino) “grito” y “gestos de honda tragicidad”. Sus dramas tempranos son de un expresionismo desatado y no hacen concesión alguna al público, y su obra en prosa choca todavía a muchos con su acumulación de escenas homosexuales e incestuosas, crímenes y mutilaciones, sugerencias masoquistas, estrambóticos rituales de emparejamiento (desde el tradicional pacto de sangre a la más sofisticada y moderna transfusión), un miedo pánico a la disección y una fobia casi virulenta a la maternidad. Todos estos motivos remiten a traumas biográficos concretos del autor: desde su caída en el sótano a los trece años, en la que se dañó gravemente un riñón y un testículo, a los cortes que se infligía en los muslos, siendo un adolescente aterrado por la beatería de su entorno, cada vez que se masturbaba.
Ese trasfondo nebuloso subyace a la pesadilla de La noche de plomo, que debía formar parte de una novela inacabada y Jahnn optó finalmente por publicar exenta sin su marco (renuncia así a identificar al personaje de Gari, al que se nombra por dos veces). Pero lo que ha de interesarnos no es tanto la reconstrucción de sus raíces privadas como la potencia universal de conmover a que las eleva su formidable prosa. Tampoco debe confundir el aire de parábola que lo emparenta con Kafka o Melville: la obra no encierra explicación ni mensaje, sólo hace desfilar casi todas las obsesiones de su autor (faltan el mar y los caballos, y en general la naturaleza). Aparecido en 1956, fue seguramente el texto de Jahnn que más difusión obtuvo.
Quien busque en la literatura consuelo escapista, jamás debería leer a Jahnn. Pero quien no tema a las profundidades de la existencia, ni a un estilo de precisión quirúrgica y ecos arcaicos, se verá enfrentado a algo que queda más allá de la razón y del lenguaje. Y, bajo su crudeza, reconocerá un anhelo de ternura que no se colma cerrando los ojos a las fuerzas que la coartan. Y es que “Sólo a través del conocimiento exacto podemos llegar a la distensión y por ella a la vida ingenua y generosa”.
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Este texto sirve de prólogo a la edición de La noche de plomo de Hans Henny Jahnn (Barcelona, Tresmolins, 2021), presentada y traducida por el mismo Ibon Zubiaur.
La noche de plomo es un relato de inusitada potencia expresiva y condensa en poco más de medio centenar de páginas a uno de los grandes autores de culto del siglo XX. En su marco de pesadilla reina una noche cerrada y el protagonista Matthieu no termina nunca de vencer el aislamiento, pero cada uno de...
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Ibon Zubiaur
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