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Janez Janša.
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El gobierno esloveno se prepara para asumir la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea el próximo 1 de julio. Aunque descafeinada desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la presidencia sigue dando visibilidad al Estado que la ostenta, le permite determinar el orden de los debates y mediar entre Estados e instituciones en el proceso legislativo. Los gobiernos, además, suelen recibir una dosis extra de estabilidad en casa. Esta es la segunda vez que la pequeña república adriática asume este papel, y lo hace con el mismo primer ministro: el derechista Janez Janša.
I. La presidencia de 2008: el último vals
La presidencia del primer semestre de 2008 fue la primera ocupada por un Estado incorporado en la ampliación de 2004. Aquella experiencia es todavía vista como un éxito para Eslovenia, que se apuntó tantos importantes en política exterior, como el impulso de los acuerdos de asociación y estabilización con los Estados candidatos de los “Balcanes Occidentales” y la coordinación de la posición europea ante la proclamación de independencia de Kosovo. En este caso, Eslovenia sirvió como intermediaria entre la UE y el gobierno de Estados Unidos, principal impulsor de la independencia kosovar. En ese marco, los eslovenos impulsaron la creación de un Centro para la Perspectiva Europea con la finalidad de compartir su experiencia con los países de la región. Tan fuerte venía Eslovenia que, con ella, la UE parecía reproducir la lógica neocolonial del intérprete local de una realidad externa, calcando el papel de España en la relación del club con los países de América Latina.
Eslovenia parecía demostrar que la ampliación funcionaba. Por si lo anterior fuera poco, había sido el primer país de la ampliación de 2004 en asumir el euro. Para las élites del país y sus clases medias eran años emocionantes. Justo después de aquella primera presidencia, el Museo Nacional de Historia Contemporánea abrió una exposición sobre el acontecimiento en la que se exhibieron múltiples objetos conmemorativos (lápices, borradores, pósits, cuadernos, bolsos y hasta botellas de agua mineral). Janša cumplía su cuarto año como primer ministro, y lo hacía con una imagen exterior de modernizador hecho a sí mismo, tras haber sido represaliado por el ejército yugoslavo en el “proceso de los cuatro de Ljubljana”, en la primavera de 1988. Poco después, cayó en las elecciones frente a una coalición liderada por los socialdemócratas, que supieron sacar provecho del estallido de un escándalo de corrupción en plena campaña. La trama, que terminaría llevando a Janša a pasar seis meses en prisión en 2014 (la condena fue suspendida después por el Tribunal Constitucional), sugería que Janša habría recibido sobornos para elegir a la finlandesa Patria como proveedora de material militar. Todo ello fue agriando progresivamente la política eslovena, y las cosas no tardaron en torcerse aún más con el inicio de la crisis financiera mundial, que impactó con fuerza en el país. La presidencia del Consejo había sido el último vals.
II. La presidencia de 2021: el socio de Visegrado
El programa de la presidencia eslovena que comienza el 1 de julio asume la mayor parte de la jerga estándar actualizada de la UE sobre algunos de sus objetivos estratégicos, incluidos el impulso de una “Unión sanitaria”, el apoyo a la “transición verde y digital” del vecindario balcánico y el refuerzo de la “ciber-resiliencia” y la “autonomía estratégica”. Pero también hay propuestas que deben mirarse con atención, en la medida en que avanzan en las posiciones de los países considerados “iliberales” dentro de la UE, cuyo rostro más visible es el primer ministro húngaro Viktor Orbán. En este sentido, el programa expone la idea de que es necesario respetar “los sistemas tradicionales constitucionales nacionales”. Aquí se enmarca, además, la idea de Janša de crear un Instituto Europeo de Derecho Constitucional, que debería sustituir a la Comisión de Venecia, un órgano consultivo del Consejo de Europa al que recurren la UE y sus Estados miembros para resolver controversias sobre asuntos constitucionales. Cabe destacar que el intento de la Comisión de sancionar a Polonia tras su reforma del poder judicial (intento fallido, por otro lado, al recibir el apoyo unánime de los Estados miembros) arrancó, precisamente, después de un dictamen de la Comisión de Venecia. A esa propuesta hay que unir iniciativas políticas más audaces, como la carta enviada en noviembre de 2020 al presidente del Consejo Europeo para criticar la condicionalidad en el uso de los fondos al respeto del Estado de derecho, después de que Hungría y Polonia vetaran el presupuesto de la UE y el paquete de recuperación.
Tras la dimisión del liberal Marjan Šarec, en enero de 2020, el presidente de la república, Borut Pahor, declinó la sugerencia del primer ministro saliente de convocar elecciones y encargó la formación de gobierno a Janša, que consiguió apoyos en la derecha cristiana de Nova Slovenija, los centristas de Miro Cerar, el oportunista Partido Democrático de los Pensionistas y el Partido Nacional Esloveno de Zmago Jelinčič. La coalición, tan frágil como la anterior, se sostiene gracias a la debilidad y entreguismo de los partidos de la coalición y a la ausencia de una alternativa ideológica a la altura de los problemas planteados por Janša.
Ciertamente, el primer ministro no controla todos los resortes del poder. Aun así, ha conseguido reformar la Ley del Gobierno para crear los “consejos estratégicos”, órganos de carácter sectorial creados a discreción del primer ministro que pueden hacer propuestas legislativas para la consideración del gobierno sorteando a los ministros (figuras que, al fin y al cabo, están sujetas a control del parlamento). En realidad, Janša imita el comportamiento de su aliado y amigo Viktor Orbán, que entre 1998 y 2002 tuvo que lidiar con un ejecutivo de coalición y reforzó la oficina del premier de manera similar. Por entonces, el hecho de ser uno de los adalides liberales de la nueva Europa poscomunista dejó en un segundo plano su deriva autoritaria.
Con su gobierno en minoría, Janša hace todo lo posible por evitar el control parlamentario, incluyendo la confección de complejas leyes “ómnibus”, el abuso del procedimiento legislativo de urgencia y el juego con los tiempos parlamentarios para socavar los derechos de la oposición. El recambio de ministros (van tres en un año) se ha intentado sobrellevar con propuestas rocambolescas, como la de rotar la cartera de Sanidad entre los demás miembros del gobierno, debido a la ausencia de apoyos en la cámara baja para nombrar a un nuevo titular. (Al final, consiguió los votos para nombrar a una figura independiente: el hasta entonces director del Centro Clínico Universitario de Ljubljana, el mayor hospital de Eslovenia). Más problemático está siendo la búsqueda de recambio para Lilijana Kozlovič, que dimitió a finales de mayo como titular de la cartera de Justicia debido a la decisión de Janša de suspender el proceso de elección de los fiscales europeos delegados que estaba llevando a cabo su ministerio. Más llevadero está siendo el caso del ministro del Interior, Aleš Hojs, un leal a Janša que presentó su dimisión incondicional en septiembre del año pasado. Para sortear el problema, Janša ha decidido no comunicar la dimisión al parlamento. De este modo, su leal ministro sigue ocupando la cartera sin rechistar.
El intento de Janša de militarizar su respuesta a la pandemia pasó desapercibido en medio del furor belicista a nivel global
El retorno de Janša coincidió con la irrupción de la pandemia en Europa. El intento de militarizar su respuesta a la situación pasó desapercibido en medio del furor belicista a nivel global. Janša empezó nombrando portavoz de su Estado Mayor para la Crisis de la COVID-19 a Jelko Kacin, que como secretario de información del gobierno esloveno durante la breve guerra de independencia de 1991 dirigió un audaz aparato de propaganda. El control del flujo de información sobre la pandemia ha llegado al punto de prohibir hablar en medios de comunicación sobre el tema a los funcionarios públicos, incluida la jefa del consejo asesor del Ministerio de Sanidad. Además, el primer ministro intentó dar al ejército poderes policiales en zonas cercanas a la frontera con Croacia con la excusa de la presión migratoria. También intentó dar a la policía el poder para hacer seguimientos a los ciudadanos en cuarentena e irrumpir en sus viviendas sin orden judicial y sin que los órganos de seguridad tuvieran que justificar sus acciones. Aunque no pudo sacar adelante esas iniciativas, Janša sí consiguió que la policía esté autorizada a utilizar poderes extraordinarios con la excusa de la contención de la pandemia, como el acceso a datos del historial médico, incluyendo el nombre del médico de cabecera, los motivos por los que el paciente está aislado o la duración del período de cuarentena. Frente a todo ello, la Comisionada de Información del país, responsable de la autoridad de protección de datos, Mojca Preslenik, llegó a decir que Eslovenia puede llegar a convertirse en un estado policial.
Lo cierto es que todas estas medidas pueden no ser únicamente coyunturales. Al igual que ocurrió con la militarización de la respuesta a la crisis de los refugiados de 2015, las restricciones de movimientos experimentadas en la respuesta a la pandemia están siendo un banco de pruebas para las extremas derechas europeas, que a buen seguro sabrá explotarlas en el futuro.
III. El janšismo: continuidades detrás de la fantasía europeísta
La clave del éxito de Janša ha sido la cohesión de su electorado más incondicional. Su Partido Democrático (SDS, miembro del Partido Popular Europeo) no sube del 29% desde hace quince años, pero tampoco baja de los veinte puntos (el peor resultado fue en 2014, estando el líder en prisión). Aunque las alianzas parlamentarias siguen siendo necesarias, el núcleo duro ideológico y geográfico del janšismo son monolíticos. Su electorado, localizado en las poblaciones pequeñas y medianas del interior, sigue ciegamente a su líder y comparte su actitud victimista y rencorosa ante todo lo que tenga que ver con las fuerzas políticas y sociales herederas del socialismo, que estarían controlando el país desde el Estado profundo. (Paradójicamente, el mismo Janša es resultado de esa misma herencia, como antiguo miembro y candidato a la presidencia de la Juventud Socialista en 1988). El empaque ideológico del SDS se está actualizando pocos días antes del inicio de la presidencia del Consejo, en un congreso cuyo documento hace referencias al marxismo y Yugoslavia (que pervivirían especialmente a través de Levica, el partido de la izquierda eslovena) y a amenazas más recientes, como los movimientos Antifa o Black Lives Matter. El discurso tiene una clara vocación guerracivilista, como señala el periodista Aljaž Pengov.
El objetivo final del janšismo, como señala el politólogo Alem Maksuti, es la “usurpación de todos los subsistemas del país” a través de la acción directa. Con ese objetivo, esa corriente ha experimentado en los últimos años una deriva trumpista que se manifestó, para perplejidad de muchos, cuando Janša se sumó a los elementos más radicales del Partido Republicano en el desconocimiento los resultados de las elecciones norteamericanas desde su cuenta personal de Twitter.
El primer ministro esloveno intentó dar a la policía el poder para hacer seguimientos a los ciudadanos en cuarentena e irrumpir en sus viviendas sin orden judicial
Como el expresidente estadounidense, el Mariscal Twitto (en alusión al histórico líder yugoslavo) mantiene desde esa plataforma una guerra abierta con rivales políticos y periodistas e intelectuales, con ataques concertados con cuentas de personalidades afines y anónimas. Paradójicamente, la irrupción de Janša en 1988 como figura clave de la transición eslovena se produjo cuando él mismo apareció como víctima de un ataque a la libertad de expresión por parte del ejército yugoslavo.
Los ataques de Janša se complementan con mensajes privados anónimos insultantes que, en algunas ocasiones, lleva a la autocensura de algunos comunicadores. Pero todo ello responde a una estrategia de mayor alcance, relacionada con el control del panorama mediático esloveno. Aquí se incluyen el desmantelamiento del sistema de medios públicos, que actualmente sufre ataques sin precedentes. La agencia pública de noticias STA, que ha sido señalada por Janša como una “vergüenza nacional”, está en una situación financiera límite y ha tenido que recurrir a mecanismos como el micromecenazgo para continuar con su funcionamiento. En el caso de la radiotelevisión pública, vista como un reducto de nostálgicos comunistas que se dedican a difamar, desinformar y “propagar virus”, se han sucedido los llamamientos a reducir plantilla y salarios. En estos momentos están siendo revisadas hasta cuatro leyes relacionadas con los medios de comunicación que incrementarán la capacidad de control del gobierno de turno sobre todo el espectro mediático. En esta estrategia se incluye también el sistema de medios privado, cada vez de peor calidad y con mayor penetración de capital húngaro vinculado a Viktor Orbán .
El panorama parece desolador. Sin embargo, ¿han cambiado tanto las cosas en Eslovenia con respecto a aquel país ejemplar de la ampliación de 2004? Hablemos solo de casos en los que ha estado implicado el propio Janša, aunque los ejemplos implican también a las fuerzas políticas poscomunistas. Los intentos de acallar a periodistas no son una novedad. Pienso ahora en el caso de Primož Kališnik, el cual, tras publicar en diciembre de 1990 información acerca de las primeras armas llegadas a Eslovenia desde el extranjero, sufrió actos vandálicos contra su propiedad y su persona y fue objeto de un proceso penal iniciado por el ministerio de Defensa de Janša allá por 1993 con la aquiescencia del presidente Kučan y el primer ministro Drnovšek. El objetivo era evitar que el periodista mencionara la implicación israelí en aquella operación de tráfico de armas, un hecho del que terminó hablando libremente en el parlamento, ya en 1998, el previamente mencionado Jelko Kacin. Nada de esto era interesante para una UE que, en lo referente al vecindario oriental, solo quería ver competencia entre partidos y desregulación económica.
Janša se sumó a los elementos más radicales del Partido Republicano en el desconocimiento los resultados de las elecciones norteamericanas desde su cuenta personal de Twitter
Otro ejemplo fue muy cercano en el tiempo al ingreso en la UE el 1 de mayo de 2004. Pocos días antes se había celebrado un referéndum sobre el intento del Tribunal Constitucional de restituir los derechos de los borrados, ciudadanos de la antigua Yugoslavia residentes en Eslovenia que fueron arbitrariamente despojados de sus derechos fundamentales con la independencia. El SDS de Janša, en aquel momento en la oposición, fue el principal promotor de aquella iniciativa, que ponía los derechos civiles de un grupo de personas a merced de unas urnas colocadas por una banda de nacionalistas fanáticos de intachables credenciales europeístas. Obviamente, el hecho pasó totalmente desapercibido en el marco de la ampliación.
El deterioro de las instituciones tampoco es una novedad. En 2012, siendo primer ministro Janša, se extraviaron las firmas presentadas en tiempo y forma por los sindicatos para convocar un referéndum sobre las medidas neoliberales impulsadas por el gobierno, a pesar de estar bajo la custodia del ministerio del Interior de su leal Vinko Gorenak. Para alivio de las instituciones europeas, el extravío permitió ganar un tiempo precioso para que, mientras se recogían de nuevo las firmas, el Tribunal Constitucional prohibiera la realización de referéndums sobre las cuentas públicas; pocos meses después, dicha prohibición fue reforzada a través de una reforma exprés de la Constitución.
En realidad, la idea de que Eslovenia era el Estado más adelantado de la ampliación no dejaba de formar parte de una ensoñación. Con esa cualificación, Eslovenia no consiguió más que llegar a la fiesta cuando los presentes estaban ya en la fase de euforia de la embriaguez, justo antes de la fase de confusión, irritabilidad, cefalea y, en estados más avanzados, disminución del nivel de conciencia. El problema no es que Janša se haya escorado más a la derecha (cosa difícil en sí misma), sino el hecho de que ahora, desde posiciones similares, pero junto a sus aliados, quiera reformar los cimientos de la UE. Solo así se explica que la Comisión haya reaccionado, esta vez sí, de manera clara ante los ataques a los periodistas.
El hilo rojo que une las presidencias eslovenas de 2008 y 2021 no es solo un oscuro primer ministro, sino la nula voluntad de los seguidores más acríticos del ideal europeísta de ver las transiciones post-socialistas en Europa del Este como algo más que la instauración del pluripartidismo, la imposición del libre mercado y la formalización de los derechos y libertades correspondientes a la imagen autocomplaciente de aquella Europa Occidental. Los hechos chocantes de hoy –tendencias claramente antidemocráticas y nacionalistas– estaban ya presentes hace más de tres décadas. Hoy parece que, ante la deriva del Grupo de Visegrado + 1, algunos solo son capaces de clamar “¡Qué escándalo! ¡He descubierto que aquí se juega!”
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Carlos González-Villa es profesor de Ciencia Política en la Universidad de Castilla-La Mancha.
El gobierno esloveno se prepara para asumir la presidencia rotatoria del Consejo de la Unión Europea el próximo 1 de julio. Aunque descafeinada desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, la presidencia sigue dando visibilidad al Estado que la ostenta, le permite determinar el orden de los debates y mediar...
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Carlos González-Villa
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