Le llaman democracia...
Deconstruyendo a Villarejo IV. Las alcantarillas giratorias
Lo que a veces llamamos el ‘caso Villarejo’ no es un ‘hashtag’ de Twitter sino un sistema político, como lo fue ‘tangentopoli’ en Italia
Gloria Elizo 11/07/2021
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Sábado 12 de febrero de 2005. El fuego, dejado por imposible, devora ya a su antojo un enorme edificio en el centro financiero de Madrid. La torre, convertida en una inmensa antorcha, parece más alta, como si quisiera recuperar, por última vez, el protagonismo que nunca tuvo apenas.
Las fechas van y vienen... Hace apenas dos años que a la vecina Torre Picasso –que le ha robado el título del edificio más alto de Madrid– se ha mudado un supuesto policía en supuesta excedencia. Supongamos que ha llamado a su negocio Club Exclusivo de Negocios y Transacciones, aunque en las plantas nobles de los alrededores lo conozcan por CENYT o, incluso, los más avezados, por “lo de Pepe, el comisario”.
Supongamos que el tal Pepe aún no es comisario, supongamos que pronto lo será. Que ha vuelto a cambiar el Gobierno y, para el tal Pepe, cada cambio de gobierno es una oportunidad…
Es un fin de semana de invierno seco en Madrid, de esos en que hasta las estrellas –bien visibles– parecen tiritar de frío. Hace horas que los bomberos han abandonado el edificio que debe su nombre a la sala de fiestas que integra en su semisótano, otro de esos templos de la noche madrileña tardofranquista –la discoteca Windsor–, siempre entre lo siniestro, lo pomposo y el más castizo freak show.
Parece que ese mismo viernes un fiscal ha solicitado a Deloitte la documentación de la valoración encargada por Francisco González cuando, nueve años atrás, decidió vender FG Valores
Unas cuantas plantas más arriba, mucho más discretamente, se encuentran las oficinas en España de Deloitte –la mayor consultora de servicios a nivel mundial– que acaba de consolidar su posición dentro de las big four, aprovechando que Arthur Andersen –su competidora– necesita salir de la circulación, supongamos que por haber colaborado activamente en la ocultación y el fraude masivo de Enron, ese otro símbolo del capitalismo más audaz e innovador, cuya gran creatividad financiera ha acabado en una estruendosa bancarrota, particularmente dolorosa para los bolsillos de sus trabajadores y pequeños accionistas.
Parece que ese mismo viernes un fiscal ha solicitado a Deloitte la documentación de la valoración encargada por Francisco González cuando, nueve años atrás, decidió vender FG Valores, su empresa de inversiones. Nueve años atrás.... parece que González sería el elegido por Aznar para intentar madrugarse la privatización de la banca pública de un país cuyos gobernantes parecen dispuestos a vender por piezas, en aras de un futuro glorioso, la más estimulante competitividad y lo que surja, en forma de comisiones y puestos en consejos de administración, de esos de a cien mil euros por reunión…
FG Valores… ¡Esa sí que fue buena! ¿Pero es que estas guerras por el control financiero del país no acaban nunca? Hace ya casi cinco años que el Banco Bilbao Vizcaya se ha fusionado con la privatizada Argentaria, creando la primera entidad financiera del país, bajo la mirada complaciente del flamante presidente Aznar.
Cinco años ya... Supongamos que, de forma inmediata, Francisco González se deshizo de Ybarra –su copresidente–, denunciando los fondos opacos de la entidad, todo en medio de un gran escándalo mediático impulsado por el expediente abierto en el Banco de España –que preside Jaime Caruana, un hombre de Rodrigo Rato– y, cómo no, por la apertura de la correspondiente causa por apropiación indebida que lleva a cabo el juez Baltasar Garzón en la Audiencia Nacional.
Supongamos que Ybarra cayó y que Francisco González dedicó los siguientes ejercicios contables a “limpiar” su consejos de administración de “adversarios infiltrados”; más o menos lo mismo que parece haber hecho César Alierta en Telefónica –la otra joya de la corona reconquistada por Aznar–. Parece que Iberdrola, sin embargo, resistirá casi inmune al asalto… y que eso le costará más de un disgusto al Partido Popular.
Venga, vayamos a ese momento: a 1996. El Partido Popular por fin ha ganado las elecciones. No ha sido precisamente fácil. Un buen amigo de Aznar –el tal Francisco González, de profesión inversor– se dispone a hacerse cargo de la ‘operación BBVA’, la primera batalla con la que el nuevo presidente quiere iniciar la reconquista del establishment español –que tanto se le ha resistido– para su flamante “centro-derecha”. Hay un problema: parece que antes de hacerse cargo de Argentaria –la nueva marca con la que el PSOE ya ha empaquetado, para su venta, toda la banca pública española– debe deshacerse de su empresa de inversiones. Supongamos que se la coloca a Merrill Lynch a través de Claudio Aguirre Pemán –un banquero de plena confianza del Partido Popular, primo de doña Esperanza y nieto del más insigne vate del fascismo español–. Una operación algo extraña, a través un holding de nueva creación y una reducción de capital...
Supongamos que la venta no va tanto de vestir a la mujer del César como de que el nuevo César dé un buen pelotazo por anticipado –en plan ficha por traspaso–, pero que –un suponer– la cantidad que González pide por vender sus acciones –y que Deloitte ha bendecido a través de la correspondiente y bien pagada due diligence– es incluso excesiva para tan ilustre agente doble –don Claudio es a la sazón el representante de Merrill Lynch en España–, pues parece que contiene algún que otro chicharro de dudoso gusto y aún más dudoso valor…
No será hasta esos nueve años después cuando un fiscal pida los papeles de esa due diligence de Deloitte, justo el día anterior a que ardan sin remedio –y sin más copias– sobre la mesa del abogado que está en la misma planta donde se ha originado un fuego extraño que –parece– se ha reavivado de pronto, como queriendo emboscar a unos bomberos que, tras el primer derrumbe, han recibido la acertada orden de no adornar esta escaramuza con sus vidas.
Nueve años después.... El PSOE de Rodríguez Zapatero ha vuelto al poder. No ha sido fácil sobrevivir a la herencia de Felipe González. Han sido años de intrigas, de guerras internas, de primarias, mentiras y dossieres. No va a ser fácil el gobierno. Los atentados del 2004 en Madrid –sazonados con toda la indignidad de la mentira pública de la que puede ser capaz un gobierno– se han convertido rápidamente en una teoría de la conspiración que, como todo el mundo sabe, siempre sirve para tapar otra mentira mayor. Villarejo, sin embargo, está contento. Algo le dice que por fin conseguirá su ascenso a comisario… Una vela a dios y otra al diablo. Que volverán los “dosieres” y los “espantos”, los chantajes y las mentiras, las “fuentes fiables” y las “operaciones hostiles”. Y que nada deja más dinero…
Buen amigo de Aznar, González, se dispone a hacerse cargo de la ‘operación BBVA’, la primera batalla con la que el nuevo presidente quiere iniciar la reconquista del establishment
Parece que no ha tardado en conseguir un nuevo encargo: defender a Francisco González de otra operación hostil, esta vez del nuevo gobierno socialista: sus “fuentes fiables” informan de que el viejo statu quo del PSOE trata de recuperar el control del BBVA, y que lo quiere hacer a través de Sacyr Vallehermoso y de su presidente Luis del Rivero. Y como no parece del todo creible, supongamos que aparece de pronto un político que lo niega –en plan el elefante de Lakoff–, precisamente para que nadie tenga la menor duda.
Supongamos que Villarejo ha cobrado centenares de miles de euros por el proyecto, que –al parecer– ha montado toda una operación de espionaje a gran escala, una operación carísima que incluye controlar miles de llamadas y espiar a centenares de contactos… Supongamos que dos días antes del incendio –el 10 de febrero de 2005– Luis del Rivero se reafirma en su intención de comprar un paquete relevante de acciones del BBVA, un paquete que le permita entrar en el consejo de administración... Y que, años después, ante el juez declara que fue ver arder el Windsor lo que le hizo desistir del “asalto” al BBVA. Le parece que si no hubiera desistido entonces, no hubiera podido “ver crecer a sus nietos…”.
Y, en fin, supongamos que, otra vez, nada es lo que parece. Que todo lo que parece, lo parece porque nos lo ha contado el propio Villarejo a través de sus infinitos trampantojos, sus tentáculos judiciales, sus periodistas, sus clientes, sus jefes de seguridad, sus juguetes... Supongamos que –en vez de tragarnos la historia de siempre– nos da por seguir el dinero... supongamos ¡y esa es la clave siempre! que nos ponemos a suponer por nosotros mismos. Que puestos a suponer, nos da por suponer que el fiscal que pide los documentos de Deloitte parece ser el maestro de las puertas giratorias de la Fiscalía, una fiscalía que abandona de vez en cuando para defender –como experto en delitos monetarios– a algunas de esas personas importantes que podrían contratar a Villarejo y a sus jefes de seguridad... precisamente para evitarse problemas con el resto de la fiscalía. Supongamos, puestos a suponer, que hace tiempo que unos poderosos vecinos del Windsor codician la compra del terreno que ocupa, que hay una oferta atascada en medio de una complicada herencia familiar... Supongamos –quién sabe– que es posible encontrar a un paganini para el siniestro... Que, otra vez, parece que los de siempre –contribuyentes, consumidores y accionistas minoritarios– van a pagar la fiesta.
Proyecto “Trapa”, anota Villarejo. Pero las más de las veces, en las grabaciones, le pone todas las consonantes: “Trampa”. Porque nada es lo que parece. Las películas de Villarejo son como su agenda: todo cuadra menos el destino de la pasta. Todo es una farsa menos el dinero. Proyecto tras proyecto. Supongamos que las noticias te favorecen a nada que puedes fabricarlas, amplificarlas, contrastarlas con la realidad que fabricas... Supongamos que basta que una operación financiera salte a los medios para generar un enorme beneficio en el momento adecuado. Supongamos, al fin, que la agenda de Villarejo no es un calendario, sino una agencia de noticias. Que es la realidad lo que se contrata.
La inmensa tea de fuego sobre los restos del Windsor acompañará al cielo despejado de Madrid durante toda esa noche. La lejanía de las calles ahoga el ruido de las sirenas, de los derrumbes... solo las llamas en silencio, salvajes, poderosas, ingobernables... Incomprensibles. Un poco como esos inesperados fuegos de artificio con el que algunas bandas mafiosas festejan haber dado muerte a sus enemigos... No, no parece un incendio. Parece un mensaje. Algo así como la traca final de una batalla, de otra historieta que ha terminado.
En realidad, supongamos que son muchas las cosas que en España se han terminado. Que se han ido acabando poco a poco, como se va perdiendo la esperanza, como saben ganar los que ganan siempre, los que tienen tiempo y recursos para aguantar. Los que saben esperar a que las aguas vuelvan a su cauce…
Son los 90. Mientras Fukuyama celebra “el fin de la Historia” sobre los cánticos del social liberalismo europeo, en España se inaugura el “selectivo IBEX 35”. El sol –canta Sabina– ha secado la ropa de la vieja Europa. Para los viejos guardianes de Occidente la guerra ha terminado. Sobre los puentes de las luchas clandestinas contra el cáncer rojo no corre ni un hilillo de subversión y las logias para vigilar la democracia liberal salen ya de sus escondites mientras centenares de comunistas de toda la vida se convierten en juancarlistas socialdemócratas exprés.
Sí, supongamos que en España la historia ha acabado incluso un poco antes: quizá, cuando aquellos brillantes economistas marxistas abrieron aquella asesoría fiscal y aquel duro mercenario de esvástica y puño americano se apostó en la puerta de aquella discoteca de moda. Quizá, cuando aquellos incisivos periodistas de investigación empezaron a viajar a los más importantes acontecimientos deportivos mundiales como egregios invitados de los más prestigiosos consejos de administración.
Supongamos, al fin, que la agenda de Villarejo no es un calendario, sino una agencia de noticias. Que es la realidad lo que se contrata
Supongamos, porque nosotros también podemos suponer, que bajo las ruinas de la revolución nunca florecerá el imperio de la Ley sino la juventud dorada del abuso y la indignidad. Supongamos –otro suponer– que en la España democrática todo habría empezado de nuevo algunos años atrás, quizá aquel día de febrero en que Su Majestad –en el penúltimo momento– decidió salvarnos de la salvación propuesta por sus mejores amigos y despedirse así de la “política activa” para dedicarse en cuerpo de testaferro y alma helvética al mundo de los negocios, pidiendo –eso sí– absoluto silencio sobre ambos y –no sin cierta desgana– un poco de comprensión para “los que cometieron actos de subversión”, mientras invitaba –quién lo diría– a “la reflexión y a la reconsideración de posiciones que conduzcan a la mayor unidad y concordia de España y los españoles”.
Supongamos que la tercera restauración borbónica terminó cuando aquella mañana de mayo aquel presidente, por accidente –¡menudo accidente!–, nos ingresó en la OTAN y, definitivamente, cuando por fin llegaron al gobierno los que –supongamos– tenían que haber llegado en 1979, evitándonos todos estos accidentes, simplemente para descubrir, un poco antes, que esa Alianza –como diría el gran Krahe– “es de toda confianza”, y que la OTAN “de entrada NO” ... y de salida mucho menos.
Es el felipismo. España por fin se ha convertido en lo que siempre debió ser desde aquel día en que, cuarenta años atrás, Henry Kissinger le enseñó a Vernon Walters un mapa en una oficina de Langley. Supongamos por un momento que reina la más perfecta concordia entre banqueros, industriales, policías, periodistas… Que el Ministerio de Defensa recae en McDonnell Douglas, el de Exteriores en el Club de Roma, que Industria y Economía son para el Fondo Monetario Internacional –ha tenido que repartirlos entre el grupo de los viejos infiltrados en el CESID y el de los nuevos intermediarios financieros–. El Ministerio del Interior –ya se sabe– le ha tocado a las cloacas del franquismo, imbuidas enseguida del más profundo fervor religioso, al menos desde que Su Santidad Wojtyla se ha vuelto políticamente beligerante y partisano contra todo lo que no tenga que ver con niños –y esas cosas desagradables que nadie quiere saber–. Supongamos que con Su Majestad –abandonado a la vez a los polvos y a los lodos– ya no se puede contar... Como mucho para nombrar de vez en cuando a alguien marqués, tal vez a algún banquero condenado por pagar esa campaña de la OTAN…
Business as usual o, lo que es lo mismo, todo por la pasta… España lo ha conseguido: Europa empieza por fin en la valla, cada vez más alta, de Melilla y en ningún sitio es más fácil hacerse rico entre adjudicaciones y recalificaciones… Supongamos que, como la historia ha terminado, solo queda la ley del más fuerte o, para ceñirse al contexto, la guerra de las privatizaciones de lo que fue en su día el patrimonio público español, cuyo remate final paga la gran fiesta de la beautiful people y de sus pelotazos.
Es el felipismo. España por fin se ha convertido en lo que siempre debió ser desde que, cuarenta años atrás, Kissinger le enseñó a Vernon Walters un mapa en una oficina de Langley
Supongamos que aquel policía que se marchó a hacer fortuna ha vuelto con la fortuna hecha. Tiene decenas de empresas, todas –supongamos– perfectamente compatibles con sus funciones de policía encubierto, recubierto y descubierto. Ha vuelto de favor, para drenar las cloacas de la transición que se han embalsado con el felipismo, unos charcos cuyo olor, con el paso de los lustros, empieza a hacerse insoportable.
Y es que González empieza a oler a viejo y ya sus viejos amigos –aquellos que achucharon a Suárez– se han vuelto a poner en marcha para tumbar a otro presidente. Felipe los conoce bien, son los de siempre, los que se escandalizan exactamente por lo que han patrocinado. Y cobrado.
Y esta vez se lo han puesto fácil: Mariano Rubio, Manuel de la Concha, Narcís Serra, Luis Roldán, Julián García Valverde, Carmen Mestre, Filesa, Malesa, Time-Export… La lista se hace interminable, pero otra vez el presidente aguanta, como si la erosión de cada inquilino de La Moncloa creciera lentamente como los bonsáis de su jardín… Intenta defenderse llenando de jueces los ministerios. No es buena idea… Especialmente, si al mismo tiempo pones a José Luis Corcuera a taparlo todo a base de fondos reservados. Presuntamente.
Eso sin contar con que en la judicatura pasa como con las comunidades de propietarios: te encuentras de todo. Te puede pasar que llegue Margarita Robles y te mande a toda la tropa de la policía política a la calle… Así que al final la cosa se hace insostenible: cae Corcuera, cae Villarejo, los jueces van y vienen tratando de administrar el estercolero del felipismo, algunos se ponen a limpiar, otros se las piran, algunos –¡ay!– se acostumbran y hacen pandilla....
Recordemos: la década de los 90 se acerca a su mitad cuando González gana sus cuartas elecciones. La oposición se desgañita afirmando algo así como que la sagrada transición solamente terminará en España cuando vuelvan a gobernar ellos. Están desesperados. Necesitan que los que de verdad mandan en este país pongan en sus manos el arsenal nuclear, que cambien de bando… pero los que mandan desconfían. Lo importante es tirar al presidente… luego ya veremos. Es el momento de los GAL, de las escuchas de Manglano, de los vínculos con el nazismo de aquellas viejas subvenciones de la Internacional Socialista. Todo puede ser desvelado. Luis María Ansón, el hombre que dirigió la conspiración contra Suárez, lo resume bien: “Fue necesario llegar al límite y poner en riesgo el Estado con tal de terminar con él”. Él es su amigo Felipe. La frase bien podría aplicarse a su amigo Adolfo.
Quizá un notario, tal vez un banquero... Parece que al final han encontrado a otro joven falangista –¡qué cruz!– que, con el tiempo, se ha vuelto moderado o, por lo menos, muy muy liberal… la imagen no acompaña, pero parece listo. Y, supongamos, que al final ponen todo en sus manos (salvo, quizá, lo de los narcos de Medellín y alguna cosa de los parásitos de la cleptocracia venezolana…) Y sí, supongamos que, al final, la derecha, por los pelos y hablando en catalán en la intimidad, llega al poder… ¡Por fin! Ellos, los pata negra, los de siempre, los herederos del búnker, los que han perdido todas las elecciones, los que renegaron de la Constitución, los que se quejaron de las operaciones de la CIA, los que abominaron del Borbón, los que se han hecho fuertes en el Ayuntamiento de Madrid… han tenido que hacerse reformistas, medio catalanistas, completamente atlantistas y hasta monárquicos con nocturnidad: son “el centro”... y están dispuestos a serlo el tiempo que haga falta. Después de haber perdido todas las batallas, por fin los que mandan en este país les van a dar una oportunidad, eso sí, desde la desconfianza. Mutua.
La guerra sucia se ha trasladado al brillante parquet bursátil. Villarejo seguirá siendo su enlace sindical facturando –eso sí– a través de su empresa en la torre Picasso
Así que Villarejo ha vuelto a la calle o, lo que es lo mismo, al business. Pero esta vez lo ha hecho en el mejor momento. El felipismo ha muerto, viva el aznarismo. Y si algo le ha enseñado su admirado Al Kassar es que no hay que jugar a dos bandas... porque nunca hay dos bandas. Y menos ahora, en la España del pelotazo: las alcantarillas giratorias dan otra vuelta de guión y los viejos policías de la brigada político-social –aquellos que sin despeinarse torturaban subversivos en nombre de la patria– se convierten de golpe en los jefes de seguridad de las principales empresas del país.
Son las alcantarillas giratorias. La guerra sucia se ha trasladado al brillante parquet bursátil. Villarejo seguirá siendo su enlace sindical facturando –eso sí– a través de su empresa en la torre Picasso. En el área de seguridad de un gran banco recomiendan por escrito su contratación: “Tiene acceso a recursos difícilmente accesibles para el resto de empresas, por lo que el servicio prestado es muy superior”. ¿Quién se resiste a tener a su servicio un trocito del Ministerio del Interior? ¿Acaso no está el bipartidismo privatizándolo todo? ¿Por qué un respetable empresario como Villarejo no va a privatizar sus fuerzas de seguridad?
El portfolio de negocios lo abarca todo y todos se conocen: un tiempo en la policía protegidos, ascendiéndose unos a otros, haciéndose favores, cuidando la información, manejando los reinos de taifas de provincias, escalando por la pirámide del Cuerpo, entre sobresueldos y recomendaciones, para acabar en las grandes empresas con salarios estratosféricos. Dentro y fuera. Y todo a través de Pepe Villarejo. Operaciones financieras, pequeños cambios en un pasaporte, una regularización, una venganza, una extorsión multimillonaria, una noticia en un periódico que te señala y que desaparece por arte de magia tras la contratación de un copi-pega… La máquina del dinero no se detiene para los que pueden ser contratados, pero, sobre todo, no pueden dejar de contratarse. Lo llamamos “cloacas” por evitar problemas con la justicia. Pero su nombre es mafia. No lo han inventado ellos.
Los corruptores del bipartidismo contratan a los policías de las cloacas para sus vaivenes políticos, mientras los corrompidos de la política contratan a los policías de las cloacas para defenderse de los vaivenes de su corrupción. Al principio está Villarejo. Al final también. Villarejo y sus jefes de seguridad, Villarejo y sus periodistas al dictado, Villarejo y sus empresas, Villarejo y sus troncos en las unidades de investigación judicial, en la UDEF, en Interior. Villarejo y sus relaciones en los juzgados... Villarejo lo puede todo. Es el árbitro de las disputadas privatizaciones, es el rey de las operaciones bursátiles, es el master del blanqueo de capitales, es, finalmente, la última esperanza de las causas judiciales que el bipartidismo va dejando como un rastro de aceite que Villarejo cobra por limpiar, tanto o más que lo que cobró por ensuciar.
Por eso es tan importante entender que Tándem no es un caso de corrupción, que es la misma estructura de poder que sustenta los últimos cien años de la historia de España, la que va desde el informe Picasso hasta los papeles de la Castellana pasando por la agenda Rivara del franquismo; y que, por eso, es tan lamentable que quienes tenían que haberlo entendido no fueran capaces de darse cuenta de que lo que a veces llamamos el ‘caso Villarejo’ no es un hashtag de Twitter sino un sistema político –como lo fue tangentopoli en Italia–, y que si seguimos sin poder contarnos la verdad es porque casi todos los poderosos de este país piensan en décadas mientras la mayoría de los políticos de este país siguen pensando en la próxima semana.
Supongamos que, pese a todo y con el tiempo, habrá una sociedad que se toma en serio las mentiras que les han ido contando… que también en este país habrá funcionarios dignos, policías defensores de la ley y hasta periodistas honestos que, pese a las dificultades –dificultades de las de verdad– se han empeñado en, por lo menos, seguirles la pista.
Y la pista está ahí… si en el capítulo anterior dejamos a Agustín Linares y a su discípulo Villarejo al mando del Ministerio del Interior de los GAL, ahora –diez años después– Linares ya es jefe de seguridad del Banco Central Hispano –el que absorberá el Santander–, donde se jubilará con honores.
Lo ha recopilado la periodista de investigación Patricia López y la analista Pilar L. González de Lara: Si Linares, el mentor de Villarejo, ha acabado su carrera en el Santander, su compañero en Guinea –el Jefe Superior de Policía de Madrid, Manuel García Linarejos– lo hará en Banesto, al menos hasta que los EREs fraudulentos de Marcos de Quinto le lleven a “ocuparse” de Coca Cola. Su sucesor, Juan Manuel Zarco, se irá a Bankia. El Jefe Superior de Cataluña, José Irineo López, se quedará en Agbar; Daniel Santos Vallejo pasará de la siempre delicada comisaría de Barajas al Grupo Villar Mir…
La lista es infinita y cada una tiene su historia. Uno de los policías de la máxima confianza de Villarejo, Florencio San Agapito, será el encargado de custodiar el ascenso de César Alierta a la presidencia, primero de Tabacalera, y luego de Telefónica. Alierta –hijo del más ilustre alcalde franquista de Zaragoza– es el otro elegido por Aznar para la batalla de las privatizaciones. Hará en Telefónica –una empresa crucial– el mismo papel que Francisco González en Argentaria/BBVA: pelear el verdadero poder, el que no depende de unas elecciones.
Otro buen “cliente” y “tronco” de Villarejo, Miguel Ángel García Rancaño, antaño jefe superior de Madrid y Barcelona, asumirá la dirección de seguridad de La Caixa, cuyo presidente –el intocable Isidre Fainé– aparecerá como investigado en Tándem por sus relaciones con Villarejo, al igual que otro grande del “sistema” español, su discípulo Antonio Brufau, presidente de Repsol, donde, a su vez, recalará el policía Rafael Araujo, imputado también, como Gabriel Gabi Fuentes, tras su paso por la consultora Insitu, la empresa de Jaime Queipo de Llano, supongamos que condenada por facilitar datos bancarios a sus clientes sin autorización judicial o, como el mismo García Rancaño, imputado en el Caso Interligare, donde presuntamente se lograron cambiar datos de Hacienda para poder llevar a cabo una contratación ficticia por parte del Ministerio del interior, un dinero que –supongamos– acabó sirviendo quizá para que Villarejo comprara en Israel equipos de espionaje o, simplemente, para defenestrar por la pirámide del poder a los enemigos internos de su nueva mejor amiga en el Partido Popular.
Supongamos, ya puestos, que el comisario Carlos Fernández Cernuda acaba jubilándose en El Corte Inglés, con 50 millones de euros de finiquito, entre acusaciones de corrupción por parte de su expresidente; eso sí, precisamente tras ocuparse de arreglar en un periquete las indemnizaciones de la quema del Windsor, cuyas demandas cruzadas entre Deloitte, Prosegur, Allianz, Mapfre y el propio El Corte Inglés ascienden a 233 millones de euros.
Supongamos que está por medio, por supuesto, Julio Corrochano, omnipotente en el BBVA… viejo compañero de andanzas de Villarejo en el Norte y el anónimo denunciante en la causa de Ausbanc, la misma que acogerá con entusiasmo –casualidades– el mismo fiscal interesado en los papeles de Deloitte... Supongamos que en este país no pueden faltar los gigantes del fútbol: que el gran Oli, José Luis Olivera, el comisario presuntamente encargado de limpiar las pruebas de las operaciones delictivas del Partido Popular desde su muy pertinente puesto en la Dirección del Centro de Inteligencia contra el Terrorismo y el Crimen Organizado, ha sido elegido por Villarejo para dirigir su policía pero que –quién sabe si quizá porque Villarejo y Cospedal solo han hablado “tres o cuatro veces”–, al final, tiene que conformarse con la Dirección de Seguridad de la Federación Española de Fútbol.
Son las batallas del fin de la política y en ella Villarejo es tan solo un agente doble, con una grabadora y muchos peones en desarrollo armónico en el tablero del Monopoly nacional
A la Dirección Operativa de la Policía del PP no llegará Oli pero sí el comisario Florentino Villabona, también investigado –junto con el director anterior, Eugenio Pino– como parte de la organización criminal presuntamente dedicada a obstruir cualquier investigación que pudiera conducir a Villarejo y a sus trabajos para la sociedad de gananciales de un tal López Punto del Hierro y una secretaria general del Partido Popular. Le faltará tiempo a Villabona –una vez cesado por el nuevo Gobierno– para recalar como Jefe de Seguridad en la Liga de Fútbol Profesional del siniestro Javier Tebas… El fútbol es así.
En fin… Olvidemos los nombres. Incluso los millones. Tratemos de comprender el sistema: un sistema en el que los mismos policías que dirigieron las más oscuras mazmorras del franquismo, en el que los encargados de defender las angostas puertas de atrás del felipismo, acabaron controlando toda la información financiera del país a base de chantajes, trampantojos y espantos de serial barato, a base de fabricar la realidad en algún lugar entre los juzgados y las redacciones de este país. Un sistema que hoy tienen imputados a sus mejores clientes: a los campeones industriales y financieros del país, una élite empresarial que, como ellos –herederos de los métodos “directos” del franquismo– se saben necesarios para cualquier gobierno, imprescindibles para cualquier medio de comunicación e impunes ante cualquier juzgado.
Son el franquismo callado que sobrevivió a la transición en las comisarías, en los consejos de administración y en los servicios de inteligencia. Ese franquismo que, hasta el tercer cubata, pasa de la unidad de destino en lo universal, pero que sigue sin creer ni en la ley ni en la democracia. No muy diferente a la más vieja camarilla de amigos de la CIA, antaño patrocinada por la sucursal en la Zarzuela de la Internacional Socialista, la que nunca se permite echar de menos la justicia social, la dignidad humana o la democracia, al menos hasta el tercer gin tonic.
Entre huelga y huelga general, entre cada recorte de las pensiones, entre décima y décima de contínua pérdida de poder adquisitivo por parte de las rentas del trabajo, ellos han estado atentos al reparto de los despojos de sus privatizaciones, sus fusiones, sus compras, la liberalización de las commodities y sus concentraciones bancarias; atentos, sobre todo, a anticipar la rotación de cada puerta giratoria y a la recolección de votos en los consejos de administración del otrora sector público español.
Son las batallas del fin de la política y en ella Villarejo es tan solo un agente doble, con una grabadora y muchos peones en desarrollo armónico dentro del tablero del Monopoly nacional. Una vela a dios y otra al diablo, mientras los reguladores miran para otro lado y los encargos a CENYT se suceden por parte de los gigantes de las finanzas. Villarejo los trata con el protocolo habitual: cuando las dos partes ganan es cuando él gana de verdad. Y, por supuesto, a las dos partes las graba por igual, las chantajea por igual,... convirtiéndose en ese interlocutor que es, al mismo tiempo, necesario e inevitable. La mafia que lo consigue todo. La mafia que te puede arruinar. Total, hay negocio para todos... porque siempre pagan los contribuyentes, los consumidores, los accionistas minoritarios, los pringaos que van a trabajar… Hay dinero. Mucho dinero. Dinero para todos: para los contratantes y para los espiados, para los pretendientes y para los pretendidos. Y por supuesto para Villarejo y sus peones, que parten y reparten en medio de la representación...
Villarejo es la burla del sistema, el símbolo grotesco de la privatización absoluta de un Estado que alcanza ya hasta su gestión pública. Todo es dinero, menos el dinero, que es poder
Y, apenas un año después del incendio del Windsor, un juez archivará la investigación al no encontrar indicios de que el fuego fuera intencionado. Y trece años después, se volverá a abrir, cuando –claro– el propio comisario “reivindique” el incendio, como parte de un ‘proyecto Trampa’ para proteger a Francisco González de la “operación hostil” de Luis del Rivero y su empresa Sacyr.
Y volvamos al principio para terminar: supongamos que –como ya ha sugerido la investigación llevada a cabo por la analista Pilar L. Gonzáles de Lara– todo ha sido otra gran mentira. Y que, de hecho, es una mentira tan rentable que quizá no es la primera vez que se lleva a lleva a cabo. Ni la última. Supongamos que se trata, otra vez, de jugar con el valor de la acción para llevar a cabo operaciones financieras a costa, fundamentalmente, de los accionistas minoritarios, de los pececillos que entran en la red cada vez que un periodista “generalista” publica las secretas intenciones de sus empresas.
Supongamos que la operación de espionaje que ha llenado las páginas de esos digitales bien informados –la misma por la que el BBVA ha pagado a Villarejo centenares de miles de euros a través de Julio Corrochano, su todopoderoso jefe de seguridad en el BBVA– no es más que un trampantojo –de ahí su nombre– de miles de supuestos pinchazos telefónicos que, en realidad, son solo el historial de las llamadas de los teléfonos de empresa que el propio Corrochano controla, y que los centenares de personas espiadas son solo los contactos de dichos teléfonos. Que, supongamos, lo que ha hecho Villarejo ha sido, otra vez, básicamente cobrar. Cobrar y publicar. Cobrar y chantajear. Cobrar y agarrar bien fuerte por las grabaciones al banquero de Aznar, a cambio –nadie es inocente– de cinco años más en la presidencia de su banco.
Supongamos que, como ha contado dicha analista, pese a las lamentaciones de del Rivero, es más que dudoso que Sacyr tuviera nunca la menor intención de entrar en el BBVA dado que nunca tuvo acciones sino –y esto es importante– opciones (de compra) sobre acciones: esas con las que te forras si valen más cuando las puedes comprar de verdad que cuando compras el derecho a comprarlas. Supongamos que, con toda esta historia de la “operación hostil”, no solo ha ganado Francisco González y, por supuesto, Villarejo, sino que también Sacyr se ha embolsado, pongamos, 148 millones de euros… y eso sin contar el aumento de valor de sus propias acciones en bolsa, gran parte propiedad del propio del Rivero. Supongamos que todo es mentira, que todo es dinero y que todo es poder.
Supongamos que los periodistas adecuados instalan la historia adecuada, esa que el resto repite sin más… supongamos que el incendio del Windsor no es verdad ni mentira, es solo una estafa más, un espectáculo. El dedo que apunta lo que impide ver, un dedo enorme e incomprensible que evita que mires lo que señala, un mensaje de cinismo y burla dedicado a una opinión pública dirigido a construir personajes, volátiles protagonistas de un sistema invisible donde todo lo que se ve es mentira y solo el dinero –que no se ve– es verdad. Historias de corruptos que impiden ver la corrupción, señales que apenas encontrarán destinatario, ocultas bajo la voladura controlada de la guerra oculta tras cada absurda etiqueta de cada operación policial.
Y sí, supongamos que ninguna batalla termina del todo, que la guerra sigue, que Deloitte se ha mudado a la Torre Picasso, donde Isabel Díaz Ayuso ya les ha adjudicado la gestión pública de los fondos europeos de su Comunidad de Madrid. Supongamos que Villarejo está otra vez en la calle, esta vez porque no había agenda alguna donde pudiera siquiera preverse un juicio a tiempo de no rebasar los cuatro años del máximo de prisión provisional. Supongamos que Luis del Rivero “fracasó” en otras muchas “operaciones hostiles” contra otra muchas empresas que contrataron a Villarejo para “defenderse”, y que hoy ve crecer a sus nietos en una merecida jubilación con un patrimonio cercano a los mil millones de euros amasados a base de ladrillos y “fracasos”, –”el arte del ilusionismo” lo llamo en 2011 la periodista Marisa Martín–, o que el propio Claudio Aguirre funge ahora en Goldman Sachs, el fondo que reclama precisamente a Ayuso un par de centenares de millones de euros –a pagar por tantos madrileños orgullosos de su libertad–, de cuando a Ana Botella –entre café y café– le dio por malvenderles las viviendas sociales de su Ayuntamiento.
Villarejo es solo eso. La burla del sistema, el símbolo grotesco de la privatización absoluta de un Estado que alcanza ya hasta su gestión pública. Un Estado ayuno de cualquier cultura republicana de servicio público, de militancia democrática o de respeto a la Ley. Todo es dinero, menos el dinero, que es poder. La verdadera burla no es reírse en la cara de la ciudadanía, es repetir el truco una y otra vez delante de todos los que están en el ajo, demostrando entre bromas que, ni aun así, el público se entera. Delante de un país donde apenas un puñado de fiscales, de policías, de abogados, de jueces, de funcionarios, de periodistas honrados –ahogados en su desesperante minoría– se empeña en, al menos, poder contarlo. Quizá por si algún día una mayoría compleja de ciudadanos críticos decide una mañana que no quiere vivir en esa mentira, que no quiere participar en esa trampa, que este país les pertenece, porque tienen derecho, porque son más, porque se levantan cada mañana para ponerlo en marcha, porque –¡qué puñetas!– son los que lo pagan.
Y porque, de alguna forma, saben que la Justicia social, el Estado de Derecho, el derecho a saber y la cultura de la honradez de sus dirigentes –públicos y privados– son la necesaria condición de posibilidad para que algún día podamos, de verdad, hablar de política, discutir de política y hasta hacer política desde todas partes: desde la calle, desde los bares, desde las redacciones, los sindicatos, las patronales, los colegios profesionales, las universidades, las asociaciones de vecinos... Quién sabe si incluso desde los parlamentos y hasta desde los partidos políticos. Subidos en nuestra propia historia. Desde la responsabilidad, el coraje y el respeto de eso que llamamos, en suma, a veces dignidad. Pero que bien podríamos llamar simplemente Democracia.
Sábado 12 de febrero de 2005. El fuego, dejado por imposible, devora ya a su antojo un enorme edificio en el centro financiero de Madrid. La torre, convertida en una inmensa antorcha, parece más alta, como si quisiera recuperar, por última vez, el protagonismo que nunca tuvo apenas.
Las fechas van y...
Autor >
Gloria Elizo
Es diputada de Unidas Podemos y vicepresidenta del Congreso.
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