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Y suelto mi pelo y pinto mi cara
Me pierdo en la noche
Me quemo en la playa
Rebeca (Duro de pelar)
Letizia acaba de llegar y ya quiere ronda de chupitos.
– ¡Jäggerquila!– grita cual veinteañera a la que las resacas no le impiden levantarse para ir a trabajar al día siguiente. Claro que igual ella no tiene por qué levantarse; es la puta reina.
– ¿Qué mierdas es eso? – dice Iria riéndose mientras apura las últimas gotas de su margarita. El color rosado que asoma por sus mejillas a pesar de la gruesa capa de maquillaje y el perfilado de sus labios, antes perfectamente delimitado y ahora con unos trazos más parecidos a una carretera dibujada por un niño de cinco años, me indican que mi amiga ya va un poco pedo.
– Es mi chupito–nos dice Letizia, orgullosa de su hallazgo–. Jäggerquila: mitad Jägger, mitad tequila.
Cuando era pequeña mi madre me solía decir que tener demasiado tiempo para pensar, ser ociosa de más, no traía consigo nada bueno, pero solo he terminado de comprender esa frase después de probar el maldito Jäggerquila.
Sentada en la mesa, me preparo para ingerir unos 40 grados de alcohol que, sin duda, podrían tumbar al Toni Cantó de 180 kilos que me espera mañana en la oficina, no sin antes brindar y apoyar el vaso de cristal sobre la mesa. Iria toma la iniciativa del ritual:
– Quien no apoya no folla. Y quien no recorre…
– ¡No se corre! – exclama Letizia antes de beberse el chupito sin pestañear.
Más por presión social que por ganas, inclino el brazo hasta que el vasito forma un ángulo de 90 grados. De fondo, casi como una profecía, suena el hit de Rebeca, Duro de pelar, que no pasa de moda por más gobiernos que vengan. Cierro los ojos y procuro no respirar por la nariz mientras abro la boca e intento pensar en otra cosa para que esto pase lo antes posible, pero los nervios y las dudas hacen que mi cabeza empiece a dar más vueltas de lo normal.
Tenemos a Letizia de nuestro lado, a la puta reina. ¿Debemos fiarnos de una monarca? ¿Puede ser una trampa? ¿Cuánto nos puede caer de cárcel por esto? ¿Nos puede caer la perpetua que se les aplica a aquellos que cometen delitos graves para intentar romper España? Seguro que sí. Si nos pillaran con esto, no veríamos nunca más la luz del sol. También es verdad que eso es algo que ya sabíamos. Con reina o sin ella, estamos jodidas, desde el principio. Si queremos empezar a darle la vuelta a esta farsa de sociedad tenemos que empezar por la monarquía, sobre la que la presidenta ha sustentado la base de su poder, su principal apoyo.
Ahora estoy potando en el baño del bar. Iria me sujeta el pelo que tan cuidadosamente me había planchado hace solo unas horas. He empezado a vomitar de cuclillas, con una trayectoria perfecta hacia el váter, pero ahora mis rodillas están ya completamente apoyadas sobre las baldosas color verde oscuro, en las que se esparce una mezcla de agua, papel y suciedad que prefiero no identificar. Nunca se me dieron bien los chupitos, esa es la realidad. Cuando mis amigas insisten y piden una ronda, siempre le cedo el mío a alguien. También es verdad que me recupero pronto de estas cosas y sigo bailando, aunque mañana probablemente tenga un dolor de cabeza terrible, si es que el chupito inventado por Letizia no es en realidad veneno, cosa que ahora mismo no descarto.
– Alba, ¿cómo lo llevas? – exclama Letizia desde el otro lado de la puerta del baño. No pensaba que la primera vez que una reina pronunciara mi nombre sería para preguntarme por mi vómito en el baño mugriento de un bar. De hecho, nunca pensé que hablaría con un monarca en mi vida.
– ¡Bien! ¡Ahora mismo salimos! – intercede Iria mientras yo me limpio con un trozo de papel higiénico y me voy incorporando para salir.
– ¡Venga, voy pidiendo algo de comer!
Suena la puerta. Letizia ha salido del baño, cosa que agradezco porque todo esto es un poco tenso. Iria y yo nos ponemos frente al espejo, me enjuago un poco la boca con agua, me repaso el pintalabios granate y el eyeliner con mucho cuidado, mientras Iria me observa y me toca el hombro.
– No veas el jäggerquila, eh.
– Joder – respondo, notando todavía el dolor en el estómago.
Cuando volvemos a la mesa, Letizia nos espera mirando Instagram. Tiene una cuenta falsa en la que sube fotos de David Bisbal. Por lo visto, era su favorito de OT y lleva años dirigiendo un club de fans desde su cuenta fake. En su boda con Felipe, la primera canción fue Ave María, y los dos aparecieron corriendo y dieron una patada al aire.
– He pedido un plato de alitas –nos dice al vernos, satisfecha por su elección– Ya verás, eso empapa que no veas.
En cuanto llegan las alitas de pollo y empiezo a comer, comienzo a sentirme mejor. Ahora, ya centrada, puedo empezar a pensar con claridad y a ordenar todo.
– A ver – les digo mirándolas a ambas–, ¿quién va a empezar a explicarme esto?
Iria me mira muy seria. Siempre se pone así antes de explicar algo, alarga los silencios para darle importancia a sus historias. Pasados unos segundos, se incorpora y apoya las manos sobre la mesa.
– Esto no viene de ahora: Letizia lleva años intentando acabar con la monarquía.
Abro mucho los ojos. Sabía que, en el pasado, había sido republicana, que no era muy religiosa y que estaba divorciada, cosa que suscitaba bastante recelo en el entorno en el que se había metido. También sabía que la relación con su suegra no era buena, pero nunca pensé que fuera para tanto.
– ¿Te acuerdas de lo del compiyogui?
– Claro que sí –le digo– el whatsapp con López Madrid cuando la Lezo y lo de las tarjetas.
– Sí, solo que ese mensaje no era para López Madrid.
– ¿Cómo que no? Claro que sí, salió en todos los medios– respondo segurísima.
– Ese era el plan– explica Iria mientras Letizia, al otro lado de la mesa, asiente con la cabeza–. “Compiyogui” era un mensaje subliminal dirigido a un grupo que, desde 2012, trabaja en secreto para acabar con la monarquía. Se reunían en un estudio a las afueras de Madrid con la excusa de que eran un grupo de yoga. Ella lo sabía y mandó ese mensaje para que se publicara en todos los medios y así llamar su atención, cosa que ocurrió.
– Yo no he hecho yoga en mi vida, Hulio – dice Letizia mientras se zampa una alita.
Antes de que pueda intervenir, y como si Iria pudiera leer mis dudas solo con mirarme, continua:
– Hay más: la famosa discusión con la reina Sofía, cuando lo de las niñas.
– Cuando fue a hacerse una foto con Leonor y Sofía y las apartaste, ¿no? Fue flipante – le digo a Letizia.
– Fue una prueba de lealtad –afirma Iria–, un gesto que le pidieron desde el grupo de yoga.
– Y no veas lo que me costó –Letizia nos mira a las dos muy seria–. La vieja me estuvo puteando hasta que se fue. Una vez me echó lejía en el tinte y me quedé calva como una puta bola de billar. Estuve con peluca un año entero.
Me quedo un momento en silencio, necesito procesar la información, pero ahora solo alcanzo a imaginarme a la reina calva. Cojo una alita y le doy un mordisco.
– ¿Y qué pasó con el grupo? – pregunto.
– Cuando se puso de moda el crossfit se fue todo a la mierda – dice Letizia. Algunos se metieron ahí y otros se dieron a Twitter, pero luego el gobierno de Ayuso comenzó a perseguir todas las cuentas de Twitter España que promovieran el pensamiento propio y que publicaran fotos de gatitos para ganar seguidores y creo que acabaron todos en la cárcel o exiliados.
Asiento mientras examino el plato lleno de huesecillos de pollo. Me pregunto si, al igual que el grupo de yoga, dentro de unos años nosotras también seremos una anécdota, algo insignificante que ni siquiera será registrado en los ebooks de texto o en un TikTok viral, si conseguiremos algo o si a lo máximo que aspiramos es a acabar en la cárcel, si en la cárcel darán clases de yoga.
– Bueno – dice Iria– Y ahora el plan, o la operación, o como queráis llamarlo...
– Operación… Operación Alitas – digo yo sin despegar la vista del plato y pensando que este puede ser el último plato que nos comamos antes de que nos encierren de por vida.
Y suelto mi pelo y pinto mi cara
Me pierdo en la noche
Me quemo en la playa
Rebeca (Duro de pelar)
Letizia acaba de llegar y ya quiere ronda de chupitos.
– ¡Jäggerquila!– grita cual veinteañera a la que las resacas...
Autora >
Marina Lobo
Periodista, aunque en mi casa siempre me han dicho que soy un poco payasina. Soy de León, escucho trap y dicen que soy guapa para no ser votante de Ciudadanos.
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